Joseph Massad, Middle East Eye, 29 mayo 2023
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Joseph Massad es profesor de política e historia intelectual árabe moderna en la Universidad de Columbia, Nueva York. Es autor de numerosos libros y artículos académicos y periodísticos. Entre sus libros figuran Colonial Effects: The Making of National Identity in Jordan; Desiring Arabs; The Persistence of the Palestinian Question: Essays on Zionism and the Palestinians, y más recientemente Islam in Liberalism. Sus libros y artículos se han traducido a una docena de idiomas.
Uno de los factores clave de la supervivencia e irreversibilidad de las colonias de asentamientos blancos europeos en todo el mundo ha sido la demografía. Si los colonos blancos son incapaces de eliminar a la mayoría de la población nativa, su destino, independientemente de cuánto dure su dominio, está a la larga sellado.
Esta es esencialmente la razón por la que los colonos blancos de Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda siguen ostentando el poder, y por la que los colonos blancos de Argelia, Túnez, Libia, Marruecos, Kenia, Congo, Angola, Mozambique, Rodesia, Namibia y Sudáfrica lo perdieron.
Los colonos blancos de América Latina no pudieron acabar con la mayoría de las poblaciones indígenas, lo que condujo a la mezcla racial y a la reducción de los blancos a minorías, aunque los blancos y los mestizos siguen ejerciendo el poder incluso en los países latinoamericanos que tienen una ligera, o casi, mayoría de población indígena, como Bolivia, Perú, Guatemala o Ecuador.
Israel es un caso interesante entre las colonias de asentamientos blancos por haber establecido una mayoría demográfica para luego perderla. La colonia de asentamientos creó una mayoría judía mediante la limpieza étnica en 1948, asegurándose un futuro colonial permanente.
Sin embargo, como resultado de su nueva conquista territorial en 1967, que sometió a cerca de un millón más de palestinos, Israel ha vuelto a tener una minoría judía en las dos últimas décadas.
Cifras decrecientes
En este contexto de gobierno minoritario judío, la batería de leyes racistas que Israel instituyó después de 1948 como mayoría colonial gobernante ha resultado insuficiente. La nueva condición de minoría judía ha hecho necesaria la promulgación de la Ley del Estado-Nación de 2018, que garantiza la supremacía judía en la colonia de asentamientos independientemente de las realidades demográficas.
De hecho, cuando los judíos perdieron su mayoría demográfica, se produjeron importantes luchas internas entre los colonos judíos sobre la mejor manera de mantener la supremacía judía a la luz de la disminución de su número.
Surgieron dos grandes alas comprometidas con la supremacía judía: la primera es un ala fundamentalista religiosa y abiertamente racista cuasifascista representada por gran parte del actual gobierno israelí, mientras que la segunda es un ala religioso-racista de rostro laico a la que le gusta presentarse como una forma de liberalismo tolerante.
Ambas alas apoyan la supremacía judía y la negación de la igualdad de derechos a los palestinos, y ambas han estado ideando planes sobre cómo deshacerse de los palestinos. Sin embargo, la limpieza étnica -históricamente llevada a cabo por el ala religioso-racista pero con rostro secular- es ahora también uno de los principales temas de conversación de los fundamentalistas religiosos cuasifascistas que han ascendido al poder en las dos últimas décadas.
A este respecto cabe mencionar que la intención de las reformas judiciales que piden el ala fundamentalista gobernante y sus partidarios es aumentar su capacidad para expulsar y oprimir a los palestinos. Sin embargo, los opositores liberales y «laicos» a estas reformas no están precisamente preocupados por los palestinos. Lo que teme la otra ala supremacista judía es que las reformas se inmiscuyan en los derechos de los israelíes judíos «laicos».
Según el último censo de Israel, los judíos son algo más de siete millones de personas. Los palestinos dentro de Israel son algo más de dos millones, con tres millones más viviendo en Cisjordania y Jerusalén Este, y más de dos millones en la asediada Gaza israelí. Aunque estas cifras muestran una ligera pero creciente mayoría palestina, el cálculo del número de judíos en Israel se basa en consideraciones de judeidad en las que no todos los sionistas están de acuerdo.
Por ello, el director de la Organización Sionista de América (ZOA, por sus siglas en inglés), Morton Klein, ha exigido recientemente a Israel que abandone su método de establecer la judeidad, tal y como se recoge en su Ley del Retorno, especialmente en lo que respecta a los inmigrantes de la antigua Unión Soviética.
La declaración de la ZOA insiste en que la Ley del Retorno, tras su modificación en 1970, está conduciendo a la «desjudaización» de Israel. La ZOA afirma que «la mayoría judía del Estado judío se ha ido reduciendo a un ritmo del uno por ciento cada tres años», de modo que «en los últimos 30 años, la mayoría judía del Estado judío se ha reducido en un 10 por ciento y ahora se sitúa en sólo el 73,6 por ciento, frente al 84 por ciento».
Estas cifras, por supuesto, excluyen a los palestinos de Jerusalén Este, Cisjordania y Gaza e incluyen a medio millón de inmigrantes judíos soviéticos que la ley religiosa judía, o Halacha, la Ley israelí del Retorno anterior a 1970, y la ZOA no consideran «judíos». Esto significa que la población judía de Israel, según las estimaciones de la ZOA, es de 6,6 millones de judíos.
Que los colonos judíos se hayan convertido de nuevo en una minoría en la Palestina histórica es lo que precipita la razonable expectativa de que el colonialismo de asentamientos judíos sea reversible.
Revertir el colonialismo de colonos
En el caso de Argelia, la reversión del colonialismo de asentamientos se logró cuando obtuvo la independencia. Los liberadores argelinos concedieron a la minoría de colonos franceses (alrededor de un millón de personas, es decir, una novena parte de la población) la igualdad y les retiraron todos sus privilegios, un destino peor que la muerte para los colonos. Los colonos, que rechazaron la igualdad, partieron de inmediato hacia su madre patria.
En el caso de Rodesia, Gran Bretaña y Estados Unidos se apresuraron en la segunda mitad de la década de 1970 a socorrer a los colonos blancos minoritarios y salvaguardar sus privilegios para que su destino no fuera el mismo que el de los colonos de Angola y Mozambique, por no decir el de Argelia.
A diferencia de las colonias portuguesas vecinas, cuyos revolucionarios exigían la independencia y la igualdad absolutas, los revolucionarios anticoloniales de Zimbabue siempre habían estado abiertos al compromiso. Aliados con la pequeña clase terrateniente y la pequeña burguesía africanas, apelaron constantemente a la madre patria de los colonos, Gran Bretaña, para que les ayudara a conseguir la independencia y algún tipo de igualdad para los africanos autóctonos.
Para obtener la independencia política, Robert Mugabe y otros dirigentes zimbabuenses aceptaron de buen grado un compromiso que mantenía los privilegios económicos de los colonos blancos tras la independencia.
El ejemplo de Rodesia se convirtió en el modelo para el fin del apartheid en Sudáfrica en 1994, cuando el Congreso Nacional Africano aceptó un acuerdo similar de Estados Unidos y los europeos para acabar con el apartheid.
A diferencia de Rodesia y Sudáfrica, éstas no fueron soluciones que las potencias imperiales ofrecieran históricamente a los palestinos, ya que la creencia imperial general seguía siendo que la colonia de asentamientos israelíes, basada en su mayoría demográfica, era irreversible.
Se acerca el final
Sin embargo, la realidad demográfica ha cambiado considerablemente desde la década de 1990, hasta el punto de que incluso las organizaciones liberales de derechos humanos han empezado a calificar a Israel de Estado de «apartheid» en los últimos años. Mientras tanto, algunos antiguos sionistas liberales comprometidos empezaron a pedir, o al menos a esperar, una «solución» de un solo Estado que salvaguardara los privilegios coloniales judíos.
Para los sionistas liberales, una «solución» de un solo Estado a la sudafricana o a la rodesia (desde 1980 hasta al menos 2000) es atractiva, ya que preservaría la supremacía económica judía de forma permanente, mientras que sólo cedería parcialmente la supremacía política judía, replicando el estatus de los colonos blancos sudafricanos, pero no el de los colonos blancos de Argelia.
Sin embargo, los supremacistas judíos de ambas alas, los abiertamente fundamentalistas y los pseudoseculares (incluidos los miembros de partidos «laicos» como Kadima, Likud, etc.), están aterrorizados ante la perspectiva de una igualdad incluso nominal en un Estado único. A pesar de que garantizaría sus privilegios económicos coloniales, muchos piden una «segunda Nakba» para evitar tal destino.
El hecho de que estos llamamientos públicos se hayan multiplicado y de que se hagan eco de ellos las principales figuras políticas da fe de la sensación de que se acerca, si no es inminente, el fin de la colonia de asentamientos.
Es comprensible que esta situación haya hecho saltar las alarmas, no sólo entre los colonos judíos, sino también entre sus partidarios en las colonias de colonos blancos supervivientes de todo el mundo. En los últimos años, los dirigentes israelíes han expresado mucha preocupación sobre si Israel llegará a su centenario o incluso a su 80 aniversario.
Las amenazas de otra Nakba son medidas desesperadas de una colonia de asentamientos que sabe que su destino ya está sellado, aunque pasen varios años antes del colapso final. La tarea a la que se enfrentan ahora los palestinos es prepararse para un futuro posterior a Israel. ¿Será un futuro que conceda la igualdad a todos, como Argelia, o uno que mantenga los privilegios económicos coloniales, como Sudáfrica?
Si la cuestión se deja en manos de la burguesía palestina, que ha pastoreado la solución de los dos Estados y la rendición de Oslo, podemos estar seguros de que se impondrá una variante de la opción sudafricana. Los palestinos ricos, desde el comienzo de la ocupación británica que patrocinó el colonialismo de colonos sionistas en noviembre-diciembre de 1917, siempre han favorecido la colaboración con la potencia colonial (unos pocos incluso colaboraron con los sionistas) como una especie de árbitro neutral.
Desde principios de la década de 1970, la mayoría de los palestinos ricos cuyo apoyo a la Organización para la Liberación de Palestina se basaba en moderar sus demandas de liberación anticolonial, y que se convirtieron en intermediarios entre los dirigentes de la OLP y los ricos regímenes árabes del Golfo, también han insistido en que Estados Unidos sea el árbitro entre los palestinos y sus colonizadores.
Al igual que la minoría de negros ricos de Rodesia que apoyaron a los británicos como árbitro entre ellos y los colonos británicos blancos, la élite palestina hasta el día de hoy sólo sigue considerando soluciones impuestas por el imperialismo estadounidense y europeo. El hecho de que tales «soluciones» hayan llevado a los palestinos desde 1917 a donde están hoy no ha convencido aún a la clase empresarial palestina.
Hoy, la cuestión a la que se enfrentan los palestinos no es si Israel acabará, sino más bien, ¿qué lo sustituirá? ¿Permitirá la firme resistencia palestina en todas sus formas y ramas que la burguesía palestina acepte una solución imperialista y colonial en nombre del pueblo palestino, o impondrá la resistencia un hecho consumado antiimperialista y anticolonial insistiendo en la independencia y la igualdad y en la eliminación de todos los privilegios, políticos y económicos, de los colonos?
El fin de Israel se acerca, pero dado el estridente compromiso imperialista de preservar los privilegios coloniales judíos y la sumisión de la burguesía palestina ante las soluciones imperiales, el futuro de los palestinos está lejos de ser seguro.
Foto de portada: El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, saluda al ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, durante una rueda de prensa en el Parlamento de Jerusalén el 23 de mayo de 2023 (AFP).