Los huérfanos de Gaza

Elizabeth West, CounterPunch.com, 8 enero 2024

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Elizabeth West vive, escribe y se esfuerza por encontrar belleza y alegría en el corazón en el país de DuPont. Puede contactar con ella en: elizabethwest@sonic.net o a través de su sitio web.

Siento como una especie de abeja zumbándome en la cabeza, y es que estoy obsesionada con los niños de Gaza pero, hasta ahora, no he encontrado forma de solucionarlo. Esa abeja me está volviendo un poco loca. Quizá sea algo bueno….

He aquí los antecedentes de este estado. La cifra oficial de muertos en Gaza se acerca ya a los 28.000. De esa cifra, acumulada en sólo 122 días, alrededor del 70% eran mujeres y niños y una buena parte del resto eran hombres no combatientes. Algo menos de la mitad de la población de Gaza -antes de la masacre actual- eran niños. Según mis cálculos, eso sumaría estos totales: unas 20.000 mujeres y niños muertos, de los cuales más de 11.000 habrían sido jóvenes.

Estas cifras -28.000 muertos, 20.000 mujeres y niños perdidos, 11.600 niños asesinados- son cifras, pequeños datos que se nos proporcionan, pero que se quedan profundamente cortos para describir la carnicería. No son más que instantáneas de la destrucción provocada por Israel, carentes de cualquier atisbo de la vasta humanidad perdida, la complejidad, la riqueza, la sabiduría, las historias pequeñas y grandes.

Las pequeñas víctimas que vemos, envueltas en blanco, que son lloradas y luego amontonadas en fosas comunes, eran niños. No eran de Hamás, ni de la Yihad Islámica Nunca votaron. Por nadie. Nunca conspiraron contra los ocupantes sionistas. Nunca estuvieron en condiciones de participar en un golpe contra Hamás, como muchos occidentales parecen pensar que deberían haber hecho los gazatíes, y por lo que Israel insiste en que son culpables, merecedores de su propia muerte.

Estas muertes de menores están bastante bien documentadas; no es ningún secreto que las muertes apuntan a crímenes de guerra masivos.

Los que viven

Dicho esto, aquí está la obsesión en sí: hay otros grupos de niños cuya difícil situación es igual de preocupante y posiblemente incluso más acuciante. Para empezar, están los niños desgarradoramente etiquetados como WCNSF, o «Wounded Child, No Surviving Family» (Niño Herido, Sin Familia Superviviente).  Algunos de estos niños han perdido familias enteras, además de sus propios ojos, piernas, brazos, manos, pies y voces. Luego están los que han sobrevivido con sus cuerpos aún intactos, pero que están solos en un mundo con poca comida, agua o refugio, donde las bombas llueven del cielo y los puntos de referencia familiares se reducen a escombros cada día.

El número total de muertos hasta la fecha -28.000- incluye innumerables madres y padres, tíos, abuelos, tías y hermanos mayores. Las mismas personas que naturalmente cuidarían de los más vulnerables, los niños. Los que les procurarían comida, agua y mantas, los cuidarían cuando enfermaran. Las personas que les ayudarían a encontrar un centro de cordura en medio de esta completa locura. Que los querrían -seguramente el elemento más esencial para una supervivencia significativa-, aunque todos los demás aspectos de sus vidas estén destrozados. Los israelíes no sólo están erradicando personas, sino que están destruyendo las redes sociales vitales con las que todos contamos para que nuestros jóvenes sobrevivan y prosperen, física y emocionalmente.

Me pregunto: ¿qué ocurre con estos niños?  Según UNICEF, actualmente hay unos 19.000 huérfanos en Gaza. La organización Euro-Med Human Rights Monitor, presidida por Richard Falk, cifra el número en unos 25.000 huérfanos. De nuevo, frías cifras, pero, para contextualizar, ¿podemos intentar imaginar lo inimaginable? Pensemos en todos y cada uno de los niños de Lansing, Michigan, que han quedado huérfanos por la violencia en tan sólo cuatro meses, y luego consideremos la magnitud de esa pérdida. Si añadimos los desplazamientos generalizados, la falta de vivienda, la guerra y el hambre, empezamos a hacernos una idea de lo que realmente significa esta cifra.

Empecemos por las necesidades físicas: ¿Dónde vivirán? ¿Quién cuidará de ellos? ¿Quién los criará? Estamos ante un enorme contingente de niños que necesitan un lugar donde vivir. La familia, incluida la familia extensa, es la opción universalmente preferida para los niños que han perdido a sus padres. Pero para muchos de estos niños, todo vestigio de familia ha desaparecido.

No sólo han perdido a sus familias, sino que es casi seguro que están traumatizados de una forma y en una medida en la que tenemos poca experiencia. Dado que al final se encontrará alguna solución para alojarlos y alimentarlos, ¿quién les ayudará a levantarse de la cama cada mañana, a aprender a cantar de nuevo, a jugar con otros, a nadar sin miedo en su hermoso mar?

A menudo se dice que los niños tienen capacidad de recuperación, y quizá sea cierto, pero nadie debería recuperarse sin más de lo que han sufrido estos niños. La mente y el corazón humanos no están hechos para eso. Estos niños, si sobreviven al genocidio, van a necesitar grandes cantidades de diversos tipos de apoyo para seguir viviendo con algún sentido de propósito y dignidad. El zumbido me dice que debería estar trabajando en cómo proporcionar esta ayuda.

Cuando hablé recientemente con Zeiad Abbas Shamrouch, director ejecutivo de la Alianza por la Infancia de Oriente Medio (MECA, por sus siglas en inglés), reconoció la amplitud del reto que plantean las necesidades de los huérfanos de Gaza, pero expresó una postura que, según él, compartían la mayoría de las organizaciones dedicadas al bienestar de los niños palestinos: Hagamos la primera acción para detener el genocidio, y luego podremos discutir qué se necesita después. Por el momento, explicó, los trabajadores de MECA en Gaza se proponen conseguir alimentos, agua y refugio adecuados para todos los niños de Gaza, así como para quienes cuidan de ellos. MECA, como tantas otras ONG que se ocupan del bienestar de los palestinos, se centra hoy, con gran sensatez, en salvar vidas. Sólo cuando se neutralicen las amenazas inmediatas y letales podrán dedicar toda su atención a ayudar a los gazatíes a recuperarse y reconstruirse.

La mayoría de nosotros -yo misma y quienes leen esto- somos ciudadanos de países que han colaborado activamente en esta matanza. Nuestros impuestos han comprado las bombas, y nuestros líderes electos han guiñado el ojo a Netanyahu y sus cómplices mientras escupían odio racista y genocida, orquestando al mismo tiempo la masacre. Biden -como todos sabemos- fue más allá del guiño para cometer ese odioso abrazo. Hace poco, varios de nuestros gobiernos desfinanciaron a la UNRWA (basándose en sólidas «pruebas» de las siempre engañosas fuerzas de ocupación israelíes y el Shin Bet), poniendo aún más en peligro a los niños de Gaza en un momento crítico en el que la hambruna y las enfermedades campan a sus anchas.

Es cierto, y merece la pena destacarlo, que muchos de nosotros estamos haciendo lo que podemos para detener o ralentizar la matanza. Nos estamos organizando, marchando, siendo arrestados y atascando los tribunales, insistiendo en que nuestras voces sean escuchadas en los pasillos del gobierno infiltrados por el AIPAC. Rezamos, gritamos, escribimos y suplicamos, enviamos dinero en la medida de nuestras posibilidades, pero… como ocurrió con la guerra de Iraq, nuestras voces y nuestros cuerpos en la calle -hasta ahora- tienden a ser rechazados como un pequeño enjambre de mosquitos, molestos, pero poco más. Mientras seguimos manifestándonos y haciendo todo lo posible para que los responsables de este crimen de guerra rindan cuentas, la cruda realidad es que los palestinos siguen muriendo.

Eso significa no sólo más pérdidas de vidas humanas, sino más huérfanos, más niños que necesitan desesperadamente una atención integral universal.

Mientras pedimos un alto el fuego, podemos pensar al mismo tiempo en los niños, vivos, pero sin familia, en cómo podemos hacer lo correcto por ellos ahora y más adelante, cuando cese la matanza. Siento una obligación, sobre todo por la humanidad que compartimos, pero también porque vivo en el país más cómplice en la creación de esta catástrofe. Para silenciar a esa abeja, debo hacer algo para contrarrestar la violencia obscena que ha arrebatado a estos niños sus familias, sus hogares, sus escuelas, sus amigos, sus profesores, sus mascotas, su capacidad para sentirse seguros y, en una medida desconocida, pero seguramente considerable, su capacidad para convertirse en los bellos seres humanos polifacéticos que sus padres creían que les correspondía por derecho.

Se trata de una situación que requiere soluciones que abarquen las necesidades del niño en su totalidad: espirituales, emocionales y físicas. Es un tema del que se ha hablado poco, pero no hay duda de que es y seguirá siendo un asunto complejo y urgente.  Como ha señalado Zeiad, lo primero es detener la matanza, pero para quienes no vivimos bajo el asedio israelí, quienes tenemos el lujo de simplemente abrir el grifo para obtener agua hirviendo para el café, rebuscar en la nevera algo para comer, coger nuestros teléfonos y ordenadores a voluntad para comunicarnos, la capacidad de contemplar posibles respuestas existe ahora mismo.

Un giro bienintencionado, pero (probablemente) equivocado

Algunas personas están trabajando en la búsqueda de estas respuestas; he encontrado algunas menciones a planes para reasentar a niños huérfanos en Estados Unidos. Aunque se trata de una idea tentadora en algunos aspectos, me preocupa seriamente. Parece bastante transparente que el objetivo sionista es y siempre ha sido expulsar a todos los palestinos de la tierra de sus antepasados y, además, desmantelar su cultura e identidad de forma que desaparezcan en la diáspora. Trasplantar a los niños de Gaza a Estados Unidos, Reino Unido o países de la UE facilita así esa criminal e ilegal intención sionista.

Para los propios niños, la separación de los puntos de referencia sensoriales familiares -sonidos, olores, alimentos, música, idioma- sería otra pérdida enorme y desorientadora. Incluso con las familias más bienintencionadas y culturalmente más afines de Occidente -y sé que hay gente maravillosa que abriría su corazón y su hogar sin dudarlo-, sospecho que la discordancia, la pérdida de lo poco que les queda de «hogar», sumada al trauma que ya arrastran, sería insuperable para muchos niños.

La adopción en el mundo islámico, por lo que tengo entendido, no se ve de la misma manera que en Estados Unidos y Europa. Aunque criar al hijo biológico de otro no es infrecuente, sobre todo en el caso de los huérfanos, se hace hincapié en mantener los lazos de nacimiento de ese niño, una tradición que iría en contra de enviar a los niños a lugares lejanos.

Todos los niños merecen ser atendidos y que se satisfagan sus necesidades; tras un trauma como el sufrido por los jóvenes de Gaza, debemos considerar su necesidad intrínseca de ser palestinos como una de las más primordiales. La completa destrucción de las vidas que llevaban el 6 de octubre es casi seguro que será el acontecimiento que definirá sus vidas. Sólo por esa razón, cualquier cosa que pudiera socavar su identidad como palestinos sería, en mi opinión, un fracaso a la hora de satisfacer esas necesidades.

Por lo tanto, hay muchas razones para no «reasentar» a estos niños fuera de Palestina y Oriente Medio. Aunque podría ser una reacción de corazón abierto a la crítica situación de estos niños (¿una familia sin hijos para un niño sin familia?), está claro que no es un plan que responda al interés superior de la mayoría de estos niños.

Posiblemente de igual importancia es el reconocimiento de que las respuestas a la pregunta «¿cómo podemos ayudar a los huérfanos de Gaza?» deben venir de los palestinos. Y que yo sepa, nadie en Palestina está pidiendo todavía que los estadounidenses o los europeos vengan corriendo a recoger a sus niños huérfanos. Aunque entiendo la atracción, la satisfacción personal que podría ofrecer a cualquiera que abriera su casa, casi seguro que es un giro equivocado.

¿Cómo podría ser la verdadera ayuda?

Entonces, ¿qué podemos hacer? ¿Cómo podemos, los que nos sentimos obligados, ayudar de un modo que sea realmente… útil?  Ram Dass y Paul Gorman escribieron hace unas décadas un libro titulado How Can I Help? (¿Cómo puedo ayudar?). Es una maravillosa recopilación de anécdotas y pensamientos claros sobre la ayuda, sobre aquello que subyace en gran parte de nuestros esfuerzos por ayudar. El libro incluye ideas y orientaciones sobre cómo ofrecer nuestro amor y apoyo de forma que realmente se centre en la persona o personas a las que queremos ayudar. Uno de los mensajes clave que extraje de él apunta al profundo poder -y, a menudo, al increíble desafío- que supone simplemente estar plenamente presente ante el dolor o el miedo de otra persona. Abrir y cerrar las persianas, rellenar las almohadas, conseguir más hielo para la jarra de agua… todo esto puede ser, según sugieren Ram Dass y Gorman, más para nuestro propio beneficio que para el de un ser querido que yace gravemente enfermo en una cama de hospital. La persona que está en esa cama está, de hecho, más o menos abandonada por el alboroto y los arreglos de nuestra «ayuda». En lugar de eso, dicen -y parafraseo-, siéntate con el sufrimiento, únete a él, hónralo. Sé auténtico con esa persona allí donde se encuentre y, en general, esto demostrará ser una ayuda mucho más real que hacer un montón de cosas que no te han pedido y que no son especialmente necesarias. Por supuesto, cuando te lo pidan, responde. Conseguir más hielo es muy útil, cuando se quiere.

La abeja de mi cabeza lo pasa fatal simplemente sentada ante el sufrimiento de los palestinos, huérfanos o no. Quiero actuar, poner mi granito de arena para suavizar los horrores. No estoy segura de que «estar presente con» la angustia gazatí tenga mucho valor. Por lo que leo y oigo, la gente de Gaza nos está suplicando que pongamos más hielo, que actuemos en su nombre. Así que la abeja zumba: ¿dónde se atenderá mejor a estos niños?  ¿En orfanatos dentro de los asentamientos de refugiados palestinos?  ¿Debería recaudar dinero para contratar a trabajadores sociales, médicos y terapeutas palestinos de todo tipo, que podrían proporcionar el personal necesario para esas instalaciones? ¿Debería pensar en encontrar formas de hacer posible que familias palestinas o incluso otras familias árabes acojan o adopten, apadrinen a niños concretos?  ¿Qué más puedo hacer?

Tengo tantos privilegios y seguridad, tantas opciones, que sin duda se suman a mi obligación de actuar. Aun así, es humillante ver lo fácil que es identificar un problema desde mi cómodo salón, idear una solución que tiene mucho sentido para mí y seguir adelante.  Ser una «salvadora» es otro error fácil de cometer.

Así que el zumbido continúa: estoy segura de que seguiré buscando ideas sobre cómo ayudar, pero con ese telón de fondo, persistiré ferozmente en hacer las pequeñas cosas que pueda para detener la matanza. Esto tiene que ser primordial, no sólo porque es un requisito previo para cualquier reconstitución de una vida algo normal, sino porque es lo que los palestinos con los que he hablado me piden que haga. Los fondos que tengo los donaré a cualquiera de las increíbles organizaciones que alimentan y dan cobijo a los niños de Gaza. Está claro que aún no ha llegado el momento de actuar respecto a mis preocupaciones sobre los huérfanos. Esperaré al liderazgo palestino en este asunto, y haré todo lo posible por estar presente cuando se identifique una dirección.

El ritmo del colapso mundial plantea otro reto para el futuro de estos niños. La rapidez con la que cada nueva catástrofe capta nuestra atención nos deja a todos expuestos a la inconstancia. No es difícil creer que tres meses después de que cesen los tiroteos en Gaza, la mayoría de los que estamos actualmente absortos habremos pasado a la siguiente emergencia. Pero ésta es una debacle atroz de la que tenemos cierta responsabilidad directa, y no debemos apartar la vista de ella. Como dijo Philippe Lazzarini, de UNRWA: «Toda una generación de niños está traumatizada, y tardará años en curarse».  Nuestras bombas lo hicieron. Nuestros guiños, asentimientos y abrazos lo hicieron.

Espero que aparezcamos y sigamos presentes, que hagamos todo lo posible para que la curación sea una opción viable para el mayor número posible de huérfanos de Gaza. Puede que aún no esté claro cuál es la mejor manera de conseguirlo, pero el duro trabajo de regenerar vidas y países requiere compromiso, constancia y la voluntad de trabajar en una relativa oscuridad.

Esto puede o no llamarte, pero si lo hace, y si tienes tu propia abeja, deja que su zumbido sirva para mantenerte alejada de la complacencia. Preparémonos, pues, para ayudar en serio, una vez trazado el camino. Decidámonos a hacer todo lo que podamos para apoyar los esfuerzos palestinos por reconstruir las redes que sostienen la vida y el amor, aquellas que han sido destruidas por las bombas estadounidenses lanzadas por Israel. No permitamos que el próximo choque de trenes nos distraiga o aleje a los huérfanos de Gaza de nuestros corazones. Estos niños inocentes e innatamente dignos merecen, como mínimo, ayuda real. Son nuestros semejantes y no deben ser abandonados de nuevo.

Foto de portada: Muhammad Sabah, B’Tselem – CC BY 4.0

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