De cómo la cuestión de la dote fomenta una epidemia de feminicidios en la India

Manvir Singh, The New Yorker Magazine, 19 junio 2023

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Manvir Singh es profesor adjunto de antropología en la Universidad de California en Davis. Actualmente está trabajando en un libro sobre chamanismo.

El 21 de septiembre de 2021, mi madre envió un mensaje al grupo de WhatsApp de mi extensa familia: «Niti ha tenido un infarto y ha fallecido de repente, ¡qué tragedia!». Niti era hija de su hermana y alguien a quien conocía de toda la vida. Pero mi prima y yo habitábamos mundos diferentes. Yo nací y crecí en los suburbios de Nueva Jersey; ella era de Delhi de toda la vida. Para mí, Niti y su gemela idéntica, Priti, desprendían glamur urbano. En las bodas, llevaban gafas de sol grandes y elegantes y trajes de estilo punjabí de colores pastel a juego. Sus caras se parecían mucho a las de mi madre: largas, con pómulos prominentes y ojos almendrados. Aunque Priti era locuaz y expresiva, Niti era más callada, más reservada, más propensa a guardarse sus problemas.

¿Podría haber tenido un infarto? A todos nos parecía extraño. Niti era conocida en la familia como una fanática del fitness. A los cuarenta años, madre de dos hijos, daba clases de yoga y acudía regularmente al gimnasio. Cuando el canal de televisión en hindi ABP News informó de su muerte, optó por representarla con imágenes de ella haciendo ejercicio: saltando en cuclillas, haciendo flexiones con las manos en equilibrio sobre unas mancuernas.

Otras circunstancias también eran desconcertantes. El padre y el hermano de Niti contaron a mi madre que, el día de su muerte, su hija Jaslin, que entonces tenía doce años, la había encontrado inconsciente de madrugada. Jaslin pidió a su padre, Pawan, y a sus abuelos paternos, que vivían con ellos, que llevaran a Niti al hospital, pero no lo hicieron. Así que Jaslin llamó a los hermanos de Niti -Priti y su hermano Sumit- y a su entrenador físico. Priti y su marido, junto con el entrenador, llevaron a Niti al hospital; Sumit se reunió con ellos allí. Les pareció extraño que Pawan no hubiera llevado él mismo a su mujer al hospital, pero más tarde dijo que se había retrasado porque su madre se había caído, de la angustia.

En apariencia, Pawan era un marido amable y respetuoso. Tenía rasgos suaves y aniñados y era siempre cortés, rápido para saludar a la gente con la mano rezando e inclinarse a los pies de los ancianos. Aun así, la situación era lo bastante sospechosa como para que Sumit y su padre solicitaran una autopsia.

Los resultados llegaron el 25 de septiembre. Niti tenía una herida del tamaño de una caja de cerillas en el pecho y laceraciones en el interior de la boca. Partes de sus pulmones habían sufrido hemorragias y se habían colapsado. La sangre se había filtrado al tejido del cuello. La lengua y el cerebro estaban cubiertos de pequeñas manchas moradas, señales de que los vasos sanguíneos se habían roto por la acumulación de presión. Tenía fracturado el hioides, un hueso en forma de U situado entre la mandíbula y las vértebras del cuello. Niti no murió de un ataque al corazón, según el informe. La habían estrangulado.

En 1979, más de cuatro décadas antes de la muerte de Niti, los manifestantes recorrieron las calles de Nueva Delhi con un sencillo mensaje: ¡Basta de quemar mujeres! Como de costumbre, cientos de jóvenes novias habían muerto en incendios ese año. Pero ahora algunas de esas víctimas se convertían en los rostros mártires de un nuevo movimiento. Estaba Shashibala Chaddha, que estaba embarazada cuando murió quemada, y Kanchan Chopra, que fue encontrada muerta al día siguiente de que la policía rechazara el intento de su hermano de alertarles sobre su difícil situación. La que más consecuencias tuvo fue Tarvinder Kaur. Como Niti, Kaur era una mujer sij que vivía en Model Town, un barrio acomodado del norte de Delhi.

El 15 de mayo de 1979, estaba viendo la televisión cuando, al parecer, su suegra la empapó en queroseno y su cuñada le prendió fuego con una cerilla. Salió corriendo de la habitación gritando y fue conducida a un hospital, donde sobrevivió el tiempo suficiente para declarar ante la policía. Se dice que la agresión se produjo tras cinco meses de acoso, hostigamiento y menosprecio. Ella había llevado al matrimonio una dote decente -el pago exigido por la familia del novio- que incluía cojines, vajilla, un armario y un televisor, pero sus suegros la consideraron escasa. Según informes de la época, querían oro, dinero en efectivo para su negocio y una moto de dos ruedas, y no dudaron en decírselo (la suegra y la cuñada de Kaur fueron absueltas).

Hasta 1979, este tipo de muertes casi siempre se registraban como accidentes, atribuidos al mal funcionamiento de las cocinas de queroseno, o como suicidios. La muerte de Kaur podría haber pasado desapercibida de no ser por Stree Sangharsh, una nueva organización de defensa de los derechos de la mujer. Sus miembros organizaron una manifestación que serpenteó por Model Town hasta la casa de los suegros de Kaur, donde los activistas corearon: «¡Las mujeres no se queman!». La protesta atrajo la atención de los medios de comunicación e inspiró concentraciones similares en otros lugares. En 1983, el Código Penal indio había sido modificado para incluir el artículo 498A, que castiga la crueldad hacia las mujeres por parte de sus maridos o suegros.

El artículo 498A es una de las muchas disposiciones legales concebidas para proteger a las mujeres indias; otras son la Ley de Matrimonio Hindú (1955), la Ley de Prohibición de la Dote (1961) y la Ley de Protección de las Mujeres contra la Violencia Doméstica (2005). A pesar de estas leyes, la situación de la mujer en India parece haber progresado poco. En 2022, India ocupaba el puesto ciento treinta y cinco de ciento cuarenta y seis países en el Informe Global sobre la Brecha de Género del Foro Económico Mundial, por detrás de Bangladesh (setenta y uno) y Sri Lanka (ciento diez), así como de monarquías islámicas como Brunei (ciento cuatro) y Arabia Saudí (ciento veintisiete). Tales indicadores pueden suscitar preguntas como la planteada por The Guardian hace una década: «¿Por qué la India es tan mala para las mujeres?».

Sin embargo, decir que la India es «mala para las mujeres» entraña el riesgo de repetir el juego colonial de vilipendiar a todo un subcontinente con acusaciones de misoginia inherente. India es un país tremendamente diverso, con cientos de lenguas y más de una sexta parte de la población mundial. Incluye sociedades, como la khasi, de un millón de miembros, que tienden a preferir las hijas a los hijos. Según cifras de 2018 del Banco Mundial, la tasa de alfabetización femenina del país, del 66%, es inferior a la de Eritrea, pero hay muchas variaciones regionales; la alfabetización femenina en el estado meridional de Kerala supera el 90%.

India también tiene una larga historia de luchas contra el patriarcado. Ya en el siglo IV, escritores del subcontinente cuestionaron los derechos de herencia que excluían a las mujeres. Al haber crecido en un hogar sij, conozco las críticas de los gurús sijs, o líderes profetas, de los siglos XVI y XVII. Se dice que el tercer gurú del sijismo, Amar Das, condenó el sati (en el que una viuda era arrojada o se arrojaba a la pira funeraria de su marido) y la imposición del velo y nombró misioneras a mujeres; también prohibió el infanticidio femenino, al igual que el décimo gurú, Gobind Singh. Sin embargo, la historia sij también es un testimonio de la debilidad de este tipo de mandatos. El primer maharajá del imperio sij, Ranjit Singh, tenía un harén de veintidós esposas y, a su muerte, en 1839, su esposa principal, otras tres esposas y siete consortes ardieron en su pira funeraria. El estado indio de Punyab, donde vive la mayoría de los sijs del mundo, tiene una de las proporciones de sexos más sesgadas del país, reflejo de pautas de infanticidio y selección prenatal del sexo; puede que se encuentre entre los lugares más peligrosos del mundo para ser concebida mujer.

Patriarcado, sexismo, misoginia: todos parecen implicados en esta guerra contra las mujeres. Estos términos tienen peso y son absolutos. El patriarcado habla de poder sobre la mujer, el sexismo de discriminación contra la mujer, la misoginia de desprecio hacia la mujer. Cada uno de ellos aflige a las mujeres en la India, como en cualquier otro lugar. Sin embargo, ninguno de ellos capta del todo la dinámica de este país. Tarvinder Kaur dijo que fue atacada por dos mujeres; lo que la condenó, como mujer de otro linaje, no fue ni la imposición del poder masculino ni una forma generalizada de hostilidad de género, sino un complejo peculiar que alimenta el infanticidio femenino, la violencia doméstica y las muertes por dote: la percepción de que las mujeres son cargas. El antropólogo Claude Lévi-Strauss llamó a la mujer «el don supremo», pero en gran parte de la India una mujer es una carga financiera, un lastre cuyo mantenimiento exige una recompensa. «En la juventud, come menos pan», dice un proverbio del norte de la India. «En la edad adulta, come la carne de sus padres». El esfuerzo por salvar a las mujeres indias es más que una batalla contra la violencia: es una campaña para establecer el valor social de la mitad de la población de una nación. ¿Por qué ha sido tan difícil?

Ravnit (Niti) Kaur conoció a Pawandeep Singh Sawhney en 2001. Niti tenía unos veinte años; Pawan, unos veinticinco. Sus padres habían decidido que harían buena pareja. Fueron a pasear a Gurdwara Nanak Piao, un famoso templo sij de Delhi, tras lo cual Niti informó a su padre de que no estaba interesada.

Todo el mundo la obligó a decir que sí», me contó Priti. La alianza parecía prometedora. Pawan, hijo único, tenía buenos modales. Al igual que Niti, procedía de una familia de ricos empresarios. Su abuelo tenía contactos políticos y era respetado entre los sijs de Delhi.

«Nuestra hermana será feliz allí, ya que no hay nadie más, ningún hermano», dijo Sumit, recordando el razonamiento de sus padres. De acuerdo con las costumbres «patrilocales» comunes en toda la India, la novia se muda con la familia del novio. El tío y el abuelo de Pawan vivían en el mismo edificio, en un piso diferente. Pero en su nuevo hogar, a dos millas y media de donde residían los padres de Niti, estarían los cuatro solos: Niti, Pawan y los padres de Pawan.

Niti y Pawan se casaron el 25 de noviembre de 2001. La boda fue fastuosa y duró cinco días. Aunque se esperaba que ochocientos invitados acudieran a la recepción, la afluencia de simpatizantes obligó al servicio de catering a dar de comer a más de mil personas. La pareja tuvo dos hijos: Japlin, nacida en 2002, y Jaslin, nacida en 2009.

El matrimonio tuvo sus problemas. La familia de Pawan, a pesar de su aparente riqueza, era frugal, sobre todo con Niti. A ella le daban una pensión escasa; más tarde vendió bombones y trabajó como profesora de yoga para ganar dinero. Pero ningún matrimonio es perfecto, y los problemas de dinero, aunque molestos, nunca le parecieron a Priti algo que pudiera poner en peligro a su hermana. (Pawan, alegando un proceso judicial en curso, declinó ser entrevistado; sus padres no respondieron a una solicitud de comentarios).

La muerte de Niti cambió la forma de ver la relación. Pocas horas después de la publicación de la autopsia, Pawan fue interrogado. Según la transcripción policial, describió la muerte de Niti como un accidente tras un altercado. Dijo que estaba resentido con ella por todo el tiempo que pasaba en el gimnasio. La noche antes de su muerte, Pawan contó que él y Niti discutieron sobre Jaslin, que también iba a menudo al gimnasio. La pareja intercambió palabras acaloradas, luego comieron y durmieron.

A la 1.30 de la madrugada, Pawan se levantó. «Fui yo quien la despertó y le pregunté por qué me había hablado así», dice la transcripción. «Se despertó asustada y gritó, así que le tapé la boca. Me empujó hacia atrás y le dije que se callara. El niño está empezando a moverse. Le dije que el niño se despertaría».

«¿Tuvo la sensación de que estaba muerta?», le preguntaron.

«No. ¿Cuál sería la razón de ese sentimiento? Yo no la había golpeado de esa manera. Sólo le tapé la boca con la mano para que no gritara. Cuando me empujó hacia atrás, entonces le di un puñetazo». Más tarde, cuando le preguntaron por qué no había llevado a Niti al hospital, respondió: «En ese momento sentí que se había caído. Quiero decir que se tumbó en la cama, y entonces me quedé callado. Podría ser un motivo de presión sanguínea, así que estará bien por la mañana».

En India, el uso de la fuerza -la tortura bajo custodia- no es infrecuente durante los interrogatorios policiales por asesinato; al mismo tiempo, los testimonios obtenidos mediante tortura no pueden presentarse como pruebas. Sumit me dijo que Pawan fue «apaleado», y Pawan afirmó más tarde que la policía le presionó para que confesara. Pero recibí informes contradictorios sobre si fue coaccionado y sobre la admisibilidad de la transcripción.

El padre de Niti cree que lo ocurrido se venía gestando desde hacía tiempo. Dijo a la policía que Niti acudió a él un mes antes de su muerte: sus suegros querían, entre otras cosas, un coche y muebles nuevos, y esperaban que él les diera 2,5 millones de rupias (unos treinta y cuatro mil dólares). Él le dijo que no disponía del dinero y que necesitaba un par de meses. El 19 de septiembre, dos días antes de morir, Niti acudió de nuevo a él, llorando e insistiendo en que su familia política «puede hacer cualquier cosa».

Su muerte, sostiene, es la culminación de dos décadas de explotación.

Durante todo el matrimonio, sus suegros le exigieron dinero y artículos de lujo y, año tras año, él accedió, con la esperanza de poder comprar la protección de su hija. Entregó a la policía recibos de joyerías y facturas que demostraban que había pagado setecientas mil rupias por un coche a nombre de Niti en 2001 y 2002. También reveló que le envió setecientas cincuenta mil rupias en 2020. Este tipo de demandas de dote son ilegales en la India, y la familia de Pawan ha negado haberlas hecho. (Pawan reconoció haber recibido las setecientas cincuenta mil rupias, pero dice que devolvió el dinero).

«Nos enseñaron que teníamos que adaptarnos un poco y no discutir», me dijo Priti, recordando la educación de las hermanas. Se supone que una mujer casada debe reajustar sus expectativas, aprender a ajustarse a las costumbres de su nueva familia. «Vimos a nuestros padres adaptarse, a mi madre adaptarse», dice. La lección era: «Todo el mundo, todas las señoras, nos adaptamos».

Esta socialización es típica. Para muchos indios, el divorcio es impensable. Los padres instan a las hijas a aguantar, con la esperanza de que el tiempo, el dinero y los hijos hagan más llevadera su situación. Mi madre pasó por algo parecido. Como Niti, tuvo un matrimonio concertado. Acababa de terminar un máster en literatura inglesa en la Universidad de Delhi y estaba deseando dedicarse a la enseñanza cuando llegó una propuesta a casa de sus padres, en Cachemira. El casamentero era una figura importante. Sus padres confiaban en él y querían tenerlo contento. Así que, sin consultarla, aceptaron la oferta.

Esto ocurrió alrededor de septiembre de 1975. Mi madre cumplía veintiún años. Un par de meses después, en un viaje a Delhi, conoció a su prometido. «No había nada en él que me atrajera», dice. Suplicó a su padre que cancelara el compromiso y, por sugerencia de una amiga, incluso amenazó con suicidarse. Él se negó. «Tenemos que seguir adelante para preservar el honor de la familia, para minimizar el impacto en mis hermanos», recuerda.

Se casó en febrero de 1976; dos años después, ella y su marido se trasladaron a Estados Unidos, donde ambos consiguieron trabajo en una compañía de seguros. Pero la relación se hizo insoportable hasta que, en 1981, mi madre decidió marcharse. Recuerda haber hablado con su padre por teléfono. «Él decía: ‘No, no, no, no. No quiero ni oír hablar de ello. Tienes que volver. Piensa en lo que les pasará a tus hermanos. Piensa en lo que te pasará a ti’. Las mismas palabras que había utilizado cuando me obligó a casarme; ahora me daba las mismas razones para seguir en este matrimonio tan infeliz y espantoso. Le dije que ya no importaba, porque ya me había ido».

Las diferencias entre la historia de mi madre y la de Niti ayudan a aclarar por qué las mujeres lo tienen tan difícil en algunas partes de la India. A diferencia de Niti, mi madre aún no tenía hijos. Cuando dejó a su primer marido, tenía un trabajo bien pagado. Podía vivir sola. Había escapado de una red social en la que el divorcio era vilipendiado. Tenía el apoyo de amigos, familiares y servicios sociales en Estados Unidos.

No son diferencias insignificantes. Si se pregunta a la gente por las razones de los problemas de las mujeres en la India, señalan un cúmulo de normas patriarcales. El hecho de que, tras el matrimonio, la mujer tienda a irse a vivir con la familia del marido corroe su sistema de apoyo y disuade a los padres de invertir en las hijas en vez de en los hijos. A menudo se insta a las mujeres a no trabajar, y su ausencia de ingresos las priva de poder de negociación dentro del hogar. Y el divorcio, aunque reconocido legalmente, sigue tratándose como una mancha en el honor de la familia, que empaña las perspectivas matrimoniales de la divorciada, sus hermanos y sus hijos. Incluso si las mujeres escapan de relaciones abusivas, la falta de formación profesional puede dificultarles vivir solas.

La dote, o precio del novio, empeora la situación. Esta institución floreció en la antigua Grecia, en la China del periodo Sung y en la Europa occidental medieval, pero hoy el sur de Asia es uno de los pocos reductos que le quedan. La dote suele surgir en sociedades muy estratificadas, como la India, estructurada en castas, y la América Latina colonial, mientras que la convención inversa, el precio de la novia, es más probable que aparezca en comunidades con menos diferenciación socioeconómica, como en gran parte del África subsahariana. Algunos críticos objetan que «pagar» por una novia parece mercantilizar a la mujer, pero hay pocas pruebas de que el precio de la novia perjudique su bienestar. La dote, por el contrario, fomenta dos formas de violencia. «Cuando hay demasiadas niñas, se produce el infanticidio femenino», dijo una mujer de la zona rural de Tamil Nadu a los investigadores en 2005. «Si hay demasiadas niñas, hay demasiados matrimonios y demasiados problemas de dote». En segundo lugar, las expectativas en torno a la dote han impulsado a los maridos y sus familias a maltratar a las mujeres para obtener los pagos. Según un estudio de la ONU, entre el cuarenta y el cincuenta por ciento de los homicidios de mujeres en India se deben a disputas por la dote. La muerte de Neeti puede estar entre ellos.

Las costumbres patriarcales de la India conspiran para atrapar a las mujeres en los matrimonios. Según la Organización Mundial de la Salud, entre una cuarta parte y la mitad de las mujeres indias sufren violencia de pareja, pero sólo el 1% de los matrimonios acaban en divorcio. Aunque los divorcios están aumentando, sobre todo en las zonas urbanas, la tasa de divorcios de la India sigue siendo una de las más bajas del mundo.

Estas normas tienen raíces profundas. Tanto en todo el mundo como en el subcontinente, las mujeres parecen recibir peor trato en los lugares donde su trabajo ha sido tradicionalmente menos valorado. Si una región tiene una historia de agricultura de arado -que se beneficia de rasgos asociados a los hombres como la fuerza de agarre, la fuerza de la parte superior del cuerpo y las explosiones de potencia- tiende a una proporción de sexos masculina y a una menor participación de la mujer en la fuerza laboral. En el noroeste de la India, hogar ancestral de mi familia y tierra donde domina el arado, un proverbio resume los efectos: «¿Quién puede estar satisfecho sin lluvia y sin hijo? Para cultivar, ambos son indispensables». Otro proverbio es más contundente: «Aquel cuyo hijo muere no tiene suerte. Aquel cuya hija muere es afortunado».

Algunos expertos en desarrollo estaban convencidos de que la opulencia disolvería las normas y prácticas opresivas. Uno de sus principales defensores fue el politólogo Ronald Inglehart, que sostenía que el desarrollo económico produce libertad y tolerancia. En 2018, pocos años antes de su muerte, publicó el libro «Cultural Evolution: People’s Motivations Are Changing, and Reshaping the World«, que resumía su teoría y revisaba las evidencias de los datos de encuestas transnacionales. «A medida que las sociedades se vuelven más ricas, las amenazas a la supervivencia disminuyen y la gente se vuelve más tolerante con la igualdad de género y la diversidad social», escribió. Predijo que «un proceso de cambio de valores intergeneracional que ha estado transformando la política y la cultura de las sociedades de altos ingresos… es probable que transforme China, la India y otras sociedades en rápido desarrollo».

A primera vista, la tesis de Inglehart parece haberse confirmado. Entre 1981 y 2018, la proporción de indios que vivían en la pobreza extrema descendió del sesenta por ciento al once por ciento. Durante ese mismo periodo, la alfabetización femenina creció de aproximadamente el veinticinco por ciento al sesenta y seis por ciento. Mientras tanto, en las cuatro décadas transcurridas desde 1981, la proporción de mujeres matriculadas en la enseñanza secundaria pasó de una quinta parte a casi cuatro quintas partes, cerrando la brecha con sus homólogos masculinos.

Pero si nos fijamos en otros indicadores, el panorama cambia. El pago de la dote, que se esperaba que desapareciera con la modernización, es un ejemplo elocuente. En Europa, los pagos por matrimonio desaparecieron en su mayor parte con la industrialización. India, a pesar de prohibir esta práctica en 1961, ha sido testigo de la tendencia contraria. En los años veinte, el pago de la dote se daba en un tercio de los matrimonios. En 2008, eran casi universales en las zonas rurales, y en muchas regiones se habían registrado tasas alarmantes de inflación de la dote.

La expansión de la dote coincide con otros cambios preocupantes. Las tasas de aborto selectivo en función del sexo parecen haber aumentado en casi todos los estados entre 1981 y 2016, especialmente entre las mujeres ricas y con estudios. La representación femenina en la educación superior está aumentando, sin embargo, la participación de la mujer en la fuerza laboral, a partir de 2021, se sitúa en un mísero veintitrés por ciento, disminuyendo desde el veintiocho por ciento en 1990. Un estudio de 2015 publicado en The World Bank Economic Review mostró que las mujeres tenían menos probabilidades de trabajar cuando sus maridos tenían estudios y altos ingresos, lo que subraya una vez más los efectos paradójicos de la riqueza. India parece valorar menos a las mujeres que cuando ilegalizó la dote, hace sesenta años.

Horas después de que se hiciera pública la autopsia, los dos hermanos de Niti grabaron un vídeo en Facebook. Priti lleva una blusa amarilla estilo kurta. Sus ojos son oscuros. Tiene la mirada vacía de alguien roto, agotado, o ambas cosas. Aparte de un par de sollozos, dice muy poco. Sumit es el que más habla. Está animado. Lleva el pelo largo recogido en un moño apretado. Aunque sus músculos son gruesos debido a toda una vida levantando pesas, su comportamiento es suplicante.

Sumit dice que Pawan asesinó a su hermana y pide un «boicot» hacia su familia. Pide a la gente que lleve a casa a sus hijas maltratadas, que «coman dos rotis menos si necesitan medios para mantenerla». Y expresa su fe en la justicia: «Créanme, tenemos un sistema judicial muy bueno. Si la verdad está de tu parte y tienes una misión, tendrás todo el apoyo».

Pawan fue acusado en virtud de tres artículos del Código Penal indio: Sección 34 («intención común», que sugiere una conspiración entre varios autores), Sección 302 (asesinato) y Sección 498A (crueldad con las mujeres). El asesinato y la crueldad con las mujeres son delitos no excarcelables, lo que significa que son lo suficientemente graves como para que sólo se pueda conceder la libertad bajo fianza por decisión judicial. Tras la detención de Pawan, su abogado solicitó al tribunal la libertad bajo fianza de su cliente. Entre sus alegaciones figuraban que la autopsia no era fiable y que las acusaciones de exigencias de dote carecían de fundamento. Tras una vista, el juez ordenó la puesta en libertad de Pawan, condicionada al pago de una fianza de cien mil rupias (unos mil trescientos dólares), y Pawan salió bajo fianza.

Hay pocas razones para pensar que la decisión del juez de poner en libertad a Pawan se basara en otra cosa que no fuera una evaluación honesta de la situación. Sin embargo, el soborno judicial es tan habitual en India que los tribunales tienen un problema de legitimidad. Varios meses después de la puesta en libertad de Pawan, la Oficina Central de Investigación india denunció que un juez suspendido de Delhi había amasado un patrimonio inexplicable de casi treinta millones de rupias entre 2006 y 2016. La corrupción judicial tampoco es el único problema que aqueja al sistema de justicia penal indio. El país adolece de escasez de jueces y policías; los retrasos son enormes, lo que brinda a los ricos y a las personas bien conectadas la oportunidad de influir en los casos que se tramitan. En lugar de reformar la aplicación de la ley, los políticos han explotado el debilitado sistema judicial para silenciar a la oposición y encubrir su propio mal comportamiento.

Las mujeres sufren las consecuencias. Según la socióloga Poulami Roychowdhury, los jueces y la policía de la India suscriben una imagen idealizada de la buena mujer como cuidadora abnegada, y menosprecian a las mujeres que presentan reclamaciones legales. En su reciente libro «Capable Women, Incapable States» (Mujeres capaces, Estados incapaces), basado en un trabajo de campo etnográfico en Calcuta y sus alrededores, Roychowdhury escribe que los agentes de policía utilizan excusas de infraestructura deficiente y limitaciones de personal para reprimir las denuncias de violencia de género o descargar de trabajo a las propias víctimas.

Roychowdhury considera que el bajo índice de condenas por delitos de «crueldad contra la mujer» del artículo 498A -el más bajo de todos los delitos del Código Penal indio- es un ejemplo de las «promesas incumplidas» del país. Tras hacer un seguimiento de setenta víctimas de malos tratos domésticos, descubrió que las mujeres rara vez recurrían a la justicia por su cuenta, pues consideraban que la aplicación de la ley no sólo era ineficaz, sino también peligrosa. Una pobre mujer hindú llamada Hema se reía de la idea de presentar una denuncia: «Si tengo que enfrentarme a mi marido o a la policía, huiría siempre hacia mi marido. La policía es peor que los matones a los que encierran».

Pero Roychowdhury también se encontró con la respuesta contraria. Le dijeron que las mujeres se aprovechaban de los estatutos legales para maltratar a sus maridos. Un juez de la ciudad de Howrah preguntó a Roychowdhury por qué estudiaba la violencia doméstica dado que, en su opinión, «no existía». En la actualidad, un movimiento de defensa de los derechos de los hombres en la India trata de impugnar las leyes que favorecen a las mujeres, incluidas las propuestas de ley contra la violación marital. En primera línea están organizaciones como la Save Indian Family Foundation, que, en sus propias palabras, aspira a «exponer y concienciar sobre las violaciones a gran escala de las libertades civiles y los derechos humanos en nombre del empoderamiento de la mujer en India». Las mujeres que denuncian malos tratos domésticos son descritas como intrigantes, agresivas y desagradecidas.

La familia de Niti no encontró esa resistencia, al menos por parte de la policía. Probablemente influyó el hecho de que el caso fuera «registrado» por el padre de Niti, un hombre con recursos; el hecho de su muerte exigía una respuesta más contundente que si hubiera acudido a la policía con moratones. Pero el sistema de justicia penal ha frustrado a la familia de Niti de otras maneras. Cualquier material manejado por un sistema corruptible puede ser adulterado, y la desconfianza resultante permitió al abogado de Pawan cuestionar la autenticidad de un documento gubernamental tan crítico como el informe post mortem. La policía tomó declaración a la hija de doce años de Niti el día de su muerte, pero, como no se recogió ante un juez, es inadmisible. (Jaslin afirmó más tarde que la declaración había sido redactada por un agente.) Como el sistema se esfuerza por hacer cumplir sus propias leyes, no sirve de mucho para frenar los continuos abusos contra las mujeres.

En la epopeya hindú Ramayana, el príncipe dios Rama se esfuerza por derrotar al rey demonio Ravana. Las flechas de Rama cortan las numerosas cabezas de Ravana, pero en su lugar aparecen otras nuevas. Combatir la violencia contra las mujeres, ya sea en la India o en cualquier otro lugar, puede resultar igual de desalentador. La violencia es producto de tantas fuerzas que interactúan entre sí -la dote, el arado, los Estados débiles, los poderes judiciales corruptos, la familia patrilocal- que atacar un solo factor está abocado a ser ineficaz.

Las normas que oprimen a las mujeres son múltiples y variadas, pero en la India hay dos que parecen especialmente importantes: el estigma contra el divorcio y la resistencia a la independencia femenina. Mientras las mujeres no puedan abandonar el matrimonio, tendrán menos motivos para buscar la formación y la experiencia profesional que les permitan mantenerse por sí mismas. Estas mujeres son tratadas más fácilmente como cargas, y son aceptadas como esposas a cambio de una dote; incluso las mujeres maltratadas no tienen más remedio que aguantar. A medida que el ciclo continúa, las mujeres se ven atrapadas, mientras se osifican las expectativas sobre la esposa ideal: servil y hogareña.

Muchas mujeres reconocen este ciclo, pero luchan por escapar de él. Priti, por ejemplo, quiere que su hija se libere. «No puedo sacrificar a mi hija ahora, después de perder a mi hermana», dice. «No quiero hacerle esto a mi hija. Quiero que se dedique a algo: a una profesión, a los negocios, a lo que sea». Al mismo tiempo, su hija no debe tener «mucha educación», me dijo. «Si sube un poco su nivel, encontrar un chico será un problema». Además, me dijo Priti con ansiedad, un marido podría sentirse amenazado por una novia inteligente, arriesgándose a «problemas de ego» y hostilidad: «No quiero que tenga problemas».

Finalmente, Rama mata a Ravana disparándole en el corazón, la fatídica flecha obra de un dios. No se puede acabar con el maltrato a las mujeres de un solo golpe. Sin embargo, la acción legislativa sin transformación social ha demostrado ser sorprendentemente impotente. Una cultura en la que las mujeres no sólo están devaluadas, sino negativamente valoradas, no puede reformarse con unas cuantas leyes bien redactadas.

El 30 de septiembre de 2021, nueve días después de la muerte de Niti y cuatro días después de la detención de Pawan, la familia celebró su Antim Ardas, u «Oración Final». Un grupo de músicos interpretó himnos en un templo cercano a la casa de su infancia. Apenas habían pasado cinco meses desde que una oleada de infecciones por covid-19 devastara Delhi. La gente seguía llevando máscarillas, y el acto se retransmitía por Internet.

Yo lo veía desde un continente de distancia. Al cabo de una hora y cuarto, la cámara pasó de los músicos a los asistentes. Pawan y sus familiares no estaban presentes, pero vi a mis primos sentados junto a sus hijos, cónyuges y suegros. Estaban rodeados por la biradari, la comunidad, la fuente de juicio y apoyo. La cámara se posó finalmente en Priti, que estaba sentada contra la pared. Sus ojos, hinchados y de color ciruela, estaban cerrados.

De fondo, los músicos interpretaban un himno escrito por el fundador del sijismo, Guru Nanak Dev. Se trata de una reflexión sobre la finitud de la vida que suele interpretarse en los funerales. Los músicos cantaron sobre lo efímero de la juventud, el marchitamiento de las bellas flores. Esos cantos de dirigían a una joven que ve partir a sus amigos y teme tener que reunirse con ellos. La exhortaban, utilizando su marcha a la vida matrimonial como una metáfora de la propia muerte. «¿No has oído la llamada del más allá, hermosa novia del alma? «Debes ir con tu familia política; no puedes quedarte con tus padres para siempre».

Ilustración de portada de Manddy Wyckens: Patriarcado, sexismo, misoginia; todos parecen estar implicados en la subyugación familiar de las mujeres en la India y, sin embargo, ninguno de estos términos familiares capta del todo la dinámica.

Voces del Mundo

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