Nabil Salih, CounterPunch.org, 19 agosto 2024
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Nabil Salih es un escritor, periodista y fotógrafo independiente de Bagdad. Sus escritos y fotografías aparecen en Al Jazeera English, Jadaliyya y Open Democracy. Está cursando un máster en Estudios Árabes en el Centro de Estudios Árabes Contemporáneos de la Universidad de Georgetown.
En Bagdad, las calles con columnas y las laberínticas callejuelas del centro histórico parecen fantasmas por la noche. Aquí y allá, en los suburbios en expansión, hordas de consumidores despolitizados se arremolinan en torno a monumentos neoliberales de culto, aparcando sus «cool» cuatro por cuatro a lo largo de avenidas tipo Las Vegas para una cena sobrevalorada de comida basura en cualquier lugar que los influencers de las redes sociales decidan que está de moda.
En los atascados cruces, niños ojerosos limpian parabrisas por un penique sin que se les perciba. Soldados, placas de hormigón e imágenes de milicianos muertos son la parafernalia de la guerra y de los regímenes de seguridad de antaño aquí para un estado de emergencia latente que acecha bajo un espectáculo cuidadosamente acicalado de un renacimiento iraquí deforme y vulgar.
Veintiún años después de la invasión y ocupación de Bagdad por parte de Estados Unidos, esta traumatizante puesta en escena de una ciudad derrotada es un teatro en el que se representan las obscenidades de los corruptos y los nuevos ricos, una herida de clase incisa en lo más profundo de la sociedad tras décadas de políticas clientelares y robos que articulan lo inesperado.
La guerra que asola la lejana Gaza, en Palestina, parece un fenómeno distante, casi irrelevante. Un periodista del New York Times, con un conocimiento cuestionable de la región, afirmó que, aunque los iraquíes simpatizan con los palestinos, «todavía se sienten abrumados por las secuelas de los propios conflictos de Iraq».
Es cierto, puede parecer que los iraquíes siguen en silencio las noticias de Gaza, Palestina y de su propio país, encontrando en el sarcasmo un refugio momentáneo ante las innumerables indignidades de la vida cotidiana, la lenta muerte de sus queridas ciudades y la carnicería televisada que Israel inflige a los cuerpos y moradas de los habitantes de Gaza.
La forzada quietud de la calle árabe se ha convertido en espejo del genocidio palestino. Sin embargo, en Iraq, esta supuesta resignación tiene menos que ver con una nación ensimismada y magullada que con la apropiación y monopolización de toda manifestación de solidaridad por parte de las facciones armadas y políticas chiíes.
Los recuerdos de la violencia sectaria y la concomitante limpieza palestina, la apropiación del Estado y la usurpación de la esfera pública por parte de estas agrupaciones han relegado la solidaridad con Palestina a una efímera ciberesfera y a los emporios burgueses.
George Galloway y otros supuestos aliados de la «izquierda» blanca occidental deben prestar atención.
En Bagdad, El Cairo, Ammán e incluso Riad, años de guerra y décadas de respaldo político y de seguridad por parte de Occidente han dejado a la oposición organizada herida, perdida. Tanto en el ámbito urbano como en el digital se encuentran con un panóptico insomne. Sin embargo, la gente lleva años desafiando a los aparatos de seguridad para encontrar medios eficaces de solidaridad y expresión pacífica.
«Si el mundo musulmán fuera algo real», escribió Galloway en X, tras la reciente masacre de unos cien fieles en Gaza, “políticamente hablando, la masacre de más de cien fieles leyendo [sic] su oración del Faŷr en Gaza esta mañana sería la gota que colmó el vaso”.
«¿Dónde está la Umma?», escribió Myriam François, periodista sin pelos en la lengua, en otro absurdo post en X en árabe. ¿Acaso la causa palestina concierne sólo a los musulmanes?
No sólo las especificidades del contexto árabe resultan irrelevantes, sino que parece que la solidaridad en un Occidente cada vez más de derechas se ha convertido en un ejercicio de luz de gas.
Se ha vertido mucha tinta sobre las «heroicidades» de los estudiantes y académicos estadounidenses en apoyo de Palestina, y menos sobre sus homólogos árabes. Los carroñeros del hemisferio occidental han convertido a Gaza, como antes a todo el mundo árabe, en una profesión. Mientras tanto, para los miembros del club turístico de «corresponsales de Oriente Medio», todo sigue igual. No existe la necesidad de escribir un artículo de opinión contra una industria sesgada y antipalestina. Otros escriben columnas anodinas, parlotean en tertulias y se forran asumiendo el papel de portavoz/mujer de la herida palestina en el extranjero.
Pero ¿qué haría falta para escuchar a los palestinos de hoy, en lugar de hablar de nuevo de ellos?
Miembros irreconocibles, más miembros, una bolsa de carne humana carbonizada y rostros de niños conmocionados por los proyectiles decoran las páginas de las redes sociales de famosos influencers como una preciada mercancía colgada en busca de legitimación. «¿Cuántos más bebés sin cabeza hacen falta?», reza el grito falso. Aparte del daño infligido por este impulso culpable de hacer algo, el saborizante blanco, al parecer, sigue siendo contagioso.
Mientras tanto, algunos artistas y académicos de la diáspora llegaron a animar a la «resistencia iraquí» desde la comodidad de Berkley y Londres, dejando a los iraquíes preguntándose si estos revolucionarios de salón abandonarían sus vidas por la permanencia en Kufa, donde seguramente se unirían a los oprimidos en futuros levantamientos contra las milicias de este Estado violador. Suponiendo que hablaran árabe con fluidez, tal vez también escribirían crueles diatribas en la prensa local, dejando de lado los temores a una represalia espectacular.
Mientras que el camino de resistencia de los palestinos está claro, la historia es un poco diferente en Iraq. Porque es en el mismo nadir del que procede la retórica antiimperialista de las milicias donde se derramó la sangre de sus víctimas antes y después del Levantamiento de Octubre de 2019, cuando miles de iraquíes se alzaron contra dos décadas de (des)orden político letalmente fallido instalado por Estados Unidos y dominado por Irán.
Por desgracia, la culpa la tienen las poblaciones del suroeste asiático y del norte de África, reducidas a objetos exóticos de investigación académica de temporada, y cuyas tierras están acechadas por las decisiones políticas de las comunidades de la diáspora, incluidos los votantes musulmanes y los leales servidores de los departamentos de Estado.
La calle árabe se ha convertido en un campo de pruebas para el armamento más moderno, un destino de ensueño para los expertos no invitados de los programas de élite estadounidenses sobre Oriente Medio/Operaciones Árabes (perdón, Estudios) y, por último, un lugar donde una «izquierda» mimada proyecta ahora su propia impotencia.
Los izquierdistas del autoritarismo árabe tienen sus propias luchas que emprender en sus propios términos, en primera línea de las cuales está arrancar a Palestina del mediocre discurso de sus gobernantes. No esperan directrices de una «izquierda» distante, y mucho menos de académicos, en Occidente. Ahórrense su condescendencia.
Foto de portada de Ian Hutchinson.