EE. UU. tiene que poner fin a su ocupación de Oriente Medio

Medea Benjamin, Nicolas J.S. Davies, Middle East Eye, 12 febrero 2024

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Medea Benjamin es cofundadora de CODEPINK for Peace y autora de varios libros, entre ellos Kingdom of the Unjust: Behind the US-Saudi Connection. Nicolas J. S. Davies es redactor de Consortium News e investigador de CODEPINK, y es autor de Blood On Our Hands: the American Invasion and Destruction of Iraq.

El 7 de febrero, un ataque con drones estadounidenses asesinó al líder de la milicia iraquí, Abu Baqir al-Saadi, en el corazón de Bagdad. Esto marcó una nueva escalada en un nuevo frente importante en la guerra entre Estados Unidos e Israel en Oriente Medio, que se centra en el genocidio israelí en Gaza, pero se extiende a la limpieza étnica en la ocupada Cisjordania, los ataques israelíes contra el Líbano y Siria, y los bombardeos de EE. UU. y Reino Unido sobre el Yemen.

Este último ataque estadounidense se produjo tras una serie de bombardeos estadounidenses contra docenas de objetivos en Iraq y Siria la semana anterior en los que murieron al menos 39 personas. Irán calificó los ataques como un “error estratégico”, mientras que Iraq dijo que traerían “consecuencias desastrosas” para Oriente Medio.

Al mismo tiempo, el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, recorrió el número cada vez menor de capitales de la región donde sus líderes todavía están dispuestos a  hablar con él, desempeñando el tradicional papel estadounidense de intermediario deshonesto entre Israel y sus vecinos, cuando en realidad se asocia con Israel para ofrecer a los palestinos condiciones imposibles, y virtualmente suicidas, para un alto el fuego en Gaza.

Lo que Israel y Estados Unidos proponían, aunque no hicieron público, parecía ser un segundo alto el fuego temporal, durante el cual se intercambiarían prisioneros o rehenes, lo que posiblemente conduciría a la liberación de todos los israelíes retenidos en Gaza, pero de ninguna manera pondría fin al genocidio.

Si los palestinos liberaran de hecho a todos sus rehenes israelíes como parte de un intercambio de prisioneros, eliminarían el único obstáculo a una escalada catastrófica del genocidio.

Cuando Hamás respondió con una contrapropuesta de un alto el fuego total y la retirada israelí de Gaza, el presidente estadounidense Joe Biden la descartó de plano calificándola de “desmesurada”, mientras que el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu la calificó de “estrambótica” y “delirante”.

La posición actual de Estados Unidos e Israel es que poner fin a una masacre que ya ha matado a más de 28.000 personas no es una opción seria, incluso después de que la Corte Internacional de Justicia dictaminara que se trataba de un caso plausible de genocidio.

Ahora Biden pide a Israel que «proteja» a los civiles antes de lanzar un ataque total contra Rafah, pero eso es claramente imposible. Según las propias estimaciones de Israel, sólo ha matado o capturado a un tercio de las fuerzas de Hamás y destruido un tercio de sus túneles, lo que significa que, si se le permite continuar, la destrucción y matanza venideras serán incluso peores que la masacre sin precedentes que ya ha perpetrado.

Raphael Lemkin, el superviviente polaco del Holocausto que acuñó el término genocidio y redactó la Convención sobre el Genocidio, debe estar revolviéndose en su tumba en el cementerio Mount Hebron de Nueva York.

Misión imposible

El apoyo de Estados Unidos a las políticas genocidas de Israel va ahora mucho más allá de Palestina, con la expansión de la guerra a Iraq, Siria y Yemen en un esfuerzo por castigar a otros países y fuerzas de la región por intervenir para defender a los palestinos. Las autoridades estadounidenses han dicho que sus recientes ataques tenían como objetivo detener los ataques respaldados por Irán contra bases estadounidenses. Pero la principal milicia iraquí ya había suspendido los ataques contra objetivos estadounidenses a finales de enero.

Un alto oficial militar iraquí le dijo a la BBC en persa que al menos una de las unidades militares iraquíes que Estados Unidos bombardeó el 2 de febrero no tenía nada que ver con ataques a bases estadounidenses.

El primer ministro iraquí, Mohammed Shia al-Sudani, negoció un acuerdo hace un año para diferenciar claramente entre las unidades de las Fuerzas de Movilización Popular (FMP) que formaban parte del “eje de resistencia”, que libraban una guerra de bajo nivel contra las fuerzas de ocupación estadounidenses, y otras unidades de FMP que no participaron en ataques a bases estadounidenses.

De forma trágica, como Estados Unidos no logró coordinar sus ataques con el gobierno iraquí, este acuerdo aparentemente no logró impedir que Estados Unidos atacara a las fuerzas iraquíes equivocadas. No es de extrañar que algunos analistas hayan calificado de misión imposible los valientes esfuerzos de Sudani para evitar una guerra total entre las fuerzas estadounidenses y la Resistencia Islámica en su país.

Tras los ataques estadounidenses, las fuerzas armadas en Iraq comenzaron a lanzar nuevos ataques, incluido un ataque con drones que mató a seis soldados kurdos en la base estadounidense más grande en Siria. Por lo tanto, el efecto predecible del bombardeo estadounidense fue, de hecho, rechazar los esfuerzos de Irán e Iraq para controlar las fuerzas de resistencia, intensificando así una guerra que los funcionarios estadounidenses siguen afirmando que quieren desalentar.

Desde periodistas y analistas experimentados hasta gobiernos de Oriente Medio, voces cautelosas advierten a Estados Unidos con un lenguaje cada vez más severo sobre los peligros de sus crecientes campañas de bombardeos. “Mientras la guerra hace estragos en Gaza”, escribió Orla Guerin de la BBC el 4 de febrero, “un movimiento en falso podría incendiar la región”.

Tres días después, Guérin estaría rodeada de manifestantes que coreaban “Estados Unidos es el mayor diablo”, mientras informaba desde el lugar del asesinato de Saadi en Bagdad, lo que podría resultar ser exactamente el tipo de movimiento en falso que temía.

Pero lo que los estadounidenses deberían preguntarle a su gobierno es lo siguiente: ¿por qué hay todavía 2.500 soldados estadounidenses en Iraq? Han pasado 21 años desde que Estados Unidos invadió Iraq y sumió a la nación en una violencia, un caos y una corrupción aparentemente interminables; más de una década desde que Iraq obligó a las fuerzas de ocupación estadounidenses a retirarse a finales de 2011; y siete años desde la derrota del Estado Islámico (Dáesh), que sirvió de justificación para que Estados Unidos enviara fuerzas de regreso a Iraq en 2014 y luego destruyera la mayor parte de Mosul, la segunda ciudad más grande del país, en 2017.

Nuevo mínimo impactante

Los sucesivos gobiernos y parlamentos iraquíes han pedido a Estados Unidos que retire sus fuerzas del país. Pero con las conversaciones sobre este tema en marcha, los iraquíes y los estadounidenses han emitido declaraciones contradictorias sobre el objetivo final. Mientras los iraquíes buscan una retirada inmediata, los funcionarios estadounidenses han propuesto que las tropas estadounidenses puedan permanecer entre dos y cinco años más, postergando aún más este potencial explosivo en el futuro a pesar de los peligros obvios que representa para las vidas de las tropas estadounidenses y para la paz en la región.

Detrás de estas declaraciones contradictorias, el valor real de las bases iraquíes para el ejército estadounidense no parece tener que ver en absoluto con el Dáesh, sino con Irán. Aunque Estados Unidos tiene más de 40.000 soldados estacionados en todo Oriente Medio y otros 18.000 en buques de guerra en los mares que los rodean, las bases que utiliza en Iraq son las que están más cerca de gran parte de Irán.

Si el Pentágono pierde estas instalaciones en Iraq, las bases más cercanas desde las que podría atacar a Teherán serían el Campamento Arifjan y varias otras bases en Kuwait, donde 13.500 soldados estadounidenses serían vulnerables a los contraataques iraníes, a menos, por supuesto, que Estados Unidos se retirara también.

Hacia el final de la Guerra Fría, el historiador Gabriel Kolko observó en su libro Confronting the Third World que la “incapacidad endémica de Washington para evitar compromisos costosos y complicados en áreas del mundo que son de importancia intrínsecamente secundaria para [sus] prioridades ha causado que la política exterior y los recursos de EE. UU. vayan prácticamente pasando de forma arbitraria de un problema y una región a otro/a. El resultado ha sido la creciente pérdida de control de Estados Unidos sobre sus prioridades políticas, su presupuesto, su estrategia y tácticas militares y, en última instancia, sus objetivos económicos originales”.

Después del fin de la Guerra Fría, en lugar de restaurar objetivos y prioridades realistas, los neoconservadores que obtuvieron el control de la política exterior estadounidense se engañaron a sí mismos al creer que el poder militar y económico de su país finalmente podría triunfar sobre la frustrante y diversa evolución social y política de cientos de países y culturas de todo el mundo.

Además de causar una destrucción masiva sin sentido en un país tras otro, esto ha convertido a Estados Unidos en el enemigo global de los principios de democracia y autodeterminación en los que cree la mayoría de los estadounidenses.

El horror que muchos estadounidenses sienten ante la difícil situación de los palestinos en Gaza -y el papel de Estados Unidos en ella- es un nuevo y sorprendente nivel mínimo en esta desconexión entre la humanidad de los estadounidenses comunes y corrientes y las ambiciones insaciables de sus antidemocráticos líderes.

Mientras trabajan para lograr el fin del apoyo del gobierno estadounidense al genocidio y la opresión del pueblo palestino por parte de Israel, los estadounidenses también deberían trabajar por la tan esperada retirada de las fuerzas de ocupación estadounidenses de Iraq, Siria y otras zonas de Oriente Medio.

Foto de portada: Un hombre quema una imagen del secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, en el curso de una manifestación palestina contra su visita a Israel y Cisjordania en Ramallah el 7 de febrero de 2024 (AFP).

Voces del Mundo

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