El mal que Israel hace es el mal que Israel recibe

Chris Hedges, The Chris Hedges Report, 8 diciembre 2023

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Chris Hedges es un periodista ganador del Premio Pulitzer que fue corresponsal en el extranjero durante quince años para The New York Times, donde ejerció como jefe de la Oficina de Oriente Medio y de la Oficina de los Balcanes del periódico. Entre sus libros figuran: American Fascists: The Christian Right and the War on AmericaDeath of the Liberal Class,  War is a Force That Gives Us MeaningDays of Destruction, Days of Revolt, una colaboración con el dibujante de cómics y periodista Joe Sacco. Anteriormente trabajó en el extranjero para The Dallas Morning News, The Christian Science Monitor y NPR. Fue, hasta 2022, el presentador del programa On Contact, nominado en 2017 a los premios Emmy.

Conocí al Dr. Abdel Aziz al-Rantisi, cofundador de Hamás, junto con el jeque Ahmed Ismail Yassin. La familia de Al-Rantisi fue expulsada a la Franja de Gaza por las milicias sionistas desde la Palestina histórica durante la guerra árabe-israelí de 1948. No encajaba en la imagen demonizada de un dirigente de Hamás. Era un pediatra de voz suave, elocuente y muy culto que se había graduado el primero de su clase en la Universidad de Alejandría de Egipto.

Siendo un niño de nueve años, presenció en Jan Yunis la ejecución de 275 hombres y niños palestinos, entre ellos su tío, cuando Israel ocupó brevemente la Franja de Gaza en 1956, tema del magistral libro de Joe Sacco “Footnotes in Gaza. Decenas de palestinos fueron también ejecutados por soldados israelíes en la vecina ciudad de Rafah, donde decenas de miles de palestinos se ven obligados a huir ahora que Jan Yunis ha sido atacada.

«Todavía recuerdo los lamentos y las lágrimas de mi padre por su hermano», nos dijo al-Rantisi a Sacco y a mí cuando lo visitamos en su casa. «No pude dormir durante muchos meses después de aquello… Me dejó una herida en el corazón que nunca podrá cicatrizar. Te estoy contando su historia y casi estoy llorando. Este tipo de acciones nunca se pueden olvidar… Sembraron el odio en nuestros corazones».

Sabía que nunca podría confiar en los israelíes. Sabía que el objetivo del Estado sionista era la ocupación de toda la Palestina histórica -Israel se apoderó de Gaza y Cisjordania en 1967 junto con los Altos del Golán sirios y la península del Sinaí egipcia- y el sometimiento o exterminio eterno del pueblo palestino. Sabía que algún día vengaría las matanzas.

Al-Rantisi y Yassin fueron asesinados en 2004 por Israel. La viuda de Al-Rantisi, Yamila Abdallah Taha al-Shanti, era doctora en inglés y enseñaba en la Universidad Islámica de Gaza. La pareja tuvo seis hijos, uno de los cuales murió junto con su padre. El hogar de la familia fue bombardeado y destruido durante el asalto israelí a Gaza de 2014, conocido como Operación Marco Protector. Yamila fue asesinada por Israel el 19 de octubre de este año.

El genocidio de Israel en Gaza está criando una nueva generación de palestinos enfurecidos, traumatizados y desposeídos que han perdido familiares, amigos, hogares, comunidades y cualquier esperanza de vivir una vida normal. Ellos también buscarán venganza. Sus pequeños actos de terrorismo contrarrestarán el actual terror de Estado de Israel. Odiarán como han sido odiados. Esta sed de venganza es universal. Después de la Segunda Guerra Mundial, una unidad clandestina de judíos que sirvieron en la Brigada Judía del Ejército Británico, llamada «Gmul» -«Recompensa» en hebreo- persiguió a antiguos nazis y los ejecutó.

«Yo y el público sabemos lo que aprenden todos los escolares», escribió W.H. Auden. «Aquellos a quienes se hace el mal, hacen el mal a cambio».

Chaim Engel, que participó en el levantamiento del campo de exterminio nazi de Sobibor, en Polonia, describió cómo, armado con un cuchillo, atacó a un guardia del campo.

«No es una decisión», dijo Engel. «Simplemente reaccionas, instintivamente reaccionas a eso, y pensé: ‘Vamos a hacerlo, y ve y hazlo’. Y fui. Fui con el hombre de la oficina y matamos a ese alemán. Con cada golpe, yo decía: ‘Este es por mi padre, por mi madre, por toda esta gente, por todos los judíos que mataste'».

Lo que Engel le hizo al guardia nazi no fue menos salvaje que lo que combatientes de Hamás hicieron a israelíes el 7 de octubre, tras escapar de su propia prisión. Fuera de contexto, resulta inexplicable. Pero con el telón de fondo del campo de exterminio, o de los 17 años atrapados en el campo de concentración de Gaza, tiene sentido. Esto no significa excusarlo. Comprender no es aprobar. Pero debemos comprender si queremos detener este ciclo de violencia. Nadie es inmune a la sed de venganza. Israel y Estados Unidos están orquestando estúpidamente un capítulo más de esta pesadilla.

J. Glenn Gray, oficial de combate en la Segunda Guerra Mundial, escribió sobre la peculiar naturaleza de la venganza en «The Warriors: Reflections on Men in Combat”:

Cuando el soldado ha perdido a un camarada a manos de este enemigo o posiblemente su familia ha sido destruida por ellos a través de bombardeos o de atrocidades políticas, caso tan frecuente en la Segunda Guerra Mundial, su ira y su resentimiento se profundizan hasta convertirse en odio. Entonces la guerra adquiere para él el carácter de una venganza. Hasta que no haya destruido él mismo al mayor número posible de enemigos, su ansia de venganza difícilmente podrá aplacarse. He conocido soldados que estaban ávidos por exterminar hasta el último de los enemigos, tan feroz era su odio. Tales soldados se deleitaban al oír o leer sobre la destrucción masiva mediante bombardeos. Cualquiera que haya conocido o sido un soldado de este tipo es consciente de cómo el odio penetra en cada fibra de su ser. Su razón de vivir es buscar venganza; no ojo por ojo y diente por diente, sino una represalia diez veces mayor.

Para el brutalizado, entumecido por el trauma, convulsionado por la rabia, quienes le atacan y humillan sin tregua no son seres humanos. Son representaciones del mal. El ansia de venganza, de represalias multiplicadas por diez, engendra ríos de sangre…

Los ataques palestinos del 7 de octubre, que dejaron unos 1.200 israelíes muertos, alimentan esta lujuria dentro de Israel, al igual que la aniquilación de Gaza por parte de Israel alimenta esta lujuria entre los palestinos. La bandera nacional azul y blanca de Israel con la estrella de David adorna casas y coches. Las multitudes se reúnen para apoyar a las familias cuyos miembros se encuentran entre los rehenes de Gaza. Los israelíes reparten comida en los cruces de carreteras a los soldados que se dirigen a luchar a Gaza. Pancartas con lemas como «Israel en guerra» y «Juntos venceremos» puntúan las emisiones de televisión y las páginas web de los medios de comunicación. En los medios de comunicación israelíes apenas se habla de la matanza de Gaza ni del sufrimiento de los palestinos -de los que 1,7 millones han sido expulsados de sus hogares-, sino que se repiten constantemente las historias de sufrimiento, muerte y heroísmo que tuvieron lugar en el ataque del 7 de octubre. Sólo importan nuestras víctimas.

“Pocos de nosotros sabemos hasta qué punto el miedo y la violencia pueden transformarnos en criaturas acorraladas, preparadas para saltar con uñas y dientes», escribió Gray. «Si la guerra me enseñó algo, fue a convencerme de que las personas no son lo que parecen o incluso creen ser».

Marguerite Duras, en su libro «The War: A Memoir«, cuenta cómo ella y otros miembros de la Resistencia francesa torturaron a un francés de 50 años acusado de colaborar con los nazis. Dos hombres torturados en la prisión de Montluc, en Lyon, desnudan al presunto delator. Le golpean mientras el grupo grita: «Bastardo. Traidor. Escoria». Pronto le sale sangre y mucosidad por la nariz. Su ojo está dañado. Se queja, «Ow, ow, oh, oh. …» Se desploma en el suelo. Duras escribe que «se ha convertido en alguien sin nada en común con los demás hombres. Y a cada minuto la diferencia se hace más grande y más establecida». Ella observa pasivamente la paliza. «Cuanto más golpean y más sangra, más claro queda que golpear es necesario, correcto, justo». Continúa: «Hay que golpear. Nunca habrá justicia en el mundo a menos que tú mismo seas la justicia ahora. Los jueces, las salas de vistas, no son justicia. Cada golpe resuena en la sala silenciosa. Golpean por todos los traidores, por las mujeres que se marcharon, por todos a los que no les gustó lo que vieron tras las persianas».

Israel ha maltratado, humillado, empobrecido y asesinado gratuitamente a palestinos, provocando una inevitable contraviolencia. Es el motor de un siglo de derramamiento de sangre. El actual genocidio de Gaza supera incluso los peores excesos de la Nakba, o catástrofe, en la que 750.000 palestinos fueron expulsados de sus tierras en 1948 y entre 8.000 y 15.000 asesinados en masacres perpetradas por milicias terroristas sionistas como Irgun y Lehi.

La resistencia palestina tiene poco más que armas pequeñas y granadas propulsadas por cohetes para luchar contra uno de los ejércitos mejor equipados y tecnológicamente más avanzados del planeta, el cuarto ejército más fuerte del mundo, después del de Estados Unidos, Rusia y China. Los combatientes palestinos, enfrentados a estas abrumadoras probabilidades, se han convertido en semidioses con enormes seguidores populares no sólo entre los palestinos, sino en todo el mundo musulmán. Puede que Israel consiga dar caza y matar al segundo al mando de Hamás, Yahya Sinwar, pero si lo consigue, se convertirá en la versión de Oriente Próximo de Ernesto «Che» Guevara. Los movimientos de resistencia se construyen sobre la sangre de los mártires. Israel garantiza un suministro continuo.

La decisión de Estados Unidos de defender, financiar y participar en el bombardeo de alfombra, la matanza y la limpieza étnica de Israel en Gaza es inconcebible. Su respaldo al genocidio ha destruido lo que quedaba de su credibilidad en Oriente Medio, ya hecha jirones por dos décadas de guerras, así como en la mayor parte del resto del mundo. Ha perdido su derecho a actuar como mediador; ese papel lo asumirán China o Rusia. Su negativa a condenar la agresión y los crímenes de guerra israelíes pone de manifiesto su hipocresía ante la invasión rusa de Ucrania. Coquetea con la posibilidad de una conflagración regional. El proceso de paz, una farsa durante décadas, es irrecuperable. El único lenguaje que queda es el lenguaje de la muerte. Así habla Israel a los palestinos. Así es como los palestinos se ven obligados a responder.

El gobierno de Biden tiene poco que ganar con el arrasamiento y la despoblación de Gaza, de hecho está alienándose a enormes segmentos del Partido Demócrata, especialmente cuando ataca a los manifestantes que piden un alto el fuego tachándolos de «proterroristas». El líder de la mayoría en el Senado, Chuck Schumer, encabezó los cánticos de «Estamos con Israel» y «No al alto el fuego» en una manifestación pro-Israel el 4 de noviembre en Washington D.C., a pesar de que una encuesta de Reuters/Ipsos indicaba que el 68% de los encuestados creía que Israel debía aplicar un alto el fuego y negociar el fin de la guerra. Esa cifra se eleva al 77% entre los demócratas. Biden tiene un pésimo índice de aprobación del 37%.

El viernes, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas votó 13-1 a favor de un alto el fuego inmediato en Gaza y la liberación incondicional de todos los rehenes. Estados Unidos votó en contra de la resolución. El Reino Unido se abstuvo. El proyecto de resolución no fue aprobado debido al veto de Estados Unidos.

La verdadera base de Biden no son los votantes desencantados, sino la clase multimillonaria, las corporaciones, como la industria armamentística, que está obteniendo enormes beneficios de las guerras en Gaza y Ucrania, y grupos como el lobby israelí. Ellos determinan la política, aunque ello signifique la derrota de Biden en las próximas elecciones presidenciales. Si Biden pierde, los oligarcas consiguen a Donald Trump, que sirve a sus intereses tan tenazmente como Biden.

Las guerras no terminan. El sufrimiento continúa. Los palestinos mueren por decenas de miles. Todo ello es deliberado.

Imagen de portada: Miseria universal (por Mr. Fish).

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