Thomas J. Barfield, CounterPunch.org, 15 abril 2024
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Thomas J. Barfield es profesor de Antropología en la Universidad de Boston. Su nuevo libro, Shadow Empires (Imperios en la sombra), explora cómo distintos tipos de imperios surgieron y se mantuvieron como los estados dominantes de Eurasia y el norte de África durante 2.500 años antes de desaparecer en el siglo XX. Es un reputado historiador de Eurasia Central y autor de The Central Asian Arabs of Afghanistan, The Perilous Frontier: Nomadic Empires and China, 221 BC to AD 1757, Afghanistan: An Atlas of Indigenous Domestic Architecture y Afganistán: A Cultural and Political History (segunda edición revisada y ampliada, 2022, Princeton University Press).
El presidente ruso Vladimir Putin justificó la invasión de Ucrania en 2022 afirmando la existencia de un «mundo ruso» singular que necesita protección y reunificación. Dejó de lado los fundamentos ideológicos socialistas seculares que la Unión Soviética utilizó para justificar su expansión en favor de la Rusia zarista, arraigada en la religión y la cultura. Pero la historia de los órdenes políticos en la zona boscosa del norte de Europa, que se remonta 1.200 años atrás, no es la de un mundo ruso unificado.
Por el contrario, hubo una serie de órdenes que competían entre sí, con centros de poder rivales en Kiev, Vilna y Moscú, así como poderosos Estados nómadas esteparios como los del Jaganato jázaro, la Horda de Oro mongola y el Kanato de Crimea al sur. A finales del siglo XVIII, la dinastía Romanov de la Rusia zarista los anexionó por la fuerza en un único Estado. Ese Estado unificado continuó bajo su sucesora, la Unión Soviética, hasta que se disolvió en doce países independientes en 1991.
Ucrania y Lituania, en particular, habían sido los centros de sus propios Estados imperiales, con historias más antiguas que la propia Rusia, y contribuyeron decisivamente a crear la cultura rusa que Putin está ahora tan interesado en defender. Y lo consiguieron sin necesidad de la protección de un autócrata.
Imperios en la zona boscosa
La zona boscosa que se extiende entre el río Dniéster, al oeste, y el Volga, al este, constituyó históricamente una región vasta (más de 2 millones de kilómetros cuadrados) pero escasamente poblada. Se convertiría en el hogar de tres imperios longevos: La Rus de Kiev (862-1242), el Gran Ducado de Lituania y la Mancomunidad Polaco-Lituana (1251-1795) y el Gran Ducado (más tarde zarato) de Moscovia (1283-1721). El excedente de riqueza que sustentaba estos imperios procedía del comercio internacional de tránsito y de la exportación de pieles, cera, miel y esclavos de gran valor, a menudo complementado con incursiones. Tras expandirse más allá de su zona forestal natal, la Rusia zarista se declaró Imperio ruso en 1721, durante el reinado de Pedro el Grande (1682-1725), pero tardó el resto del siglo en hacerse con el control de sus vecinos del sur y el oeste, lo que consiguió durante el reinado de Catalina la Grande (1762-1796).
En la zona boscosa septentrional no había Estados de ningún tipo, y mucho menos imperios, antes del siglo IX, porque entonces sólo estaba habitada por comunidades pequeñas y dispersas, con escasa urbanización o centralización política. Dedicadas a la agricultura de subsistencia, la búsqueda de alimentos, la caza y la cría de animales, estas comunidades sólo se relacionaban con otras como ellas o con comerciantes extranjeros que utilizaban sus ríos para atravesar la región. Los densos bosques y las extensas marismas presentaban serios obstáculos a los posibles invasores, que ya eran pocos porque la región no tenía metales preciosos que saquear ni ciudades que ocupar. Esto cambió cuando la zona boscosa se vio arrastrada a la red comercial de alto valor que intercambiaba una avalancha de monedas de plata por pieles y esclavos, que se negociaban a través de una serie de intermediarios. La demanda de estos bienes y de la plata para pagarlos se encontraba en las tierras del lejano califato islámico y del Imperio bizantino, pero era el Jaganato nómada de los jázaros (650-850), gobernantes de toda la zona esteparia del sur, quien dominaba las rutas comerciales. Los jázaros explotaron esa posición proyectando su poder hacia el norte, a la zona boscosa, donde impusieron el pago de tributos en pieles o plata a las comunidades que allí residían, creando una clase de dirigentes locales ricos que vivían en ciudades y se encargaban de recaudar los pagos. También establecieron emporios comerciales en el río Volga que atraían a mercaderes extranjeros que pagaban un impuesto de tránsito del 10% sobre las mercancías que entraban o salían del territorio jázaro.
Rus de Kiev
El flujo de plata resultante del comercio de pieles atrajo la atención de los grupos de mercaderes/guerreros marítimos escandinavos conocidos como varegos o rus’, cuyas embarcaciones de poco calado se transportaban fácilmente de una cuenca a otra. Aunque al principio sólo buscaban oportunidades comerciales locales, establecieron su autoridad política en el norte, pero pronto se expandieron hacia el sur a través de los sistemas fluviales del Dniéper y el Volga hasta llegar a los mares Negro y Caspio, donde se dedicaron al saqueo y al comercio. En la década de 860, los varegos sustituyeron a los jázaros como potencia dominante en la región boscosa. En la década de 880, habían trasladado su centro al sur, a Kiev, donde establecieron un imperio, la Rus de Kiev, que abarcaba dos millones de kilómetros cuadrados a principios del siglo XI. Fue un imperio que duró casi cuatro siglos y sólo terminó cuando los mongoles conquistaron toda la región y destruyeron Kiev en 1240.
Aunque la Rus de Kiev se considera la base de la cultura rusa posterior, no adquirió su forma clásica hasta siglo y medio después de su fundación, cuando Vladimir el Grande (r. 980-1015), un politeísta pagano, se convirtió al cristianismo ortodoxo oriental en 988 y lo convirtió en la religión del Estado tras casarse con una princesa bizantina. También fue el responsable de convertir Kiev en una verdadera ciudad de unos 40.000 habitantes, erigiendo en ella iglesias de estilo bizantino y apoyando el comercio. Era un estado multiétnico que desarrolló su propia cultura común recurriendo a diversas fuentes. El cristianismo ortodoxo oriental trajo consigo una tradición de alfabetización y el alfabeto cirílico, un clero jerárquico y una tradición bizantina de gobierno en la que la autoridad del Estado se basaba en leyes e instituciones. Los gobernantes de la Rus también respetaban la autoridad de las instituciones políticas eslavas existentes a nivel local, que incluían consejos de toma de decisiones en ciudades y regiones (veche), gobernantes locales indígenas (kniaz) y una clase de comandantes militares aristocráticos (vaivoda). Aunque sólo los descendientes directos del fundador de la Rus, Rurik, podían ostentar el alto cargo de gran príncipe y otros altos rangos, este linaje gobernante se casó con sus súbditos eslavos (la madre de Vladimir fue uno de los vástagos de este tipo de matrimonios mixtos) y acabó adoptando su lengua.
Lo más significativo es que los grandes príncipes de Kiev no ejercían un poder absoluto. Después de que el imperio alcanzara su apogeo con Vladimir y su hijo Yaroslav el Sabio (r. 1016-1054), las constantes guerras de sucesión entre la élite rurikí debilitaron el gobierno central hasta tal punto que, a mediados del siglo XII, se había convertido en una federación de estados regionales autónomos (entre los que destacaban Kiev, Nóvgorod y Suzdalia) cuyos líderes se ponían de acuerdo sobre quién sería el gran príncipe. El gobierno sobrevivió porque era un Estado similar a una medusa que absorbía suficientes recursos para sostenerse sin necesitar un centro imperial fuerte ni un liderazgo autocrático, y en el que ninguna parte era crítica para la supervivencia del conjunto.
Al carecer de cerebro, las medusas dependen de una red neuronal distribuida compuesta por nodos integrados que, juntos, crean un sistema nervioso de gran capacidad de respuesta. Como resultado, las medusas pueden sobrevivir a la pérdida de partes de su cuerpo y regenerarlas rápidamente. Del mismo modo, Kiev y su gran príncipe sólo eran el mayor nodo de un sistema de nodos, no uno exclusivo. Y como la regeneración de las medusas está diseñada para restaurar la simetría dañada en lugar de limitarse a sustituir las partes perdidas, una medusa cortada por la mitad se convierte en dos medusas nuevas a medida que cada mitad regenera lo que le falta. Siguiendo también este patrón, en las tierras de la antigua Rus de Kiev surgieron finalmente dos imperios rivales tras el fin de la ocupación mongola: el Gran Ducado de Lituania, en el oeste, y el Gran Ducado de Moscovia, en el este.
El yugo mongol
La invasión mongola de Europa central terminó en 1242, cuando retiraron sus tropas para no volver jamás, pero la Horda de Oro mongola conservó el control de los territorios de la Rus de Kiev. Para administrar la región de la zona boscosa, los nómadas esteparios recurrieron a la misma élite rurikí que habían estado a punto de aniquilar unos años antes.
Por muy tensas y desiguales que fueran las relaciones entre la Horda de Oro y sus clientes rusos, dieron lugar a una estructura gubernamental duradera que se prolongó durante casi dos siglos y medio. La administración mongola era mucho más intrusiva y centrada en el Estado que la de la Rus de Kiev. Las exigencias de la Horda en cuanto a ingresos fiscales y tropas eran elevadas y se conseguían a través de un amplio conjunto de sofisticadas estructuras administrativas, sistemas fiscales y censos. Por mucho que molestaran a los mongoles, los gobernantes rurikíes que nombraron se convirtieron en constructores de estados más ricos y sofisticados en sus propios territorios. Sus endémicas disputas sucesorias se resolvían ahora en el Gran Kan de la Horda y no en el campo de batalla. Aunque los líderes paganos de la Horda acabaron convirtiéndose al islam, mantuvieron la antigua política de tolerancia religiosa del Imperio mongol. Esto incluía exenciones fiscales para todos los clérigos y propiedades de grupos religiosos, una política que le valió a la Horda de Oro el apoyo de la Iglesia Cristiana Ortodoxa.
Duelo de ducados
La Horda mostró un mayor interés en controlar sus principados rusos orientales (Tver, Vladimir, Moscovia y Suzdal) en la cuenca del río Volga que los occidentales (Kiev y Smolensk) en la cuenca del río Dniéper. Esto se debía a que el este estaba ahora más poblado (1.350.000 personas) que el oeste (800.000 personas) y era más fácil de controlar desde la capital de la Horda, Sarai, en el bajo Volga. A medida que disminuía el interés de los mongoles por la zona boscosa occidental, los lituanos pasaron a reorganizarla. Con capital en Vilna, los lituanos habían evitado la embestida inicial de los mongoles y comenzaron a expandirse hacia el sur, en la región del Dniéper, a principios del siglo XIV para crear el Gran Ducado de Lituania (GDL), el mayor imperio de toda la Europa medieval.
Lo sorprendente del surgimiento del GDL y de los territorios que ocupó fue lo mucho que los lituanos siguieron el modelo de los Rus’ como extranjeros que se desplazaban a un vacío de poder producido por el declive de una potencia nómada esteparia y cómo se superpusieron a un sistema político existente demasiado fracturado para unirse desde dentro. La economía mejoró a medida que la región se estabilizaba dentro de una «Pax Lituanica» imperial que proporcionaba seguridad a los mercaderes que trasladaban sus mercancías por las estratégicas redes del comercio internacional. La minoría pagana y católica lituana perturbó lo menos posible el orden existente. Permitieron a la nobleza rusa conservar tanto sus privilegios como la fe ortodoxa oriental. Crearon una clase alta cohesionada que trascendía las definiciones simplistas de las fronteras étnicas. Al igual que la Rus de Kiev, la GDL era una medusa política que carecía de una verdadera metrópoli. Integró muchos nodos diferentes de producción y autoridad en un único sistema político, expandiéndose y contrayéndose sin cambiar la estructura de la entidad política. El GDL se convirtió en la potencia dominante de la zona boscosa durante un breve periodo después de que Tamerlán destruyera Sarai, la capital de la Horda de Oro, en 1395.
El Gran Ducado de Moscovia surgió para desafiar al GDL después de que Iván III, también conocido como Iván el Grande (r. 1462-1505), uniera los principados del noreste de Rusia y declarara su independencia de la Gran Horda nómada en 1476. Su nieto, Iván IV o Iván el Terrible (r. 1547-1584), proclamó en Rusia un zarato y se coronó a sí mismo como su primer zar. Era una apuesta por un nuevo estatus imperial que buscaba la paridad con la Horda -descendientes de Gengis Kan que habían gobernado Rusia anteriormente-, el sultán otomano y el Sacro Emperador Romano Germánico de Europa. En Rusia, la posición del zar combinaba de forma incómoda el paternalismo de un emperador bizantino responsable de la protección de la fe ortodoxa oriental y sus creyentes con el poder bruto de un Jan mongol que gobernaba un Estado absolutista y laico. En una serie de guerras durante la década de 1550, Iván el Terrible conquistó las regiones esteparias de Kazán y Astracán a lo largo del Volga hasta el mar Caspio y se hizo con el control de varios puertos bálticos. Como sucesor dinástico directo de su fundador Rurik, Iván insistió entonces en que los polacos y lituanos le devolvieran las tierras de la Rus de Kiev.
No fue así. La destructiva política interior de Iván durante los diez años siguientes debilitó a Rusia y sus enemigos la invadieron. Moscú fue incendiada durante una incursión de caballería dirigida por el Jan de Crimea en 1571. El recién elegido rey de la Mancomunidad polaco-lituana, el húngaro Esteban Báthory, entró en guerra con Iván en 1578 para reclamar el territorio en disputa de la GDL. Báthory obligó a Rusia a abandonar los puertos bálticos y a ceder Pskov a los polacos en un acuerdo de paz de 1582 firmado pocos años antes de la muerte de Iván. Tras la muerte del zar Dmitri, hijo de Iván, sin heredero en 1598 (que puso fin a la dinastía de los rurikíes, que había durado más de 700 años), Rusia entró en la época de los disturbios, en la que su propia existencia como Estado soberano se vio amenazada. Ese periodo de anarquía sólo terminó con la aparición de una nueva dinastía de zares Romanov en 1613, que ayudó a restaurar la estabilidad política y gobernó Rusia durante los 300 años siguientes. Sin embargo, Rusia tardaría otro siglo en desplazarse de nuevo hacia el norte, hasta el mar Báltico, bajo el reinado de Pedro el Grande, y luego hacia el oeste y el sur, hasta Ucrania y Crimea, bajo el reinado de Catalina la Grande. Su éxito convirtió al Imperio ruso en el más extenso del mundo. Se derrumbó en 1917 durante la Primera Guerra Mundial, pero la mayoría de sus antiguos territorios siguieron formando parte de la nueva URSS.
El legado del Imperio
Rusia se convirtió en el Estado sucesor más poderoso de la Unión Soviética tras su colapso en 1991. Aunque perdió 5,5 millones de kilómetros cuadrados de su antiguo territorio soviético, Rusia siguió siendo el país más grande del mundo, con 17,1 millones de kilómetros cuadrados. Su estatus como país de la misma categoría que Estados Unidos, la UE y China se basaba en la posesión del arsenal nuclear de la Unión Soviética y en un fuerte gasto en fuerzas militares convencionales que ascendió a alrededor del 3% o 4% de su PIB entre 2010 y 2020. Pero en otros aspectos, Rusia no jugaba en esa liga. En 2020, la economía rusa sólo representaba el 1,79% del PIB mundial, un orden de magnitud inferior al de Estados Unidos (24,8%), China (18,2%) o la UE (17%). De hecho, su PIB era inferior al de Corea del Sur, un país de menos de 100.000 kilómetros cuadrados cuyas principales exportaciones eran productos electrónicos avanzados, maquinaria y vehículos de motor. Las principales exportaciones de Rusia eran petróleo, gas natural, carbón, madera, minerales y metales. Mientras que la población de la Unión Soviética era mayor que la de Estados Unidos cuando se disolvió, la población de Rusia, de 146 millones de habitantes en 2020, era menos de la mitad de la de Estados Unidos y estaba disminuyendo en lugar de crecer.
Sus vecinos, Ucrania y los países bálticos, también volvieron a sus raíces. Con estructuras políticas que rechazaban la autocracia y veían su futuro ligado a Europa, Ucrania y los Estados bálticos restauraron modos de gobierno y alianzas que eran la norma antes de su incorporación a la Rusia zarista y a la Unión Soviética. Aquellos de sus pueblos que se definían a sí mismos como culturalmente rusos no veían la necesidad de ser súbditos políticos de Rusia para mantener su lengua y sus tradiciones, que habían prosperado durante mucho tiempo sin necesidad de un autócrata que velara por ellos.
La Rusia postsoviética de Putin es una Moscovia con armas nucleares y fronteras que le habrían resultado familiares a Iván el Terrible. Su mera supervivencia fue una hazaña impresionante -en la mayoría del resto de lugares se produciría una cascada de rupturas, como en el caso de la antigua Yugoslavia-, pero Rusia conservó su resistente estructura de medusa. Pudo reconstituirse a partir de las partes dañadas que sobrevivieron, aunque a menor escala. Rusia avanzó en lugar de morir, aunque no se dio cuenta de que los países bálticos y Ucrania podían hacer lo mismo sin ella. A pesar de 70 años como parte de una economía de mando soviética centralizada, Rusia siguió siendo una red de nodos económicos y políticos en la que ninguna parte era crítica para la supervivencia del conjunto. Apartándose de la economía cerrada de la Unión Soviética, que aspiraba a la autosuficiencia en todos los sectores económicos, Rusia volvió a un modelo moscovita (e incluso ruso) de exportación de sus recursos naturales a la economía mundial para mantenerse. Fueron estas exportaciones las que financiaron el elevado gasto militar necesario para mantenerse en pie de igualdad con otras potencias mundiales y pagar los servicios de bienestar que ahora esperaban sus ciudadanos.
A pesar de la intención de Putin de restaurar el estatus de Rusia como potencia imperial mundial, la suya era una política mucho menos cosmopolita que la Rusia zarista o la Unión Soviética y, aparentemente, está contenta de serlo. Rusia se define ahora en términos nacionalistas que hacen hincapié en los profundos lazos históricos con un pasado cultural ruso e ignoran la existencia de los otros imperios que han gobernado la región, excepto para afirmar que eran rusos cuando les convenía.
Putin elevó el estatus de la Iglesia ortodoxa y se retrató a sí mismo como el defensor de sus valores culturales tradicionales rusos, el equivalente absolutista del zar protegiendo a la Santa Rusia de los males del mundo exterior. Putin justificó su invasión de Ucrania en 2022 como un acto de limpieza doméstica definiendo a los ucranianos como una variedad de rusos descarriados -ovejas que se habían descarriado y que ahora estaban siendo devueltas al redil-, no como personas que tenían sus propios estados e imperios independientes cuando Rusia todavía estaba gobernada por los mongoles.
Y ese legado mongol es muy profundo. Las numerosas fotografías de un Putin con el torso desnudo montando a caballo, cazando y zambulléndose en aguas heladas canalizaban la tradición del Gran Jan de la estepa, cuyos gobernantes consideraban necesario demostrar su vitalidad física porque el poder del Estado se invertía en una persona viva y no en una institución gobernante. Del mismo modo, Putin hizo que la posesión continuada de grandes riquezas dependiera de la lealtad personal hacia él, creando un sistema patrimonial parecido al de los zares y sus boyardos en lugar de una economía capitalista moderna.
En estas circunstancias, muchos rusos de talento están optando por dejar su huella en el extranjero, perdiendo así Rusia la oportunidad de mantenerse en la vanguardia tecnológica que China y Estados Unidos habían considerado el campo de batalla económico del futuro. Pero Rusia no ha sentido la necesidad de competir en estos ámbitos para seguir siendo relevante mientras pueda ejercer un poder militar respaldado por armas nucleares.
Lo que podría socavar la capacidad de Rusia para actuar con una política paritaria ahora y en el futuro son dos cosas relacionadas que han resultado de su invasión de Ucrania. A corto plazo, el aislamiento de la economía mundial en respuesta a su invasión de Ucrania amenaza con ahogar la exportación de materias primas que constituyen la mayor parte de sus ingresos. A largo plazo, la inestabilidad que Rusia ha creado en el mercado del petróleo y el gas acelera la aparición de tecnologías de energía eólica, geotérmica, solar y nuclear libres de carbono que dejarán sus recursos de petróleo y gas abandonados sin compradores. Los imperios que dependían de flujos regulares de ingresos externos para financiarse, cualquiera que fuera la forma en que los obtuvieran, rara vez sobrevivían una vez que esas fuentes de ingresos externas desaparecían.
Vladimir Putin se ve a sí mismo como otro Pedro el Grande, pero la mejor analogía es con Iván el Terrible. El poder autocrático absoluto de Iván, su negativa a aceptar consejos y su paranoia, combinados con las persecuciones en casa y las guerras en el extranjero, produjeron un Estado poderoso que estaba al borde del colapso al final de su reinado. La historia rusa proclamó a tres gobernantes «el Grande», pero es menos probable que Putin se una a sus filas y, en cambio, es más probable que se convierta en el segundo «el Terrible» del país.
Imagen de portada por rob walsh.