Repensar el 11-S: Fascismo, memoria y crisis de la democracia en el siglo XXI

Henry Giroux, La Progressive, 11 septiembre 2024

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Henry A. Giroux ocupa actualmente la cátedra de Estudios de Interés Público de la Universidad McMaster en el Departamento de Estudios Ingleses y Culturales y es Paulo Freire Distinguished Scholar in Critical Pedagogy. Sus libros más recientes son: The Terror of the Unforeseen (Los Angeles Review of books, 2019), On Critical Pedagogy, 2ª edición (Bloomsbury, 2020); Race, Politics, and Pandemic Pedagogy: Education in a Time of Crisis (Bloomsbury 2021); Pedagogy of Resistance: Against Manufactured Ignorance (Bloomsbury 2022) e Insurrections: Education in the Age of Counter-Revolutionary Politics (Bloomsbury, 2023), y, en coautoría con Anthony DiMaggio, Fascism on Trial: Education and the Possibility of Democracy (Bloomsbury, 2025). Giroux es también miembro de la junta directiva de Truthout.

En este momento de la historia nos encontramos en una sociedad definida por una velocidad implacable, una cantidad abrumadora de información, la proliferación de la desinformación y una desigualdad cada vez mayor [1]. La política fascista está cada vez más legitimada, los compromisos a largo plazo están devaluados y la visión de la sociedad de la extrema derecha cambia constantemente, manteniendo el control a través del caos y la confusión. En un entorno así, la memoria se fragmenta y se diluye, despojada de su complejidad. La gravedad de la pérdida y sus posibilidades emancipadoras se separan tanto del pasado como del presente, y apenas se hace un esfuerzo por examinar cómo configura la política, la democracia y el futuro. En la actualidad, la pérdida se produce y legitima a través de la amnesia histórica, es decir, la negativa a interrogar, comprometerse críticamente o desenterrar la historia como recurso para abordar las crisis actuales.

Ahora, 23 años después del 11-S, debemos preguntarnos: ¿qué lecciones hemos aprendido realmente de aquel trágico día? ¿Cómo desaprovechamos como sociedad las oportunidades políticas y morales de alimentar el nuevo sentido de solidaridad que surgió de una crisis tan profunda? ¿Y cómo contribuyó la política exterior estadounidense, a través de la guerra contra el terrorismo, a dar forma al Afganistán contemporáneo, hoy uno de los países más represivos del mundo, especialmente para las mujeres [2]?

En la actualidad, el auge del autoritarismo de extrema derecha y del fascismo, especialmente en Estados Unidos, se ve exacerbado por una sociedad que da prioridad a la gratificación instantánea, la mercantilización de la experiencia y un enfoque implacable en el propio interés material. El triunfo del capitalismo corporativo ha dado lugar a asombrosas desigualdades económicas y políticas y a una negación del compromiso cívico colectivo. La vida pública se ha privatizado, se demoniza al gobierno y reina una cultura de crueldad e hiperindividualismo. En este panorama, «la pérdida tiende a ser una experiencia que se nos aconseja ‘superar’»[3]. Pero las consecuencias de esta pérdida -ya sea la erosión de la democracia o el debilitamiento del deber cívico- son profundas. Lo que en su día se denominó «guerra contra el terror» tras el 11-S ha dado lugar en los últimos 23 años a un país en el que el miedo, si no el terrorismo interno, se ha convertido en un elemento central de la propia política.

El paisaje posterior al 11-S: Memoria, militarismo y raíces del fascismo

Las décadas que siguieron a los trágicos acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 han sido fundamentales para configurar este giro hacia el autoritarismo y la política fascista en Estados Unidos. En un principio, el 11-S desencadenó un momento colectivo de dolor y vulnerabilidad compartida, pero también sentó las bases del militarismo, la xenofobia y la erosión de las libertades civiles. La forma en que se ha recordado y conmemorado el 11-S refleja una tensión entre la auténtica memoria colectiva y la manipulación de esa memoria para el oportunismo político.

Inmediatamente después del 11-S, Estados Unidos vivió un momento fugaz de unidad nacional, idealismo y solidaridad. La pérdida de casi 3.000 estadounidenses, a la que siguieron más de 6.000 por enfermedades relacionadas con la exposición tóxica en la Zona Cero, provocó un profundo duelo colectivo. En nuestra vulnerabilidad, encontramos compasión, una renovada dedicación al servicio público y un propósito compartido basado en el sacrificio. Los servidores públicos -bomberos, policías- fueron aclamados como héroes, y el contrato social pareció reconstruirse temporalmente en torno a objetivos comunes. En esa breve ventana, el país pareció abrazar un sentido de comunidad que trascendía un individualismo venenoso y desenfrenado.

Sin embargo, la memoria puede servir tanto de símbolo de desesperación como de umbral para la esperanza, y a menudo difumina la línea que separa ambas cosas. La conmoción y la violencia del 11-S rompieron una era que había declarado prematuramente el fin de la ideología, la historia y el conflicto mundial, sustituyendo esa narrativa por una pena, un dolor y una pérdida insoportables. Dos décadas y media después, nos enfrentamos a la carga no sólo de recordar a las víctimas de aquella violencia bárbara, sino también de preguntarnos qué queda del fugaz momento en que la comunidad, la solidaridad y la compasión resurgieron brevemente de las sombras. ¿Qué significa ampliar nuestra comprensión de la pérdida experimentada tras el 11-S y reconocer que, durante un breve periodo de tiempo, esta tragedia supuso una rara oportunidad, un «experimento crucial» en el que la posibilidad misma del Estado social y de la propia democracia volvía a estar a debate [4]?

En los días que siguieron al 11-S, la opinión pública estadounidense vislumbró lo que el filósofo Étienne Balibar ha denominado «el elemento insurreccional de la democracia», un momento en el que «la posibilidad misma de una comunidad entre seres humanos» se puso de manifiesto [5]. La administración Bush explotó la tragedia como trampolín para ampliar el complejo militar-industrial, erosionar las libertades civiles mediante la Patriot Act y lanzar una serie de guerras injustas. En lugar de fomentar los valores democráticos, el 11-S se convirtió en un pretexto para el alarmismo, el aumento de la vigilancia y el hipernacionalismo, sentando las bases para el auge del extremismo de extrema derecha en Estados Unidos y perpetuando una cultura del miedo y la represión.

Cuando el recuerdo del 11-S se convirtió en un arma, pasó de ser un momento de unidad a una herramienta para fomentar las divisiones. La llamada «guerra contra el terror» estaba impregnada de racismo y xenofobia, y los musulmanes y los inmigrantes se convirtieron en chivos expiatorios. En poco tiempo, la tristemente célebre guerra contra el «terror» «incluyó las invasiones de Iraq y Afganistán, desató la sangre y la brutalidad desde Oriente Medio, Asia y África hasta las principales capitales europeas [y] se saldó con casi un millón de muertos y 38 millones de refugiados» [7]. Esto sentó las bases de unas políticas autoritarias que no han hecho sino intensificarse en los años posteriores. El fascismo, que se nutre del miedo, el resentimiento y la deshumanización del «otro», encontró un terreno fértil en este paisaje posterior al 11-S, y ahora es un principio organizativo central del Partido Republicano en Estados Unidos.

El ascenso del fascismo en Estados Unidos: Del 11-S al trumpismo

El auge de la política fascista en Estados Unidos se debe en parte al periodo posterior al 11-S. Tras la oleada inicial de patriotismo, las políticas de la administración Bush inauguraron una nueva era de militarismo y nacionalismo que difuminó las líneas entre democracia y autoritarismo. La erosión de las libertades civiles, la vigilancia masiva y la expansión del Estado de seguridad crearon un marco sobre el que la extrema derecha pudo construir. Estas semillas florecieron bajo la presidencia de Donald Trump, que tomó las tendencias fascistas latentes de la era posterior al 11-S y las amplificó.

El trumpismo representa la manifestación más abierta del fascismo en los Estados Unidos modernos. Su presidencia se caracterizó por la adopción del nacionalismo blanco, el rechazo de las normas democráticas y el fomento del miedo, la división y el odio. La retórica de Trump se centró en los inmigrantes, los musulmanes y las personas de color, presentándolos como amenazas existenciales para el modo de vida estadounidense. Las políticas de su administración reflejaron esta ideología fascista, desde la política de separación de familias en la frontera entre Estados Unidos y México hasta la prohibición de viajar a los musulmanes. La alineación de Trump con extremistas de extrema derecha, incluido su apoyo tácito a neonazis y supremacistas blancos, alimentó el auge de movimientos violentos de extrema derecha.

Este giro hacia el autoritarismo se cimentó aún más con los ataques de Trump contra los medios de comunicación, el poder judicial y las instituciones democráticas. Su negativa a aceptar los resultados de las elecciones de 2020 y la posterior insurrección del 6 de enero fueron la culminación de años de socavar los pilares de la democracia. La influencia de Trump sigue siendo enorme, ya que el extremismo de extrema derecha sigue siendo una fuerza potente en la política estadounidense, envalentonada por su retórica y sus políticas. En su debate del 10 de septiembre con la vicepresidenta Kamala Harris, Trump dejó claro tanto su adhesión al autoritarismo como su adicción a las mentiras, el racismo, la misoginia patológica, el desprecio por la democracia y el abrazo a dictadores como Viktor Orban, un dictador moderno que ha afirmado estar en contra del mestizaje y de la propia democracia.

La crisis de la memoria y la erosión de la democracia

El ascenso del fascismo en Estados Unidos no puede entenderse sin reconocer el papel que la memoria -o la falta de ella- desempeña en la configuración de la política contemporánea. La memoria es tanto una herramienta de resistencia como un arma de manipulación. En el mundo posterior al 11-S, la memoria colectiva ha sido erosionada, mercantilizada y convertida en arma por quienes detentan el poder. La memoria del 11-S se ha utilizado para justificar guerras, normalizar la vigilancia y erosionar las libertades civiles. Mientras tanto, la amnesia histórica sobre los peligros del fascismo ha permitido a los movimientos de extrema derecha rebautizarse y crecer.

Esta crisis de memoria se refleja en la creciente desconexión del público con el pasado, que no aprende de las lecciones de la historia. El fascismo se nutre de esta amnesia, presentándose como una nueva solución a viejos problemas mientras oculta los horrores de sus iteraciones pasadas. En Estados Unidos, la incapacidad de asumir el legado de racismo, violencia y desigualdad del país ha permitido el florecimiento de movimientos de extrema derecha disfrazados de nacionalismo y patriotismo. Además, la cultura corporativa no sólo ha normalizado la política fascista en Estados Unidos, sino que la adopta en su política cultural y en las poderosas plataformas mediáticas de las que dispone. Por ejemplo, Tucker Carlson, la antigua estrella de Fox News que actualmente presenta uno de los principales podcasts de Estados Unidos, seguido por millones de personas, recibió durante dos horas en 2024 a un apologista de Adolf Hitler. En el transcurso de la conversación, la audiencia conoció otra versión de la negación del Holocausto, la mentira de que Churchill, y no Hitler, fue el responsable de la Segunda Guerra Mundial, y que todo lo que nos han contado sobre la Alemania nazi es mentira. Michelle Goldberg capta profundamente lo que significan políticamente las implicaciones de este tipo de creación de mitos fascistas. Escribe:

El debilitamiento de la cuarentena intelectual en torno al nazismo -y el fetichismo de la derecha MAGA por las ideas que sus enemigos ven como peligrosas- hace que sea más fácil para los conservadores influyentes rendirse a los impulsos fascistas…. En última instancia, la negación del Holocausto no tiene nada que ver con la historia, sino con lo que es permisible en el presente e imaginable en el futuro. Si Hitler ya no se entiende ampliamente como la negación de nuestros valores más profundos, Estados Unidos se ablandará para los planes más autoritarios de Donald Trump, incluyendo el encarcelamiento de masas de inmigrantes indocumentados en vastos campos de detención [6].

El ataque y la falsificación de la memoria son fundamentales para el ascenso del fascismo. En lugar de comprometerse con las complejidades del pasado, la memoria pública se reduce cada vez más al espectáculo. Acontecimientos como el 11-S se transforman en símbolos de victimismo y se utilizan para avivar el miedo y la división, en lugar de ser plataformas para la reflexión y el diálogo. Esta reescritura patológica de la memoria borra la posibilidad de solidaridad y responsabilidad colectiva, dejando un vacío que el fascismo llena con su narrativa del miedo y la exclusión.

Democracia en crisis: La lucha contra el fascismo hoy

Ante estas amenazas crecientes, la lucha contra el fascismo y la defensa de la democracia se han vuelto urgentes. La deriva autoritaria en Estados Unidos, intensificada por las políticas posteriores al 11-S y acelerada por la era Trump, ha puesto en peligro las instituciones democráticas. La supresión del derecho al voto, el auge de la desinformación y la erosión de la confianza en las instituciones públicas forman parte de este ataque más amplio a la democracia. Sin embargo, hay esperanza. El resurgimiento de los movimientos democráticos -ya sea a través de las protestas por la justicia racial, el activismo climático o los esfuerzos para proteger el derecho al voto- demuestra que la lucha por la democracia no ha terminado. Estos movimientos nos recuerdan que la solidaridad, la memoria y la responsabilidad colectiva siguen siendo poderosos antídotos contra el fascismo. Desafían la narrativa autoritaria de división y exclusión con una de inclusión y propósito compartido.

Conclusión: Memoria, fascismo y futuro de la democracia

El ascenso del fascismo en Estados Unidos tras el 11-S es un duro recordatorio de que la democracia es frágil y requiere una vigilancia constante. La erosión de la memoria, la mercantilización de la pérdida y la manipulación del miedo han contribuido a la crisis actual. Los movimientos de extrema derecha prosperan en este entorno, explotando las divisiones sociales, fomentando el miedo y socavando las instituciones democráticas.

Pero el futuro aún no está escrito. El reto ahora es recuperar la memoria de las luchas pasadas contra el fascismo, reconstruir la solidaridad colectiva y volver a imaginar un futuro democrático. Esto significa enfrentarse a las fuerzas del neoliberalismo y el autoritarismo, resistir la atracción de las políticas fascistas y adoptar una visión de la democracia basada en la justicia, la igualdad y la responsabilidad compartida. La memoria debe ser una herramienta de resistencia que nos guíe a la hora de enfrentarnos a los peligros del fascismo y trabajar para crear un futuro en el que la democracia pueda florecer de verdad.

Notas:

  • [1] Jonathan Crary, 24/7: Late Capitalism and the Ends of Sleep, (Verso, 2013) (Brooklyn, NY: Verso Press, 2013).
  • [2] Ishaan Tharoor, “Afghan women endure draconian Taliban, 23 years after 9/11,” The Washington Post (September 11, 2024). https://www.washingtonpost.com/world/2024/09/11/afghanistan-women-taliban-rights/
  • [3] Sheldon Wolin aborda esta cuestión in Sheldon Wolin, “Political Theory: From Vocation to Invocation,” in Jason Frank and John Tambornino, eds. Vocations of Political Theory (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2000), pp. 3-22.
  • [4] Etienne Balibar, We, The People of Europe? Reflections on Transnational Citizenship (Princeton: Princeton University Press, 2004), p. 116
  • [5] Ibid., Balibar, p. 119.
  • [6] Michelle Goldberg, “Tucker Carlson Welcomes a Hitler Apologist to His Show” The New York Times [September 6, 2024]. Online: https://www.nytimes.com/2024/09/06/opinion/tucker-carlson-holocaust-denial.html
  • [7] FN Not only did the “anti-terrorist wars” cost of $1.5 trillion dollars, they unleashed a regime of torture, abductions, Black sites, and a regime of terror. Nikos Mpogiopolous,” September 11,” Imerodromos (September 11, 2024): https://www.imerodromos.gr/11h-septemvrh/.

Imagen de portada de Jason Power (CC by  NC-2.0).

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