Aparte de muchas otras cosas, Henry Kissinger impidió la paz en Oriente Medio

Jon Schwarz, The Intercept, 30 noviembre 2023

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Jon Schwarz, antes de incorporarse a First Look Media, trabajó para Dog Eat Dog Films, de Michael Moore, y fue productor de investigación de «Capitalism: A Love Story«, de Moore. Ha colaborado en numerosas publicaciones, como el New Yorker, el New York Times, The Atlantic, el Wall Street Journal, Mother Jones y Slate, así como en NPR y «Saturday Night Live«. En 2003, ganó una apuesta de 1.000 dólares a que Iraq no tendría armas de destrucción masiva.

Los elogios han fluido de forma abundante a favor de Henry Kissinger, y también ha habido algunas condenas. Pero incluso en estas últimas, se ha prestado poca atención a sus esfuerzos por impedir que estallara la paz en Oriente Medio, esfuerzos que contribuyeron a provocar la guerra árabe-israelí de 1973 y a consolidar la ocupación israelí de Cisjordania y Gaza. Este aspecto infravalorado de la carrera de Kissinger añade decenas de miles de vidas a su cuenta de muertos, que se cuenta por millones.

Kissinger, que murió a los 100 años el pasado miércoles, sirvió en el gobierno estadounidense de 1969 a 1977, durante las administraciones de Richard Nixon y Gerald Ford. Comenzó como asesor de seguridad nacional de Nixon. Después, en el segundo mandato de Nixon, fue nombrado secretario de Estado, cargo que mantuvo después de que Ford llegara a la presidencia tras la dimisión de Nixon.

En junio de 1967, dos años antes del inicio de la presidencia de Nixon, Israel había logrado una gigantesca victoria militar en la Guerra de los Seis Días. Israel atacó Egipto y ocupó Gaza y la península del Sinaí y, tras modestas respuestas de Jordania y Siria, se apoderó también de Cisjordania y los Altos del Golán.

En los años siguientes, las consecuencias finales de la guerra -en particular, qué parte del nuevo territorio podría conservar Israel, si es que podía conservar alguna- seguían siendo inciertas. En 1968, los soviéticos hicieron lo que parecían ser esfuerzos bastante sinceros para colaborar con Estados Unidos en un plan de paz para la región.

Los soviéticos propusieron una solución basada en la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Israel se retiraría del territorio que había conquistado. Sin embargo, no habría un Estado palestino. Además, los refugiados palestinos de la guerra árabe-israelí de 1948 no regresarían a Israel, sino que serían reasentados con una compensación en países árabes. Y lo que es más importante, los soviéticos presionarían a sus Estados árabes clientes para que aceptaran esto.

Esto fue significativo porque, en ese momento, muchos países árabes, Egipto en particular, eran aliados de los soviéticos y dependían de ellos para el suministro de armas. Hosni Mubarak, que más tarde se convirtió en presidente y/o dictador de Egipto durante 30 años, empezó como piloto en las fuerzas aéreas egipcias y recibió entrenamiento en Moscú y Kirguistán, que era una república soviética en aquel momento.

Cuando Nixon asumió el cargo en 1969, William Rogers, su primer secretario de Estado, se tomó en serio la postura soviética. Rogers negoció con Anatoly Dobrynin, el embajador soviético en EE. UU., durante la mayor parte del año. Esto produjo lo que el diplomático estadounidense David A. Korn, entonces destinado en Tel Aviv, describió como «una propuesta integral y detallada de Estados Unidos para una solución del conflicto árabe-israelí».

Pero una persona impidió que esto siguiera adelante: Henry Kissinger. Entre bastidores de la administración Nixon, trabajó asiduamente para impedir la paz.

Esto no se debía a ningún gran afecto personal que sintiera Kissinger por Israel y sus objetivos expansionistas. Kissinger, aunque judío, estaba encantado de trabajar para Nixon, quizá el presidente más volublemente antisemita de la historia de Estados Unidos, lo que ya es mucho decir. («¿Qué demonios les pasa a los judíos?» se preguntó una vez Nixon en un soliloquio en el Despacho Oval. Luego respondió a su propia pregunta, explicando: «Supongo que es porque la mayoría de ellos son psiquiatras»).

Lo que ocurría, más bien, era que Kissinger percibía todo el mundo a través del prisma de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Cualquier acuerdo en ese momento requeriría la participación de los soviéticos, y por lo tanto era inaceptable para él. En un momento en que parecía en público que un acuerdo con los soviéticos podría ser inminente, Kissinger le dijo a un subordinado -como él mismo recogió en sus memorias «White House Years«- que eso no iba a ocurrir porque «no queríamos un éxito rápido [énfasis en el original]». En el mismo libro, Kissinger explicó que la Unión Soviética aceptó más tarde unos principios aún más favorables para Israel, tan favorables que el propio Kissinger no entendía por qué los soviéticos accedieron a ellos. No obstante, escribió Kissinger, «tales principios encontraron rápidamente su camino en el abarrotado limbo de los esquemas abortados de Oriente Próximo, como yo había pretendido.»

Los resultados fueron catastróficos para todos los implicados. Anwar el-Sadat, entonces presidente de Egipto, anunció en 1971 que el país haría la paz con Israel basándose en condiciones acordes con los esfuerzos de Rogers. Sin embargo, también dijo explícitamente que una negativa de Israel a devolver el Sinaí significaría la guerra.

El 6 de octubre de 1973, así ocurrió. Egipto y Siria atacaron el Sinaí ocupado y los Altos del Golán, respectivamente. Su éxito inicial dejó atónitos a las autoridades israelíes. El ministro de Defensa Moshe Dayan estaba convencido de que podrían conquistar Israel. Además, este país se estaba quedando sin material de guerra y necesitaba desesperadamente ser reabastecido por Estados Unidos.

Kissinger se aseguró de que Estados Unidos diera largas al asunto, tanto porque quería que Israel comprendiera quién mandaba en última instancia como porque no quería enfadar a los Estados árabes ricos en petróleo. Su estrategia, como expuso otro alto diplomático, era «dejar que Israel saliera adelante, pero sangrando».

Esto se puede leer en las propias palabras de Kissinger en las actas de las deliberaciones internas ahora disponibles en el sitio web del Departamento de Estado. El 9 de octubre, Kissinger dijo a sus colegas funcionarios de alto nivel: «Mi evaluación es que una victoria costosa [para Israel] sin un desastre es lo mejor».

Estados Unidos envió entonces enormes cantidades de armamento a Israel, que este utilizó para rechazar a Egipto y Siria. Kissinger vio el resultado con satisfacción. En otra reunión de alto nivel, el 19 de octubre, celebró que «todo el mundo sabe en Oriente Medio que si quieren la paz tienen que pasar por nosotros. Tres veces lo intentaron a través de la Unión Soviética, y tres veces fracasaron».

El coste humano fue bastante alto. Murieron más de 2.500 militares israelíes. En el bando árabe, entre 10.000 y 20.000. Esto coincide con la creencia de Kissinger -recogida en «The Final Days» de Bob Woodward y Carl Bernstein- de que los soldados son «animales tontos y estúpidos que hay que utilizar» como peones en la política exterior.

Después de la guerra, Kissinger volvió a su estrategia de obstruir cualquier acuerdo pacífico. En otra de sus memorias, dejó constancia de que, en 1974, justo antes de la dimisión de Nixon, éste le dijo que «cortara todas las entregas militares a Israel hasta que accediera a una paz global». Kissinger le dio largas al asunto, Nixon dejó el cargo, y la cuestión no volvió a plantearse con Ford como presidente.

Hay mucho más en esta fea historia, todo disponible en su biblioteca local. No se puede decir que fuera lo peor que haya hecho Kissinger, pero cuando recuerden la extraordinaria factura que se le imputa, asegúrense de dejarle un poco de espacio en ella.

Foto de portada: El secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger en el Hotel Rey David de Jerusalén el 1 de septiembre de 1975 (David Hume Kennerly/Getty Images).

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