La sangre de Gaza se halla tanto en las manos de Occidente como en las de Israel

Jonathan Cook, Middle East Eye, 11 octubre 2023

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Jonathan Cook es autor de tres libros sobre el conflicto palestino-israelí y ganador del Premio Especial de Periodismo Martha Gellhorn. Sitio web y blog: http://www.jonathan-cook.net

La mano más sangrienta en la actual matanza de palestinos e israelíes no pertenece a Hamás ni al gobierno de Netanyahu, pertenece a Occidente.

Sí, combatientes palestinos llevaron a cabo un brutal ataque el fin de semana contra asentamientos israelíes en los límites de la Franja de Gaza. Pero este ataque no surgió de la nada, ni sin previo aviso. No fue «no provocado», como Israel quiere hacernos creer.

De hecho, las capitales occidentales saben exactamente hasta qué punto se ha provocado a los palestinos de Gaza, porque esos mismos gobiernos han sido cómplices durante décadas en el apoyo a Israel mientras éste ha limpiado étnicamente a los palestinos de su tierra natal y ha encarcelado a los restos de la población en guetos a lo largo y ancho de su patria.

Durante los últimos 16 años, el apoyo occidental a Israel no ha flaqueado, aunque Israel haya convertido el enclave costero de Gaza, la mayor prisión al aire libre del mundo, en una espantosa cámara de tortura, donde se experimenta con los palestinos.

Se les ha racionado la comida y la electricidad, se les ha negado lo esencial para la vida, se les ha suprimido poco a poco el acceso al agua potable y se ha impedido que sus hospitales reciban suministros y equipos médicos.

El problema no es la ignorancia. Los gobiernos occidentales han estado bien informados en tiempo real de los crímenes que Israel está cometiendo: en cables confidenciales de los funcionarios de sus propias embajadas y en interminables informes de grupos de derechos humanos que documentan el régimen de apartheid de Israel sobre los palestinos.

Y, sin embargo, una y otra vez, los políticos occidentales no han hecho nada para intervenir, nada para ejercer una presión significativa. Peor aún, han recompensado a Israel con un sinfín de ayudas militares, financieras y diplomáticas.

Animales humanos

Occidente no es menos responsable ahora que Israel intensifica su bárbaro trato a Gaza. El ministro de Defensa, Yoav Gallant, decidió esta semana profundizar el asedio a Gaza cortando el suministro de alimentos y electricidad, un crimen contra la humanidad.

Se ha referido a la población palestina enjaulada en el enclave -hombres, mujeres y niños- como «animales humanos«.

La deshumanización, como la historia ha demostrado una y otra vez, es el preludio de atrocidades y horrores cada vez mayores.

¿Cómo ha respondido Occidente?

El presidente Joe Biden ha declarado -con su aprobación- que se avecina una «larga guerra» entre Israel y Hamás. Washington parece disfrutar con las guerras largas, que siempre suponen un impulso para su industria armamentística y una distracción de sus problemas internos.

Un portaaviones estadounidense está en camino. Las autoridades ya se están preparando para enviar misiles y bombas que se utilizarán una vez más para matar a civiles palestinos desde el aire, así como munición para que las tropas israelíes ametrallen las comunidades palestinas durante la próxima invasión terrestre.

Y, por supuesto, habrá muchos fondos adicionales para Israel, dinero que nunca se encuentra cuando lo necesitan los ciudadanos estadounidenses más vulnerables.

Esos fondos se sumarán a los casi 4.000 millones de dólares que Washington envía actualmente cada año a un gobierno israelí de autodeclarados fascistas y supremacistas étnicos, cuyo objetivo expreso es anexionarse los últimos fragmentos de territorio palestino que quedan, tan pronto como consigan la luz verde de Washington.

El primer ministro británico, Rishi Sunak, no quiere quedarse atrás mientras Israel inflige un castigo colectivo a los palestinos de Gaza y empieza a masacrarlos tan indiscriminadamente como Hamás hizo con los asistentes a la fiesta israelí del fin de semana.

Una bandera israelí gigante e iluminada estaba blasonada en la fachada de la casa más conocida de Gran Bretaña: el número 10 de Downing Street, residencia oficial de Sunak. El primer ministro ha ofrecido «asistencia militar» e «inteligencia», presumiblemente para ayudar a Israel a bombardear a la población enjaulada de Gaza.

Sufrir en silencio

Lo cierto es que nunca se habría llegado a este momento de catástrofe sin que las potencias occidentales consintieran, subvencionaran y dieran cobertura diplomática a la brutalidad de Israel contra el pueblo palestino, década tras década.

Sin ese apoyo incondicional y sin la complicidad de los medios de comunicación occidentales, que han transformado los robos de tierras por parte de los colonos y la opresión por parte de los soldados en una especie de «crisis humanitaria«, Israel nunca habría podido salir impune de sus crímenes.

Se habría visto obligado a llegar a un acuerdo adecuado con los palestinos, y no a los falsos acuerdos de Oslo, que sólo pretendían atrapar a los «buenos» dirigentes palestinos para que colaboraran en la subyugación de su propio pueblo.

Israel también se habría visto obligado a normalizar realmente las relaciones con sus vecinos árabes, no a intimidarlos para que aceptaran una Pax Americana en Oriente Próximo.

En cambio, Israel se ha sentido libre para seguir una política de escalada implacable, vendida por los medios de comunicación occidentales como «calma» o «tranquilidad», hasta que los palestinos intentan devolver el golpe a sus verdugos.

Sólo entonces se utiliza el término «escalada». Siempre son los palestinos los que «intensifican las tensiones«. El permanente estado de opresión infligido por Israel puede entonces reconocerse con seguridad y rebautizarse como «represalia«.

Se espera que los palestinos sufran en silencio. Porque cuando hacen ruido, corren el riesgo de recordar a la opinión pública occidental lo falsas e interesadas que son realmente las apelaciones de los dirigentes occidentales al «orden basado en normas».

De vuelta a la Edad de Piedra

¿Adónde conduce en última instancia esta indulgencia sin fin de Occidente?

Israel ya se ha atrevido a hacer mucho más explícita su política hacia los dos millones de habitantes de Gaza. Existe una palabra para referirse a esa política, una que se supone que no debemos utilizar para evitar ofender a quienes la aplican, así como a quienes apoyan silenciosamente su aplicación.

Ya sea por diseño o por resultado, el hecho de que Israel mate de hambre a los civiles, los deje sin electricidad, los prive de agua potable e impida que los hospitales atiendan a los enfermos y heridos -que atiendan a quienes Israel ha bombardeado- es una política genocida.

Los gobiernos occidentales también lo saben. Porque los dirigentes israelíes no han ocultado nunca lo que hacen.

Hace quince años, poco después de que Israel instituyera su asfixiante asedio a Gaza por tierra, mar y aire, el entonces viceministro de Defensa, Matan Vilnai, afirmó que Israel estaba dispuesto a llevar a cabo una «Shoah» -la palabra hebrea para Holocausto- en Gaza. Si los palestinos querían evitar este destino, dijo, debían callarse ante su reclusión.

Seis años después, Ayelet Shaked, que pronto sería nombrada alta ministra israelí, declaró que todos los palestinos de Gaza eran «el enemigo«, e incluyó a «sus ancianos y sus mujeres, sus ciudades y sus pueblos, sus propiedades y sus infraestructuras».

Pidió a Israel que matara a las madres de los combatientes palestinos que se resisten a la ocupación para que no pudieran dar a luz a más «pequeñas serpientes»: niños palestinos.

Durante las elecciones generales de 2019, Benny Gantz, entonces líder de la oposición y pronto ministro de Defensa, hizo campaña con un vídeo en el que celebraba su etapa como jefe del ejército israelí, cuando «partes de Gaza fueron devueltas a la Edad de Piedra».

En 2016, otro general, Yair Golan, que en ese momento era el segundo al mando del ejército israelí, describió los acontecimientos en Israel como un eco del período en Alemania que condujo al Holocausto.

Cuando se le pidió que comentara el comentario de Golan durante una entrevista este año, el general retirado Amiram Levin estuvo de acuerdo en que Israel se estaba pareciendo cada vez más a la Alemania nazi. «Duele, no es agradable, pero es la realidad».

La sangre de Gaza

Los dirigentes occidentales observaron todo esto: cómo se mantenía hambrientos a los civiles palestinos -la mitad de la población del enclave son niños-, se les negaba el agua potable, se les negaba la electricidad, se les negaba una atención médica adecuada y se les sometía repetidamente a bombardeos espantosos.

Por un lado, Occidente fingía preocuparse por las sutilezas jurídicas de la «proporcionalidad». Por el otro, animaba a Israel. Habló de «lazos inquebrantables», de «derechos incuestionables», de «autodefensa».

Se hizo eco de figuras como Gallant. Los palestinos no eran seres humanos con capacidad y voluntad. No eran personas luchando por su libertad y dignidad.

No eran un pueblo que se resistía a su ocupación y desposesión, como tenían pleno derecho a hacer en virtud del derecho internacional, un derecho que el mundo celebra cuando se trata de los ucranianos.

No eran las víctimas o los partidarios de sus líderes «terroristas». Como tales, han sido tratados por Occidente como si hubieran perdido todo derecho a ser escuchados, a ser valorados, a ser tratados como humanos.

Los políticos y los medios de comunicación occidentales esperan que los palestinos de Gaza permanezcan en su cámara de tortura, se muerdan los labios y sufran en silencio para que las conciencias de Occidente no se vean perturbadas.

Hay que decirlo. La población de Gaza se enfrenta a un silencioso y lento camino hacia el exterminio. Y quienes lo financian, quienes lo permiten, son Estados Unidos y sus aliados europeos. Sus manos son las que están empapadas de la sangre de Gaza.

Foto de portada: Médicos palestinos atienden a niños heridos por los bombardeos israelíes sobre Gaza en el hospital de Shifa, 9 de octubre de 2023 (Reuters).

Voces del Mundo

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