Un grito en la oscuridad: «Por favor, ven, ven a salvarme»

Jeffrey St. Clair, CounterPunch.com, 16 febrero 2024

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Jeffrey St. Clair es editor de CounterPunch. Su libro más reciente es “An Orgy of Thieves: Neoliberalism and Its Discontents” (con Alexander Cockburn). Puede contactársele en: sitka@comcast.net o en Twitter: @JeffreyStClair3.

Primero desapareció Hind Rajab, luego sus rescatadores.

Pero desaparecida no es la palabra adecuada. Porque se echa de menos a Hind. También a las personas que intentaron salvarla.

Hay muchas cosas ahora que dependen de usar las palabras adecuadas. De ser precisos.

Hind no desapareció. Sus salvadores no desaparecieron.

Hind estaba tratando de escapar. Sus salvadores estaban tratando de salvarla.

Pero no puedes escapar de un tanque en un pequeño Kia negro. No de un tanque lleno de soldados que dispararon sobre un pequeño Kia negro y se alejaron. No de un tanque armado con los últimos proyectiles explosivos proporcionados bajo orden de emergencia por el gobierno estadounidense. No de un tanque que dispararía sobre una niña asustada.

Las niñas de seis años a las que les gusta vestirse de princesas con trajes de color rosa no desaparecen sin más en la ciudad de Gaza hoy en día. No es que desaparezcan. Se las hace desaparecer.

Hind Rajab estaba en su propia ciudad cuando llegaron los invasores en tanques. En lo que quedaba de ella. A finales de enero, el 60% de las casas de la ciudad de Gaza ya habían sido destruidas por misiles y bombas israelíes. La propia guardería de Hind, en la que acababa de graduarse, había volado por los aires, como tantas otras escuelas, lugares de aprendizaje, lugares de refugio y lugares seguros de la ciudad de Gaza. (Según un nuevo informe de Relief.net, el 78% de los edificios escolares de Gaza han sido alcanzados o dañados directamente por los incesantes bombardeos israelíes. Los 162 edificios escolares afectados directamente atendían a más de 175.000 niños).

Pero ser niño/a en la ciudad de Gaza es ahora ser un objetivo. No hay calles seguras ni santuarios. Los lugares donde antes te sentías más a gusto son ahora los más proclives a ser bombardeados. No hay vías de escape. Cada esquina que doblas puede ponerte cara a cara con un tanque o en la mira láser de un francotirador o bajo un dron Hermes.

Hind estaba perdida, pero no estaba desaparecida. Hind estaba escondida. Escondida dentro de un coche destrozado por la metralla y las balas. Escondida en un coche con familiares muertos y moribundos: su tía, su tío, tres de sus primos. Escondida en un coche y sangrando por las heridas de su espalda, sus manos y su pie. Escondida con su prima Layan Hamadeh, de 15 años, que también estaba herida, sangrando y aterrorizada.

Layan había cogido el teléfono de su padre muerto y había llamado a la Media Luna Roja. Les rogó que vinieran a rescatarla a ella y a Hind. «Nos están disparando», suplicó Layan. «El tanque está justo a mi lado. Estamos en el coche, el tanque está justo a nuestro lado». Entonces se oyeron disparos y la línea quedó en silencio. El operador preguntó: «¿Hola? ¿Hola?» No hubo respuesta. La conexión se había cortado.

El operador de la Media Luna Roja volvió a llamar. Hind respondió. Les dijo que le habían disparado a Layan. Les dijo que todos los demás en el coche estaban muertos. Estuvo al teléfono tres horas. El operador le leyó unas líneas del Corán para calmarla.

«Estoy muy asustada», decía Hind. «Por favor, ven, ven a llevarme. ¿Vendrás y me llevarás?»

¿Se lo imaginan?

¿Se imaginan a su hija cogiendo el teléfono de las manos muertas de su primo, al que habían matado a tiros sólo unos segundos antes delante de ella?

Los operadores le dijeron a Hind que siguiera escondida en el coche. Le dijeron que venía una ambulancia. Le dijeron que pronto estaría a salvo. Hind había podido decirle a Rana Al-Faqueh, coordinadora de respuesta de la MLRP, dónde estaba: cerca de la gasolinera de Fares, en el barrio de Tel al-Hawa. Su propio barrio. Les dijo que todo el barrio parecía estar sitiado por los israelíes.

Eran casi las seis de la tarde. La calle estaba ahora en sombras. Habían pasado tres horas desde que les dispararon a ella y a su familia. Tres horas en el coche con los cuerpos de sus familiares muertos. Tres horas bajo el fuego de la oscuridad.

«Tengo miedo a la oscuridad», le dijo Hind a Rana.

«¿Hay disparos a tu alrededor?» preguntó Rana.

«Sí», dijo Hind. «Ven a buscarme».

Entonces la línea se cortó de nuevo. Esta vez para siempre.

Se había enviado una ambulancia, pero nunca llegó. Sus rescatadores fueron a por ella, entraron desinteresadamente en la zona de fuego, pero nunca llegaron. La madre de Hind, Wisam Hamada, había ido ansiosa al hospital esperando que su hija llegara en cualquier momento, pero nunca apareció.

Antes de que se enviara la ambulancia, la Media Luna Roja informó al Ministerio de Sanidad de Gaza y a las fuerzas ocupantes israelíes de la llamada de Hind. Les dijeron que era una niña de seis años asustada y herida en un Kia negro destrozado por el fuego de los tanques. Les dijeron dónde estaba y que venía una ambulancia. Pidieron que la ambulancia tuviera paso seguro hasta Hind.

Tras coordinar un plan para rescatarla, el RCS envió una ambulancia tripulada por dos paramédicos: Ahmed al-Madhun y Yusef Zeino. Cuando Ahmed y Yousef se acercaron a la zona de Tel al-Hawa, informaron a los operadores de la Media Luna Roja de que fuerzas israelíes los tenían en el punto de mira, que francotiradores habían apuntado con láseres a la ambulancia. Entonces se oyeron disparos y una explosión. La línea quedó en silencio.

Se inició una búsqueda frenética de Hind, Ahmed y Yusef. Pero nadie podía entrar en el barrio de Tel al-Hawa. Ningún palestino, al menos. Ni siquiera para encontrar a una niña. Ni siquiera después de que se hicieran públicas las grabaciones de las angustiosas llamadas de auxilio de Layan y Hind. Los soldados israelíes lo habían acordonado.

Cuando los reporteros de la CNN, cuya postura deferente hacia el régimen israelí ha sido detallada recientemente por The Guardian, se pusieron en contacto con las fuerzas israelíes en relación con Hind y los dos paramédicos, dándoles las coordenadas del coche, los israelíes dijeron que «no estaban familiarizados con el incidente descrito». Cuatro días después, la CNN volvió a preguntar por la suerte de Hind, Ahmed y Yusef y el ejército israelí respondió que «seguían investigando». Pero los israelíes no tuvieron que investigar demasiado «el incidente». Las pruebas estaban ante ellos, hechas por sus propias manos, probablemente captadas en imágenes de sus propios soldados, rastreadas por sus propios drones.

Pasarían 12 días antes de que los israelíes se retiraran de Tel al-Hawa; 12 días antes de que alguien llegara hasta Hind, cuyo cadáver había sido abandonado por los israelíes para que se descompusiera en el Kia negro junto al padre y la madre de Layan y sus tres hermanos (también niños); 12 días antes de que alguien descubriera qué había ocurrido con la ambulancia enviada para rescatarla; 12 días antes de que alguien encontrara a Ahmed y Yusef, abandonados en el lugar donde les habían disparado.

Los titulares de la prensa corporativa decían que el cuerpo de Hind había sido «encontrado». Pero encontrado no es la palabra adecuada. Hind no estaba desaparecida. Sus rescatadores sabían dónde estaba y fueron asesinados porque estuvieron a punto de llegar hasta ella. Los israelíes sabían dónde estaba, justo donde la habían matado a ella y a su familia. Los medios de comunicación hicieron que la doble masacre pareciera un misterio. Pero no había nada misterioso. A finales de enero, el asesinato de Hind y su familia y el ataque israelí contra una ambulancia palestina se habían convertido en rutina. Desde octubre, las fuerzas de la ocupación de Israel han atacado al menos 146 ambulancias y han matado a más de 309 trabajadores médicos.

¿Quién rescatará a los socorristas?

La masacre de esa calle de Tel al-Hawa tuvo lugar tres días después de que el Tribunal Internacional de Justicia advirtiera a Israel de que tenía que dejar de cometer actos de genocidio, dejar de matar a civiles, dejar de matar a niños y trabajadores sanitarios, una sentencia que Israel no sólo ha ignorado, sino que ha desafiado abiertamente. En cambio, Israel culpa a las víctimas de sus atrocidades. Tel al-Hawa era una zona militar cerrada, dice el ejército israelí. Todos los palestinos que circulaban por las calles eran objetivos legítimos, afirman. Las reglas de enfrentamiento eran las mismas de las tropas estadounidenses en My Lai: disparar a todo lo que se moviera. Incluso a las niñas y a los paramédicos que corrían a curar sus heridas.

El Kia negro, con las ventanillas reventadas, la carrocería destrozada por la metralla y llena de agujeros de bala, fue encontrado por los familiares de Hind exactamente donde Layan y Hind habían dicho que estaba: justo al lado de la gasolinera. Lo encontraron donde un tanque israelí les había disparado. La encontraron cerca de la ambulancia que PRCS habían enviado a rescatar a Hind, destrozada a su vez por los proyectiles de los tanques y los disparos israelíes.

¿Estaba viva Hind para ver acercarse la ambulancia? ¿Pensó que por fin la iban a poner a salvo? ¿Vio cómo disparaban contra sus salvadores? ¿Presenció la muerte de Ahmed y Yusef a manos de las fuerzas israelíes? ¿Seguía viva, sola, mientras el cielo se oscurecía, abandonada al frío de la noche, sabiendo que ya nadie vendría a salvarla?

Es un escenario insoportable de contemplar, pero debemos pensarlo porque las súplicas de Layan e Hind han dado voz a una horrible abstracción: 13.000 niños asesinados en Gaza.

No conocemos la mayoría de sus nombres. No sabemos cómo fueron asesinados la mayoría de ellos. No oímos sus gritos de auxilio en la oscuridad envolvente.

Pero Layan e Hind han hablado. Hemos oído sus últimas palabras, atravesando los disparos a su alrededor, palabras que aún resuenan a lo largo de las semanas, mientras Israel prepara su asalto a Rafah, el último refugio de 600.000 niños palestinos desplazados, muchos de ellos durmiendo en tiendas de campaña tras huir de sus hogares bombardeados, la mayoría de ellos seguramente sintiéndose igual que Hind: «Tengo tanto miedo. Por favor, venid, venid a buscarme…».

Foto de portada: Hind (aportada por su familia).

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