Joshua Frank, TomDispatch.com, 19 noviembre 2023
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Joshua Frank, colaborador habitual de TomDispatch, es un galardonado periodista afincado en California y coeditor de CounterPunch. Es autor del nuevo libro “Atomic Days: The Untold Story of the Most Toxic Place in America” (Haymarket Books).
El poderoso ejército de Israel, el cuarto más fuerte del mundo, está asolando Gaza y, junto con colonos armados, aterrorizando a los palestinos de Cisjordania tras las brutales masacres de Hamás del 7 de octubre. Como tantos otros proyectos coloniales, Israel nació del terror y desde entonces ha necesitado el uso de la violencia para ocupar territorio árabe y segregar a los palestinos. La conciencia de que su existencia dependía de un ejército superior en una región hostil también animó a Israel a desarrollar un programa de armas nucleares poco después de la fundación del Estado en 1948.
Aunque Israel era una nación joven, a mediados de la década de 1950, con la ayuda de Francia, había iniciado en secreto la construcción de un gran reactor nuclear. Que dos aliados se hubieran asociado para lanzar un programa de armas nucleares sin el conocimiento de la administración del presidente Dwight D. Eisenhower resultó ser un colosal (y vergonzoso) fallo de la inteligencia estadounidense.
Hasta junio de 1960, el último año de la presidencia de Eisenhower, las autoridades estadounidenses no se enteraron de lo que ya se conocía como el proyecto Dimona. Daniel Kimhi, un magnate del petróleo israelí, que sin duda había bebido demasiados cócteles en una fiesta nocturna en la embajada de Estados Unidos en Tel Aviv, confesó a los diplomáticos estadounidenses que Israel estaba construyendo un gran «reactor de energía» en el desierto del Néguev, una revelación sorprendente.
«Este proyecto se ha descrito [Kimhi] como un reactor de potencia refrigerado por gas capaz de producir aproximadamente 60 megavatios de energía eléctrica», rezaba un despacho de la embajada dirigido al Departamento de Estado en agosto de 1960. «Kimhi dijo que creía que los trabajos llevaban en marcha unos dos años y que aún faltaban otros dos años para la fecha de terminación».
Sin embargo, el reactor de Dimona no se estaba construyendo para hacer frente a las crecientes necesidades energéticas del país. Como Estados Unidos descubriría más tarde, fue diseñado (con la colaboración de Francia) para producir plutonio para un incipiente programa israelí de armamento nuclear. En diciembre de 1960, cuando los funcionarios estadounidenses estaban cada vez más preocupados por la idea misma de las aspiraciones nucleares de Israel, el ministro de Asuntos Exteriores francés Maurice Couve de Murville admitió ante el secretario de Estado estadounidense Christian Herter que Francia, de hecho, había ayudado a Israel a poner en marcha el proyecto y que también proporcionaría las materias primas como el uranio que necesitaba el reactor. En consecuencia, obtendría una parte del plutonio que produjera Dimona.
Funcionarios israelíes y franceses aseguraron a Eisenhower que Dimona se estaba construyendo únicamente con fines pacíficos. Para desviar aún más la atención, los funcionarios israelíes propusieron varias tapaderas para respaldar esa afirmación, asegurando que Dimona se convertiría en cualquier cosa, desde una planta textil hasta una instalación meteorológica, cualquier cosa menos un reactor nuclear capaz de producir plutonio apto para armas.
Negaciones atómicas
En diciembre de 1960, después de que un científico nuclear británico le informara de que Israel estaba construyendo una bomba nuclear sucia (es decir, extremadamente radiactiva), el periodista Chapman Pincher escribió en el Daily Express de Londres: «Las autoridades de inteligencia británicas y estadounidenses creen que los israelíes están camino de construir su primera bomba nuclear experimental».
Las autoridades israelíes emitieron un lacónico comunicado desde su embajada en Londres: «Israel no está construyendo una bomba atómica y no tiene intención de hacerlo».
Con los países árabes cada vez más preocupados de que Washington estuviera ayudando a los esfuerzos nucleares de Israel, el presidente de la Comisión de Energía Atómica, John McCone, filtró un documento clasificado de la CIA a John Finney, del New York Times, en el que se afirmaba que Estados Unidos tenía pruebas de que Israel, con la ayuda de Francia, estaba construyendo un reactor nuclear, demostración de que Washington no estaba demasiado satisfecho con las aspiraciones nucleares de ese país.
El presidente Eisenhower estaba atónito. No sólo no se había informado a su administración, sino que sus funcionarios temían que un futuro Israel con armas nucleares sólo desestabilizaría aún más una región que ya estaba patas arriba. «Los informes de los países árabes confirman [la] gravedad con la que muchos ven esta posibilidad [de armas nucleares en Israel]», decía un telegrama del Departamento de Estado enviado a su embajada en París en enero de 1961.
Cuando el proyecto nuclear empezó a tener repercusión en la prensa, el primer ministro israelí, David Ben-Gurion, se apresuró a restar importancia a la revelación. En un discurso ante la Knesset, el parlamento israelí, admitió que el país estaba desarrollando un programa nuclear. «Las informaciones aparecidas en los medios de comunicación son falsas», añadió. «El reactor de investigación que estamos construyendo ahora en el Negev se está construyendo bajo la dirección de expertos israelíes y está diseñado con fines pacíficos. Cuando esté terminado, estará abierto a científicos de otros países».
Por supuesto que mentía, y los estadounidenses lo sabían. No había nada pacífico en ello. Peor aún, existía un consenso cada vez mayor entre los aliados de Estados Unidos de que Eisenhower había participado en el ardid y que su administración había proporcionado los conocimientos técnicos para poner en marcha el programa. No había sido así, pero los funcionarios estadounidenses estaban ahora ansiosos por impedir las inspecciones de las Naciones Unidas en Dimona, temerosos de lo que pudieran descubrir.
En mayo de 1961, con John F. Kennedy en la Casa Blanca, las cosas cambiaron. JFK incluso envió a dos científicos de la Comisión de Energía Atómica a inspeccionar las instalaciones de Dimona. Aunque llegó a creer gran parte de la propaganda israelí, los expertos señalaron que el reactor de la planta podría producir plutonio «apto para armamento.» La Agencia Central de Inteligencia, menos segura de las afirmaciones israelíes, escribió en una Estimación Nacional de Inteligencia, ahora desclasificada, que la construcción del reactor indicaba que «Israel puede haber decidido emprender un programa de armas nucleares. Como mínimo, creemos que ha decidido desarrollar sus instalaciones nucleares de tal forma que le sitúen en una posición que le permita desarrollar armas nucleares rápidamente si así decide hacerlo».
Y, por supuesto, eso fue precisamente lo que ocurrió. En enero de 1967, NBC News confirmó que Israel estaba a punto de tener capacidad nuclear. Para entonces, los funcionarios estadounidenses sabían que estaba cerca de desarrollar una bomba nuclear y que Dimona estaba produciendo plutonio apto para bombas. Décadas más tarde, en un informe de 2013 que citaba cifras de la Agencia de Inteligencia de Defensa de Estados Unidos, el Boletín de los Científicos Atómicos reveló que Israel poseía un mínimo de 80 armas atómicas y era la única potencia nuclear de Oriente Próximo. Pakistán no adquiriría armas nucleares hasta 1976 y, en cualquier caso, normalmente se considera parte del sur de Asia.
A día de hoy, Israel nunca ha admitido abiertamente poseer tal armamento y se ha negado sistemáticamente a permitir que inspectores del Organismo Internacional de la Energía Atómica visiten el emplazamiento secreto. No obstante, las pruebas sugieren que en 2021 estaba en marcha un «gran proyecto» en Dimona y que para entonces Israel estaba ampliando activamente sus instalaciones de producción nuclear. Sin embargo, la falta de inspecciones de la ONU o de otros organismos en Dimona ha significado que Israel no ha reconocido públicamente sus cabezas nucleares ni está dispuesto a rendir cuentas.
¿Una potencia nuclear sin escrúpulos?
Tras la Guerra de los Seis Días en junio de 1967, Israel se apoderó de grandes extensiones de tierra árabe, incluyendo la Cisjordania de Jordania, la Franja de Gaza, la Península del Sinaí de Egipto y los Altos del Golán de Siria. No por casualidad, ese año fue también el momento en que Israel cruzó el umbral nuclear. (En 2017, se reveló que, al borde de la Guerra de los Seis Días, los israelíes habían contemplado incluso la posibilidad de hacer estallar una bomba nuclear en el desierto egipcio del Sinaí como amenaza definitiva para sus vecinos.)
En aquel momento, como explicó la abogada de derechos humanos Nura Erakat a Daniel Denvir en The Dig, la administración del presidente Lyndon Johnson llegó a ver en Israel «una importante baza de la Guerra Fría y [pivotó] muy rápidamente y [estableció] esta nueva política de asegurar la ventaja militar cualitativa de Israel en la región por la que pudiera derrotar singular o colectivamente a cualquier potencia de Oriente Próximo». Y eso, añadió, se hizo en aquellos años de la Guerra Fría «para asegurar su esfera de influencia en todo Oriente Medio en competencia con la Unión Soviética».
Como Israel y Estados Unidos seguían siendo los aliados más estrechos, la idea en Washington era que podía actuar como apoderado militar de Washington en Oriente Medio. «De 1966 a 1970, la ayuda media por año aumentó a unos 102 millones de dólares, y los préstamos militares aumentaron a cerca del 47% del total», informó el Servicio de Investigación del Congreso en 2014. «Israel se convirtió en el mayor receptor de ayuda exterior de Estados Unidos en 1974… Desde 1971 hasta el presente, la ayuda estadounidense a Israel ha alcanzado un promedio de más de 2.600 millones de dólares al año, dos tercios de los cuales han sido en asistencia militar.»
A pesar del deseo de Washington de una relación simbiótica y mutuamente beneficiosa, Israel no temía volverse rebelde cuando sus dirigentes creían que eso serviría a sus intereses. En junio de 1981, por ejemplo, con la ayuda de Francia e Italia, Israel bombardeó el reactor nuclear de Osirak, entonces en construcción en Iraq.
A los altos funcionarios de la administración del presidente Ronald Reagan no les gustó que el ataque se hubiera llevado a cabo con F-16 estadounidenses, ya que Israel estaba legalmente obligado a utilizar los cazas sólo en casos de «legítima defensa». Sin embargo, tras algunas discusiones de trastienda, decidieron considerar el asunto como una disputa diplomática, ya que creían que la eliminación del programa nuclear iraquí y el mantenimiento del único arsenal nuclear israelí en la región justificaban el ataque aéreo.
A finales de la década de 1980, cuando los soviéticos invadieron Afganistán, Israel se unió a Estados Unidos, Pakistán y Arabia Saudí en la Operación Ciclón para suministrar armas a los combatientes de la resistencia muyahidín antisoviética. Cuando terminó la Guerra Fría y comenzó la primera Guerra del Golfo en Iraq en 1990, Israel ayudó discretamente a la administración del presidente George H.W. Bush desde la barrera, creyendo que entrar directamente en el conflicto sólo envalentonaría a los países árabes para respaldar la invasión de Kuwait por el líder iraquí Sadam Husein. A pesar de la otrora tenue naturaleza del vínculo entre Estados Unidos e Israel, hace tiempo que se sabe que Israel puede, en ocasiones, desempeñar un papel importante al servicio de las operaciones estadounidenses en la región, proporcionando inteligencia y otros tipos de apoyo encubierto.
Una situación peligrosa en desarrollo
Tras los atentados del 11-S, Israel asesoró al gobierno de George W. Bush sobre la mejor manera de tratar a Osama bin Laden (y, al parecer, más tarde proporcionó información de inteligencia para la emboscada que acabaría con él). Cuando los aviones se estrellaron contra el World Trade Center, Israel estaba experimentando un nuevo levantamiento palestino conocido como la Segunda Intifada. Sus líderes llegaron a creer que podían beneficiarse de la «Guerra Global contra el Terror» que el presidente Bush acababa de anunciar. Cuando le preguntaron a Benjamin Netanyahu, entonces ex primer ministro, qué significaba aquello para la relación entre Estados Unidos e Israel, respondió: «Algo muy bueno». Luego, para no parecer demasiado optimista respecto al 11-S, añadió: «Bueno, no muy bueno, pero generará una simpatía inmediata… [reforzará] el vínculo entre nuestros dos pueblos porque hemos experimentado el terror durante tantas décadas, pero Estados Unidos ha experimentado ahora una hemorragia masiva de terror”.
Un año después, Israel se convirtió en promotor de una guerra estadounidense contra Iraq, ayudando a difundir la falsedad de que Sadam Husein poseía armas de destrucción masiva y suponía una amenaza no sólo para Israel y Estados Unidos, sino también para el resto del mundo.
«[Sadam] es un tirano que intenta febrilmente adquirir armas nucleares», declaró Netanyahu ante el Comité de Reforma Gubernamental de la Cámara de Representantes de Estados Unidos en septiembre de 2002, seis meses antes de la invasión de Iraq. «Y hoy, Estados Unidos debe destruir el régimen [de Sadam] porque un Sadam con armas nucleares pondrá en peligro la seguridad de todo nuestro mundo. Y no nos equivoquemos: una vez que Sadam tenga armas nucleares, la red terrorista tendrá armas nucleares. Y una vez que la red terrorista tenga armas nucleares, será sólo cuestión de tiempo que esas armas sean utilizadas».
Israel utilizaría más tarde un razonamiento similar para justificar su ataque de 2007 contra un supuesto reactor nuclear en construcción en Siria. A lo largo de los años, Israel también ha atacado supuestamente los objetivos nucleares de Irán de diversas formas, desde ciberataques hasta bombardeos. En 2010, Irán acusó a Israel de asesinar al físico Masoud Ali Mohammadi y al ingeniero Majid Shariariby en dos incidentes separados, así como a otros científicos que se creía que formaban parte integral del programa nuclear iraní. En 2021, Irán también afirmó que Israel había atacado una instalación en la ciudad de Karaj que las autoridades israelíes creían que se utilizaba para construir centrifugadoras nucleares.
A muchos les preocupa que la cruel guerra de Israel contra Gaza, si se ampliara regionalmente para incluir a Hizbolá en el Líbano, arrastraría a Irán, un destacado partidario de Hizbolá, a la refriega. Y eso, a su vez, podría ser toda la justificación que Netanyahu necesitaría para atacar los supuestos emplazamientos nucleares de Irán. De hecho, en respuesta a los ataques con drones y cohetes contra personal estadounidense en Iraq y Siria por parte de militantes respaldados por Irán, Estados Unidos destruyó recientemente una instalación de armamento en Siria.
En cuanto a la situación en Gaza, el ministro de extrema derecha del Patrimonio, Amihai Eliyahu, miembro del gobierno de coalición de Netanyahu, comentó hace poco que «una forma» de eliminar a Hamás sería la opción nuclear. «No existen inocentes en Gaza», añadió. En respuesta a esos comentarios, Netanyahu suspendió a Eliyahu -un acto en gran medida sin sentido- en un intento de acallar las críticas dentro y fuera del país de que la guerra estaba afectando duramente a civiles inocentes. O, tal vez, tuvo más que ver con el hecho de que Eliyahu admitiera inadvertidamente la capacidad nuclear de Israel.
Sin duda por temor a una guerra más amplia en Oriente Medio, la administración Biden se está comprometiendo firmemente con los esfuerzos de Israel para eliminar a Hamás: no sólo mediante la entrega de interceptores para su sistema de defensa antimisiles Cúpula de Hierro y más de 1.800 JDAM (kits de guía para misiles) fabricados por Boeing, sino también reponiendo las existencias de armas para los aviones de combate F-35 y los helicópteros CH-53 de fabricación estadounidense, así como los aviones cisterna de reabastecimiento KC046 de Israel. Además, se han desplegado en Oriente Medio dos fuerzas de tarea de portaaviones estadounidenses, así como un submarino nuclear de clase Ohio. Por si fuera poco, según una investigación del New York Times, Estados Unidos está proporcionando comandos y aviones no tripulados para ayudar a localizar a los rehenes israelíes (y estadounidenses) en Gaza.
Aunque la Casa Blanca de Biden parece cualquier cosa menos ansiosa por una guerra ampliada en Oriente Próximo, se está preparando para un escenario de este tipo. Por supuesto, cualquier escalada militar, especialmente una que deje a Israel luchando en múltiples frentes, sólo aumentaría las posibilidades de que las cosas empeorasen mucho más. Un Benjamin Netanyahu acorralado y con armas nucleares sería la definición de una situación peligrosa en una guerra en la que nada, ni periodistas, ni escuelas, ni siquiera hospitales, ha resultado estar fuera de los límites. De hecho, a principios de noviembre ya se habían lanzado sobre Gaza más de 25.000 toneladas de bombas, el equivalente a dos bombas nucleares del tipo Hiroshima (sin la radiación). En tales circunstancias, un Israel con capacidad nuclear que desprecie descaradamente el derecho internacional podría resultar un peligro claro y presente, no sólo para los indefensos palestinos, sino para un mundo que ya se encuentra cada vez más desorganizado y en peligro.
Imagen de portada: Bomba nuclear en explosión en océano (Romolo Taviani).