Jeremy Scahill, The Intercept, 14 noviembre 2023
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Jeremy Scahill es corresponsal y redactor jefe de The Intercept y uno de sus tres editores fundadores. Es reportero de investigación, corresponsal de guerra y autor de los superventas internacionales «Dirty Wars: The World Is a Battlefield» y «Blackwater: The Rise of the World’s Most Powerful Mercenary Army”. Ha informado desde Afganistán, Iraq, Somalia, Yemen, Nigeria, la antigua Yugoslavia y otros lugares del mundo y ha sido corresponsal de seguridad nacional para The Nation y Democracy Now! El trabajo de Scahill ha desencadenado varias investigaciones del Congreso y le ha valido algunos de los más altos honores del periodismo. Recibió dos veces el prestigioso premio George Polk, en 1998 por reportajes sobre el extranjero, y en 2008 por «Blackwater«. Scahill es productor y guionista de la galardonada película «Dirty Wars«, que se estrenó en el Festival de Sundance de 2013 y estuvo nominada al Oscar.
Mientras Israel intensificaba sus ataques contra Gaza la semana pasada, incluidos ataques contra múltiples hospitales, e imponía un éxodo forzoso de cientos de miles de civiles de sus hogares, al presidente Joe Biden le preguntaron sobre las posibilidades de un alto el fuego en Gaza. «Ninguna», respondió Biden. «Ninguna posibilidad».
Con un número de muertos que ha superado ya los 11.000 palestinos, entre ellos casi 5.000 niños, el alcance de la divergencia pública de Biden con respecto a la guerra de aniquilación a tierra quemada de su «gran, gran amigo» Benjamin Netanyahu se reduce a sugerencias mansamente redactadas de «pausas humanitarias».
El viernes, el secretario de Estado Antony Blinken señaló: «Han sido asesinados demasiados palestinos; demasiados han sufrido estas últimas semanas, y queremos hacer todo lo posible para evitarles daños y maximizar la ayuda que les llega». Estos tópicos poco sinceros se funden en un charco de sangre cuando se yuxtaponen a las acciones de la administración.
La administración Biden ha canalizado armas, apoyo de inteligencia y un inquebrantable respaldo político a la campaña pública de Israel para borrar de la tierra la existencia de Gaza como territorio palestino. Mientras los colonos israelíes llevan a cabo campañas de terror contra los palestinos en Cisjordania, Estados Unidos sigue atrincherado en su aislamiento global y la semana pasada votó en contra de una resolución de la ONU que exigía el fin de los asentamientos ilegales. La resolución condenaba los asentamientos ilegales israelíes, calificándolos de «ilegales y un obstáculo para la paz». La resolución, que fue aprobada por 145 votos a favor y 7 en contra, exigía «el cese inmediato y completo de todas las actividades israelíes de asentamiento en todo el Territorio Palestino Ocupado». Sólo cinco países se sumaron al voto negativo de Estados Unidos e Israel: Canadá, Hungría, las Islas Marshall, Micronesia y Nauru.
Mientras las capitales de las principales ciudades del mundo han sido testigos de protestas masivas a una escala que no se registraba desde la invasión de Iraq en 2003, Netanyahu ha estado inmerso en un bombardeo mediático estadounidense, apareciendo en programas de entrevistas dominicales para presentar lo que está en juego en su guerra «para destruir a Hamás», como algo similar a la Segunda Guerra Mundial. «Sin ella, ninguno de nosotros tiene futuro. Y no es sólo nuestra guerra, también es la vuestra. Es la batalla de la civilización contra la barbarie», dijo en el programa «State of the Union» de la CNN. «Y si no ganamos aquí, esta lacra seguirá adelante. Pasará a otros lugares de Oriente Medio. Oriente Medio caerá. Y Europa será la siguiente. Será la siguiente».
Netanyahu ha explotado descaradamente el dolor de los ciudadanos israelíes cuyas vidas quedaron destrozadas el 7 de octubre, cuando Hamás lanzó una serie de ataques coordinados dentro de Israel. Esos ataques se saldaron con la muerte de 846 civiles, 278 soldados israelíes y 44 policías, según las últimas cifras facilitadas por Israel. Algunos familiares de las víctimas, así como parientes de los 240 rehenes tomados por Hamás y otros grupos militantes -entre ellos bebés y ancianos- se han convertido en algunos de los críticos más acérrimos del gobierno de Netanyahu. Un pequeño número de ellos se ha manifestado en contra de sus ataques a Gaza, aunque sus voces se ven en gran medida ahogadas por las voces favorables a la guerra en la cobertura de los medios de comunicación occidentales.
«Os lo ruego, se lo ruego también a mi gobierno y a los pilotos y soldados que puedan ser llamados a entrar en Gaza. No lo acepten. Protejan la zona que rodea la Franja de Gaza, pero no acepten entrar y matar a gente inocente», dijo Noy Katsman, cuyo hermano mayor, Hayim, fue asesinado el 7 de octubre en el kibutz en el que vivía desde hacía una década. Los padres de Maoz Inon también fueron asesinados ese día. «Hoy, Israel está repitiendo un viejo error que cometió muchas veces en el siglo pasado. Debemos pararlo», escribió Inon. «La venganza no va a devolver la vida a mis padres. Tampoco va a devolver la vida a otros israelíes y palestinos asesinados. Va a hacer lo contrario. Causará más víctimas. Provocará más muertes».
En el último mes, Biden ha puesto en duda el alcance de las muertes de civiles palestinos, ha defendido las violentas agendas extremistas de Netanyahu y ha dejado claro que la postura de Estados Unidos se reduce a esto: castigar colectivamente a los palestinos por las acciones de Hamás entra dentro de la doctrina de la «autodefensa». Biden ha apoyado a Israel mientras funcionarios del gobierno han descrito abiertamente un programa de limpieza étnica de palestinos, proclamando una «Nakba de Gaza», amenazando con hacer en Beirut lo que han hecho en Gaza, calificando hospitales y ambulancias de «objetivos militares legítimos» y acusando a trabajadores de la ONU de ser de Hamás y a periodistas de ser «cómplices de crímenes contra la humanidad». Más de 100 trabajadores de la ONU y al menos 40 periodistas y trabajadores de los medios de comunicación han muerto en Gaza desde el 7 de octubre. Aproximadamente uno de cada 200 palestinos ha muerto en Gaza desde el comienzo de los ataques de Israel.
El asesor de seguridad nacional, Jake Sullivan, cuando le preguntaron el domingo en la CNN si Israel respeta las reglas de la guerra, respondió: «No voy a sentarme aquí y hacer de juez o jurado sobre esa cuestión. Lo que voy a hacer es exponer el principio de Estados Unidos sobre esta cuestión, que es directo: Israel tiene el derecho, de hecho la responsabilidad, de defenderse de un grupo terrorista». Al mismo tiempo, Estados Unidos está aumentando el flujo de armas a Israel -y Biden propuso 14.500 millones de dólares en ayuda militar adicional– mientras que su máximo responsable de seguridad nacional no puede afirmar si Israel está llevando a cabo operaciones que contravienen el derecho internacional.
Muy conscientes de la creciente oposición a la guerra de Israel dentro y fuera del país, e incluso dentro de su propia administración, Biden y sus asesores han tratado de hacer creer que están tratando de moderar las tácticas de Israel. Se aseguran de que la prensa estadounidense sepa que Biden ha instado a no llevar a cabo una invasión terrestre a gran escala, ha propuesto pausas limitadas en los bombardeos y ha expresado su preocupación por la crisis humanitaria de los civiles palestinos. El lunes, tras días de incesantes ataques israelíes contra los hospitales de Gaza y las desesperadas súplicas de médicos y organizaciones sanitarias y de ayuda internacionales, Biden abordó por fin la cuestión, pero sólo después de que se le preguntara directamente. «Hay que proteger los hospitales», dijo en respuesta a una pregunta de la prensa. «Mi esperanza y expectativa es que haya una acción menos intrusiva en relación con los hospitales».
El creciente esfuerzo de la Casa Blanca por dar a entender que le preocupan las muertes de civiles y que hace todo lo posible por instar a Israel a que evite masacrar a civiles a escala industrial es un esfuerzo por ofuscar el papel de Estados Unidos como aliado central de Israel que permite esta matanza. Es un grotesco juego de salón que sólo funciona si los hechos y la historia no importan. Y en el caso de Biden, esa historia es bien extensa.

Estudiantes, profesores y aliados solidarios con Palestina piden un alto el fuego entre Hamás e Israel durante un paro estudiantil en Manhattan el 9 de noviembre de 2023. (Foto: Pacific Press/LightRocket vía Getty Images)
Apoyo a las guerras de Israel
Durante 50 años, Biden ha sido coherente en su apoyo a las guerras de Israel contra los palestinos. Una y otra vez ha respaldado y facilitado las campañas de terror emprendidas por una potencia nuclear contra un pueblo que no tiene Estado, ni ejército, ni fuerza aérea, ni marina, y una infraestructura civil casi inexistente. Mientras Gaza arde en una pira humeante de muerte y destrucción, Biden, de 80 años, puede estar supervisando el acto final de su devoción a la agenda más extrema de Israel. Su legado debería estar para siempre atormentado por los nombres de los niños muertos de Gaza, miles de los cuales han muerto en cuestión de semanas bajo el fuego infernal de las armas y el apoyo fabricados por Estados Unidos.
Biden lleva en cargos públicos más tiempo que casi cualquier político estadounidense de la historia. Su carrera en el Senado comenzó en vísperas de la guerra árabe-israelí de 1973, cuando viajó para reunirse con la primera ministra israelí Golda Meir. «Me senté frente a ella durante una hora, mientras ella daba vuelta a los mapas de arriba abajo, fumando sin parar, y me hablaba de la Guerra de los Seis Días [de 1967]», relató Biden. Lo calificó como «una de las reuniones más trascendentales que he tenido en mi vida». Pero, como ha ocurrido con no pocas de las viñetas de Biden sobre su papel central en acontecimientos históricos, en sus numerosas y variadas versiones de esa historia, parece haber exagerado lo importante que fue esa reunión para Meir y los israelíes.
Durante las décadas siguientes y hasta los actuales horrores infligidos a la población de Gaza, Biden ha actuado como uno de los más acérrimos promotores de la agenda colonialista de Israel, defendiendo a menudo el uso desproporcionado de la fuerza por parte de Israel, el castigo colectivo y, en ocasiones, auténticas masacres. «Si no existiera Israel, Estados Unidos tendría que inventar un Israel para proteger sus intereses en la región», dijo Biden en el Senado en 1986. Repitió esa misma frase a principios de este año durante una visita en julio del presidente israelí Isaac Herzog a Washington. Durante el viaje de Biden a Israel el mes pasado, mientras Israel intensificaba sus ataques contra Gaza y se disparaba el número de víctimas civiles, dijo a Netanyahu y a su gabinete de guerra: «No creo que haya que ser judío para ser sionista, y yo soy sionista».
Conseguir apoyo para el poderío militar de Israel y canalizar dinero y apoyo político a Israel ha sido un componente central de la agenda de política exterior de Biden a lo largo de su carrera. Le gusta llamarse a sí mismo «el mejor amigo católico de Israel». En 2016, durante una visita a Israel, Netanyahu se deshizo en elogios hacia Biden, entonces vicepresidente. «El pueblo de Israel considera a la familia Biden parte de nuestra familia», dijo. «Quiero agradecerle personalmente su, nuestra amistad personal de más de 30 años. Nos conocemos desde hace mucho tiempo. Hemos pasado por muchas pruebas y tribulaciones. Y tenemos un vínculo duradero que representa el vínculo duradero entre nuestros pueblos».
Hay una anécdota de estas décadas de dedicación de Biden a Israel que parece inquietantemente premonitoria dado el baño de sangre que se está produciendo en Gaza en estos momentos. Tuvo lugar a principios de la invasión israelí del Líbano en 1982. En público, Biden no era ni un animador de la invasión ni un opositor. Pero en una reunión privada del Comité de Relaciones Exteriores del Senado con el primer ministro Menachem Begin en junio de 1982, el apoyo de Biden a la brutalidad de la invasión pareció superar incluso a la del gobierno israelí.
Cuando el primer ministro israelí fue interrogado en el Senado por el uso desproporcionado de la fuerza por parte de Israel, incluido el ataque a civiles con bombas de racimo, Biden, en palabras de Begin, «se levantó y pronunció un discurso muy apasionado» defendiendo la invasión. A su regreso a Israel, Begin declaró a los periodistas israelíes que se quedó estupefacto cuando Biden «dijo que iría incluso más lejos que Israel, añadiendo que rechazaría enérgicamente a cualquiera que intentara invadir su país, incluso si eso significaba matar a mujeres o niños». Begin declaró: «Me desvinculé de esos comentarios», y añadió: «Le dije: No, señor; hay que prestar atención. Según nuestros valores, está prohibido hacer daño a mujeres y niños, incluso en la guerra. A veces también hay víctimas entre la población civil. Pero está prohibido aspirar a esto. Este es un criterio de civilización humana, no hacer daño a los civiles».
Viniendo de Begin, los comentarios fueron sorprendentes, porque había sido famoso como líder del Irgun, un grupo militante que llevó a cabo algunos de los peores actos de limpieza étnica que acompañaron a la creación del Estado de Israel, incluida la masacre de Deir Yassin en 1948. Los detalles de su intercambio con Biden sobre el Líbano no recibieron atención en la prensa estadounidense. En su lugar, el New York Times se centró en lo que denominó el «intercambio más agrio» entre Biden y Begin sobre la cuestión de los asentamientos israelíes, a los que Biden se oponía porque, según él, estaban dañando la reputación de Israel en EE. UU. «Insinuó -algo más que insinuar- que si continuamos con esta política, es posible que proponga recortar nuestra ayuda financiera», alegó Begin.
A lo largo de los años, Biden se ha referido a este enfrentamiento al explicar su oposición a la expansión de los asentamientos israelíes en Cisjordania como un desacuerdo entre muy buenos amigos. Biden lleva mucho tiempo argumentando que estas expansiones socavan las perspectivas de un acuerdo de paz entre Israel y los palestinos, aunque su retórica se ha visto a menudo contradicha por sus acciones, como fue el caso de su oposición a la votación de la ONU de la semana pasada que calificaba los asentamientos de ilegales.
El vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, pronuncia un discurso en la conferencia política anual del Comité Estadounidense-Israelí de Asuntos Públicos en Washington, D.C., el 5 de mayo de 2009. (Foto: Saul Loeb/AFP vía Getty Images)
«Se mató a inocentes»
En la década de 1990, cuando Biden consolidó su reputación como senador de primera línea en política exterior, a menudo ayudó a dirigir legislación y paquetes de financiación a Israel que, según grupos de derechos humanos y organizaciones internacionales de ayuda, obstaculizarían los esfuerzos para negociar una paz duradera y afianzarían aún más el Estado de apartheid impuesto a millones de palestinos en Cisjordania y Gaza.
Biden fue uno de los primeros partidarios de trasladar la embajada de Estados Unidos en Israel a Jerusalén, un traslado que finalmente tuvo lugar en 2018 bajo la administración Trump. En 1995, Biden ayudó a aprobar una resolución del Senado que exigía el traslado de la embajada para mayo de ese año. A pesar de las objeciones de que perjudicaría las conversaciones de paz entre israelíes y palestinos en curso al decidir una cuestión clave por decreto, Biden dijo que el traslado enviaría una señal positiva a la región. «Hacer menos haría el juego a aquellos que harían todo lo posible por negar a Israel todos los atributos de la condición de Estado», afirmó Biden.
En 2001, tras las inusuales críticas públicas de la administración Bush a la política israelí de asesinar a presuntos militantes palestinos, Biden defendió el derecho de Israel a llevar a cabo esos asesinatos e incluso reprendió al presidente George W. Bush por criticarlos. Mi opinión siempre ha sido que los desacuerdos entre Israel y Estados Unidos, esas diferencias deben ventilarse en privado, no en público», dijo Biden. También defendió la legalidad de los asesinatos selectivos, que en su momento fueron considerados muy cuestionables por los expertos jurídicos por producirse fuera de un conflicto declarado. «No creo que se trate de una política de asesinatos», dijo Biden, refiriéndose a los ataques contra presuntos miembros de Hamás. «Hay en efecto una guerra declarada, una declaración de una organización que ha dicho que su objetivo es hacer todo lo posible por matar a civiles israelíes».
En julio de 2006, Israel bombardeaba tanto Gaza como el sur del Líbano, con Biden animándolo. Los israelíes, dijo Biden en MSNBC, «han hecho en ambos casos, tanto en Gaza como en el sur del Líbano, lo correcto». Ante las condenas internacionales por la brutalidad de los ataques israelíes, Biden defendió a Israel. «Me parece fascinante: la gente habla de si Israel ha ido demasiado lejos. Nadie habla, en primer lugar, de si Israel está justificado», dijo en «Meet the Press«. A menos que los críticos de Israel reconozcan que fue víctima del terrorismo, dijo, «creo que es horrible, creo que es una cuestión secundaria si Israel ha ido demasiado lejos».
Biden dijo que su «única crítica a los israelíes es que no son muy buenos en relaciones públicas». Comparó los ataques de Israel contra Gaza y Líbano con la invasión y ocupación estadounidense de Afganistán tras los atentados del 11 de septiembre. «Es un poco lo mismo que nos pasó cuando entramos en Afganistán», dijo Biden en una conferencia de prensa en julio de 2006. «Entramos en Afganistán, ¿recuerdan que liquidamos una fiesta de boda por accidente? ¿Recuerdan que, con esos misiles tan sofisticados que teníamos, matamos accidentalmente a algunos ciudadanos? ¿Hubo alguna guerra más justificada que la de Afganistán? No se me ocurre ninguna guerra más justificada desde la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, murieron inocentes en nuestro intento de proteger los intereses de Estados Unidos». En agosto de 2006, más de 1.000 personas habían muerto en la guerra de Israel contra Líbano, y UNICEF calculaba que el 30% de las víctimas fueron niños.
Durante su mandato como vicepresidente, Biden desempeñó a menudo el papel de apaciguar a su amigo Netanyahu, que aborrecía al presidente Barack Obama. Durante esos ocho años, Obama mantuvo en gran medida la antigua postura de Estados Unidos de bombardear a Israel con armas y otras ayudas a pesar de las repetidas disputas políticas con Netanyahu, sobre todo en relación con Irán y los asentamientos israelíes. Durante numerosos episodios en los que Israel desencadenó una violencia gratuita que provocó la condena internacional, Biden fue el defensor estadounidense más destacado de Israel.
A principios del verano de 2010, un grupo de activistas, en su mayoría turcos, intentó llevar una flotilla de ayuda humanitaria a la asediada Franja de Gaza. El intento fue interceptado por el ejército israelí, que lanzó una redada contra un barco (el Mavi Marmara) que se saldó con la muerte de nueve personas, entre ellas un ciudadano estadounidense. La incursión provocó una protesta internacional y una crisis diplomática entre Israel y Turquía, además de llamar la atención sobre el impacto civil del actual asedio israelí a Gaza.
Biden tomó la iniciativa en la defensa de la incursión ante la opinión pública estadounidense. En una entrevista con PBS, calificó la redada de «legítima» y argumentó que los organizadores de la flotilla podrían haber desembarcado en otro lugar antes de transferir la ayuda a Gaza. «¿Cuál es el problema? ¿Cuál es el problema de insistir en que vaya directamente a Gaza?». preguntó Biden sobre la misión humanitaria. «Bueno, es legítimo que Israel diga: ‘No sé lo que hay en ese barco. Estos tipos están lanzando 8.000 cohetes contra mi pueblo'». Nunca se encontraron armas en el barco, sólo suministros humanitarios. En medio de la furia que generó la incursión y la silenciada respuesta de Obama, las declaraciones de Biden fueron bien acogidas por el portavoz de AIPAC, Josh Block, que dijo en ese momento: «Agradecemos hoy las numerosas y firmes declaraciones de apoyo a Israel de los miembros del Congreso y del vicepresidente”.
Tras la guerra de Gaza de 2014 -una invasión terrestre israelí de siete semanas que mató a más de 2.000 palestinos (dos tercios de ellos civiles) y provocó desplazamientos generalizados y la destrucción de infraestructuras civiles-, Biden se jactó de cómo la administración Obama se había «mantenido firme ante el mundo y había defendido el derecho de Israel a defenderse», al declarar: «Tenemos la obligación de igualar el acero y la columna vertebral del pueblo de Israel con un compromiso férreo y no negociable con la seguridad física de Israel.»
En mayo de 2021, a los pocos meses de la presidencia de Biden, Israel intensificó su campaña de limpieza étnica contra los palestinos de Jerusalén Este, desalojando por la fuerza a la población de sus hogares para entregárselos a los colonos israelíes. La incendiaria situación se agravó entonces durante un asedio de las fuerzas israelíes en Ramadán a uno de los lugares más sagrados del islam, la mezquita de Al Aqsa en Jerusalén. En respuesta, Hamás empezó a lanzar cohetes contra Israel. Netanyahu tomó represalias y ordenó una campaña masiva de bombardeos de 11 días contra Gaza, que alcanzó edificios residenciales, medios de comunicación, hospitales y un campo de refugiados.
A medida que aumentaba el número de muertos civiles palestinos, Ned Price, portavoz del Departamento de Estado, calificó la operación de ejercicio por parte de Israel de su derecho a la legítima defensa. Cuando se le preguntó si el principio de autodefensa se aplicaba también a los palestinos, se esforzó por responder antes de decir: «En términos generales, creemos en el concepto de autodefensa. Creemos que se aplica a cualquier Estado». Cuando Matt Lee, de The Associated Press, señaló que los palestinos no tienen un Estado, Price dijo: «No estoy en posición de debatir las legalidades desde aquí arriba».
Más de 250 palestinos murieron durante el asedio israelí, entre ellos decenas de niños. Más de 70.000 palestinos fueron desplazados. Durante todo el bombardeo, Estados Unidos defendió incondicionalmente los ataques desproporcionados de Israel, y Biden declaró el 16 de mayo que «no ha habido una reacción exagerada significativa» por parte de Israel antes de pasar a condenar el lanzamiento de cohetes por parte de Hamás contra zonas civiles de Israel.

Palestinos desplazados en el hospital de Nassr intentan alimentar a sus hijos durante la escasez de alimentos el 8 de noviembre de 2023. (Foto: Abed Zagout/Anadolu vía Getty Images)
Pruebas de la intención genocida
Tras los horribles ataques de Hamás del 7 de octubre, Biden y su administración han defendido el bombardeo masivo de Gaza por parte de Israel y se han acelerado los envíos de armas estadounidenses. Biden calificó su propuesta de apoyo militar adicional como un «compromiso sin precedentes con la seguridad de Israel que agudizará la ventaja militar cualitativa de Israel», afirmando: «Vamos a asegurarnos de que otros actores hostiles de la región sepan que Israel es más fuerte que nunca».
Sin duda, esta crisis ha consolidado el legado de Biden como uno de los principales defensores estadounidenses de los crímenes de Israel, incluidos los ataques desproporcionados contra una población civil abrumadoramente indefensa, en la historia de la política estadounidense.
En una realidad alternativa, en la que el Estado de derecho se aplicara por igual a todos los Estados, los dirigentes israelíes se enfrentarían probablemente a cargos de crímenes de guerra por el arrasamiento de Gaza. Destacados estudiosos del genocidio y expertos en derecho internacional han citado las declaraciones de funcionarios israelíes sobre los objetivos de sus operaciones en Gaza como posibles pruebas de «intención genocida». Una coalición de abogados internacionales que representan a grupos de derechos palestinos ya ha solicitado a la Corte Penal Internacional que abra una investigación penal y dicte órdenes de detención contra Netanyahu y otros funcionarios.
Estos intentos de exigir responsabilidades no deberían centrarse únicamente en los dirigentes israelíes, según algunas organizaciones de derecho constitucional estadounidenses. Estados Unidos es el principal financiador y traficante de armas de Israel, por no hablar de su defensor político. Hay varias leyes y tratados estadounidenses que prohíben el apoyo a las actividades genocidas y la no prevención de las mismas. Entre ellas se encuentra la Ley de Aplicación de la Convención sobre el Genocidio, promulgada en 1988. ¿Su promotor? Un senador llamado Joe Biden.
El lunes, el Centro para los Derechos Constitucionales presentó una demanda federal en nombre de los palestinos de Gaza para impedir que el gobierno de Biden proporcione más ayuda militar a Israel. La demanda nombra a Biden, Blinken y al secretario de Defensa Lloyd Austin. «Han seguido prestando apoyo militar y político a la campaña genocida de Israel sin imponer líneas rojas», declaró Katherine Gallagher, una de las abogadas que presentaron la demanda. «Estados Unidos tiene la obligación clara y vinculante de impedir, y no fomentar, el genocidio. Han incumplido su deber legal y moral de utilizar su considerable poder para poner fin a este horror. Deben hacerlo».
Resulta insondable, dado el actual orden mundial, que se exija alguna responsabilidad legal significativa a los dirigentes estadounidenses o israelíes. Pero a nivel moral, es importante recordar estos esfuerzos legales para hacer frente a la matanza y la complicidad de Biden y otros líderes occidentales. Los horrores de las últimas cinco semanas, propiciados por Estados Unidos, deberían seguir siendo una mancha sangrienta y permanente en el tejido de la carrera política y el legado de Biden. Entre la élite política estadounidense, se considerará simplemente que Biden está haciendo su trabajo.
Foto de portada: Varios palestinos, entre ellos niños, en el Hospital Nasser para recibir atención médica tras los ataques israelíes en Jan Yunis, Gaza, el 13 de noviembre de 2023 (Mustafa Hassona/Anadolu vía Getty Images).