Omar Karmi, The Electronic Intifada, 24 julio 2024
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Omar Karmi es un periodista independiente y excorresponsal en Jerusalén y Washington DC del diario The National.
El acuerdo, del que al-Masry al-Youm publicó una copia filtrada, se centra principalmente en la formación de un «gobierno provisional de reconciliación nacional» que se haga cargo de Cisjordania y Gaza tras el genocidio y en preparación de las elecciones, a fin de garantizar un Estado independiente en el territorio de 1967, excluir cualquier papel extranjero sobre cualquier parte del territorio ocupado tras un alto el fuego, así como ampliar la Organización para la Liberación de Palestina para incluir a Hamás y otras facciones.
La Declaración de Pekín, como ha sido bautizada, no establecía plazos para su aplicación.
Hamás acogió con satisfacción la declaración, afirmando que creaba una «barrera contra todas las intervenciones regionales e internacionales que pretenden imponer realidades contrarias a los intereses de nuestro pueblo».
Según la cadena estatal china CCTV, la declaración, firmada también por una serie de facciones menores, era una prueba del consenso palestino para «poner fin a la división y reforzar la unidad palestina».
Sin embargo, cualquier intento de ponerla en práctica se enfrenta a una serie de problemas, y puede que su principal importancia resida en el hecho de que fue mediada por China, que está ampliando inexorablemente su papel en la región.
Vaguedad
El primer problema radica en su vaguedad.
No hay fecha fijada para su aplicación y los responsables de Fatah ya han dicho que la mayoría de las medidas acordadas sólo se aplicarían después de un alto el fuego en Gaza.
El énfasis en un gobierno de unidad tecnocrático tampoco difiere mucho de las conversaciones mantenidas en Moscú en febrero.
Allí, las conversaciones habían acercado a las partes hasta que el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, nombró un nuevo gobierno de la AP sin consultar con Hamás y en contradicción con el espíritu de las conversaciones de Moscú.
El «ambiente» positivo de Moscú se disolvió pronto en recriminaciones mutuas, y la facción de Fatah de Abbas llegó a publicar una declaración en la que culpaba a Hamás de la violencia genocida de Israel en Gaza.
Quienes «fueron responsables del regreso de la ocupación a la Franja de Gaza y causaron la Nakba que vive nuestro pueblo palestino… no tienen derecho a dictar las prioridades nacionales», afirmaba la facción de Abbas en una declaración el 15 de marzo.
En esta ocasión, Al Fatah parecía haber dejado de señalar con el dedo antes de que se alcanzara el acuerdo: un funcionario, Munir al-Yaghoub, se disculpó y pidió que se retractaran de unas declaraciones que había hecho al canal saudí Al-Arabiya a principios de julio, en las que básicamente se hacía eco de los argumentos israelíes:
«Si Hamás quería luchar cara a cara con Israel, debería haberlo hecho en zonas donde se encuentra el ejército, y no en lugares donde hay gente», había dicho al-Yaghoub. «En realidad, Hamás se esconde entre los residentes para protegerse y salvarse».
Cuestiones fundamentales
Declaraciones como las de al-Yaghoub subrayan la distancia entre las dos facciones, derivada de una divergencia fundamental de estrategia.
La OLP, dominada por Al Fatah, renunció a la resistencia armada a la ocupación israelí como parte del acuerdo de Oslo de 1993, por el que también reconoció a Israel a cambio de poco más que el reconocimiento israelí y estadounidense de la OLP como representante «único y legítimo» del pueblo palestino.
Esa renuncia, y las endebles concesiones israelíes otorgadas en virtud de Oslo, llevaron al difunto intelectual palestino Edward Said a dimitir de la OLP y a describir el acuerdo como un «instrumento de rendición palestina».
Por el contrario, Hamás, en su carta de 2017, describió la resistencia armada como un «derecho legítimo» y «la opción estratégica para proteger los principios y los derechos del pueblo palestino».
La posición de Hamás se alinea con el derecho internacional según el cual un pueblo bajo ocupación tiene derecho a luchar «por la independencia, la integridad territorial, la unidad nacional y la liberación de la dominación colonial, el apartheid y la ocupación extranjera por todos los medios disponibles, incluida la lucha armada».
Sin embargo, no coincide con la postura que Washington mantiene desde hace tiempo, que ha exigido que todas las facciones palestinas renuncien a la lucha armada contra Israel, incluso en ausencia de garantías de que con ello se ponga fin a la ocupación israelí, se desmantelen los asentamientos ilegales de Israel -que se han ampliado espectacularmente desde Oslo- y se produzca el retorno de las personas que fueron objeto de una limpieza étnica de sus hogares y tierras en la Nakba de 1947-49.
No es de extrañar, por tanto, que Estados Unidos rechazara casi instantáneamente la Declaración de Pekín, en palabras del portavoz del Departamento de Estado, Matt Miller: «Dejamos claro que queremos ver a la Autoridad Palestina» con un papel de gobierno en Gaza, “pero no, no queremos ver un papel para Hamás”.
La influencia de Estados Unidos
La posición de Estados Unidos sigue siendo fundamental para Abbas.
Aunque la UE es el mayor donante de la Autoridad Palestina, Estados Unidos domina la financiación y la formación del aparato de seguridad de la AP, creado específicamente para «coordinarse» con el ejército israelí.
La estrategia exclusivamente diplomática de la OLP lleva mucho tiempo enterrada bajo la incesante expansión de los asentamientos ilegales israelíes. Pero la AP ha insistido en continuar su siempre impopular «coordinación» de seguridad con Israel, en realidad una externalización de la ocupación israelí a Ramala.
La popularidad de Abbas, que nunca fue alta, ha caído en picado como consecuencia tanto del fracaso estratégico como de tal coordinación en materia de seguridad.
Encuesta tras encuesta, Abbas pierde frente a todos y cada uno de los candidatos factibles en unas teóricas elecciones; los mandatos presidenciales, según la legislación palestina, no deberían durar más de cinco años, pero Abbas no se ha enfrentado a ninguna votación desde 2005 y ha gobernado en gran medida por decreto presidencial durante 14 años.
En el último sondeo del Centro Palestino de Investigación de Políticas y Encuestas, publicado el 10 de julio, el 89% de los encuestados manifestó su deseo de que Abbas dimitiera. Más del 60% apoya la disolución de la AP.
En la última encuesta en la que se planteó la pregunta, en marzo de 2023, el 63% dijo que quería el fin de toda coordinación de seguridad con Israel.
En otras palabras, Abbas, desprovisto de legitimidad popular, política y legal, depende de sus fuerzas de seguridad para seguir gobernando. Éstas, a su vez, han reprimido cada vez más la disidencia interna, incluso antes del 7 de octubre, y con una violencia cada vez mayor.
Esta dependencia de las fuerzas de seguridad se traduce en una dependencia directa de la buena voluntad de Washington. De hecho, la influencia de Estados Unidos aumenta cuanto más débil e impopular se vuelve Abbas.
El papel de China
El apoyo y la complicidad de Washington con el genocidio de Israel en Gaza -por no mencionar su incompetencia manifiesta a la hora de fingir que participa en cualquier tipo de diplomacia constructiva- debería excluirle de cualquier futuro papel diplomático en Palestina.
China, que lleva varios años incrementando su papel diplomático y comercial en la región, sobre todo al forjar el acercamiento entre Arabia Saudí e Irán en 2023, es el único país con la influencia financiera, militar y política necesaria para desafiar seriamente el monopolio estadounidense sobre la diplomacia regional.
Y aunque es casi seguro que el acuerdo de Pekín seguirá el camino de tantos otros intentos de reconciliar a las facciones palestinas, puso de relieve al menos un área de acuerdo significativo: Un rechazo unánime a cualquier papel de agentes externos en un escenario «del día después» en Gaza.
Tal vez se trate de una respuesta directa a las maniobras de Emiratos Árabes Unidos para introducirse en la ecuación de Gaza, solicitando una «misión internacional temporal» dirigida por EAU en Gaza tras un alto el fuego.
Las facciones palestinas podrían estar igualmente unidas para oponerse a cualquier papel de los EAU debido a la rumoreada implicación de Muhammad Dahlan. El antiguo dirigente de Fatah, ahora exiliado en los EAU tras romper con Abbas, y que supervisó el fallido intento de desalojar a Hamás del poder en Gaza en 2007, sugirió hace meses un escenario similar.
O el rechazo puede deberse simplemente a una evaluación realista del historial de otras intervenciones exteriores de EAU en países como Libia, Yemen, Egipto y otros, ninguna de las cuales se ha saldado con un éxito discernible.
No obstante, es un punto de acuerdo que proporciona algo sobre lo que construir. Y fomentar un papel cada vez mayor de Pekín y otros países podría contrarrestar la enorme influencia de Washington en la diplomacia sobre Palestina.
De hecho, según el documento filtrado publicado por al-Masry al-Youm, la Declaración de Pekín hacía explícitamente esta observación. Al elogiar a China por sus esfuerzos de mediación, las facciones, según el acuerdo filtrado, se comprometieron a trabajar con socios internacionales, concretamente China y Rusia, para «poner fin a la ocupación israelí… bajo el paraguas y los auspicios de las Naciones Unidas y con una amplia participación internacional y regional como alternativa al patrocinio unilateral y sesgado de Estados Unidos».
Y eso es, sin duda, un progreso, por mínimo que sea.
Foto de portada: El ministro chino de Asuntos Exteriores, Wang Yi, asiste a la ceremonia de clausura de un diálogo de reconciliación entre facciones palestinas que desembocó en la firma de la Declaración de Pekín (Di Jianlan/ Xinhua).