Ramzy Baroud, CounterPunch, 23 junio 2023
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Ramzy Baroud es periodista y director de The Palestine Chronicle. Es autor de cinco libros. El último es «These Chains Will Be Broken: Palestinian Stories of Struggle and Defiance in Israeli Prisons» (Clarity Press, Atlanta). El Dr. Baroud es investigador principal no residente en el Centro para el Islam y los Asuntos Mundiales (CIGA) de la Universidad Zaim de Estambul (IZU). Su sitio web es www.ramzybaroud.net.
Fadi, un adolescente sirio, de pelo rizado y rostro cubierto de acné, ha sobrevivido milagrosamente a uno de los mayores desastres de embarcaciones de migrantes en la historia moderna del Mediterráneo.
Sólo 104 personas han sido rescatadas de una embarcación que transportaba a unos 750 refugiados tras volcar el 13 de junio en mar abierto cerca de la ciudad costera de Pylos.
Decenas de cuerpos sin vida han sido sacados del agua, y muchos más han sido arrastrados hasta la orilla. Cientos de personas siguen desaparecidas, se teme que hayan muerto, muchas de ellas mujeres y niños, mientras se acurrucaban en la cubierta inferior de la embarcación de 30 metros de eslora.
Fadi sobrevivió. Una foto desgarradora muestra al joven sirio sollozando al encontrarse con su hermano mayor, Mohammed, que corrió al puerto de Kalamata, Grecia, para recogerlo. Los dos hermanos no pudieron abrazarse, ya que Fadi seguía atrapado tras unas verjas metálicas en un confinamiento hecho para los supervivientes.
La última catástrofe del barco cuenta una historia mucho más inmensa de lo que los compasivos titulares de las noticias intentaron transmitir. Es una historia de guerra, pobreza, desigualdad y desesperación.
La identidad de los que murieron en el mar nos da pistas sobre los orígenes de la historia. Eran sirios, palestinos, afganos y más. Estos refugiados buscaban seguridad, ansiaban la mera supervivencia.
La triste ironía es que el último episodio de este horror aparentemente interminable tuvo lugar exactamente una semana antes de que las Naciones Unidas se dispusieran a «celebrar» el Día Mundial de los Refugiados, que tiene lugar el 20 de junio de cada año.
La mayoría de las referencias a este día por parte de la ONU, organizaciones relacionadas con la ONU y organizaciones benéficas internacionales de todo el mundo parecen hacer hincapié en el empoderamiento y la positividad. Una declaración de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) hablaba de «honrar a los refugiados de todo el mundo» y se refería al Día del Refugiado como el día en que se «celebra la fuerza y el coraje» de los refugiados.
Las contradicciones de los discursos relativos a los refugiados deberían ser demasiado obvias como para pasarlas por alto. Pero es lo que a menudo hacemos. En muchas capitales occidentales y embajadas de todo el mundo se organizarán cenas opulentas en nombre de esos refugiados. Los diplomáticos exigirán que se actúe y los intelectuales bien pagados enunciarán las responsabilidades morales y éticas de los gobiernos y las sociedades civiles. Muchos aplaudirán y se intercambiarán numerosas tarjetas de visita. Pero muy poco cambiará.
Más de 23.000 refugiados se han ahogado o desparecido al intentar alcanzar las costas europeas entre 2014 y 2022. Se espera que la cifra real sea mucho mayor, ya que, en primer lugar, no hay registros oficiales de cuántas personas se embarcan en estos viajes mortales. «Tenemos cientos de registros de cadáveres que llegan a las costas mediterráneas cuando no sabemos de ningún naufragio conocido», declaró Julia Black, de la Organización Internacional para las Migraciones, al programa Today de la BBC.
La identidad de las víctimas -sirios, palestinos, afganos, sudaneses…- debería haber sido una pista importante de por qué la gente corre riesgos tan terribles para llegar a los países europeos, donde soportan grandes penurias, incluida la discriminación racial, tan sólo para sobrevivir.
Sin embargo, apenas nos enfrentamos a los verdaderos culpables de todo esto: los fabricantes de armas y los intervencionistas militares, así como los entrometidos políticos que provocan y/o exacerban los conflictos. Estas personas y gobiernos ven en Oriente Medio, África y el resto del Sur Global un mero espacio para rivalidades geopolíticas, materias primas baratas y explotación humana y económica.
Pero cuando el resultado de tan terribles políticas se traduce en la menor irritación de los tejidos socioeconómicos de las sociedades occidentales, los refugiados desesperados se convierten en villanos, a los que hay que rechazar, ignorar, encarcelar y deportar.
En realidad, los refugiados del mundo, estimados en más de 100 millones, no son «celebrados», sino sobre todo vilipendiados. Se les considera una carga, no una oportunidad para afrontar y solucionar los problemas subyacentes, antiguos y nuevos, que provocaron su desplazamiento original.
Durante su visita a Túnez el 11 de junio, junto con la primera ministra italiana de extrema derecha, Giorgia Meloni, y el primer ministro holandés, Mark Rutte, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von Der Leyen, se mostró inflexible a la hora de redefinir la tragedia de los refugiados de un modo distinto.
En su declaración conjunta, los altos cargos políticos europeos se comprometieron a acabar con «el cínico modelo de negocio de los traficantes» porque «es horrible ver cómo (los traficantes) arriesgan deliberadamente vidas humanas para obtener beneficios». Teniendo en cuenta que la industria armamentística es uno de los modelos de negocio más prósperos de Europa, uno no puede evitar detenerse ante la ironía de tales comentarios.
Ninguna otra experiencia colectiva ilustra la complicidad occidental como la del pueblo palestino. Miles de sus integrantes han perecido mientras escapaban para salvar sus vidas de las horribles guerras y asedios de Israel. Han estado, y están, pereciendo en gran número desde que los militantes sionistas iniciaron la sistemática limpieza étnica de Palestina en 1947-48.
Sin embargo, tras 75 años de tanto sufrimiento y dolor, los países occidentales siguen haciendo todo lo que está en su mano para apoyar a Israel y restar poder -incluso culpar- a los palestinos.
De hecho, quienes estén verdaderamente interesados en conmemorar el Día Mundial de los Refugiados deberían conocer a fondo la prolongada experiencia de los refugiados palestinos para comprender realmente dónde radica el problema.
En un reciente viaje a Turquía, me reuní con muchos refugiados palestinos, en su mayoría de Gaza, cuyas familias también fueron convertidas en refugiados por Israel en 1948, y de nuevo en 1967. La mayoría son jóvenes que esperan ansiosos la oportunidad de cruzar el mar para llegar a Grecia y luego a otros países europeos en busca de trabajo.
Mohammed B. me contó que había intentado nueve veces llegar a Grecia. «La última vez me atraparon. Me golpearon duramente y me dieron por muerto en un bosque oscuro», dijo, «pero volveré a intentarlo».
El tío de Mohammed fue asesinado por Israel durante la Primera Intifada; varios miembros de su familia han muerto por falta de medicinas en la asediada Franja, y casi 35 miembros de la familia, en su mayoría niños, viven en una casa de tres habitaciones que fue bombardeada por Israel en dos ocasiones distintas.
Mohammed, y millones como él, no son los villanos. Son las víctimas.
Para que el Día Mundial de los Refugiados sea importante, debe abordar las causas profundas de problemas tan complejos y constantes. Sólo una comprensión honesta y justa puede servir como punto de partida para una conversación significativa y, con suerte, para acciones significativas.
Fuente foto de portada: UNICEF.