De cómo EE. UU. está ganando tiempo para el genocidio de Israel

Ammiel Alcalay, Middle East Eye, 28 febrero 2024

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Ammiel Alcalay es poeta, novelista, traductor, ensayista, crítico y académico. Es autor de más de 20 libros, entre ellos After Jews and Arabs, Memories of Our Future y el de próxima aparición Controlled Demolition: una obra en cuatro libros. Es Profesor Distinguido del Queens College, CUNY, y del CUNY Graduate Center de Nueva York.

Hay momentos en los que tiene sentido, por el bien de la salud mental de cada uno, ignorar simplemente los tópicos de políticos y representantes oficiales, y otros momentos en los que hay que prestarles una estricta atención.

En el caso de Estados Unidos, dado el nivel verdaderamente pésimo de su discurso oficial en este momento, se ha vuelto más difícil distinguir la diferencia.

Como el propio presidente no está seguro de si Ucrania, Iraq, México o Egipto podrían estar en entredicho en un día determinado, o en esos rarísimos días en los que realmente acepta una o dos preguntas de un cuerpo de prensa mayoritariamente estenográfico y domesticado, se ha vuelto cada vez más fácil dejar de prestar atención y simplemente descartar todo como subterfugios y tonterías destinadas a añadir una capa más al muro de hierro que protege las acciones genocidas de Israel.

Y, sin embargo, hay raros momentos en los que uno u otro funcionario dice realmente lo que quiere decir y revela que tipo de políticas pretenden emprender.

Tras el debate y la mordaz respuesta del embajador ruso ante la ONU, Vassily Nebenzia, al censurable y criminal veto estadounidense de la semana pasada a la resolución de Argelia para un alto el fuego inmediato en Gaza, la embajadora estadounidense ante la ONU, Linda Thomas-Greenfield, ofreció una brevísima conferencia de prensa.

En resumen, subrayó la importancia de la «diplomacia directa sobre el terreno hasta que alcancemos una solución definitiva». La idea central es, por supuesto, que no puede haber un «alto el fuego inmediato», ya que las exquisiteces de la «diplomacia directa» podrían verse perturbadas.

En otras palabras, que continúen los horrores, pase lo que pase, y que se joda el resto del mundo, mientras Estados Unidos y los pocos aliados que le quedan ganan más tiempo para que Israel alcance sus supuestos objetivos.

A través de la niebla de la propaganda, la desinformación y todo tipo de coerción (por no mencionar el enorme bastón de veto de la ONU blandido por Estados Unidos), ¿puede haber todavía alguna duda sobre cuáles son realmente esos objetivos?

A medida que la ventana de Overton de lo que se ha normalizado sigue ampliándose exponencialmente sobre el terreno en Gaza, sería difícil no entender la intención de la frase de Thomas-Greenfield, «solución final», y la sensación de latigazo de disonancia cognitiva que pretendía infligir.

Crueldad insondable

El laboratorio de pruebas de armamento, control de población y vigilancia de Gaza, abierto a los consumidores globales desde al menos 2007 y la imposición israelí de un bloqueo total sobre la Franja de Gaza, ha pasado claramente a una nueva fase.

Aunque hay implicaciones políticas instrumentales de gran importancia en esta «nueva fase», también hay una afrenta directa a nuestro propio sentido de lo que todavía puede significar ser humano en la era digital de la comunicación global inmediata y la consolidación y docilidad casi total de los principales medios de comunicación occidentales.

¿Qué debemos pensar del apoyo estadounidense a la implacable maquinaria israelí de matanza y destrucción, junto con la casi insondable crueldad diaria que la acompaña? ¿Es simplemente para matar y aterrorizar al mayor número posible de palestinos, especialmente niños y mujeres?

¿Es para destruir todas las instituciones y estructuras existentes? ¿Carreteras, sistemas de abastecimiento de agua, centrales eléctricas, capacidades agrícolas, hogares, escuelas, universidades, hospitales, bibliotecas, mezquitas, iglesias, librerías, panaderías, farmacias e incluso las denominadas «zonas seguras» hasta el punto de hacer Gaza completamente inhabitable?

¿O es para apoderarse y explotar los yacimientos de gas en alta mar de los que los palestinos tienen derecho a beneficiarse, pero a los que nunca se les ha dado acceso? ¿Podría haber también otros mensajes dirigidos al mundo?

En los días inmediatamente posteriores a la táctica dilatoria de Thomas-Greenfield de otro veto estadounidense a una resolución de alto el fuego, y a sus declaraciones sobre la «solución final», las fuerzas de ocupación israelíes construyeron una carretera que separa el norte de Gaza del sur, al tiempo que bombardeaban las instalaciones de la UNRWA y un refugio del personal de Médicos Sin Fronteras.

Las fuerzas de ocupación israelíes siguen bloqueando y paralizando el suministro de alimentos y medicinas. Tras uno de los primeros casos registrados de muerte por inanición de un bebé, otros 10.000 niños corren peligro inminente de morir de hambre por desnutrición, y tras ellos, por supuesto, es probable que vayan muchos más niños y ancianos.

Alrededor de medio millón de personas están al borde de la hambruna en el norte de Gaza, mientras los francotiradores israelíes ametrallan a los palestinos que intentan desesperadamente llegar a la poca ayuda que llega.

Con un nivel preciso de crueldad genocida cada vez más evidente, las fuerzas israelíes llevaron a cabo ataques de precisión en Beit Lahia y Yabalia para destruir maquinaria y vehículos de rescate y saneamiento.

Esto ha aumentado las posibilidades de propagación de enfermedades en esas zonas, al tiempo que ha obligado a los residentes a buscar entre los escombros supervivientes o los cadáveres y partes del cuerpo de sus seres queridos sólo con sus manos y herramientas básicas, agotando aún más a los ya desnutridos.

Cínica política estadounidense

Al mismo tiempo, Egipto -que inexplicablemente aún no ha roto su acuerdo de paz con Israel- continúa a buen ritmo la construcción de algo vagamente referido como «zona» en el desierto del Sinaí, en la frontera con Rafah. Más recientemente, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, dio a conocer su primer «plan» suficientemente vago tras el asalto para controlar Gaza.

Mientras tanto, muchos israelíes siguen desplazados, la economía ha sufrido un duro golpe y -aparte de la destrucción y la muerte- las cosas no van muy bien sobre el terreno en lo que respecta a los supuestos «objetivos» del asalto de Netanyahu: repatriar a los rehenes israelíes y destruir a Hamás.

¿Cómo, a estas alturas, puede alguien dudar de que la expulsión masiva no sólo es posible sino verosímil? Y, mientras tanto los merodeadores de la ocupación, como los colonos, continúan sus alborotos mortales por Cisjordania y Jerusalén, ¿puede alguien dudar seriamente de la posibilidad de la destrucción real de la mezquita de Al-Aqsa, algo a lo que se alude constantemente e incluso se enseña alegremente en algunas escuelas israelíes?

Está claro que la cháchara de sonido envolvente vertida por diversas figuras políticas es uno de los principales medios para contener nuestra imaginación, para referirse a las cosas sólo dentro de ciertos parámetros, haciendo que otras cosas sean impensables, inimaginables, incluso cuando nos miran directamente a la cara.

En el frente geopolítico más amplio, la continua expansión de la OTAN como medio para mantener la hegemonía estadounidense frente al BRICS y la multipolaridad defendida por la alianza ruso-china ha puesto a Estados Unidos en modo pánico.

La cínica política estadounidense de pagar una guerra por poderes en Ucrania como medio para efectuar un cambio de régimen en Rusia ha demostrado ser un fracaso absoluto, y así lo ven cada vez más contribuyentes estadounidenses, a los que se pide que paguen la enorme factura, incluso cuando la lealtad a esta misma política de guerra empobrece también a Europa.

En las mentes de los políticos neoconservadores y de la alianza unipartidista belicista de Washington, este fracaso -y el imperativo geográfico de mantener el control de ciertas rutas marítimas para asegurar el dominio estadounidense- casi ha hecho inevitable la apertura de un nuevo frente en Oriente Medio, y son los prescindibles, los palestinos, los que se ven obligados a pagar el precio.

Añádase a todo esto el hecho de que, tras años de disonancia cognitiva orquestada en EE. UU. a través de una miríada de cuestiones -desde la supuesta colusión rusa, el fraude electoral, el tratamiento COVID, los mandatos de vacunación, el verano de George Floyd, el 6 de enero de 2021, la guerra en Ucrania, los archivos Twitter, hasta tantos otros-, se ha creado una situación ideal para los que están en el poder.

Los que antes se indignaban por ser censurados o bloqueados por opiniones identificadas con la derecha, ahora están dispuestos a prohibir el discurso propalestino. Y los que ahora son acosados, denunciados o incluso despedidos por expresar sus opiniones no entienden por qué tanto alboroto cuando Twitter prohibió el acceso al presidente Donald Trump.

Ahora tenemos una población uniformemente dividida, enfrentada por casi todos los temas, con poca o ninguna capacidad para defender sus principios sobre nada. Esto se puede ver más claramente en cuestiones centradas en la libertad de expresión y en el panorama de los medios de comunicación y las redes sociales, los mismos ámbitos a través de los cuales se filtran o presentan las atrocidades que tienen lugar a diario en Gaza.

Saturación informativa

Nos hemos alejado mucho de las valientes revelaciones de Julian Assange, que ahora está apelando contra la decisión de un tribunal de extraditarlo a Estados Unidos, donde la misma clase política y mediática que llora lágrimas de cocodrilo por el recientemente fallecido disidente ruso Alexei Navalny no pronuncia ni una palabra a favor de Assange.

Mientras que el trabajo de Assange, Chelsea Manning, Edward Snowden y otros implicó la exposición de información mantenida en secreto de la ciudadanía, ahora estamos en la etapa de saturación de información sin fin en la que el secreto ya no parece importar.

Con casi todo a la vista y disponible, la tarea se ha convertido en verificar, más que descubrir, la realidad. Y al hacerlo, se construyen «narrativas».

A pesar de las diversas formas de censura y desinformación, nunca hemos vivido un ataque tan genocida, en el que tanta información no sólo está fácilmente disponible, sino que a menudo puede verse en tiempo real. Entonces, como consumidores y productores de información, así como electores políticos, ¿cómo podemos responder a la situación actual?

Desde esta perspectiva, es difícil no ver la prolongación de esta agonía infligida a un pueblo concreto, los palestinos, y la difusión de sus momentos más vulnerables, como una especie de campo de pruebas más de la propia categoría de lo humano y de los humanos, y también pone de manifiesto lo limitados que son nuestros poderes políticos, incluso en democracias ostensiblemente representativas.

No se puede subestimar la importancia de que Sudáfrica haya presentado la acusación de genocidio contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia, así como las conclusiones iniciales de la CIJ, pero sigue siendo sólo una herramienta que debemos aprender a utilizar para ampliar las bases sobre las que pensamos y actuamos en el mundo.

Mientras vemos cómo se pudren y se desintegran desde dentro las principales instituciones de nuestras sociedades, debido a la incapacidad de poner nombre a lo que está ocurriendo en Gaza y en el mundo, las posturas que antes se consideraban de principios suenan más que huecas.

Mientras las madres de Gaza apenas pueden dar a luz o alimentar a sus bebés, mientras los padres no pueden proteger a sus hijos, mientras los médicos no pueden curar, y mientras muchos ni siquiera pueden recuperar los cuerpos de sus seres queridos para enterrarlos, sólo podemos concluir que esta crueldad venenosa está dirigida contra la idea misma de ser un niño, una madre, un padre, un curandero, un doliente.

Nos enfrentamos a un régimen que ha apuntado directamente a la humanidad. Cada minuto que pasa, los israelíes y sus cómplices estadounidenses nos dan nuevas lecciones de cobardía y crueldad. Al mismo tiempo, debemos admirar con humildad la resistencia y la humanidad mostradas por la población de Gaza.

Pero al seguir denunciando este genocidio, debemos exigirnos más a nosotros mismos. Debemos encontrar formas cada vez más útiles de resistir y seguir siendo humanos en la búsqueda de una solución política justa a una de las heridas más expuestas y enconadas del mundo, cuyo momento de cicatrización es evidente desde hace mucho tiempo.

Foto de portada: Una niña palestina nos interroga con la mirada mientras come un trozo de pan entre los escombros tras los ataques aéreos israelíes contra el campo de refugiados de Rafah, en Gaza, el 22 de febrero de 2024 (Mohammed Abed/AFP).

Voces del Mundo

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