Diez conflictos en Oriente Próximo que convergen en una gran guerra

Robin Wright, The New Yorker, 17 enero 2024

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Robin Wright, escritora y columnista, escribe para The New Yorker desde 1988. Su primer artículo sobre Irán ganó el National Magazine Award al mejor reportaje. Ha sido corresponsal del Washington Post, CBS News, Los Angeles Times yel Sunday Times de Londres, y ha informado desde más de ciento cuarenta países. También es miembro distinguido del Woodrow Wilson International Center for Scholars. Ha sido becaria de la Brookings Institution y de la Carnegie Endowment for International Peace, así como de Yale, Duke, Dartmouth y la Universidad de California en Santa Bárbara.

El viernes pasado, un día después de los ataques liderados por Estados Unidos contra decenas de emplazamientos militares hutíes en Yemen, el presidente Biden respondió a algunas preguntas que le hicieron a gritos durante un mitin de campaña en el café Nowhere, en Emmaus, Pensilvania. «¿Tiene algún mensaje para Irán?», le preguntó un periodista, mientras Biden esperaba un batido. «Ya he transmitido el mensaje a Irán», respondió. «Saben que no deben hacer nada». Teherán, añadió, no quiere una guerra con Estados Unidos. A continuación, se preguntó a Biden si ordenaría más ataques si los rebeldes hutíes -armados, entrenados y financiados por Irán durante años- no ponían fin a sus ataques con drones y misiles contra buques comerciales y militares en el Mar Rojo, una vía fluvial estratégica que sirve de puente para el comercio entre Asia y Europa. «Nos aseguraremos de responder a los hutíes en caso de que continúen con este comportamiento indignante», respondió.

Sin embargo, no parece probable que los ataques liderados por Estados Unidos contra los hutíes vayan a reducir los enfrentamientos en el Mar Rojo, ni las tensiones en ningún otro lugar de Oriente Próximo. El viernes, el International Crisis Group (ICG) advirtió de que «una respuesta militar a los ataques de los hutíes puede tener un valor simbólico para las naciones occidentales y puede frenar algunas de sus capacidades, pero tendrá un impacto global limitado. Incluso podrían empeorar las cosas». Los rebeldes yemeníes «cuentan con el apoyo popular» por estar del lado de Hamás en Gaza y obtener una influencia desigual en el comercio internacional, concluyó el ICG. Casi el 15% del comercio marítimo mundial pasa por el Mar Rojo y el Canal de Suez. Los ataques de los hutíes, que se han acelerado desde el 19 de noviembre, han afectado ya a casi medio centenar de naciones, según afirmó el presidente Biden en una declaración sobre la respuesta de Estados Unidos.

Las fuerzas estadounidenses y británicas lanzaron ciento cincuenta misiles y bombas que alcanzaron sesenta emplazamientos militares en más de dos docenas de lugares del Yemen. Sin embargo, al parecer, los hutíes siguen disponiendo de la gran mayoría de sus activos militares. Al igual que Hamás, los hutíes «se sienten autorizados a salirse con la suya a un coste asumible», según el ICG. Ambas milicias están involucrando al mundo en sus conflictos y difundiendo sus causas. El domingo, los hutíes dispararon contra un buque de guerra estadounidense en el mar Rojo. El lunes atacaron un portacontenedores de propiedad estadounidense. El martes atacaron otro buque portacontenedores y Estados Unidos disparó contra otros cuatro lugares donde estaban a punto de lanzar misiles.

La escalada -y los peligros inherentes para el futuro- refleja una fusión de crisis en Oriente Medio. Diez conflictos entre diversos rivales o en diferentes escenarios sobre puntos conflictivos dispares y objetivos divergentes están ahora convergiendo. A pesar de todas las advertencias recientes sobre la ampliación de la guerra, la trayectoria es obvia desde hace tiempo. Y a pesar de todos los buques de guerra, tropas y diplomáticos estadounidenses desplegados en Oriente Próximo en los últimos cien días, Estados Unidos ha generado poco, si es que ha conseguido algo, aparte de una mayor vulnerabilidad. «Estados Unidos parece bastante desconectado de las realidades regionales, lo que puede haber sido un enfoque intencionado para permitir una retirada», me dijo Julien Barnes-Dacey, director del programa de Oriente Medio y Norte de África del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. «Pero ahora que Washington ha sido absorbido de nuevo por la guerra de Israel, parece bastante perdido». La espiral «hace casi imposible que Estados Unidos imponga unilateralmente su voluntad en la región».

La confluencia de conflictos es vertiginosa. Israel se enfrenta a cuatro frentes distintos. Lucha contra Hamás en la frontera sur desde el atentado del 7 de octubre que mató a mil doscientos. Mientras tanto, Hizbolá ha lanzado unos 700 ataques desde la frontera norte con Líbano, en solidaridad con Hamás. Los dos grupos militantes (uno suní, el otro chií) comparten objetivos estratégicos, pero tienen agendas internas diferentes. Hamás no colaboró con Hizbolá en la ofensiva, según los servicios de inteligencia estadounidenses. Hasta ahora habían llevado a cabo campañas separadas contra Israel.

Además, Israel sigue sin firmar la paz con dieciséis gobiernos árabes. Los recientes avances en los Acuerdos de Abraham, diseñados para poner fin a setenta y seis años de conflicto árabe-israelí, se han estancado indefinidamente, a pesar de la desesperada diplomacia de la Administración Biden. Arabia Saudí es la pieza clave. Para el guardián de los lugares santos del islam, firmar la paz con Israel en medio de una guerra con los palestinos es insostenible sin un acuerdo que incluya la creación de un Estado para sus compatriotas árabes. El 96% de los saudíes cree ahora que todos los Estados árabes deberían poner fin a sus lazos con Israel, según una encuesta realizada el mes pasado por el Washington Institute for Near East Policy. El 40% apoyaba a Hamás, frente al 10% de agosto.

Los servicios de inteligencia estadounidenses han advertido del creciente apoyo árabe y musulmán a Hamás, designado grupo terrorista por Estados Unidos y Europa. En el Foro de Doha del mes pasado, escuché a docenas de árabes que condenaban las tácticas de Hamás y discrepaban de su ideología, aunque admiraban o envidiaban su decidida resistencia a Israel y su desafío a la influencia estadounidense. «En este tipo de lucha, el centro de gravedad es la población civil», reconoció en diciembre el secretario de Defensa, Lloyd Austin. «Y si los echas en brazos del enemigo, sustituyes una victoria táctica por una derrota estratégica». Y señaló: «Esta tragedia se agravaría si todo lo que esperara a israelíes y palestinos al final de esta horrible guerra fuera más inseguridad, más rabia y más desesperación”.

El cuarto frente de Israel es una guerra en la sombra con Irán que se desarrolla en Siria. Ha lanzado cientos de ataques aéreos contra armamento, instalaciones militares y fuerzas iraníes, así como contra objetivos sirios. Esos ataques se han intensificado desde el 7 de octubre. Días después de las atrocidades de Hamás, Israel bombardeó los aeropuertos internacionales de Damasco y Alepo. La mayor preocupación de Israel es el programa nuclear de Irán, que se ha acelerado silenciosamente desde el 7 de octubre después de ralentizarse durante el verano, según me dijeron funcionarios estadounidenses. Fuentes de inteligencia creen que Teherán está más cerca que nunca de tener la capacidad de construir un arma nuclear, si así lo desea.

Mientras tanto, los hutíes luchan en tres ejes. Son un movimiento tribal chií que surgió en los años noventa para revivir la cultura y la fe. En la última década, se han apoderado de la capital, Saná, y de territorios estratégicos a lo largo del Mar Rojo. Los hutíes representan alrededor de un tercio de los treinta y cinco millones de habitantes del Yemen, el país más pobre del mundo árabe. Su insurgencia contra un gobierno suní corrupto se convirtió en un conflicto regional en 2015, cuando una coalición liderada por Arabia Saudí, auspiciada por la inteligencia y el armamento de Estados Unidos, lanzó un bloqueo naval y más de veinticinco mil ataques aéreos contra los hutíes. A medida que aumentaba simultáneamente el apoyo militar iraní a los rebeldes yemeníes, el conflicto se enmarcaba cada vez más como una guerra de poder entre Riad y Teherán. Una iniciativa de paz entre el Yemen y Arabia Saudí respaldada por la ONU, que comenzó en abril, se ha estancado en medio de las hostilidades entre Israel y Hamás. Hasta la guerra de Gaza, la situación del Yemen sufría la peor crisis humanitaria del mundo, según la Agencia de la ONU para los Refugiados. Cientos de miles de personas han muerto, más de cuatro millones han sido desplazadas y veintiún millones dependen de la ayuda humanitaria para sobrevivir. Cinco millones se enfrentan a la hambruna, y hay un millón de casos sospechosos de cólera. Mientras tanto, la economía de Yemen se ha hundido.

Estados Unidos se ha visto cada vez más implicado en las crisis del Yemen. Tanto bajo la administración republicana como bajo la demócrata, Estados Unidos ha interceptado envíos de armas de Irán a los hutíes. La semana pasada, las fuerzas navales capturaron un velero que transportaba ojivas de misiles iraníes con destino al Yemen, pero perdieron a dos comandos de las fuerzas especiales que fueron arrastrados por el oleaje en el mar Arábigo. Por otra parte, el Pentágono ha llevado a cabo casi cuatrocientas operaciones antiterroristas -en las que han muerto más de mil personas- contra Al Qaida en la Península Arábiga. En 2002, el lema fundacional de los hutíes fue «Dios es el más grande, muerte a América, muerte a Israel, malditos sean los judíos, victoria del islam». El bombardeo israelí de Gaza ha encendido la furia pública tras la muerte de más de veinticuatro mil palestinos, la mayoría mujeres y niños según los informes, y la destrucción de la mitad de todos los edificios de Gaza, al tiempo que ha generado condiciones de hambruna, falta de vivienda y pobreza, todo ello en apenas cien días.

En las últimas ocho semanas, los hutíes han disparado misiles y aviones no tripulados contra Israel, al tiempo que han lanzado treinta ataques contra la navegación internacional, incluidos buques de guerra estadounidenses, frente a sus costas. «Nosotros, el pueblo yemení, no estamos entre los que temen a Estados Unidos», dijo Abdul Malik al-Hutí, el líder de la milicia, en un discurso televisado el 11 de enero. El día X, Ali al-Qahoum, un alto cargo hutí, se jactó: «La batalla será más grande… y más allá de la imaginación y las expectativas de estadounidenses y británicos».

En otras líneas del frente, las fuerzas estadounidenses todavía están desplegadas en Iraq y Siria para contener las células remanentes del Estado Islámico, cuyo califato colapsó hace cinco años. También han sentido las consecuencias de la guerra entre Israel y Hamás. Desde mediados de octubre, los estadounidenses han sido atacados ciento treinta veces por drones, cohetes, morteros y misiles, aunque no por parte del Dáesh. Los ataques han sido llevados a cabo por diversas milicias del llamado Eje de Resistencia, una red generada por Irán que incluye importantes movimientos en cuatro países y células en otros. Han lanzado casi ochenta ataques contra las novecientas fuerzas estadounidenses en Siria y más de cincuenta ataques contra los dos mil quinientos estadounidenses en Iraq. Decenas de estadounidenses han resultado heridos.

Estados Unidos ahora está contraatacando. El día de Navidad, los ataques aéreos estadounidenses mataron a varios miembros de Kata’ib Hizbollah, un grupo extremista iraquí, y destruyeron tres de sus instalaciones. El 4 de enero, un ataque aéreo estadounidense mató a un comandante de alto rango de otra milicia iraquí, Harakat al-Nujaba. Sin embargo, en el laberinto de alianzas en Oriente Medio, ambas milicias son también un ala de las Fuerzas de Movilización Popular, un conjunto de milicias chiíes oficialmente bajo el mando del ejército iraquí, que las fuerzas estadounidenses han desplegado para ayudar en la campaña en curso contra el Dáesh. Bagdad condenó el asesinato como una “violación flagrante” de su soberanía y seguridad. Al día siguiente, el primer ministro chií al-Sudani pidió a las fuerzas estadounidenses en Iraq –que a su vez supervisan a las tropas estadounidenses en Siria– que se fueran, aunque sin fijar una fecha.

Por último, pero no menos importante, están las tensiones entre Washington y Teherán, que se remontan a la Revolución Islámica de 1979 y no han hecho más que intensificarse a lo largo de las décadas. Estados Unidos responsabiliza a Irán por la muerte de cientos de fuerzas estadounidenses en el Líbano, Iraq y Afganistán. En la guerra entre Israel y Hamas, ahora se enfrentan entre sí con riesgos existenciales para sus aliados, que se extienden a otras partes de la región. Durante la noche del lunes, Irán disparó misiles cerca del consulado estadounidense en Erbil, así como de una base militar utilizada por las fuerzas estadounidenses. Los Guardias Revolucionarios afirmaron que la operación tenía como objetivo un centro de espionaje del Mossad en el norte de Iraq “responsable de desarrollar y lanzar operaciones de espionaje y planificar actividades terroristas en la región, especialmente contra Irán”. El Departamento de Estado calificó los ataques de “imprudentes”. La trágica ironía es que tanto Washington como Teherán quieren evitar más conflictos. «No estamos buscando una guerra», dijo a los periodistas el martes John Kirby, coordinador de comunicaciones estratégicas del Consejo de Seguridad Nacional. «No buscamos expandir esto».

La fusión de múltiples guerras era casi inevitable, me dijo Dan Kurtzer, exembajador de Estados Unidos en Israel y Egipto que participó en el proceso de paz de Estados Unidos tanto con demócratas como con republicanos. La escasez de ideas e ismos viables ha creado espacio para que los movimientos extremistas llenen un vacío, a veces por defecto. «Esos movimientos han ganado legitimidad a expensas de movimientos seculares muy ineficaces», afirmó. «Una tendencia prolongada es la creciente sensación de que el islam tiene mejores respuestas a los problemas de la región que los Estados seculares no islámicos».

Otro factor es la madurez y la profundidad de los actores no estatales. Israel libró cuatro guerras con gobiernos árabes vecinos entre 1948 y 1973. Sin embargo, desde entonces, todos sus conflictos han sido con milicias: la Organización de Liberación de Palestina, Hizbolá, Hamás y ahora los hutíes. Las milicias del Eje de Resistencia existen desde hace dos generaciones. Sus combatientes están ahora curtidos en la batalla y mejor armados, y son capaces de fabricar su propio armamento. Si el Eje desatara simultáneamente su poder colectivo sobre Israel, tendrían capacidades para impedir que un adversario se defienda plenamente.

Un tercer factor es el fracaso de la política exterior estadounidense. Desde la Segunda Guerra Mundial hasta la década de 1990, los despliegues militares solían ir acompañados de iniciativas diplomáticas. Pero la respuesta de Estados Unidos a las amenazas desde los ataques del 11 de septiembre de 2001 ha sido actuar militarmente. «Esto es mayor que la guerra de Gaza o que los hutíes disparando misiles», dijo Kurtzer. «Han echado por tierra la diplomacia». Como resultado, la gente de toda la región ha visto cada vez más la participación estadounidense a través del cañón de un arma, con una credibilidad cada vez menor para su diplomacia. “Ha sido como si tu auto se desmoronara”, dijo. “Primero desparece el carburador, luego el aceite, los líquidos y los cables. Y, finalmente, te quedas atrapado sentado al borde de la carretera”.

En un último esfuerzo por presionar a los rebeldes yemeníes, Estados Unidos añadió formalmente el miércoles a Ansar Allah, el nombre oficial del partido hutí, a la lista de “grupos terroristas globales especialmente designados”. También impuso amplias sanciones a una milicia que controla la mayor parte del territorio en el país más pobre de Oriente Medio. «Estos ataques se ajustan a la definición de terrorismo de los libros de texto», dijo Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional. «Han puesto en peligro al personal estadounidense, a los marineros civiles y a nuestros socios, han puesto en peligro el comercio mundial y amenazado la libertad de navegación». Las sanciones, que tendrán algunas “excepciones” para la asistencia humanitaria, no entrarán en vigor hasta dentro de treinta días para dar tiempo a los países y agencias no gubernamentales a decidir qué hacer con los envíos pedidos o en camino. Y, si los hutíes pusieran fin a sus ataques, Estados Unidos estaría dispuesto a revisar la designación, dijo la Administración. Pero los hutíes, al igual que otros grupos del Eje de Resistencia, han prometido no detenerse hasta que termine la guerra de Gaza. Y eso es algo que no está a la vista.

Foto de portada: Manifestantes en la capital de Saná, Yemen, controlada por los hutíes, marchan en solidaridad con el pueblo de Gaza (Mohammed Huwais / AFP / Getty).

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