La institucionalización de la nueva Guerra Fría

Melvin Goodman, CounterPunch, 18 julio 2023

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Melvin A. Goodman es investigador principal del Center for International Policy y profesor de Gobierno en la Universidad Johns Hopkins.  Antiguo analista de la CIA, Goodman es autor de “Failure of Intelligence: The Decline and Fall of the CIA y “National Insecurity: The Cost of American Militarism y “A Whistleblower at the CIA. Sus libros más recientes son «American Carnage: The Wars of Donald Trump» (Opus Publishing, 2019) y «Containing the National Security State» (Opus Publishing, 2021). Goodman es columnista de seguridad nacional en counterpunch.org.

Los 31 países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) están dando aún la vuelta al ruedo por la última expansión de la alianza político-militar.  El jactancioso comunicado de la cumbre de la OTAN celebrada la semana pasada en Lituania contenía más de 60 referencias a las armas nucleares y prometía la modernización de las potencias nucleares de la OTAN: Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia.  Es más probable que se preposicione armamento militar avanzado, sobre todo artillería y sistemas de defensa antiaérea.  El Mar Báltico se convertirá en el Lago de la OTAN.

Cuando los países de la OTAN pongan fin a su celebración, será el momento de planificar la próxima Guerra Fría, que será mucho peor que la Guerra Fría que dominó las décadas de 1950 y 1960.  La Guerra Fría 2.0 será más cara que su predecesora, y mucho más difícil de llevar a su fin. El excesivo gasto militar complicará tareas mucho más urgentes como hacer frente a la crisis climática y a la próxima pandemia, que acabará produciéndose.  Por último, el control de armamentos y el desarme, que fue el principal proceso para poner fin a la anterior Guerra Fría, será más difícil de instrumentar.

A Estados Unidos le fue relativamente fácil gestionar la primera Guerra Fría.  Los doce miembros fundadores de la OTAN eran compatibles en cuanto a políticas y procesos; y la percepción de la amenaza era compartida.  En la Guerra Fría 2.0, Estados Unidos no será tan dominante; la alianza estará dividida entre sus miembros occidentales y orientales; y la percepción de la amenaza variará debido a la política interna y a la proximidad geográfica con Rusia.  Las actuales dificultades y debates sobre la pertenencia a Ucrania, las futuras relaciones con Rusia y los niveles adecuados de gasto en defensa ya están creando tensiones en el seno de la alianza.

Los partidarios estadounidenses de la expansión de la OTAN han proporcionado una serie de argumentos fatuos para defender su postura.  El New York Times ha pregonado que «Ucrania se ha convertido en un campo de pruebas para armas y sistemas de información de última generación, y nuevas formas de utilizarlos, que… podrían dar forma a la guerra en las generaciones venideras».  El complejo militar-industrial no podría haber escrito esta justificación de forma más sucinta.  Ideólogos de derechas, como Marc Thiessen, del Washington Post, se jactan de que «las lecciones aprendidas en el campo de batalla ucraniano podrían utilizarse para ayudar a Taiwán», lo que ignora las diferencias entre un asalto anfibio en Taiwán frente a la guerra de desgaste en Ucrania.

La anterior Guerra Fría estuvo acompañada de una profunda preocupación por el peligro de las armas nucleares y la necesidad de evitar una confrontación directa entre Estados Unidos y la Unión Soviética.  El secretario general soviético Nikita Jruschov fue derrocado en 1964 por su imprudente despliegue de misiles de corto y medio alcance en Cuba, que se resolvió diplomáticamente y condujo al primer acuerdo genuino de control de armamentos entre Moscú y Washington, así como a la creación de un sistema de comunicaciones de línea directa.  La opinión generalizada en Washington estos días es que el presidente ruso Vladimir Putin es demasiado racional para utilizar armas nucleares.  Ha habido numerosos fallos de inteligencia a lo largo de los años porque asumimos que nuestra racionalidad podía aplicarse a los demás, incluso a un líder ruso que ha actuado de forma tan temeraria en Ucrania.

El presidente Joe Biden y su equipo de seguridad nacional creen que Putin ya ha perdido la guerra y que el armamento militar occidental adicional le obligará a negociar.  Esto es similar a anteriores funcionarios estadounidenses, como el secretario de Estado James Byrnes, quien argumentó que el uso de la bomba atómica contra Japón en 1945 persuadiría a los soviéticos para retirar sus fuerzas de Europa del Este después de la guerra.

El exasesor adjunto de seguridad nacional de Trump Matthew Pottinger ha argumentado que «la derrota de Putin haría mucho daño a la credibilidad de Xi Jinping», al dejar claro que el líder chino había respaldado a un perdedor, debilitando así la asociación chino-rusa. Thiessen añade que una victoria ucraniana disuadiría a China, asumiendo que las cuestiones ucraniana y taiwanesa son inseparables, lo que no es el caso.  A la inversa, sostiene que una victoria rusa «envalentonaría a nuestros enemigos desde Oriente Medio hasta Asia Oriental» y «erosionaría las alianzas de Estados Unidos en Europa y Asia».

Hay muy poca inevitabilidad en el mundo geopolítico, pero una cosa es cierta: un enfrentamiento a largo plazo entre Rusia y Ucrania reavivará la posibilidad de una gran guerra terrestre europea, incluyendo la tensión política a lo largo de la frontera de Rusia con sus miembros de la OTAN e incluso un enfrentamiento directo ruso-estadounidense. Estados Unidos ya gasta en defensa tanto como el resto de la comunidad mundial, y republicanos y demócratas compiten actualmente por enormes aumentos de un presupuesto militar que ya está hinchado por demás.

En vista de estos ominosos acontecimientos, Estados Unidos y Rusia deben iniciar una comunicación directa sobre los acuerdos de seguridad en Europa.   Ha habido conversaciones informales entre funcionarios rusos, incluido el ministro de Asuntos Exteriores Sergey Lavrov, y antiguos funcionarios estadounidenses, como Charles Kupchan y Richard Haass, que recientemente escribieron en Foreign Affairs que la respuesta a la guerra puede encontrarse con armamento occidental adicional de largo alcance.

En cualquier caso, las conversaciones extraoficiales no sustituyen a las conversaciones entre el Departamento de Estado y el Ministerio de Asuntos Exteriores ruso.  Por desgracia, el secretario de Estado, Antony Blinken, no parece tener ningún interés en establecer vínculos con su homólogo, y la tercera responsable del departamento, Victoria Nuland, es una consolidada guerrera fría bien conocida por Moscú por interferir en la política interna ucraniana en 2014.  El equipo de seguridad nacional de Biden cree que sólo el armamento adicional pondrá fin a la guerra.

Ni Putin ni ningún probable sucesor de Putin aceptarán el hecho de que la frontera occidental de Rusia estará ocupada por Estados miembros de la OTAN que incluirán un ejército polaco muy poderoso; una Ucrania endurecida por el combate; tres Estados bálticos que acogerán fuerzas alemanas; y armamento militar sofisticado de Estados Unidos dondequiera que mire el Kremlin.  Además, Alemania se convertirá en una gran potencia militar, ya que el canciller Olaf Scholz se ha referido a la guerra entre Rusia y Ucrania como un punto de inflexión histórico.  Ucrania, además, recibirá garantías de seguridad al final de la guerra que incluirán eventualmente el ingreso en la OTAN.

Es fácil decir que Putin debería haber pensado en esto antes de invadir Ucrania el año pasado. En Europa se especula ya con la posibilidad de dar ingreso en la OTAN a Moldavia y Georgia, además de a Ucrania.  Estados Unidos tiene que entender que la actual espiral militar debe terminar antes de entrar en guerra con Rusia.  Sólo las conversaciones entre Washington y Moscú podrían identificar posibles compromisos en el teatro de operaciones europeo, lo que requerirá garantías de seguridad tanto para Rusia como para Ucrania.

Voces del Mundo

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