Requiem por nuestra especie

Chris Hedges, The Chris Hedges Report, 11 junio 2023

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Chris Hedges es un periodista ganador del Premio Pulitzer que fue corresponsal en el extranjero durante quince años para The New York Times, donde ejerció como jefe de la Oficina de Oriente Medio y de la Oficina de los Balcanes. Entre sus libros destacan: American Fascists: The Christian Right and the War on AmericaDeath of the Liberal Class,  War is a Force That Gives Us Meaningy Days of Destruction, Days of Revolt,  una colaboración con el dibujante de cómics y periodista Joe Sacco. Anteriormente trabajó en el extranjero para The Dallas Morning News, The Christian Science Monitor y NPR. Es el presentador del programa On Contact, nominado a los premios Emmy.

Princeton, Nueva Jersey – Mientras escribo esto, el sol es un nebuloso orbe naranja rojizo. El cielo es de un gris amarillento. El aire desprende un hedor acre y me deja un ligero sabor metálico en la boca. Después de veinte minutos fuera, me empieza a doler la cabeza, me arde la nariz, me pican los ojos y respiro con dificultad. Las calles están desiertas. Las omnipresentes empresas de servicios de jardinería con sus máquinas cortacésped y sus quejumbrosos sopladores de hojas con motor de gas han desaparecido, junto con los peatones, ciclistas y corredores. Los que pasean a su perro salen brevemente y luego vuelven corriendo al interior. Las mascarillas N95, como en los primeros días de la pandemia, se han agotado, junto con los purificadores de aire. Los aeropuertos internacionales de Newark y Filadelfia han retrasado o cancelado vuelos.

Me siento como si estuviera en una ciudad fantasma. Ventanas cerradas. El aire acondicionado a tope. El Índice de Calidad del Aire (ICA) se comprueba y se vuelve a comprobar. Estamos rondando los 300. Las ciudades más contaminadas del mundo tienen la mitad de ese índice. Dubai (168). Delhi (164). Cualquier cosa por encima de 300 se clasifica como peligrosa.

¿Cuándo se extinguirán los cientos de incendios forestales que arden al norte de nosotros, en Canadá, incendios que ya han consumido unos 44 millones de kilómetros cuadrados y han obligado a 120.000 personas a abandonar sus hogares? ¿Qué presagia esto? La temporada de incendios forestales no ha hecho más que empezar. ¿Cuándo se despejará el aire? ¿En unos días? ¿En unas semanas?

¿Qué le dices a un paciente terminal que busca alivio? Sí, este período de angustia puede pasar, pero no ha terminado. Empeorará. Habrá más altibajos y luego sobre todo bajones, y después la muerte. Pero nadie quiere mirar tan lejos. Vivimos momento a momento, ilusión a ilusión. Y cuando el cielo se despeja, fingimos que volverá la normalidad. Pero no será así. La ciencia del clima es inequívoca. Lo ha sido durante décadas. Las proyecciones y los gráficos, el calentamiento de los océanos y la atmósfera, el deshielo de las capas de hielo polares y los glaciares, el aumento del nivel del mar, las sequías, los incendios forestales y los huracanes monstruosos ya se están abatiendo con una furia terrible y creciente sobre nuestra especie, y la mayoría de las demás especies, debido a la arrogancia y la locura de la raza humana.

Cuanto peor se pone, más nos refugiamos en la fantasía. La ley lo resolverá. El mercado lo resolverá. La tecnología lo resolverá. Nos adaptaremos. O, para quienes encuentran consuelo en la negación de un sistema de creencias basado en la realidad, la crisis climática no existe. La Tierra siempre ha sido así. Y, además, Jesús nos salvará. Los que advierten de la inminente extinción masiva son tachados de histéricos, casandras, pesimistas. No puede ser tan catastrófico.

Al comienzo de cada una de las guerras que cubrí, la mayoría de la gente era incapaz de hacer frente a la pesadilla que estaba a punto de engullirlos. Les rodeaban señales de desintegración. Tiroteos. Secuestros. La bifurcación de extremos polarizados en grupos armados o milicias antagónicas. Discursos de odio. Parálisis política. Retórica apocalíptica. Colapso de los servicios sociales. Escasez de alimentos. Una existencia cotidiana circunscrita. Pero la fragilidad de la sociedad está demasiado cargada emocionalmente para que la mayoría de nosotros la aceptemos. Dotamos a las instituciones y estructuras que nos rodean de una permanencia eterna.

«Aquello cuya existencia no es moralmente comprensible no puede existir», observó Primo Levi, superviviente del campo de concentración de Auschwitz.

Regresaba de noche a Pristina, en Kosovo, tras haber sido detenido por rebeldes del Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) a pocos kilómetros de la capital. Pero cuando describía mis experiencias a mis amigos albanokosovares -muy cultos y políglotas- las desestimaban. «Son serbios disfrazados de rebeldes para justificar la represión serbia», me respondieron. No se dieron cuenta de que estaban en guerra hasta que las fuerzas paramilitares serbias los acorralaron a punta de pistola, los metieron en vagones y los despacharon hacia Macedonia.

Las civilizaciones complejas acaban por autodestruirse. Joseph Tainter en «The Collapse of Complex Societies«, Charles L. Redman en «Human Impact on Ancient Environments«, Jared Diamond en «Collapse: How Societies Choose to Fail or Suceed» y Ronald Wright en «A Short Story of Progress«, detallan las conocidas pautas que conducen al colapso catastrófico. Nosotros no somos diferentes, aunque esta vez nos hundiremos todos juntos. Todo el planeta. Los del Sur Global, que son los menos responsables de la emergencia climática, sufrirán primero. Ya están librando batallas existenciales para sobrevivir. Llegará nuestro turno. Nosotros, en el Norte Global, podemos aguantar un poco más, pero sólo un poco. La clase multimillonaria está preparando su huida. Cuanto peor se pongan las cosas, más fuerte será nuestra tentación de negar la realidad a la que nos enfrentamos, de arremeter contra los refugiados climáticos, lo que ya está ocurriendo en Europa y a lo largo de nuestra frontera con México, como si ellos fueran el problema.

Wright, que califica a la sociedad industrial de «máquina suicida», escribe:

La civilización es un experimento, una forma de vida muy reciente en la carrera humana, y tiene la costumbre de caer en lo que yo llamo trampas del progreso. Una pequeña aldea en un buen terreno junto a un río es una buena idea; pero cuando la aldea crece hasta convertirse en una ciudad y pavimenta el buen terreno, se convierte en una mala idea. Mientras que la prevención podría haber sido fácil, la cura puede ser imposible: una ciudad no se desplaza fácilmente. Esta incapacidad humana para prever -o vigilar- las consecuencias a largo plazo puede ser inherente a nuestra especie, moldeada por los millones de años en que vivimos de la caza y la recolección. También puede ser poco más que una mezcla de inercia, codicia e insensatez fomentada por la forma de la pirámide social. La concentración de poder en la cúspide de las sociedades a gran escala confiere a la élite un interés personal en el statu quo; siguen prosperando en tiempos oscuros mucho después de que el medio ambiente y la población en general empiecen a sufrir.

Construiremos frenéticamente fortalezas climáticas, como las grandes ciudades amuralladas del final de la Edad de Bronce antes de su colapso social, un colapso tan grave que no sólo estas ciudades cayeron en la ruina, sino que la propia escritura desapareció en muchos lugares. Quizá algunos de nuestra especie perduren un tiempo. O tal vez las ratas se apoderen del planeta y evolucionen hacia una nueva forma de vida. Una cosa es segura. El planeta sobrevivirá. Ha experimentado extinciones masivas antes. Ésta es única sólo porque nuestra especie la diseñó. La vida inteligente no es tan inteligente. Tal vez por eso, con todos esos miles de millones de planetas, no hemos descubierto una especie evolucionada. Tal vez la evolución ha construido en su interior su propia sentencia de muerte.

Lo acepto intelectualmente. No lo acepto emocionalmente más de lo que acepto mi propia muerte. Sí, sé que es casi seguro que nuestra especie está condenada, pero fíjate, digo casi. Sí, sé que soy mortal. Ya he vivido la mayor parte de mi vida. Pero la muerte es difícil de digerir hasta los momentos finales de la existencia, e incluso entonces, muchos no pueden afrontarla. Estamos compuestos de lo racional y lo irracional. En momentos de extrema angustia abrazamos el pensamiento mágico. Nos convertimos en presa fácil de estafadores, líderes de sectas, charlatanes y demagogos que nos dicen lo que queremos oír.

Las sociedades en desintegración son susceptibles a las sectas de crisis que prometen el retorno a una edad de oro. La derecha cristiana tiene muchas de las características de una secta en crisis. Los nativos americanos, asolados por el genocidio, la matanza de los rebaños de búfalos, el robo de sus tierras y su encarcelamiento en campos de prisioneros de guerra, se aferraron desesperadamente a la Danza de los Fantasmas. La Danza de los Fantasmas prometía ahuyentar a los invasores blancos y resucitar a los guerreros y a los rebaños de búfalos. En cambio, los seguidores fueron acribillados por el ejército estadounidense con cañones de montaña Hotchkiss MI875.

Debemos hacer todo lo que esté en nuestra mano para detener las emisiones de carbono. Debemos afrontar la verdad de que las élites corporativas gobernantes en el mundo industrializado nunca nos sacarán de los combustibles fósiles. Sólo si se derroca a estos corporativistas –como proponen grupos como Extinction Rebellion- y se toman medidas radicales e inmediatas para acabar con el consumo de combustibles fósiles, así como para reducir la industria de la ganadería, podremos mitigar algunos de los peores efectos del ecocidio. Pero no lo veo probable, sobre todo teniendo en cuenta las sofisticadas formas de control y vigilancia de que disponen los oligarcas mundiales.

La terrible verdad es que, incluso si detenemos hoy todas las emisiones de carbono, hay tanto calentamiento atrapado en el fondo fangoso de los océanos y en la atmósfera, que los bucles de retroalimentación garantizarán la catástrofe climática. El hielo marino del Ártico en verano, que refleja el 90% de la radiación solar que entra en contacto con él, desaparecerá. La superficie de la Tierra absorberá más radiación. El efecto invernadero se amplificará. El calentamiento global se acelerará, derritiendo el permafrost siberiano y desintegrando la capa de hielo de Groenlandia.

El deshielo en Groenlandia y la Antártida «se ha quintuplicado desde la década de 1990, y ahora es responsable de una cuarta parte del aumento del nivel del mar», según un informe reciente financiado por la NASA y la Agencia Espacial Europea. El continuo aumento del nivel del mar, cuyo ritmo se ha duplicado en tres décadas según la Organización Meteorológica Mundial, es inevitable. Las selvas tropicales arderán. Los bosques boreales se desplazarán hacia el norte. Estos y otros bucles de retroalimentación ya están integrados en el ecosistema. No podemos detenerlos. El caos climático, incluido el aumento de las temperaturas, durará siglos.

La crisis existencial más dura a la que nos enfrentamos es aceptar esta sombría realidad y resistir a la vez. La resistencia no puede llevarse a cabo porque vaya a tener éxito, sino porque es un imperativo moral, especialmente para quienes tenemos hijos. Podemos fracasar, pero si no luchamos contra las fuerzas que están orquestando nuestra extinción masiva, nos convertiremos en parte del aparato de la muerte.

Ilustración de la portada: Desolado adiós (Mr. Fish).

Voces del Mundo

Deja un comentario