Gary Fields, Jadaliyya.com, 26 febrero 2024
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Gary Fields es especialista en geografía histórica que centra su trabajo en la interacción entre paisaje y poder en contextos históricos comparados. Su primer libro, Territories of Profit (Stanford University Press, 2004), revela cómo la empresa capitalista reconfigura el paisaje económico y físico para explotar el potencial innovador de las revoluciones de las comunicaciones y obtener beneficios de forma diferente. Su libro más reciente, Enclosure (University of California Press, 2017) compara el paisaje fragmentado de Palestina con los paisajes de desposesión durante los primeros recintos cercados modernos en Inglaterra y la frontera colonial angloamericana.
Como muchas otras personas con un alto nivel educativo en la Palestina actual, Mohammed Q. no puede encontrar trabajo en su campo de ingeniería informática, a pesar de tener un máster en informática por la Universidad de Birzeit, por lo que depende del sector turístico para ganarse la vida, aprovechando su inglés fluido y su conocimiento de la tensa política de la región. Tras el 7 de octubre trabajaba en Ramala, en el mismo hotel en el que, por azares del destino, me encontraba como único huésped en un año sabático que comenzó el 6 de octubre. Mientras tomábamos un café, me contó su experiencia al frente de un grupo de turistas alemanes en Yad Vashem, el Museo del Holocausto de Jerusalén. Como palestino de Cisjordania, Mohammed tendría normalmente prohibida la entrada en la capital israelí, pero gracias a su papel en esta ocasión de guía de un grupo de turistas alemanes por Tierra Santa, pudo obtener el permiso obligatorio de las autoridades israelíes para entrar en la Ciudad Santa. Durante su estancia en Yad Vashem, el grupo recibió una visita guiada por uno de los docentes del Museo, que explicó detalladamente el sufrimiento padecido por los judíos a manos de los nazis.
Según recuerda Mohammed el episodio, el guía describió cómo el régimen nazi obligaba a los judíos a llevar un distintivo amarillo como marca de identificación que permitía a las autoridades nazis no sólo estigmatizarlos, sino vigilar y controlar sus movimientos. Junto a esta medida, los nazis eliminaron los derechos de los judíos a la ciudadanía alemana, insistiendo en que sólo aquellos con sangre aria «pura» podían ser alemanes. Las autoridades nazis, reforzadas por turbas de justicieros partidarios del fascismo, orquestaron los pogromos modernos contra los judíos, que incluían el saqueo de negocios judíos y el robo de propiedades judías con el fin de obligar a los judíos a abandonar Alemania. Los judíos que intentaron quedarse, explicó el guía, fueron víctimas de las incursiones nocturnas de las SS nazis para detenerlos y enviarlos a campos de concentración. En zonas fuera de Alemania bajo dominio nazi, la política nazi encerraba a los judíos en guetos como preludio de una campaña genocida para eliminarlos como pueblo, y el guía habló con admiración del heroísmo de los judíos del gueto de Varsovia que se resistieron a estas medidas. «No sabía nada de todo este sufrimiento», me confesó Mohammed, «y sentí pena por estos judíos víctimas del nazismo». Al mismo tiempo, no podía evitar reflexionar sobre los paralelismos con su propia experiencia como palestino de Cisjordania que vive bajo el régimen militar israelí.
Mohammed le dio las gracias al guía y admitió que no había sido plenamente consciente del sufrimiento de los judíos a manos de los nazis. Luego comentó al guía que muchos detalles de la historia de los judíos le sonaban, como palestino que vive en Cisjordania. Sin embargo, tras esta confesión, el guía se enfadó y le preguntó cómo había podido venir a Jerusalén y entrar en el Museo. Mohammed explicó que había recibido el permiso necesario de las autoridades israelíes para acompañar al grupo alemán, momento en el que el guía se enfureció y llamó a la seguridad del Museo. «Vino personal de seguridad del Museo», explica, «y me llevaron a la salida del Museo, donde me expulsaron del edificio». De este modo, Yad Vashem desalojaba de sus instalaciones a un palestino por simpatizar con las víctimas judías del nazismo mientras explicaba cómo, en su propia experiencia, el dominio israelí sobre los palestinos se asemejaba a algunas de las mismas prácticas atribuidas por el Museo a las utilizadas por el Tercer Reich sobre los judíos europeos. Repleto de ironía, el desalojo de Mohammed de Yad Vashem, en el contexto de los desplazamientos forzosos y la carnicería que se desarrollan en Gaza, recuerda un arco histórico rastreable.
¿Nazis entre nosotros?
El 4 de diciembre de 1948, el New York Times publicó una carta abierta escrita por un grupo de personalidades judías, entre ellas Hannah Arendt y Albert Einstein, que protestaban por la visita a Estados Unidos de Menachem Begin, fundador del Partido Herut (Libertad) de Israel. Herut surgiría más tarde como la fundación del partido ultranacionalista Likud del actual primer ministro israelí Benyamin Netanyahu. Los autores de la carta hablaban de «elementos fascistas en Israel» y se oponían a la visita de Begin porque, según ellos, Herut era «un partido político estrechamente afín en su organización, métodos, filosofía política y atractivo social a los partidos nazi y fascista».
En apoyo de su afirmación, la carta hacía referencia a la masacre de la aldea palestina de Deir Yasin cometida a principios de 1948 por el predecesor paramilitar de Herut, el Irgun sionista, calificado incluso por muchos sionistas de la época de milicia terrorista. El Irgun había entrado en el pueblo, que no albergaba ninguna animadversión hacia sus vecinos judíos, y «mató a la mayoría de sus habitantes -240 hombres, mujeres y niños- y mantuvo con vida a algunos de ellos para hacerlos desfilar como cautivos por las calles de Jerusalén», revelando una práctica de crueldad hacia los palestinos inquietantemente similar a la que los nazis hicieron con los judíos. Arendt ya había criticado con cautela las tendencias excluyentes del proyecto sionista, escribiendo en «El sionismo reconsiderado» (1943) cómo el movimiento sionista defendía una especie de etnoestado en el que los palestinos sólo tendrían «la opción de la emigración voluntaria o la ciudadanía de segunda clase». Al final, Arendt, Einstein y los cofirmantes de la carta abierta de 1948 lanzaron una advertencia sobre Herut y sus raíces fascistas: «de sus acciones pasadas podemos juzgar lo que cabe esperar que haga en el futuro».
Aparte de la referencia a Deir Yasin, la carta no especificaba qué podía presagiar este parentesco, pero las prácticas pasadas del fascismo ponen de relieve tres temas. En primer lugar, el fascismo es un movimiento de masas animado por un ethos nacionalista extremo cuyos adeptos comparten un sentimiento de victimismo colectivo causado por «forasteros» a los que se considera con pretensiones ilegítimas de pertenecer a la nación y que emergen como la causa del sufrimiento nacional colectivo. En segundo lugar, el fascismo canaliza esta perspectiva compartida de victimismo en una hostilidad colectiva hacia estos forasteros a los que los fascistas consideran enemigos que buscan la desaparición de la nación. Por último, el fascismo recluta a sus partidarios para que apoyen la liquidación de estos enemigos, lo que le lleva a niveles incalculables de brutalidad y a la expansión territorial para garantizar que el proceso de liquidación sea completo, al tiempo que mantiene a los extranjeros a salvo lejos del espacio delimitado de la nación y de aquellos que pertenecen a ella.
En el caso de los nazis, algunos de los comportamientos característicos que surgieron de estos contornos y que resonaron tan profundamente con Mohammed en Yad Vashem incluían las leyes de ciudadanía excluyentes del nazismo; sus pogromos contra negocios y propiedades judías; las redadas nocturnas de las SS nazis en hogares judíos junto con arrestos y deportaciones de judíos a campos de concentración; y la creación de guetos de judíos y su liquidación en estos espacios confinados. Aunque Mohammed relata estas prácticas como parte de su propia experiencia, se ha convertido en anatema, y en algunos lugares incluso en ilegal, plantear la cuestión sugerida por su historia: ¿Cómo pudieron los herederos de quienes decían ser las víctimas más desventuradas del nazismo asumir el papel de quienes los brutalizaron? O, en palabras de Edward Said, ¿cómo se convirtieron los palestinos en «las víctimas de las víctimas»?
Resulta que dos contemporáneos del siglo XIX, con convicciones políticas muy diferentes, se interesaron por la solución de este enigma. En su célebre obra “El Antiguo Régimen y la Revolución” (1856), Alexis de Tocqueville se preguntaba cómo las luminarias de la Revolución Francesa, con su «amor por la igualdad y el ansia de libertad», acabaron creando un sistema de gobierno autoritario poco diferente del absolutismo que con tanta pasión se propusieron derrocar. Al tratar de explicar esta paradoja, Tocqueville señaló una verdad seductora sobre estos revolucionarios que, insiste, «eran hombres formados por el viejo orden». Puede que estos individuos quisieran distanciarse del antiguo régimen que tan fervientemente deseaban destruir, pero años de condicionamiento bajo el absolutismo francés habían influido en su visión y su comportamiento. Por mucho que lo intentaran, estos revolucionarios «seguían siendo esencialmente los mismos, y de hecho… nunca cambiaron de manera irreconocible». Cuatro años antes del Ancien Regime de Tocqueville, Karl Marx escribió célebremente que los seres humanos hacen su propia historia, pero no la hacen a su antojo. La hacen «bajo circunstancias directamente encontradas, dadas y transmitidas desde el pasado». De este modo, tanto Tocqueville como Marx subrayan cómo los actores humanos surgen de las circunstancias que les rodean, y esta historia les condiciona y pesa sobre ellos cuando intentan rehacer el mundo del presente. ¿Qué tipo de «peso muerto» arrojó el Holocausto nazi sobre el sionismo, los judíos y el Estado de Israel?
Señores del paisaje
Ya en 1904, los sionistas de Palestina asociados a la Segunda Ola de Inmigración Judía señalaban el carácter futuro del Estado de Israel cuando promovían la idea de «Tierra hebrea, trabajo hebreo». Un elemento central de este lema era el esfuerzo por construir una sociedad judía excluyente desalojando a los arrendatarios palestinos de las tierras que compraban e impidiendo el trabajo palestino en las tierras de propiedad judía. De este modo, el primer sionismo pretendía crear un paisaje de espacios judíos libres de palestinos. Sin embargo, lo que el sionismo creó en última instancia para cumplir estos impulsos excluyentes tomó forma después de 1945 en el crisol de la larga sombra proyectada sobre el judaísmo mundial por la experiencia del Holocausto, cuando nació el Estado de Israel. Sus prácticas características con respecto a los palestinos revelan un sorprendente, aunque inquietante, conjunto de paralelismos con lo que los nazis hicieron a los judíos. Hay dos momentos fundamentales en la evolución del Estado de Israel que marcan el desarrollo de estos comportamientos excluyentes.
El momento inicial abarca los primeros años de Israel, 1947-50, y se centra en tres prácticas definitorias diseñadas para crear la ascendencia judía sobre la tierra y convertir a los palestinos en un pueblo subyugado. En primer lugar, durante este período, el «Estado judío» -un apelativo que es una caracterización algo errónea, ya que ese Estado contiene un 20% de población palestina- expulsó a 750.000 palestinos de sus hogares dentro de sus fronteras y, en una decisión del Gabinete de julio de 1948, declaró que nunca permitiría que estos desalojados regresaran. En segundo lugar, lo que el Gobierno israelí hizo con los beduinos del desierto de Naqab que consiguieron permanecer en su tierra ancestral tras el fin de las hostilidades en 1949. El ejército israelí reunió a los 13.000 beduinos que quedaban y los confinó en un campamento similar a una prisión cerca de Beersheva, conocido como Siyaj (Zona de Recinto), donde carecían de servicios básicos, se les obligaba a obtener permisos para entrar y salir del Siyaj y se les impedía construirse viviendas permanentes. Por último, a principios de la década de 1950, el Estado israelí aprobó una serie de leyes sobre derechos de propiedad, en particular, la Ley de Propiedad de Ausentes (1950) que desposeía a los refugiados de sus tierras alegando que eran «ausentes», que ya no vivían en sus dominios. Esta ley, sin embargo, también confiscó la propiedad de aproximadamente el 50% de los palestinos en el nuevo Estado mediante una macabra designación legal para los palestinos desplazados temporalmente de sus hogares que fueron clasificados como «ausentes presentes». En efecto, lo que hizo el Estado de Israel en sus inicios al intentar que el Estado judío quedara libre de palestinos desalojándolos, desposeyéndolos y confinándolos, tenía una incómoda resonancia con el objetivo del Tercer Reich de hacer de Alemania y del Reich un Judenrein, libres de judíos.
El segundo momento histórico se centra en las secuelas de la Guerra de junio de 1967, en la que el Estado de Israel trató de extender su dominio sobre los palestinos en los territorios conquistados en la campaña de 1967 mediante el asentamiento de judíos israelíes en esas zonas, una clara violación del artículo 49 de la Convención de Ginebra de 1949. Esta práctica amplió la presencia judía dentro del espacio conquistado al tiempo que reducía la presencia palestina mediante la confiscación de un inventario cada vez mayor de propiedades palestinas para la construcción de asentamientos y la limitación de los espacios territoriales accesibles a los palestinos en las zonas ocupadas. De este modo, el Estado judío creó un paisaje hebreo en constante crecimiento en las zonas bajo su control militar.
No es de extrañar que el Estado de Israel haya tomado medidas draconianas para fortificar su proyecto de confiscación de tierras y asentamientos, y para ello ha creado un régimen de tipo carcelario para controlar a una población que percibe como hostil a la supremacía judía en la tierra. En la consecución de este objetivo, el Estado judío no sólo ha intensificado un sistema de encarcelamiento real en el que miles de palestinos llenan las cárceles israelíes como detenidos políticos. El Estado de Israel ha creado un entorno carcelario masivo en el paisaje palestino apodado «Matriz de Control», para el sometimiento de los palestinos. Esta «Matriz» consiste en un elaborado sistema de puestos de control, incluidas varias grandes terminales de puestos de control, repartidos por toda Cisjordania para controlar la circulación de los palestinos; torres de vigilancia situadas en los principales nudos de transporte para vigilar a los palestinos y sus movimientos; y un enorme Muro construido a lo largo de una ruta de 450 kilómetros a través de Cisjordania, donde se impide la circulación de los palestinos y se divide el territorio de la misma manera que Michel Foucault ha descrito los atributos de las prisiones modernas. Estas características del terreno han imbuido al paisaje palestino el poco envidiable apodo de «La mayor prisión de la Tierra». Más críticamente, cuando los palestinos se encuentran con estos elementos en colas de cuerpos regimentados bajo la mirada de soldados armados, los ecos de los paisajes nazis parecen ineludibles.

Muro y torre en el puesto de control de Qalandia. (Foto del autor.)

Soldados israelíes vigilando a los palestinos que pasan por las puertas de Qalandia. (Foto del autor).
A este entorno carcelario se añade el esfuerzo del Estado judío por debilitar la presencia palestina en la tierra destruyendo uno de los principales anclajes que fijan a los palestinos al lugar, el hogar palestino. En cualquier momento, una casa palestina es demolida rutinariamente, normalmente con el pretexto de haber sido construida «ilegalmente», sin permiso, pero el Estado de Israel también destruye casas palestinas como represalia contra familias enteras de presuntos autores de «terror» contra el Estado judío. Esta destrucción se complementa con la práctica habitual de las «redadas» militares israelíes en hogares palestinos, que arrojan un manto de terror sobre el paisaje palestino. En estas redadas no sólo se producen detenciones de palestinos que desaparecen en las cárceles israelíes como presos políticos, sino también el saqueo y vandalismo del hogar palestino. Esta destrucción de hogares y propiedades palestinas, junto con las detenciones de palestinos en estas acciones, encuentran resonancia en la forma en que los judíos eran sometidos a redadas por las SS nazis y enviados a campos de prisioneros mientras sus hogares eran saqueados y expoliados en las versiones nazis del pogromo.
En febrero del año pasado, el mundo fue testigo de un brote particularmente salvaje de este tipo de violencia en la ciudad palestina de Hawara, perpetrado por colonos de los asentamientos israelíes cercanos que incendiaron coches, negocios y casas de sus residentes y mataron a uno de ellos a tiros mientras los soldados israelíes miraban e incluso ayudaban a los autores de este caos. Tan depravado fue este alboroto que el comandante militar israelí en Cisjordania, Yehuda Fuchs, incluso utilizó la palabra «pogromo» para calificar esta matanza, una elección de palabras por parte de un oficial israelí que fue especialmente conmovedora. La implicación era que los judíos que perpetraron esta violencia poseían el mismo tipo de animadversión racista que los autores de los pogromos cristianos y nazis contra los judíos, y emplearon tipos similares de brutalidad contra los civiles palestinos. Sin embargo, en la época de los sucesos de Hawara, el desarraigo de tierras de cultivo palestinas y la destrucción de viviendas rurales, corrales de ganado y maquinaria agrícola por parte de colonos judíos en un esfuerzo por desalojar y expulsar a los palestinos ya se había convertido en algo habitual en el paisaje palestino, sin que las autoridades israelíes lo condenaran en absoluto y sin que hicieran prácticamente ningún esfuerzo por impedir y castigar esta criminalidad. Al final, Hawara no fue más que el preludio de una campaña de matanzas mucho más amplia contra los palestinos en octubre de ese mismo año.
La solución final
En un fascinante documental, 1948: Creation and Catastrophe (2016), los miembros de la milicia sionista Haganá entrevistados en la película que participaron activamente en la campaña militar de la época relataron sus encuentros con palestinos durante ese momento crítico en el que nació el Estado judío. Hava Kellar, una veterana de la Haganá, habló elogiosamente de su papel en la expulsión de palestinos de Bir-es Saba, aparentemente ajena a las expulsiones de judíos durante la Shoah. «Llegué a Beersheva, recuerda, y el comandante me dijo: ‘Mañana vamos a expulsar a los árabes de Beersheva’. Le dije: ‘Maravilloso, claro que voy a ayudar’. Al día siguiente conseguí un arma y preparamos 10-12 autobuses. Llamamos a todos los árabes de Beersheva para que vinieran a los autobuses y yo montaba guardia para asegurarme de que subían a los autobuses para ir a Gaza, y hoy siguen allí, en Gaza».
Otro veterano de la Haganá, Josef Ben-Eliezer, es aún más explícito al admitir los paralelismos de lo que hizo como soldado y lo que vivió de niño a manos de los nazis. «Vi masas de gente pasando por el puesto de control que se nos ordenó supervisar», dice, «y les registraban en busca de objetos de valor. Me recordaba a cuando era niño. Estábamos haciendo lo mismo que nos han hecho a nosotros como judíos«.
Una creencia común entre los defensores de Israel es que los judíos, y todo lo relacionado con el pueblo judío -incluido el Estado de Israel-, no podrían hacer lo que Josef Ben-Eliezer describió como judíos imitando a los nazis. Imaginar siquiera tal posibilidad es transgredir un terreno prohibido. El nazismo se asocia invariablemente con la peor atrocidad jamás cometida por la humanidad: la eliminación de los judíos como pueblo, un crimen al que en 1944 se dio el nombre de genocidio y que se codificó en la Convención sobre el Genocidio de 1948. Entre los objetivos declarados del nazismo, por los que algunos de sus líderes fueron procesados en virtud de esta ley, estaba la idea de hacer de Alemania y las zonas que ocupaba Judenrein, libres de judíos. Que los judíos pudieran ser partícipes de tal idea es para muchos, completamente blasfemo, si no algo peor. Los acontecimientos posteriores al 7 de octubre, sin embargo, revelan que esta antigua presunción sionista es problemática.
El 13 de octubre del año pasado, el Ministerio de Inteligencia israelí, un organismo gubernamental opaco que elabora estudios políticos para otras agencias del Gobierno israelí, redactó un documento en el que esbozaba tres opciones para el Estado judío en respuesta a la ruptura de la barrera que confina a la población de Gaza, y la matanza por parte de Hamás, y otros grupos aliados, de personal militar israelí, funcionarios encargados de hacer cumplir la ley y unos 700 civiles. En este documento, el Ministerio recomienda la tercera opción -la transferencia de toda la población de Gaza al Sinaí egipcio-, que los autores del documento señalan que es «ejecutable» y producirá «los beneficios más positivos a largo plazo» para el Estado judío. Estos autores entienden que el traslado de los 2,3 millones de gazatíes al Sinaí egipcio conllevaría un nivel incalculable de brutalidad contra la población de Gaza que desencadenaría violaciones de las leyes de la guerra y acusaciones aún más graves, y probablemente suscitaría una amplia condena mundial, cuando no acusaciones. No obstante, el documento insta a los responsables políticos de Israel a seguir adelante con el vaciado de Gaza, a pesar de estos desafíos, y a contar con el respaldo de su alianza con Estados Unidos, al tiempo que lleva a cabo la necesaria campaña de relaciones públicas de presentar incesantemente al Estado judío como víctima.
Si existía alguna ambigüedad sobre lo que implicaría esta campaña de despoblación, tales dudas fueron despejadas casi desde el comienzo de la violencia por el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant. El 9 de octubre, en una reunión de mandos militares israelíes en el Mando Sur de las fuerzas israelíes en Beersheva, Gallant, reconoció: «He ordenado el asedio total de la Franja de Gaza. No habrá electricidad, ni alimentos, ni combustible, todo está cerrado. Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia». Un espectro aún más gráfico de la motivación para erradicar la nuda vida de los gazatíes vino del propio primer ministro israelí, Benyamin Netanyahu, a finales de octubre, después de que las Fuerzas Armadas israelíes hubieran matado ya a 8.000 gazatíes y hubieran desalojado a 1,2 millones de gazatíes de sus hogares en el norte de la Franja y les hubieran ordenado trasladarse al sur. Comparando la campaña en Gaza con una antigua lucha bíblica de los judíos en la época del Éxodo para erradicar a los amalecitas, Netanyahu exhorta a sus militares y al pueblo de Israel a «Recordar lo que Amalec os hizo» y continúa: «Nuestros heroicos soldados tienen un objetivo supremo: destruir al enemigo asesino».
Dos días después de la invocación bíblica de Netanyahu, el embajador de Israel ante las Naciones Unidas, Gilad Erdan, en un calculado espectáculo performativo, denunció a las Naciones Unidas por supuestamente no condenar a Hamás y se prendió debidamente una estrella amarilla en la chaqueta, recreando la práctica nazi de estigmatizar a los judíos con este emblema despectivo para que el régimen nazi pudiera vigilarlos más fácilmente y los alemanes de a pie pudieran acosarlos más fácilmente. Pero el extraño truco de Erdan, asumiendo el papel de un nazi al fijar la Estrella Amarilla a su propia ropa, tenía un objetivo propagandístico más siniestro. «No lo olvidéis, nosotros somos las víctimas», era su inconfundible subtexto. Tal mensaje, sin embargo, es difícil de conciliar con las imágenes de algunos de los seres humanos más empobrecidos del mundo, sin ejército, sin aviones, sin marina, sin tanques, sin baterías antiaéreas, siendo bombardeados a voluntad por una de las fuerzas militares más poderosas del mundo mientras tratan de escapar de la carnicería que llueve sobre ellos en carros de madera atestados tirados por burros, o para los menos afortunados simplemente caminando desconsoladamente por carreteras bombardeadas y destruidas en filas que se asemejan a los refugiados palestinos de 1948. De hecho, la desconexión entre lo que el embajador israelí Erdan quiere que el mundo crea y lo que el mundo puede ver con sus propios ojos es crudamente orwelliana.
En 1944, un abogado polaco, Raphäel Lemkin, acuñó el término genocidio para describir la campaña de los nazis para exterminar a los judíos, pero también pretendía que el concepto fuera aplicable a una serie de otros crímenes contra la humanidad cometidos antes del Holocausto. Cuatro años más tarde, la idea de Lemkin se codificó en lo que hoy se conoce como la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio. Sin embargo, a pesar del sesgo europeo de la Convención, cuyo punto de referencia casi singular es la experiencia de los nazis y los judíos europeos, y de la ausencia en ella de tipos específicos de actos como la limpieza étnica de Palestina, la Corte Internacional de Justicia (CIJ), que dicta la ley con respecto a los países, ha subrayado en repetidas ocasiones que la Convención incorpora principios generales. Por este motivo, el Estado de Israel, que podría decirse que nació al menos en parte como reparación por el genocidio nazi contra los judíos europeos, se encuentra ahora en el extremo opuesto, no como víctima, sino como criminal.
En enero de este año, Sudáfrica, como país signatario de la Convención sobre el Genocidio para prevenir la comisión de este delito, presentó una denuncia ante la Corte Internacional de Justicia acusando al Estado de Israel de genocidio contra los palestinos de Gaza. A grandes rasgos, el genocidio se define en el artículo 2 de la Convención sobre el Genocidio como «los actos cometidos con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso» y el Estatuto pasa a especificar cinco supuestos en los que puede identificarse el delito. La sección C del documento de 84 páginas de Sudáfrica describe detalladamente las diversas campañas del ejército israelí en Gaza que se ajustan a la definición de destruir total o parcialmente a los palestinos como grupo. Entre lo que se resume en esta sección está el desalojo forzoso de cerca de 2 millones de los 2,3 gazatíes de sus hogares; la destrucción del 60% del parque de viviendas de la Franja de Gaza; la destrucción deliberada y casi completa del sector sanitario, incluidos la mayoría de los hospitales; la destrucción de escuelas y universidades; y el ataque a puntos de producción de alimentos, incluidas granjas y panaderías. Parte de lo que ha hecho que el genocidio sea tan difícil de enjuiciar, especialmente con respecto a Estados soberanos, es demostrar la intencionalidad de los presuntos perpetradores estatales. En su documento, el equipo jurídico sudafricano ha reunido diligentemente las diversas declaraciones del ministro de Defensa israelí, el primer ministro y otros altos cargos del Gobierno israelí que admiten sin ambages la intención genocida de la campaña militar israelí. En conjunto, los actos de los militares israelíes y las palabras de los funcionarios israelíes atestiguan el objetivo de eliminar a los gazatíes de Gaza, es decir, dejar Gaza libre de palestinos.
Durante los últimos 17 años, Israel ha impuesto un bloqueo a Gaza, controlando la circulación de personas y mercancías que podían entrar y salir del territorio, impregnando a la Franja de Gaza con la odiosa etiqueta de «la mayor prisión al aire libre del mundo». Sin embargo, tres años antes del bloqueo, el Estado de Israel había confinado suficientemente a la población de Gaza en un recinto amurallado y vallado hasta el punto de que el exdirector del Consejo de Seguridad Nacional israelí, Giora Eiland, reconoció que el territorio era «un enorme campo de concentración». La elección de este calificativo por parte de Eiland parece especialmente apropiada para una población bloqueada e incapaz de circular más allá de los confines cerrados de la Franja y que depende del capricho de Israel para acceder a prácticamente todo lo esencial para la vida. El derecho internacional, sin embargo, sugiere que un bloqueo impuesto a un espacio territorial es un acto de guerra. Incluso el exministro israelí de Asuntos Exteriores, Abba Eban, respaldó esta opinión en referencia a la guerra de junio de 1967. «El bloqueo es por definición un acto de guerra», anunció Eban en la ONU el 19 de junio de 1967 al describir las acciones de Egipto que supuestamente provocaron el ataque sorpresa de Israel. Israel intenta así argumentar ante el mundo que se está defendiendo en una guerra que no quería. En realidad, la guerra no comenzó el 7 de octubre. Israel lleva librando una guerra contra Gaza con su bloqueo desde 2007 -por no mencionar los cuatro grandes bombardeos militares que desde 2006 han matado a miles de gazatíes- y el Estado judío se presenta como víctima cuando los gazatíes han intentado romper el asedio y contraatacar.
En diciembre del año pasado, la autora Masha Gessen, en un valiente artículo para The New Yorker, proporcionó un enfoque diferente para enmarcar el espectáculo carcelario en Gaza. Para Gessen, la metáfora de la prisión al aire libre era incompleta, si no inexacta. En el contexto de la carnicería absoluta que el ejército israelí está infligiendo a los habitantes de Gaza, lo que el Estado judío está emprendiendo, argumentó Gessen, es nada menos que un esfuerzo genocida para «liquidar el gueto» que han creado en Gaza, de manera muy similar a como los nazis liquidaron el gueto que habían creado en Varsovia. De esta manera, Gessen señaló una forma alternativa de ver no sólo el salvajismo que sufren los 2,3 millones de habitantes de Gaza, sino también en qué se había convertido Gaza bajo el bloqueo y bombardeo israelí: un gueto que Israel está tratando de erradicar como lo hicieron los nazis. ¿De qué otra manera es posible interpretar una campaña militar que exige a los habitantes de Gaza que evacuen sus hogares y se trasladen al sur, donde se han concentrado más y donde todavía son bombardeados y asesinados incesantemente?
En el momento de escribir este artículo, el ejército israelí ha entregado lo que quizás sea un ultimátum final a los habitantes de Gaza. Concentrados ahora en el enclave más meridional de la Franja de Gaza, la ciudad de Rafah, donde se les ha conminado a trasladarse después de una serie de órdenes que esencialmente han limpiado a la mayor parte de Gaza de sus habitantes desde octubre, el ejército israelí ha ordenado ahora a los habitantes de Gaza que se vayan, pero ya no les queda lugar adónde ir. Israel, en efecto, parece estar al borde del precipicio de implementar el objetivo del Informe del Ministerio de Inteligencia al obligar a los habitantes de Gaza a entrar en Egipto, o alternativamente, si Egipto continúa negando la solicitud de Israel de permitir que los habitantes de Gaza entren al Sinaí, Israel continuará liquidándolos. ¡Éste es realmente el empeño de Israel para vaciar el gueto!
Lo que el mundo está presenciando en este esfuerzo por liquidar el gueto de Gaza es impactante por el grado de violencia que el Estado de Israel ha desatado contra un grupo de personas indefensas, pero al mismo tiempo es explicable. Aunque la idea de que el Estado judío cometa genocidio es una blasfemia para quienes sostienen que nació como la supuesta antítesis del genocidio y el Holocausto, tanto Alexis de Tocqueville como Edward Said nos recuerdan que a veces hay un aspecto malicioso en los resultados históricos de los acontecimientos que hace que los oprimidos asuman de algún modo los atributos de sus opresores. En una entrevista de 2011, el célebre físico y superviviente del Holocausto, Hajo Meyer, hizo explícita esta conexión entre el sionismo y el nazismo cuando dijo: “Vi en Auschwitz que si un grupo dominante quiere deshumanizar a otros, como los nazis querían deshumanizarme a mí, estos grupos dominantes primero deben ser deshumanizados ellos mismos… Ellos [los sionistas] han renunciado a todo lo que tiene que ver con la humanidad, por un lado: el Estado, la sangre y la tierra, como los nazis”. Para aquellos que ingenuamente proclaman la idea de “Nunca Más”, lamentablemente lo que nos espera es que los palestinos se han convertido en judíos, junto con todos los demás grupos, desde los namibios hasta los rohingya, que han sufrido genocidio. En este sentido, lo que estamos presenciando en Gaza es otro ejemplo de “Una vez más”, sólo que esta vez son los judíos sionistas quienes empuñan las armas y son los guardianes del campo, mientras que son palestinos como Mohammed quienes están siendo asesinados. encerrados, desposeídos y enfrentados a la muerte.
Foto de portada: Gaza encarcelada – Muro norte del recinto que rodea Gaza cerca del puesto de control de Erez visto desde el interior de la Franja (Gary Fields).