Ramzy Baroud, CounterPunch, 6 julio 2023
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Ramzy Baroud es periodista y director de The Palestine Chronicle. Es autor de cinco libros; el último de ellos es «These Chains Will Be Broken: Palestinian Stories of Struggle and Defiance in Israeli Prisons» (Clarity Press, Atlanta). El Dr. Baroud es investigador principal no residente en el Centro para el Islam y los Asuntos Mundiales (CIGA) de la Universidad Zaim de Estambul (IZU). Su sitio web es www.ramzybaroud.net
Los números pueden deshumanizar. Sin embargo, cuando se sitúan en su contexto adecuado, ayudan a iluminar cuestiones más amplias y a responder a preguntas urgentes, como por qué la Palestina ocupada está en el umbral de una gran revuelta. Y por qué Israel no puede aplastar la resistencia palestina por cualquier vía que lo intente, incluida la violencia.
Es entonces cuando las cifras cobran relevancia. Desde el comienzo de este año, casi 200 palestinos han sido asesinados en Cisjordania y Gaza ocupadas. Entre ellos hay 27 niños.
Si uno se imagina un mapa de calor que correlacione las ciudades, pueblos y campos de refugiados de las víctimas palestinas con la rebelión armada en curso, enseguida detectará conexiones directas. Gaza, Yenín y Nablús, por ejemplo, pagaron el precio más alto por la violencia israelí, lo que las convierte en las regiones que más resisten.
Como era de esperar, los refugiados palestinos han estado históricamente a la vanguardia del movimiento de liberación palestino, convirtiendo campos de refugiados como Yenín, Balata, Aqabat Jabr, Yabaliya, Nuseirat y otros, en focos de resistencia popular y armada. Cuanto más intenta Israel aplastar la resistencia palestina, mayor es la reacción palestina.
Tomemos como ejemplo Yenín. El rebelde campo de refugiados nunca ha cesado su resistencia a la ocupación israelí desde la famosa batalla y posterior masacre israelí de abril de 2002. La resistencia continuó allí en todas sus formas, a pesar de que muchos de los combatientes que defendieron el campo contra la invasión israelí del Segundo Levantamiento Palestino, o Intifada, fueron asesinados o encarcelados.
Ahora que una nueva generación ha tomado el relevo, Israel vuelve a la carga. Las incursiones militares de Israel en Yenín se han convertido en rutinarias, con el resultado de un creciente número de víctimas, aunque con un cierto precio para el propio Israel.
La más notable y violenta de estas incursiones se produjo el 26 de enero del presente año, cuando el ejército israelí invadió el campo, mató a diez palestinos e hirió a más de veinte.
Siguen muriendo más palestinos a medida que las incursiones israelíes se hacen más frecuentes. Y cuanto más recurrentes son las incursiones, más dura es la resistencia, que se ha extendido más allá de los confines de la propia Yenín hasta los asentamientos judíos ilegales cercanos, los puestos de control militares, etcétera. De todos es sabido que muchos de los palestinos a los que Israel acusa de llevar a cabo operaciones contra sus soldados y colonos proceden de Yenín.
Puede que los israelíes quieran pensar que su violencia en Palestina es en defensa propia. Pero eso es sencillamente inexacto. Un ocupante militar, ya sea en Palestina -o, si vamos al caso, en cualquier otro lugar- no puede, por estricta definición legal, estar en estado de autodefensa. Este último concepto sólo se aplica a las naciones soberanas que intentan defenderse de amenazas en o dentro de sus fronteras internacionalmente reconocidas.
La comunidad y el derecho internacionales no sólo definen a Israel como «potencia ocupante», sino que además está legalmente obligado a «garantizar la protección de la población civil frente a todo acto de violencia», tal y como afirmaba una declaración del secretario general de las Naciones Unidas el 20 de junio pasado.
La declaración hacía referencia a la matanza de ocho palestinos en Yenín, un día antes. Entre las víctimas había dos niños, Sadil Ghassan Turkman, de 14 años, y Ahmed Saqr, de 15 años. Huelga decir que Israel no se ocupa de la «protección» de estos y otros niños palestinos. Es la entidad la que hace el daño.
Pero dado que la ONU y otros miembros de la comunidad internacional se contentan con emitir declaraciones -«recordando a Israel» su responsabilidad o expresando su «profunda preocupación» por la situación o, en el caso de Washington, incluso culpando a los palestinos-, ¿qué otras opciones tienen los palestinos sino resistir?
El surgimiento de la Guarida de los Leones, las Brigadas de Yenín, las Brigadas de Nablus y muchos otros grupos y brigadas de este tipo, formados en su mayoría por refugiados palestinos pobres y mal armados, no es ningún misterio. Uno lucha cuando es oprimido, humillado y violado rutinariamente. Este papel ha regido las relaciones y los conflictos humanos desde el principio de los tiempos.
Pero el ascenso de los palestinos debe ser angustioso para quienes quieren mantener el statu quo. Uno de ellos es la Autoridad Palestina (AP).
La AP tiene mucho que perder si la revuelta palestina se extiende más allá de los límites del norte de Cisjordania. El presidente de la AP, Mahmoud Abbas, que goza de escasa legitimidad, no tendrá ningún papel político que desempeñar. Sin ese papel, por artificial que sea, los fondos extranjeros se agotarán rápidamente y la fiesta habrá terminado.
También hay mucho en juego para Israel.
El ejército israelí, bajo la dirección del enemigo de Netanyahu, el ministro de Defensa Yoav Gallant, quiere intensificar la lucha contra los palestinos sin repetir la invasión de ciudades a gran escala llevada a cabo en 2002. Pero la agencia de inteligencia interna, el Shin Bet, está cada vez más interesada en una represión a gran escala.
El ministro de Finanzas, de extrema derecha, Bezalel Smotrich, quiere explotar la violencia como pretexto para ampliar los asentamientos ilegales. Otro político de extrema derecha, el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, busca una guerra civil, liderada por los colonos judíos más violentos, el núcleo mismo de su electorado político.
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que lucha con sus propios problemas políticos y legales, intenta dar a cada uno un poco de lo que quiere, pero todo a la vez. Las paradojas son una receta para el caos.
Por primera vez desde la Segunda Intifada, Gallant ha reactivado los asesinatos aéreos de activistas palestinos. Los primeros de estos ataques tuvieron lugar en la región de Jalameh, cerca de Yenín, el 21 de junio.
Mientras tanto, el Shin Bet está ampliando su lista de objetivos. Seguramente se producirán más asesinatos.
Al mismo tiempo, Smotrich ya está planeando una expansión masiva de los asentamientos ilegales. Y Ben Gvir está enviando hordas de colonos para llevar a cabo pogromos en pacíficos pueblos palestinos. El infierno de Hawara del 26 de febrero se repitió en Turmus’ayya el 21 de junio.
Aunque Estados Unidos y sus socios occidentales sigan absteniéndose de intervenir en los supuestos «asuntos internos israelíes», deberían considerar detenidamente lo que está ocurriendo en Palestina. Esto no es lo de siempre.
La próxima Intifada en Palestina será armada, no facciosa y popular, con consecuencias demasiado difíciles de calibrar.
Aunque para los palestinos un levantamiento es un grito contra la injusticia en todas sus formas, para gente como Smotrich y Ben Gvir, la violencia es una estrategia hacia la expansión de los asentamientos, la limpieza étnica y la guerra civil. Teniendo en cuenta los pogromos de Hawara y Turmus’ayya, la guerra contra los civiles ha comenzado ya.
Foto de portada: Ömer Yıldız.