Boris Kagarlitsky, CounterPunch.com, 27 julio 2023
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

El doctor Boris Kagarlitsky es un historiador y sociólogo ruso afincado en Moscú. Es asimismo un prolífico autor de libros sobre la historia y la política actual de la Unión Soviética y Rusia y sobre el auge del capitalismo globalizado. Catorce de sus libros han sido traducidos al inglés. El más reciente en inglés es «From Empires to Imperialism: The State and the Rise of Bourgeois Civilisation» (Routledge, 2014). Kagarlitsky es redactor jefe de la revista en línea en lengua rusa Rabkor.ru (El Obrero). Por otra parte, es director del Instituto para la Globalización y los Movimientos Sociales, con sede en Moscú.
Presentación de Eric Draitser:
Boris Kagarlitsky ha sido durante décadas una poderosa voz del socialismo y el marxismo en Rusia y en todo el mundo. Su arresto y detención no hacen más que ilustrar el poder de su análisis incisivo y su firme determinación de resistir a la naturaleza cada vez más autoritaria y fascista de la Rusia de Putin. Aunque no es la primera vez que lo detienen -se enfrentó a cargos hace varios años como candidato a un cargo en el gobierno de la ciudad de Moscú-, esta última represión es preocupante, ya que el Estado ruso ha impuesto cargos y sentencias cada vez más draconianos incluso por actividades antibelicistas menores.
El célebre escritor, sociólogo y disidente Boris Kagarlitsky ha sido detenido por falsas acusaciones políticas. Que se le acuse de «promover el extremismo», «desacreditar a las fuerzas armadas de la Federación Rusa», «terrorismo» o «traición» es una distinción sin diferencia en la Rusia contemporánea, donde los juicios políticos se han convertido en la norma para quienes deciden decir la verdad sobre la guerra criminal de Rusia en Ucrania y su degenerada clase dirigente de oligarcas y apparatchiks del Kremlin.
En el momento de escribir estas líneas, Kagarlitsky ha sido enviado a prisión preventiva en la remota república de Komi, un territorio aislado justo al oeste de los Montes Urales, donde espera un «juicio» de un tribunal arbitrario fijado para el 24 de septiembre de 2023. No es casualidad que se le haya enviado a esta región aislada, donde incluso sus representantes legales tienen dificultades para llegar hasta él, en lugar de recluirlo en Moscú o San Petersburgo, donde podría tener acceso a una red de simpatizantes, amigos, periodistas y compañeros activistas.
Boris Kagarlitsky ha sido durante décadas una poderosa voz del socialismo y el marxismo en Rusia y en todo el mundo. Su arresto y detención no hacen más que ilustrar el poder de su incisivo análisis y su firme determinación de resistir a la naturaleza cada vez más autoritaria y fascista de la Rusia de Putin. Aunque no es la primera vez que lo detienen -se enfrentó a cargos hace varios años como candidato a un cargo en el gobierno de la ciudad de Moscú-, esta última represión es preocupante, ya que el Estado ruso ha impuesto cargos y sentencias cada vez más draconianos incluso por actividades antibelicistas menores.
CounterPunch lleva años publicando los escritos de Kagarlitsky. Tengo la suerte de llamar a Boris camarada y le he dado la bienvenida a CounterPunch Radio varias veces, incluyendo el pasado septiembre cuando él y yo discutimos las motivaciones detrás de la guerra criminal de Putin, el papel de la OTAN, el imperialismo ruso, y mucho más. La detención de Boris es también un recordatorio de la política cancerígena de sectores de la izquierda totalmente desacreditados y moralmente en bancarrota que han restado importancia a los crímenes rusos, y tácita o abiertamente han justificado la agresión rusa bajo la falsa bandera del «antiimperialismo», y han dado cobertura de izquierda a esta guerra de revanchismo imperial.
CounterPunch se enorgullece de apoyar a Boris Kagarlitsky y de oponerse a esta persecución política a manos del régimen de Putin. Exigimos su liberación inmediata y nos solidarizamos con todos sus colegas en Rabkor, en toda Rusia y en todo el mundo.
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«Ellos pueden, pero nosotros no».
Tuvimos que repetirlo durante muchos meses, cuando opositores de izquierdas y liberales fueron detenidos y enviados a juicio por la mera palabra «guerra» pronunciada en relación con operaciones militares en el territorio de Ucrania, mientras Igor Strelkov y sus socios criticaban palabras de la cúpula militar, se quejaban de las derrotas en el frente y hablaban abiertamente del terrible estado de cosas en las unidades militares. Está claro que se fueron de rositas al no cuestionar la necesidad misma de la acción militar. Al principio, no se llamó a Putin por su nombre ni se le reprendió directamente. Sólo se le reprochó no haber sido lo suficientemente severo. En cuanto a Ucrania, se adhirieron estrictamente a la opinión de que un país con ese nombre no debería existir.
Pero todo ha cambiado. El 21 de julio a las 11:30 vinieron a por Strelkov, agentes del FSB detuvieron al fundador del Club de los Patriotas Enfadados. Anteriormente, se presentaron cargos contra el coronel retirado Vladimir Kvachkov, otro conocido miembro del Club. Va a ser castigado por desacreditar al ejército ruso.
Por supuesto, Strelkov cruzó ciertas líneas no escritas al hacer comentarios insultantes sobre Putin. Pero lo más importante es que la situación ha cambiado.
A los Patriotas Enfadados se les puede acusar con razón de agresividad y sed de sangre (y en el contexto de sus compañeros de armas, Strelkov es incluso uno de los más moderados). Sin embargo, su principal problema no radica en sus opiniones per se, sino en su monstruosa ingenuidad política y su analfabetismo económico, que los han llevado a donde están hoy. No comprendieron que las operaciones militares se han ejecutado con tanta competencia y eficacia como es capaz de hacerlo el actual Estado ruso. No quisieron aceptar que los objetivos de este conflicto no tenían nada que ver con las declaraciones oficiales (que, en cualquier caso, se contradecían constantemente), ni con los hermosos sueños de restaurar el Imperio Ruso o la URSS, sobre los que siguen delirando los Patriotas Enfadados. Las autoridades, dicen, lo han hecho todo bien y han resuelto sus problemas lo mejor que han podido. Si lo quieren de otra manera, entonces tienen que cambiar el sistema estatal y los objetivos políticos. Pero el problema es que cualquier cambio suficiente no dejaría espacio ni para la oligarquía actual ni para una agenda «patriótica» destinada a volver a un pasado imaginario.
Una cualidad única de la élite rusa es que no sólo se niega a admitir sus errores, sino que tampoco desea ser consciente de la existencia de problemas objetivos (en particular, de aquellos problemas generados por sus propias acciones). En lugar de reconocer los problemas, las autoridades sólo ven amenazas, y reaccionan a estas amenazas de dos maneras: mintiendo en televisión o con represión. La una, por supuesto, es inseparable de la otra.
Las mentiras de los propagandistas modernos del Kremlin son radicalmente diferentes de las que veíamos en la URSS. En aquellos días, la propaganda estaba al menos dirigida a resolver problemas estratégicos reales, a movilizar el apoyo y la participación pública. Hoy en día sólo se requiere una justificación inmediata de la situación actual, mientras que un cambio de rumbo no requiere explicación alguna, sino sólo la negativa a reconocer las propias declaraciones pasadas, ¡simplemente no existían! La práctica descrita satíricamente por el Sr. Orwell en 1984 se ha convertido en nuestra rutina diaria. No se exige nada a la sociedad excepto amnesia política.
Strelkov y sus Patriotas Enfadados empezaron a representar una amenaza no en el momento en que empezaron a criticar el curso de las hostilidades, sino cuando empezaron a tomarse en serio la retórica con la que habían sido alimentados durante el último año y medio.
No hace falta pensar en la justificación del régimen de por qué se inició toda esta operación. Es evidente que las autoridades no se la toman en serio y que se están preparando para dar un gran giro. Funcionarios de todos los niveles son muy conscientes de que es necesario abandonar el territorio de Ucrania, cuanto antes mejor. Todavía no sabemos cómo se hará y, lo que es más importante, quién lo hará. Está claro que Putin no entra en estos cambios de planes, pero tras la rebelión de Yevgeny Prigozhin, para nadie es un secreto que su reinado se acerca a su fin. Mientras tanto, los Patriotas Enfadados pueden ser silenciados con el pretexto de la falta de respeto al gobernante. Se han convertido en mucho más peligrosos que la oposición de izquierdas y liberal, no porque ofrezcan algún tipo de alternativa, o porque quieran o puedan cambiar algo, sino porque se aferran obstinadamente a la vieja agenda en el mismo momento en que las propias élites gobernantes se disponen a cambiar esta agenda.
Los Patriotas Enfadados crean un fermento ideológico para una revuelta conservadora. No pueden organizar nada por sí mismos, y no van a hacerlo. Pero nunca se sabe cómo resonarán sus propias palabras. ¿Y si la gente, que ya ha visto bastante la televisión, se toma demasiado en serio las pesadas consignas proclamadas antes? El respeto al poder en la Rusia actual no requiere apoyo a sus objetivos oficiales en constante cambio, que se contradicen entre sí y contradicen la realidad, sino que requiere humildad. Un público leal debe estar dispuesto a ser leal a cualquier decisión. Entonces intentarán aplastar a los patriotas sinceros, a los admiradores del imperio zarista, a los militaristas, a los nostálgicos de la URSS y, simplemente, a los que memorizaron demasiado los mantras de ayer.
La oposición de ayer puede regodearse hoy. Pero esto no tiene nada de bueno. Por muy equivocados que estén los Patriotas Enfadados, por muy terribles declaraciones que hagan, se les castiga no por sus pecados, ni siquiera por sus principios, sino por el hecho de tener principios. Incluso si tales medidas anuncian un cambio de política, no hay la menor razón para pensar que el siguiente giro será más exitoso que el anterior. Los problemas no sólo no se resuelven, sino que ni siquiera se reconocen. Los que están en el poder empiezan ahora a comprender que todavía tienen que salir de la trampa ucraniana, a la que saltaron alegremente hace año y medio. Pero después de eso, toda la enorme carga de otros problemas sin resolver caerá sobre sus -y nuestras- cabezas.
Sin embargo, si alguien intentara seriamente resolver estos problemas en el ámbito de la economía, la política, la gestión, la vida social y las relaciones internacionales, no habría campaña ucraniana, ni situación actual, ni Club de los Patriotas Enfadados.
(Traducido del ruso al inglés por Dan Erdman.)