Juan Cole, TomDispatch.com, 2 julio 2024
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Juan Cole, colaborador habitual de TomDispatch, es catedrático Richard P. Mitchell de Historia en la Universidad de Michigan. Es autor de The Rubáiyát of Omar Khayyam: A New Translation From the Persian y Muhammad: Prophet of Peace Amid the Clash of Empires. Su último libro es Peace Movements in Islam. Su galardonado blog es Informed Comment. También es miembro no residente del Center for Conflict and Humanitarian Studies de Doha y de Democracy for the Arab World Now (DAWN).
A mediados de junio, Associated Press anunció que la Armada de Estados Unidos había participado en el combate naval más intenso desde el final de la Segunda Guerra Mundial, lo que seguramente sería una sorpresa para la mayoría de los estadounidenses. Esta vez, los combates no tienen lugar en los océanos Atlántico o Pacífico, sino en el Mar Rojo, y el adversario es el partido-milicia chiíta de Yemen -¡sí, de Yemen! – los Ayudantes de Dios (Ansar Allah), a menudo conocidos, gracias a su clan dirigente, como los hutíes. Apoyan a los palestinos de Gaza contra la campaña israelí de guerra total contra ese pequeño enclave, mientras que, en los últimos meses, se han enfrentado a repetidos ataques aéreos de aviones estadounidenses y han respondido, entre otras cosas, atacando un portaaviones estadounidense y otros buques frente a sus costas. Sus armas preferidas son los cohetes, aviones no tripulados, pequeñas embarcaciones equipadas con explosivos y -¡primicia! – misiles balísticos antibuque con los que han atacado a barcos en el Mar Rojo. Los hutíes ven a la Armada estadounidense como parte del esfuerzo bélico israelí.
La puerta de las lamentaciones
En cierto sentido, no podría ser más notable, históricamente hablando. Un modesto número de yemeníes ha conseguido lanzar un desafío al orden mundial imperante, a pesar de ser pobres, débiles y morenos, atributos que suelen hacer a las personas invisibles para el establishment estadounidense. Una baza demasiado moderna con la que cuentan los hutíes es la aparición de microarmas en nuestro mundo: pequeños drones y cohetes que, por el momento, no pueden ser aniquilados fácilmente ni siquiera por el sofisticado armamento de la Marina estadounidense.
Otra es geográfica. Los hutíes controlan la llanura costera de Tihamah, el litoral oriental del Mar Rojo. Se extiende desde el estrecho de Bab el-Mandeb (punto de entrada a ese mar desde el golfo de Adén y el océano Índico) hasta el canal de Suez, que conecta la navegación en esas aguas con el Mediterráneo y, por tanto, con Europa. La Bab el-Mandeb, conocida por ser traicionera para navegar incluso en los tiempos más pacíficos, se dice que significa «la Puerta de la Lamentación», y en estos días, está haciendo honor a su nombre. Hay que tener en cuenta que por el Canal de Suez circula el 10% del comercio marítimo mundial y, lo que quizá sea aún más importante, el 12% del suministro mundial de energía.
Lo que podríamos denominar la batalla del Tihamah ha durado ya siete meses y, sorprendentemente, dados los oponentes, su resultado sigue siendo dudoso. The Associated Press cita a Brian Clark, miembro senior del neoconservador Instituto Hudson y antiguo submarinista de la Armada, expresando su preocupación por el hecho de que los hutíes estén a punto de penetrar las defensas navales estadounidenses con sus misiles, lo que plantea la posibilidad de que puedan infligir daños significativos a un destructor estadounidense o incluso a un portaaviones. Los repetidos ataques aéreos estadounidenses y británicos contra presuntos emplazamientos de armas hutíes en la capital yemení, Saná, y sus alrededores, no han logrado hasta ahora detener la guerra naval. Ni siquiera los drones estadounidenses de alta tecnología Reaper tienen ya la seguridad de dominar el espacio aéreo de Oriente Próximo, puesto que los hutíes han derribado hasta ahora cuatro de esas armas de 30 millones de dólares.
El Canal de Suez al ralentí
Dado lo poco que los estadounidenses saben en general sobre el Yemen, tal vez convenga conocer algunos antecedentes históricos. El movimiento hutí tiene sus raíces en el chiísmo zaydí, que arraigó en el norte de Yemen en la década de 890. (Sí, en la década de 890). (Sí, en el 890, no en el 1890). Los zaydíes de hoy están molestos por las atrocidades israelíes en Gaza. El pasado diciembre, grandes multitudes de ellos salieron a la calle en el bastión zaydí de Saadeh y en otras ciudades del norte de Yemen para protestar por el intenso bombardeo israelí de esa franja de 64 kilómetros cuadrados de tierra. Ondeando banderas yemeníes y palestinas, prometieron apoyo contra «los ejércitos de la tiranía», al grito de: «Bab el-Mandeb está cerrado, ¡oh sionistas, no os acerquéis!» y «¡La respuesta yemení es legítima, y el mar Rojo os está prohibido!».
En efecto, los hutíes han atacado portacontenedores comerciales en el Mar Rojo, llegando a apoderarse de uno, el Galaxy Leader (que, aunque parezca mentira, convirtieron en una atracción turística). También hundieron dos cargueros, matando a tres tripulantes. Aunque afirman que sólo atacan buques de propiedad israelí, la mayoría de sus ataques han tenido como objetivo buques de terceros no relacionados, como Grecia. Sin embargo, sus ataques han causado una importante interrupción del comercio mundial.
Los hutíes han disparado también un gran número de misiles balísticos contra el puerto israelí de Eilat, en el Mar Rojo, que ha permanecido inactivo desde noviembre. Alrededor del cinco por ciento de las importaciones de Israel llegaban a través de Eilat. Ahora, ese comercio se ha desviado a puertos mediterráneos a un coste claramente superior, mientras que la economía del sur de Israel ha sufrido un duro golpe. Gideon Golber, director general del puerto de Eilat, exigió la intervención de Estados Unidos. Israel no es el único país que sufre este tipo de ataques. Puertos como Massawa, Port Sudan y Berbera, en el Cuerno de África, también se han convertido en ciudades fantasma, mientras que el tráfico a través del Canal de Suez es ahora tan escaso que Egipto, que cobra peajes de tránsito, está sufriendo importantes perjuicios económicos.
Además, esos ataques hutíes, por muy locales que parezcan, han repercutido en las cadenas de suministro mundiales. Los costes de los seguros han aumentado radicalmente, con primas aplastantes por riesgo de guerra. Las tarifas de los portacontenedores marítimos se dispararon esta primavera, ya que las empresas implicadas en el comercio entre Asia y Europa se han visto obligadas a evitar el Canal de Suez y tomar en su lugar una ruta mucho más larga alrededor del Cabo de Buena Esperanza para subir por la costa atlántica de África. Las tarifas de Shanghái a Rotterdam se dispararon de 1.452 dólares por un contenedor de 40 pies en julio del año pasado a 5.270 dólares a finales de mayo de 2024.
Islam chií revolucionario
El actual comandante de la milicia en Yemen, Abdul-Malik al-Hutí, se considera parte de una tradición revolucionaria chií que se remonta muy, muy atrás. Así que, para comprender realmente los peligros del momento para la Marina estadounidense en el Mar Rojo, tiene sentido, lo crean o no, viajar momentáneamente a lo más profundo de la historia.
El año pasado, al-Hutí conmemoró la muerte en combate del fundador de su tradición, Zayd Ibn Ali, en el año 740. Su «movimiento, renacimiento, yihad y martirio», dijo, «supusieron una gran contribución a la continuidad del islam auténtico de Mahoma… Se enfrentó a la tiranía e influyó en la instauración del cambio».
Una generación de estadounidenses implicados en Oriente Próximo ha llegado a comprender que existen dos grandes ramas del islam, los chiíes y los suníes. Ninguna de las dos es monolítica, y cada rama tiene varias denominaciones. La división entre ambas se remonta a cuestiones sobre la sucesión del profeta Mahoma (muerto en 632). Una facción de los primeros creyentes confirió el liderazgo a discípulos veteranos del Profeta pertenecientes a su clan Quraysh. Con el paso de los siglos, se convirtieron en los suníes.
Otra facción, que evolucionó gradualmente hasta convertirse en los chiíes, favoreció al yerno y primo hermano de Mahoma, Ali ibn Abi Talib. En busca de una sucesión dinástica, invirtieron el liderazgo en los descendientes de Alí a través de la hija del Profeta, Fátima. La mayoría de los chiíes reconocen históricamente 12 imanes o líderes de la dinastía. Los zaydíes, sin embargo, sólo aceptaron a cinco de los primeros imanes.
A diferencia de los chiíes de Irán e Iraq, los zaydíes de Yemen nunca tuvieron ayatolás. Tampoco maldecían a los suníes, con los que a menudo mantenían buenas relaciones. La rama zaydí del chiismo en Yemen estaba dirigida por jueces de la corte o qadis, procedentes normalmente de una casta de descendientes putativos del profeta Mahoma, los sayíes o sadah, que surgieron como mediadores en las disputas tribales. Los críticos con el actual gobierno de los Ayudantes de Dios en Yemen del Norte alegan que, a pesar de su retórica populista, está dominado por un puñado de clanes que se consideran descendientes del Profeta, incluidos los propios hutíes.
La hegemonía saudí y el ascenso de los hutíes
Las formas de nacionalismo árabe y la retórica antiimperialista no son nada nuevo en Yemen. Tras la Segunda Guerra Mundial, con los imperios europeos debilitados, el deseo de independencia se extendió por el Sur Global. El coronel Gamal Abdel Nasser de Egipto surgió como el líder nacionalista que finalmente echó a los británicos de su país, inspirando a tantos otros en la región. En 1962, jóvenes oficiales respaldados por los egipcios dieron un golpe de estado en Saná, la capital de Yemen, contra un líder teocrático que había mantenido al país aislado durante mucho tiempo. En el proceso, lo arrastraron a una guerra civil entre nacionalistas republicanos y monárquicos. Gran Bretaña, Arabia Saudí e Israel apoyaron a los monárquicos, pero unos 100.000 soldados egipcios se impusieron a los jóvenes oficiales antes de retirarse en 1970.
En 1978, el coronel Ali Abdallah Saleh, un político de Yemen del Norte, dio un golpe de Estado interno en el cuerpo de oficiales y se nombró a sí mismo presidente vitalicio. Su gobierno corrupto, supuestamente nacionalista árabe laico, recibiría miles de millones de dólares de los monárquicos fundamentalistas de Arabia Saudí.
La milicia del partido de los Ayudantes de Dios, o hutíes, surgió entre los chiíes zaydíes del norte de Yemen en la década de 1990 como reacción contra las incursiones de la vecina y rica Arabia Saudí wahabí. El wahabismo de ese país había surgido como una reforma puritana del sunismo en el siglo XVIII. Saleh permitió que sus misioneros hicieran proselitismo entre los zaydíes chiíes, provocando la ira de estos últimos.
Bajo la influencia de la familia hutí, enfrentada a Arabia Saudí, los milicianos zaydíes asentados en Saadeh, en el duro norte de Yemen, se radicalizaron y entraron en conflicto frecuente con el ejército yemení. Cuando la revuelta juvenil de la Primavera Árabe derrocó a Saleh en 2012, el ala política de los hutíes trató de influir en el nuevo gobierno. Pero en septiembre de 2014, impacientes por un interminable proceso de reformas encaminado a redactar una nueva Constitución y elegir un nuevo Parlamento, los hutíes marcharon hacia la capital, Saná, y tomaron el poder. Entre bastidores, se habían aliado con el presidente depuesto, Saleh, antes de su muerte, y con la facción del ejército que aún le era leal, lo que les dio acceso a miles de millones de dólares en armamento suministrado por Estados Unidos. A principios de 2015, los hutíes habían expulsado de la capital al sucesor de Saleh, Abdrabbuh Mansur Hadi, y habían intentado sin éxito apoderarse de todo el Yemen, desde Saadeh, en el norte, hasta Adén, en el sur.
Mientras tanto, su dominio del Yemen del Norte resultó inaceptable para los saudíes y los aliados Emiratos Árabes Unidos (EAU), cuyo soberano laico, Mohammed Bin Zayed, despreciaba desde hacía tiempo este tipo de movimientos políticos islámicos. Como resultado, esos dos países lanzaron una guerra aérea contra los Ayudantes de Dios en la primavera de 2015. La ruinosa Guerra de los Siete Años que siguió desplazaría a millones de personas y pondría en peligro a aún más millones con la inseguridad alimentaria y las enfermedades. Sin embargo, no logró desalojar a los Auxiliares de Dios y, en 2022, se acordó finalmente una tregua. Quizá gracias a esa dolorosa experiencia, los saudíes han declinado unirse a los estadounidenses este año en la batalla de Tihamah. Y en cierto modo, la experiencia de los hutíes con las intensas tácticas de bombardeo aéreo por parte de de Arabia Saudí y los EAU hace años les ha hecho sin duda sentir especial simpatía por los palestinos sometidos al incesante ataque aéreo israelí en Gaza.
Una alianza de resistencia
Tanto los saudíes como los emiratíes veían a los hutíes como unos peones de Irán. Aunque es cierto que los iraníes les ofrecieron cierto apoyo, se trataba de una clara interpretación errónea de la relación entre Saná y Teherán. Como mínimo, la ayuda iraní quedó empequeñecida por los miles de millones de dólares en armamento que Washington proporcionó a Riad y Abu Dhabi en aquellos años.
En realidad, los hutíes son nacionalistas yemeníes autóctonos, que incluso han atraído a algunas tribus suníes a su coalición. Sin embargo, su actual líder, Abdul-Malik al-Hutí, se ha visto claramente influido por aspectos del radicalismo político iraní y grita «muerte a Estados Unidos» y «muerte a Israel» del mismo modo que lo hace el líder clerical iraní Alí Jamenei. Al igual que el régimen de Irán, el gobierno hutí no respeta los derechos humanos ni la disidencia en el país. Aunque no existe una línea de mando de Teherán a Saná, los hutíes forman parte de la «alianza de resistencia» de Irán contra Israel y Estados Unidos. Sin embargo, no está claro que Irán, estrechamente aliado de Rusia y China y que exporta encubiertamente su petróleo sancionado por Estados Unidos a China, haya querido alguna vez que los costes del transporte marítimo internacional se duplicaran gracias a los ataques de los hutíes en el Mar Rojo, algo que perjudica a los tres países.
A pesar de que los hutíes apelan a la identidad religiosa, también son principalmente un movimiento de nacionalistas árabes, lo que ayuda a explicar su profunda simpatía por los palestinos suníes como compatriotas árabes. En una entrevista concedida a principios de junio, el líder de los hutíes, Abdul-Malik al-Hutí, condenó a Israel por su genocidio contra el pueblo palestino en Gaza y por sus ataques contra Cisjordania y Jerusalén Este. Del mismo modo, denunció a Washington como socio imperial de Israel y facilitador de sus crímenes, así como hipócrita al promover teóricamente el respeto del Estado de derecho, mientras desestima o incluso amenaza a los tribunales internacionales y apoya la represión en colegios y universidades estadounidenses cuando sus estudiantes protestan contra las políticas israelíes. También alabó la resistencia de las fuerzas vagamente aliadas del Hizbolá libanés y de las milicias chiíes iraquíes. De paso, prometió que, por muy intensos que fueran los ataques aéreos estadounidenses (y británicos) contra el Yemen, él y su movimiento nunca darían marcha atrás en su apoyo al pueblo palestino.
De momento, la situación en el mar Rojo sigue estando militarmente apagada, pero tiene potencial para convertirse en una de las más peligrosas del mundo, rivalizando con las de Ucrania y Taiwán. Mientras tanto, continúa siendo un lastre para la economía mundial, al tiempo que contribuye a una inflación persistente y a problemas en la cadena de suministro.
Un daño significativo de los hutíes a un buque naval estadounidense en cualquier momento en el futuro podría sumir a Washington en actos bélicos que podrían provocar un conflicto directo con Irán. El presidente Joe Biden podría, por supuesto, bajar la temperatura actuando con mucha más firmeza para poner fin a la guerra total de Israel contra Gaza, una afrenta intolerable a las normas del derecho humanitario internacional que no hace sino reforzar la vigilancia de los hutíes y sus afines. Aunque el actual ataque israelí debe terminar para evitar más muertes y la inminente hambruna masiva en Gaza, también debe terminar para evitar otra ruinosa guerra estadounidense en Oriente Medio.
Foto de portada: Ataque contra el buque Marlin Luanda (Indian Navy vía AP).
2 comentarios sobre “El mar Rojo se vuelve más rojo”