El trauma israelí del Holocausto es un mito

Tony Greenstein, The Electronic Intifada, 29 marzo 2024

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Tony Greenstein es un escritor y activista de izquierdas británico. Antifascista y exokupa, fue miembro fundador de la Campaña de Solidaridad Palestina y se presentó al parlamento como representante de la Alianza por el Socialismo Verde. Es autor del libro Zionism During the Holocaust: The weaponisation of memory in the service of state and nation.

En respuesta a la pregunta de un periodista en octubre, el ex primer ministro israelí Naftali Bennett echaba humo: «¿En serio… me pregunta por los civiles palestinos? ¿Qué le pasa? ¿No ha visto lo que ha pasado? Estamos luchando contra nazis».

A Bennett le habían preguntado qué pasaría con los bebés en incubadoras y otros pacientes que morirían después de que Israel cortara la electricidad a la Franja de Gaza.

Hay muchos otros ejemplos de destacados políticos israelíes que han hecho declaraciones similares. El caso de genocidio presentado por Sudáfrica en la Corte Internacional de Justicia documentó muchos de ellos, incluida la sangrienta invocación a «Amalec» por parte del primer ministro Benjamin Netanyahu.

Tras el atentado del 7 de octubre, un ambiente exterminador se apoderó de Israel. El activista israelí por la paz Adam Keller describió cómo Roy Sharon, comentarista de radio y televisión en la principal corporación de radiodifusión, expresó su deseo de ver «un millón de cadáveres en Gaza».

Keller escribió que «las calles de Tel Aviv están inundadas de pegatinas rojas en las que se lee ‘¡Exterminar Gaza! No ‘Destruir’, no ‘Aplastar’, sino clara y explícitamente ‘Exterminar Gaza’, ‘Le-Ha-Sh-Mid’, ‘¡Exterminar! Todo judío israelí de habla hebrea sabe desde pequeño exactamente lo que significa esta palabra».

La explicación perezosa de la mentalidad genocida y exterminacionista de Israel es el «trauma del Holocausto». Utilizar el Holocausto como explicación global es conveniente porque absuelve a la gente de la necesidad de buscar la causa real de la violencia sionista israelí.

Un exponente de la explicación del «trauma del Holocausto» la encontramos en Hannah Starman:

“La destrucción de Beirut bajo el fuego israelí fue noticia durante mis primeras vacaciones escolares. Yo tenía siete años y recuerdo haber visto los apasionados [sic] discursos de Menachem Begin pensando que tenían sentido. Sabiendo que Hitler era el mal supremo, y oyendo que Arafat era como Hitler, ¿cómo podía estar mal destruirle? Pero cuando busqué entre las imágenes de la gente de Beirut para encontrar a los nazis, todo lo que pude ver eran personas que parecían pobres, tranquilas o asustadas.

Nada que ver con los nazis altos y erguidos, gritando órdenes con sus uniformes y botas relucientes. Me sentí confundida. Y esta confusión hizo que me interesara toda la vida por lo que realmente ocurría en Israel. ¿Cómo podía un pueblo que había sufrido tanto causar tanto sufrimiento? ¿Por qué le decían al mundo que luchaban contra los nazis? ¿Y por qué el mundo les creía?

La incapacidad de muchos israelíes para distinguir entre nazis y palestinos, y su incapacidad para reconocer su propia superioridad militar para poder entender que ya no son un pueblo impotente que tiembla en el umbral de los campos de exterminio de Europa no es una estupidez voluntaria. Es, más bien, una distorsión patológica basada en el trauma de una victimización aún no superada.»

El problema en esta ocasión es que los israelíes no son las víctimas, y muy pocos israelíes son supervivientes del Holocausto.

El proyecto sionista desde sus inicios a finales del siglo XIX fue un proyecto comprometido con la limpieza étnica de Palestina. El Estado israelí no fue producto del Holocausto.

¿Es transferible el trauma del Holocausto? ¿Puede heredarse un trauma político? Si es así, ¿por qué este trauma estuvo ausente en los inicios de Israel?

Mitología del sufrimiento

La primera vez que el Holocausto formó parte del programa escolar de Israel fue en 1953. Sólo se le dedicaron dos horas. «Los sumos sacerdotes de Israel creían que el olvido era esencial para… la tarea de crear una nación, la prohibición de que la Shoah formara parte de la conciencia colectiva no fue una excepción».

Este «trauma de victimización» no fue exclusivo de Israel. También ocurrió en Sudáfrica. La historiadora Elizabeth van Heyningen escribió sobre los campos de concentración británicos creados durante la guerra anglo-boer de 1899-1902 que: «Tras la enorme mortandad de más de 25.000 personas, principalmente mujeres y niños, los afrikaners establecieron una mitología del sufrimiento que alimentó el emergente nacionalismo afrikaner».

Nadie debería minimizar la brutalidad de las tácticas británicas en Sudáfrica, donde el comandante en jefe británico Lord Kitchener desarrolló por primera vez las tácticas de contrainsurgencia utilizadas contra los pueblos colonizados.

Esta mitología fue responsable, según Van Heyningen, de «legitimar moralmente el modo de vida bóer y el orden racial anterior a la guerra». En el proceso, «se extirpó sencillamente a los negros de los registros».

Irónicamente, en la Sudáfrica posterior al apartheid, «la mitología de los campos se recicla ahora en aras de la reconciliación». Los afrikáners también pueden empatizar con los sudafricanos negros porque ¡ellos también sufrieron!

Si los israelíes sufren un trauma, es el trauma de los colonos que han experimentado una pesadilla largamente reprimida de que los indígenas -a quienes han subyugado durante tanto tiempo- se levanten contra ellos.

Esto tampoco es exclusivo de Israel.

Los propietarios blancos de esclavos también temían que aquellos a quienes habían esclavizado se levantaran contra ellos -como ocurrió en Haití en 1791- y los asesinaran mientras dormían.

Los blancos del sur de África también albergaban estos temores. Recuerdo vívidamente a una mujer de Rodesia en 1980, tras las elecciones que llevaron al ZANU-PF al poder en el nuevo Zimbabue, llorando en una entrevista de la BBC porque temía que ella y sus hijos fueran asesinados por la noche.

La reacción del gobernador británico Edward John Eyre a la rebelión de Morant Bay, en Jamaica, en octubre de 1865 -cuando los disturbios causaron 25 muertos-, fue matar a casi 500 negros, azotar brutalmente a 600 e incendiar 1.000 casas. Se conoció como la controversia del gobernador Eyre. Karl Marx describió a Eyre como «la herramienta sin escrúpulos del plantador de las Indias Occidentales».

Cuando los combatientes palestinos irrumpieron en Gaza el 7 de octubre, atravesando la División de Gaza de Israel como un cuchillo en la mantequilla, fue realmente traumático para los israelíes. Sin embargo, no tuvo nada que ver con el Holocausto y sí con la tradicional reacción colonial de los colonos ante los levantamientos de los nativos.

Israel ve su papel de opresor colonial a través del prisma del Holocausto.

Justificar la opresión colonial

Otro ejemplo de reacción traumática de los colonos a los levantamientos nativos se produjo en Kenia.

En respuesta a la rebelión Mau Mau de la década de 1950, unos 150.000 kenianos fueron encarcelados en campos de concentración y sometidos a salvajes torturas; uno de los prisioneros era el abuelo del expresidente estadounidense Barack Obama. Más de 1.000 africanos fueron ahorcados. Los combatientes Mau Mau fueron percibidos por Gran Bretaña como «el rostro del terrorismo internacional en la década de 1950».

Es un mito muy extendido que Israel se fundó a causa del Holocausto.

Se extendió la creencia de que Israel era «la expiación del mundo por su complicidad en el Holocausto». Este mito fue cultivado asiduamente por las potencias occidentales y el propio Israel por razones políticas y estratégicas. Y ello a pesar de que durante el Holocausto el movimiento sionista ignoró lo que les ocurría a los judíos en Europa e incluso obstruyó activamente los intentos de rescate que no implicaran Palestina.

En marzo de 1988, el profesor Yehuda Elkana, un niño superviviente de Auschwitz, escribió un artículo en Israel titulado The Need to Forget (La necesidad de olvidar). Elkana argumentaba que la forma en que Israel conmemoraba el Holocausto era responsable del «profundo odio» de los israelíes hacia los árabes y que era mejor olvidar el Holocausto que dejar que sirviera de justificación para el genocidio.

Como era de esperar, el artículo de Elkana provocó una tormenta de protestas. Pero 36 años después es más pertinente que nunca. La forma en que Israel distorsiona e instrumentaliza la memoria del Holocausto ha llevado a que se convierta en la justificación del genocidio en Gaza.

La profesora Idith Zertal, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, describió cómo: «La transferencia de la situación del Holocausto a la realidad de Oriente Próximo… no sólo creó una falsa sensación de peligro inminente de destrucción masiva. También distorsionó inmensamente la imagen del Holocausto, empequeñeció la magnitud de las atrocidades cometidas por los nazis, trivializó la singular agonía de las víctimas y los supervivientes y demonizó por completo a los árabes y a sus dirigentes”.

Sin embargo, mientras Israel nacionalizaba la memoria del Holocausto «excluía a los portadores directos de esta memoria», el cuarto de millón de supervivientes del Holocausto que se vieron obligados a emigrar a Israel. Los supervivientes del Holocausto fueron abandonados a su suerte y a un tercio de ellos se les dejó languidecer en la pobreza, obligados a elegir entre comer o calentarse. Incluso las reparaciones alemanas destinadas a ellos fueron robadas por el Estado israelí.

Excepcionalizar el sufrimiento judío

Tras el juicio en 1961 de Adolf Eichmann (uno de los principales arquitectos nazis del genocidio judío), el Holocausto pasó a desempeñar un papel cada vez más importante en la imagen que Israel tenía de sí mismo como víctima.

«Mediante Auschwitz», explicó Zertal, «Israel se hizo inmune a la crítica e impermeable a un diálogo racional con el mundo que le rodeaba».

En lugar de extraer lecciones universales del Holocausto sobre la necesidad de combatir el racismo, el sionismo sacó la conclusión contraria. El racismo, la limpieza étnica y el genocidio estaban justificados a causa del Holocausto. El sionismo excepcionalizó el sufrimiento judío, aislándolo de sus orígenes políticos y económicos y, por tanto, de sus lecciones universales sobre la necesidad de combatir el racismo.

Cada año Israel lleva a miles de escolares a visitar Auschwitz en Polonia, el antiguo campo de exterminio nazi. No lo hace para advertir de los peligros de una reaparición del fascismo, sino para inculcar a sus jóvenes un nacionalismo militarista y el odio a los no judíos.

Como escribió el columnista israelí Gideon Levy en 2019: «Todavía no he oído a un solo adolescente volver de Auschwitz y decir que no debemos abusar de los demás como abusaron de nosotros. Todavía no ha habido una escuela cuyos alumnos regresaran de Birkenau directamente a la frontera de Gaza, vieran la valla de alambre de espino y dijeran: Nunca más. El mensaje es siempre el contrario. Se permite Gaza gracias a Auschwitz».

El sionismo se fundó sobre la base de que el antisemitismo era un odio único y eterno contra los judíos totalmente diferente de otras formas de racismo. El antisemitismo era producto, no de la sociedad que les rodeaba, sino de los propios judíos, afirmaban los sionistas. Los judíos habían causado el antisemitismo por vivir en «países ajenos».

El sionismo desprecia la idea de que los judíos compartan una experiencia común de racismo y genocidio con otras minorías.

La ideología sionista siempre ha sostenido que, como el antisemitismo era inherente a los no judíos, era imposible combatirlo. En palabras del fundador del sionismo político, Theodor Herzl: «En París… logré una actitud más libre hacia el antisemitismo, que ahora empecé a comprender históricamente y a perdonar. Sobre todo, reconocí la vacuidad e inutilidad de intentar ‘combatir’ el antisemitismo».

Esto ocurría en un momento en que más de la mitad de la nación francesa estaba llevando a cabo una exitosa lucha contra el procesamiento por traición del capitán Alfred Dreyfus. Pero Herzl no estaba interesado en el asunto Dreyfus.

Leyes de inspiración nazi

En «La necesidad de olvidar», Elkana contaba que «lo que ocurrió en Alemania podría ocurrir en cualquier parte y a cualquier pueblo, también al mío».

Argumentó que «la existencia misma de la democracia está en peligro cuando la memoria de los muertos participa activamente en el proceso democrático». Eso es exactamente lo que ha ocurrido.

Todo lo que Israel hace hoy lo justifica en nombre de la lucha contra los «nazis árabes».

La predicción de Elkana hace 36 años se está cumpliendo ahora con venganza en Gaza.

Él escribió sobre:

una profunda «Angustia» existencial alimentada por una interpretación particular de las lecciones del Holocausto… de que somos la víctima eterna. En esta antigua creencia… veo la trágica y paradójica victoria de Hitler. Dos naciones, metafóricamente hablando, surgieron de las cenizas de Auschwitz: una minoría que afirma: «esto no debe volver a suceder», y una mayoría asustada y atormentada que afirma: «esto no debe volver a sucedernos».

Cuando 31 años más tarde llamé a Israel «vástago bastardo de Hitler», el Jewish Chronicle fingió escandalizarse, pero el Estado israelí se construyó a imagen y semejanza de la Alemania nazi. La definición de judío según la Ley del Retorno israelí era un reflejo de la de la Alemania nazi.

Como señaló Hannah Arendt, citando a Philip Gillon, a pesar de toda la condena de la Alemania nazi, el matrimonio entre judío y no judío era imposible también en Israel: «Había algo ciertamente sobrecogedor en la ingenuidad con la que la fiscalía denunciaba las infames Leyes de Núremberg de 1935, que habían prohibido los matrimonios mixtos y las relaciones sexuales entre judíos y alemanes. Los mejor informados entre los corresponsales eran muy conscientes de la ironía, pero no la mencionaron en sus reportajes”.

Nazificación

Como escribió el historiador israelí Tom Segev en su libro The Seventh Million, los palestinos fueron vistos como nazis casi tan pronto como se derrotó a Alemania. A los supervivientes del Holocausto que participaron en la llamada Guerra de Independencia de Israel en 1948 se les recalcó que los árabes contra los que luchaban eran los sucesores de los que una vez habían intentado asesinarlos.

Citando el diario de uno de los combatientes de las milicias sionistas que llevaron a cabo la expulsión masiva de los palestinos durante la Nakba, Idith Zertal explicó que «los más ansiosos [por llevar a cabo atrocidades] eran los que procedían de los campos [de concentración].»

David Ben-Gurion, primer ministro fundador de Israel, explicó: «No queremos que los nazis árabes vengan a masacrarnos». Zertal señaló más tarde que la «nazificación del enemigo… [parece] haber caracterizado la forma de hablar de las élites políticas, sociales y culturales de Israel».

El politólogo estadounidense Ian Lustick describió cómo «el conflicto de Israel con los árabes» se construyó como «equivalente a su lucha con los nazis». El judeocidio del imperialismo alemán fue el pretexto para la creación de un Estado que comenzó su vida con la Nakba, la limpieza étnica de los palestinos.

Cada enemigo de Israel era un «nuevo Hitler».

Ben-Gurion comentó, justo antes del juicio a Eichmann que «cuando escucho los discursos del presidente egipcio [Gamal Abdel Nasser] … me parece que está hablando Hitler». Para el exministro de Defensa israelí Ariel Sharon, el presidente de la Organización para la Liberación de Palestina, Yasser Arafat, era «como Hitler, que tanto quería negociar con los Aliados».

Como explicó Zertal, no ha habido una guerra en la que haya participado Israel «que no haya sido percibida, definida y conceptualizada en términos del Holocausto». Israel ha movilizado el Holocausto «al servicio de la política israelí».

La industria del Holocausto

Lo que el académico Norman Finkelstein denominó memorablemente «The Holocaust Industry» comenzó con la aprobación de la Ley Yad Vashem en 1953. Con ella se creó un museo de propaganda del Holocausto que elaboró un relato sionista del Holocausto que no sólo ignoraba a las víctimas no judías del mismo, sino también a la resistencia judía antisionista.

En Yad Vashem se erigió un muro dedicado a Haj Amin al-Husseini, el líder palestino al que los británicos nombraron Muftí de Jerusalén en 1921 y que más tarde colaboró con los nazis. Como escribió el historiador israelí Tom Segev, su propósito era que «el visitante llegara a la conclusión de que hay mucho en común entre el plan nazi de destruir a los judíos y la enemistad de los árabes con Israel».

Aunque el muftí era un reaccionario, las afirmaciones de que desempeñó un papel importante en el Holocausto carecen de fundamento. Esto no impidió que el muftí tuviera un «papel estelar» en la Enciclopedia del Holocausto de Yad Vashem. El artículo sobre el muftí es más largo que los artículos sobre los líderes nazis Heinrich Himmler y Reinhard Heydrich juntos y más largo que el artículo sobre Eichmann. Sólo es superado ligeramente en extensión por el artículo sobre Hitler.

Los líderes sionistas han realizado un esfuerzo concertado para presentar a los palestinos como los autores del Holocausto. En 2015, Netanyahu dijo en el 37º Congreso Sionista Mundial que fue el muftí quien dio a Hitler la idea de exterminar a los judíos de Alemania en lugar de expulsarlos. Netanyahu había escrito previamente que el muftí fue «uno de los iniciadores del exterminio sistemático de la judería europea”.

Este ha sido durante mucho tiempo un tema sionista constante. Ben-Gurion preguntó a un crítico: «¿No es consciente de que el muftí fue consejero y socio en los planes de exterminio?». Se sugirió que Eichmann y el muftí habían sido amigos; en realidad, Eichmann ni siquiera conoció al muftí.

Reclutar a los muertos del Holocausto

En una oración fúnebre por un líder de la milicia de colonos que había sido asesinado por un refugiado palestino infiltrado desde Gaza, el general de más alto rango de Israel, Moshe Dayan, afirmó que «millones de judíos, que fueron exterminados porque no tenían patria, nos observan desde las cenizas de la historia israelí y nos exhortan a asentarnos y a construir una tierra para nuestro pueblo».

Los muertos judíos del Holocausto fueron reclutados retrospectivamente para el proyecto sionista.

Fue a través del Holocausto que Israel pudo presentarse no como el agresor, sino como la víctima eterna. El Holocausto fue el comodín de Israel. Para Israel, el Holocausto es un regalo que nunca ha dejado de ofrecer.

Cuando Alemania dio apoyo militar y económico al Estado israelí pudo justificarlo como compensación por el Holocausto judío. Como explicó Yad Vashem, «pagar las reparaciones ayudaría a acelerar la aceptación de Alemania Occidental por las potencias occidentales». Y así resultó.

Cuando la resistencia palestina atacó Israel el 7 de octubre, la respuesta inmediata de los sionistas fue que se trataba de un segundo Holocausto.

Era como si la razón del estallido no fueran 17 años de asedio asfixiante y 75 años de ocupación, sino el hecho de que Israel fuera un Estado judío. Es de suponer que, si los ocupantes de Gaza hubieran sido cristianos, los palestinos habrían aceptado felizmente su destino.

A pesar de explotar a los supervivientes del Holocausto, los israelíes los despreciaban como ovejas que habían ido al matadero, a diferencia de ellos, los «nuevos judíos» de Palestina, que libraban una guerra contra la población indígena. Como documentó Segev, a los supervivientes se les llamaba popularmente sabon -jabón en hebreo- debido a la creencia de que los nazis utilizaron grasa humana para fabricar jabón durante la guerra.

La opinión predominante entre los colonos judíos de Palestina era que los supervivientes del Holocausto representaban la «supervivencia de lo peor». A ojos de Ben-Gurion, eran «personas duras, malvadas y egoístas y sus experiencias habían destruido las buenas cualidades que les quedaban».

Para el sionismo, el Holocausto era inexplicable, estaba más allá de la historia. Era «un acontecimiento sagrado y esencialmente incomprensible».

Su misma irracionalidad permitió a Israel utilizarlo para defender lo indefendible.

Incluso el exterminio de palestinos se justifica por el Holocausto. En una llamada «Canción de la Amistad», escolares israelíes cantaron dulcemente en noviembre sobre la aniquilación de los palestinos de Gaza a los que llamaban «portadores de esvásticas».

El Holocausto puede ser el prisma a través del cual Israel justifica el genocidio, pero no es la razón. No es el trauma del Holocausto sino un trauma autoinducido de victimización lo que ha permitido el genocidio de Israel en Gaza.

Foto de portada: Israel envía cada año a miles de sus escolares a visitar Auschwitz. (Wojciech GrabowskiZUMAPRESS)

Voces del Mundo

Deja un comentario