El regalo de despedida de Joe Biden a EE. UU. será el fascismo cristiano

Chris Hedges, The Chris Hedges Report, 17 marzo 2024

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Chris Hedges es un escritor y periodista ganador del Premio Pulitzer que fue corresponsal en el extranjero durante quince años para The New York Times.

Joe Biden y el Partido Demócrata hicieron posible una vez una presidencia de Trump y parecen dispuestos a hacerla viable de nuevo. Si Trump vuelve al poder, no será debido a la interferencia rusa, la supresión de votantes o porque la clase obrera esté llena de intolerantes y racistas irredimibles. Será porque los demócratas son tan indiferentes al sufrimiento de los palestinos en Gaza como a los inmigrantes, a los pobres de nuestros empobrecidos centros urbanos, a los que se ven abocados a la bancarrota por las facturas médicas, las deudas de las tarjetas de crédito y las hipotecas usurarias, a los descartados, especialmente en la América rural, por las oleadas de despidos masivos y a los trabajadores, atrapados en la servidumbre de la economía de pequeños trabajos, con su inestabilidad laboral y sus salarios suprimidos.

Biden y los demócratas, junto con el Partido Republicano, destrozaron la aplicación de las leyes antimonopolio y desregularon los bancos y las corporaciones, permitiéndoles canibalizar la nación. En 1982 respaldaron la legislación que dio luz verde a la manipulación de las acciones mediante recompras masivas y la «cosecha» de empresas por parte de empresas de capital riesgo que provocaron despidos masivos. Impulsaron onerosos acuerdos comerciales, incluido el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la mayor traición a la clase trabajadora desde la Ley Taft-Hartley de 1947, que paralizó la organización sindical. Fueron socios de pleno derecho en la construcción de los vastos archipiélagos del sistema penitenciario estadounidense -el mayor del mundo- y en la militarización de la policía para convertirlos en ejércitos internos de ocupación. Financian las guerras interminables.

Los demócratas sirven obedientemente a sus amos corporativos, sin los cuales la mayoría de ellos, incluido Biden, no tendrían carrera política. Por eso Biden y los demócratas no se volverán contra quienes están destruyendo nuestra economía y extinguiendo nuestra democracia. No van a secar la ubre de la vaca. Abogar por reformas pone en peligro sus feudos de privilegio y poder. Se creen «capitanes del barco», escribe el periodista laboral Hamilton Nolan, pero son «en realidad los gusanos devoradores de madera que están consumiendo el barco desde dentro hasta que se hunde».

El autoritarismo se nutre del suelo fértil de un liberalismo en bancarrota. Esto fue cierto en la Alemania de Weimar. Fue también así en la antigua Yugoslavia. Y es cierto ahora. Los demócratas tuvieron cuatro años para instituir las reformas del New Deal. Fracasaron. Ahora lo pagaremos.

Un segundo mandato de Trump no será como el primero. Se tratará de venganza. Venganza contra las instituciones que atacaron a Trump: la prensa, los tribunales, las agencias de inteligencia, los republicanos desleales, los artistas, los intelectuales, la burocracia federal y el Partido Demócrata.

Nuestra presidencia imperial, si Donald Trump vuelve al poder, se convertirá sin esfuerzo en una dictadura que emasculará a los poderes legislativo y judicial.  El plan para acabar con nuestra anémica democracia está metódicamente expuesto en el plan de 887 páginas amasado por la Fundación Heritage llamado «Mandato para el Liderazgo».

La Fundación Heritage gastó 22 millones de dólares en elaborar propuestas políticas, listas de contratación y planes de transición en el Proyecto 2025 para salvar a Trump del caos sin timón que plagó su primer mandato. Trump culpa a las «serpientes«, los «traidores» y el «Estado profundo» de socavar su primera administración.

Nuestros industriosos fascistas estadounidenses, aferrados a la cruz cristiana y ondeando la bandera, comenzarán a trabajar desde el primer día para purgar las agencias federales de «serpientes» y «traidores», promulgar valores «bíblicos», recortar impuestos para la clase multimillonaria, abolir la Agencia de Protección Ambiental, plagar los tribunales y las agencias federales de ideólogos y despojar a los trabajadores de los pocos derechos y protecciones que les quedan. La guerra y la seguridad interior, incluida la vigilancia masiva de la población, seguirán siendo las principales actividades del Estado. Las otras funciones del Estado, especialmente las que se centran en los servicios sociales, incluida la Seguridad Social y la protección de los vulnerables, se debilitarán.

El capitalismo sin trabas ni regulaciones, que no tiene límites autoimpuestos, convierte todo en mercancía, desde los seres humanos hasta el mundo natural, que explota hasta el agotamiento o el colapso. Crea primero una economía mafiosa, como escribe Karl Polanyi, y después un gobierno mafioso. Los teóricos políticos, entre ellos Aristóteles, Karl Marx y Sheldon Wolin, advierten que cuando los oligarcas se hacen con el poder, las únicas opciones que quedan son la tiranía o la revolución.

Los demócratas saben que la clase obrera les ha abandonado. Y saben por qué. El encuestador del Partido Demócrata Mike Lux escribe:

Contrariamente a lo que suponen muchos expertos, los problemas de los demócratas en los condados no metropolitanos de clase trabajadora se deben mucho más a cuestiones económicas que a la guerra cultural… A estos votantes no les importaría tanto la diferencia cultural y el asunto de las olas de calor si pensaran que a los demócratas les importan más los retos económicos a los que se enfrentan a diario… Los votantes que necesitamos ganar en estos condados no son inherentemente de derechas respecto a cuestiones sociales.

Pero los demócratas no alienarán a las corporaciones y a los multimillonarios que les mantienen en el cargo. En su lugar, han optado por dos tácticas contraproducentes: la mentira y el miedo.

Los demócratas expresan una falsa preocupación por los trabajadores que son víctimas de despidos masivos, mientras que al mismo tiempo cortejan a los líderes empresariales que orquestan estos despidos con fastuosos contratos gubernamentales. Con la misma hipocresía expresan su preocupación por los civiles masacrados en Gaza mientras canalizan miles de millones de dólares en armas a Israel y vetan resoluciones de alto el fuego en la ONU para mantener el genocidio.

Les Leopold, en su libro Wall Street’s War on Workers (La guerra de Wall Street contra los trabajadores), repleto de encuestas y datos exhaustivos, ilustra que la dislocación económica y la desesperación son el motor de una clase trabajadora enfurecida, no el racismo ni la intolerancia.

Escribe sobre la decisión de Siemens de cerrar su planta de Olean, Nueva York, con 530 puestos de trabajo sindicados con salarios decentes. Mientras los demócratas lamentaban el cierre, se negaban a denegar contratos federales a Siemens para proteger a los trabajadores de la planta.

Biden invitó entonces a Barbara Humpton, consejera delegada de Siemens USA, a la firma en la Casa Blanca de la ley de infraestructuras de 2021. La foto de la firma muestra a Humpton de pie en primera fila junto al senador por Nueva York Chuck Schumer.

A principios del siglo XX, el condado de Mingo fue el epicentro de un enfrentamiento armado entre la Unión de Trabajadores Mineros y los barones del carbón, con sus matones a sueldo de la agencia de detectives Baldwin-Felts. En 1912, los matones desalojaron a los trabajadores en huelga de las viviendas de la empresa y golpearon y dispararon a los miembros del sindicato hasta que la milicia estatal ocupó las ciudades carboneras y rompió la huelga. No se levantó el asedio federal hasta 1933, y quien lo hizo fue la administración Roosevelt. El sindicato, que había sido prohibido, fue legalizado de nuevo.

«El condado de Mingo no olvidó, al menos durante mucho tiempo», escribe Leopold. «Todavía en 1996, con más de 3.200 mineros del carbón en activo, el condado de Mingo dio a Bill Clinton la friolera del 69,7% de sus votos. Pero cada cuatro años a partir de entonces, el apoyo a los demócratas disminuyó, bajando y bajando, y bajando un poco más. En 2020, Joe Biden recibió sólo el 13,9 por ciento de los votos en Mingo, un descenso brutal en un condado que una vez vio al Partido Demócrata como su salvador”.

Los 3.300 puestos de trabajo en la minería del carbón del condado de Mingo en 2020 se habían reducido a 300, la mayor pérdida de empleos del carbón en cualquier condado del país.

Las mentiras de los políticos demócratas hicieron mucho más daño a los hombres y mujeres trabajadores que cualquiera de las mentiras vomitadas por Trump.

Ha habido al menos 30 millones de despidos masivos desde 1996, cuando el Bureau of  of Labor Statistics comenzó a rastrearlos, según el Labor Institute. Los oligarcas reinantes, no contentos con los despidos masivos y con reducir la mano de obra sindicada en el sector privado a un mísero 6%, han presentado documentos legales para cerrar la Junta Nacional de Relaciones Laborales (NLRB, por sus siglas en inglés), la agencia federal que vela por el cumplimiento de los derechos laborales. SpaceX, de Elon Musk, así como Amazon, Starbucks y Trader Joe’s, se dirigieron a la NLRB -ya despojada de la mayor parte de su poder para imponer multas y obligar a las empresas a cumplir las normas- después de que esta acusara a Amazon, Starbucks y Trader Joe’s de infringir la ley al bloquear la organización sindical. La NLRB acusó a SpaceX de despedir ilegalmente a ocho trabajadores por criticar a Musk. SpaceX, Amazon, Starbucks y Trader Joes pretenden que los tribunales federales anulen la Ley Nacional de Relaciones Laborales, de 89 años de antigüedad, para impedir que los jueces conozcan de casos presentados contra empresas por violar la legislación laboral.

El miedo -el miedo al regreso de Trump y del fascismo cristiano- es la única carta que les queda a los demócratas por jugar. Esto funcionará en los enclaves urbanos liberales donde los tecnócratas con educación universitaria, parte de la economía del conocimiento globalizada, están ocupados regañando y demonizando a la clase trabajadora por su ingratitud.

Los demócratas han descartado tontamente a estos «deplorables» como una causa política perdida. Este proletariado, dice el mantra, no es víctima de un sistema depredador construido para enriquecer a la clase multimillonaria, sino de su ignorancia y sus fracasos individuales. Despreciar a los marginados absuelve a los demócratas de defender la legislación para proteger y crear empleos dignos.

El miedo no tiene asidero en los paisajes urbanos desindustrializados y en los páramos abandonados de la América rural, donde las familias luchan sin un trabajo sostenible, con una crisis de opioides, desiertos alimentarios, quiebras personales, desahucios, deudas paralizantes y una profunda desesperación.

Quieren lo mismo que Trump. Venganza. ¿Quién puede culparles? 

Imagen de portada: ¡Adelante el fascismo cristiano! (por Mr. Fish)

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