No se dejen engañar por las lagrimas de cocodrilo de Antony Blinken

Tariq Kenney-Shawa, The Nation, 22 marzo 2024

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Tariq Kenney-Shawa es investigador sobre política estadounidense en el grupo de reflexión y red política palestina Al-Shabaka. Tiene un máster en asuntos internacionales por la Universidad de Columbia.

El 8 de junio de 1976, el entonces secretario de Estado Henry Kissinger se presentó ante una reunión de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Santiago de Chile y advirtió al general Augusto Pinochet de que las escandalosas violaciones de los derechos humanos cometidas por su régimen habían «deteriorado» la relación de Estados Unidos con Chile.

Pinochet había tomado el poder tres años antes en un golpe respaldado por la CIA que puso fin al gobierno civil en Chile y marcó el comienzo de una dictadura de 17 años caracterizada por abusos generalizados de los derechos humanos, represión política e inestabilidad económica. La región se tambaleaba, y Kissinger aprovechó la oportunidad para pedir a Pinochet que observara las «normas fundamentales de la conducta humana».

Pero Kissinger envió un mensaje muy diferente entre bastidores. En una reunión privada celebrada el día anterior a su discurso ante la OEA, aseguró a Pinochet su pleno apoyo y que sus declaraciones públicas no serían más que una teatralidad política necesaria. «Queremos ayudarte, no socavarte», dijo Kissinger, y añadió: «Prestaste un gran servicio a Occidente al derrocar a Allende».

Este engaño debería resultarles familiar. Representa la perdurable tradición bipartidista de Estados Unidos de defender de boquilla los derechos humanos, el derecho internacional y la democracia, al tiempo que apoya a regímenes opresores leales a sus intereses geopolíticos. Kissinger es vilipendiado por algunos como el principal arquitecto de esta estrategia. Otros lo veneran como uno de sus más despiadados y eficaces ejecutores.

En estos momentos, el secretario de Estado Antony Blinken -que declaró tras la muerte de Kissinger que su predecesor había «marcado la pauta para todos los que le siguieron en este trabajo»- no sólo sigue los pasos de Kissinger, sino que perfecciona su arte al intentar conciliar el apoyo incondicional de Washington al asalto israelí a Gaza con su profesada adhesión al orden «basado en normas». Blinken aprovecha cualquier oportunidad para instar a Israel a que aplique medidas para reducir el número de víctimas civiles en Gaza. Con su característica mirada de sinceridad, voz temblorosa y ojos llorosos, domina un aire de empatía con el que Kissinger sólo podría haber soñado. «He visto imágenes de niños palestinos, chicos y chicas sacados de entre los escombros de los edificios», dijo Blinken en una rueda de prensa en noviembre. «Cuando veo eso, cuando les miro a los ojos, a través de la pantalla del televisor, veo a mis propios hijos».

Todavía no sabemos lo que Blinken ha dicho a funcionarios israelíes a puerta cerrada -eso quizá tenga que esperar hasta que empiecen a salir las inevitables memorias-, pero los hechos hablan más que las palabras.

En los últimos cuatro meses, la administración Biden ha presionado para que se concedan más de 14.000 millones de dólares en ayuda militar incondicional a Israel. Ese dinero -que aún no ha sido aprobado por el Congreso porque la Casa Blanca lo ha vinculado a un paquete de ayuda a Ucrania al que se oponen los republicanos de la Cámara de Representantes- se sumaría a los 3.800 millones de dólares de ayuda que Israel recibe anualmente de forma habitual. También es independiente de los millones de dólares en proyectiles de artillería y munición que la administración Biden ha colado en el Congreso en los últimos meses. Las fuerzas israelíes han utilizado sus armas suministradas por Estados Unidos contra civiles palestinos con efectos devastadores. Una reciente investigación de +972 Magazine descubrió que, a pesar de los llamamientos públicos de Washington para que Israel «minimice el daño a los civiles», las fuerzas israelíes atacan intencionadamente infraestructuras civiles en Gaza para «crear conmoción» como medio de disuasión.

Por si fuera poco, Washington ha amordazado todos los esfuerzos diplomáticos para que Israel rinda cuentas ante el derecho internacional. El mes pasado, Estados Unidos vetó otra resolución de alto el fuego e intercambio de rehenes en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (CSNU), la tercera vez que lo hace en cinco meses. (El jueves, Estados Unidos presentó una resolución del CSNU en la que calificaba de «imperativo» un alto el fuego inmediato, aunque los observadores señalaron que no llegaba a exigirlo). También sigue oponiéndose a la investigación en curso del Tribunal Internacional de Justicia sobre las acusaciones de que Israel está cometiendo genocidio. Recordemos que se trata de instituciones que representan la esencia del orden internacional que Estados Unidos dice defender.

Mientras que Kissinger construyó su reputación personal en torno a su adhesión a una brutal realpolitik, su falta de empatía y su firme falta de arrepentimiento, el estilo de Blinken parece muy diferente. Pero el hecho de que la versión de Blinken de la diplomacia venga acompañada de una fachada empática no significa que sea menos peligrosa que la de Kissinger. En cierto modo, ese supuesto toque humano convierte a Blinken en un manipulador mucho más insidioso.

Al utilizar una retórica florida e intensamente personal para impulsar la idea de que los derechos humanos son una prioridad absoluta en Gaza, la imagen de sinceridad cuidadosamente elaborada por Blinken sirve para ocultar no sólo el apoyo material que Estados Unidos proporciona a Israel, sino también la facilitación activa por parte de Washington del genocidio de palestinos en Gaza. Esta calculada manipulación de la percepción pública perpetúa un ciclo de impunidad, garantizando que, si llega el día en que Israel y sus facilitadores tengan que rendir cuentas, la administración Biden pueda declararse inocente.

A diferencia de Kissinger, Blinken no se muestra orgulloso de la sangre que tiene en las manos. De hecho, no debería sorprendernos si, una vez que se reconozca más ampliamente el alcance de los crímenes de Israel, junto con el papel de Washington en permitirlos, Blinken se disculpe profusamente por el papel que desempeñó y pida perdón. Pero la sangre sigue ahí. Sólo que Blinken está más interesado en ocultarla que Kissinger. Y como representa a una administración demócrata, aquellos que se opondrían vehementemente a las mismas políticas si fueran introducidas por conservadores como el predecesor de Blinken, Mike Pompeo, están mucho más dispuestos a conceder a Blinken el beneficio de la duda.

Pero la puesta en práctica de la doble estrategia israelí-palestina de Washington ha trascendido al estadista individual. Se ha transformado en un esfuerzo colectivo. Cuando el presidente Biden reconoce públicamente que las tácticas de Israel en Gaza son «excesivas» y su administración filtra historias a la prensa sobre su interminable «creciente frustración» con el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, están jugando al mismo juego. La administración Biden está desplegando una cortina de humo y ganando tiempo para Israel al distraer a la opinión pública con una retórica elevada sobre los derechos humanos y la preocupación por los civiles palestinos, mientras hace todo lo que está en su mano para garantizar que el flujo de armas a Israel continúe sin interrupción. Porque, al fin y al cabo, proteger a Israel como inversión estratégica es la máxima prioridad.

Estamos viendo cómo se desarrolla esto en tiempo real mientras Israel promete invadir Rafah, donde más de un millón de palestinos se vieron obligados a huir ante su embestida. El gobierno de Biden ha hecho una demostración de protesta verbal, advirtiendo a Israel que no apoyaría un asalto en toda regla a Rafah «sin un plan creíble para garantizar la seguridad» de los civiles. Sin embargo, en lugar de utilizar la influencia real para disuadir a Israel antes de que sea demasiado tarde, Biden y Blinken siguen dando a Netanyahu todas las herramientas que necesita para llevar a cabo su próxima masacre. El plan sigue siendo el mismo que en la época de Kissinger: llamamientos vacíos a la moderación y a la protección de los civiles en público, pero un flujo ininterrumpido de armas entre bastidores.

El estilo de Kissinger se ha convertido en un manual de estrategias para las sucesivas administraciones estadounidenses, cada una de las cuales ha perfeccionado y racionalizado el arte de la duplicidad. Aquellos que celebraron la muerte de Kissinger, que lo presentan como el mal de todos los males, se están perdiendo la visión de conjunto. El legado de Kissinger está vivo y coleando. Basta con mirar a Antony Blinken.

Foto de portada: Antony Blinken da una rueda de prensa en la sede del Departamento de Estado el 13 de marzo de 2024, Washington D.C. (Chip Somodevilla / Getty Images).

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