El lío argentino

Walden Bello, Foreign Policy in Focus, 20 septiembre 2024

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Walden Bello, comentarista de FPIF, es copresidente del Focus on the Global South, con sede en Bangkok, afiliado al Instituto de Investigación Social de la Universidad de Chulalongkorn, e investigador honorario del Departamento de Sociología de la Universidad Estatal de Nueva York en Binghamton. Este artículo se basa en un reciente viaje que el autor realizó a Argentina con el apoyo de una beca de viaje de International Development Associates (IDEAs).

En el corazón de Buenos Aires se encuentra la encantadora calle Florida. Sin embargo, la experiencia de caminar por esta calle dedicada exclusivamente a los peatones fue de todo menos encantadora, ya que en el kilómetro que separa un extremo del otro me vi asediado -aunque amablemente- por unos 200 hombres y mujeres que gritaban «cambio, cambio», compitiendo por darme la mayor cantidad de pesos por mis dólares.

Es un mercado de vendedores, con los «benjamins» -billetes de 100 dólares- especialmente valorados.  Cuando empecé a caminar por un extremo de la calle, me ofrecían 1.100 pesos por dólar; cuando llegué al otro extremo, la oferta había subido a 1.400. El precio en Internet esa mañana era de 963 pesos por dólar. Pensé que había hecho un buen negocio, pero un amigo argentino me dijo más tarde que podría haberlo hecho mejor.

La enfermedad argentina

La depreciación diaria del peso con respecto al dólar es un indicador clave de la inflación, que según todos es el principal problema económico del país. El análisis convencional es que el aumento incontrolado de los precios se debe a la impresión igualmente incontrolada de pesos por parte del gobierno para cubrir su déficit presupuestario. Así, el peso ha perdido su función de reserva de valor, obligando a la gente a recurrir al mercado negro de dólares. Con el sector privado acaparando dólares y los acreedores internacionales vacilando a la hora de prestar, debido a que Argentina ha dejado de pagar su deuda externa soberana de 323.000 millones de dólares en 2020, los turistas se han convertido en una fuente primordial de dólares para los argentinos de a pie y las pequeñas y medianas empresas.

La tasa de inflación para 2023 superó el 211%. No fue del orden del 3.000% de inflación anual de 1989 y 1990, pero como en ese período anterior, la inflación ha provocado la llegada al poder de regímenes que pregonaban políticas radicales de estabilización. En la década de 1990, Carlos Menem, el peronista populista convertido en neoliberal, impuso, entre otras estrictas medidas, el tipo de cambio peso-dólar de uno a uno. El experimento desembocó en el caos, y el país se declaró incapaz de hacer frente al servicio de su deuda soberana en 2001.

El pasado mes de noviembre llegó el turno del autodenominado «anarcocapitalista» Javier Milei, que ha prometido no sólo hacer del dólar el medio de cambio en lugar del libertino peso, sino también eliminar ministerios enteros y miles de puestos de trabajo en el gobierno. Su imagen polémica pero ganadora durante las elecciones de noviembre de 2023 fue la de ir por ahí con una motosierra para simbolizar su determinación de adelgazar radicalmente el gobierno, al que considera una «operación criminal.»

La pregunta que todo el mundo se hace es si Milei tendrá éxito donde los regímenes anteriores fracasaron.

Milei empuña su motosierra

Milei lleva menos de un año en el cargo, pero, tal como prometió, ha utilizado la motosierra contra el gobierno. Eliminó la mitad de los ministerios, devaluó el peso un 50% y recortó drásticamente las subvenciones a los combustibles. Y eso fue sólo el principio. A pesar de la enconada oposición en el Congreso y en las calles, consiguió que se aprobara su «Ley de Bases», que le permitiría recortar los derechos de los trabajadores, ofrecer incentivos fiscales a los inversores extranjeros en industrias extractivas como la minería, la silvicultura y la energía, reducir la presión fiscal sobre los ricos y otorgarle el poder de declarar un estado de emergencia económica de un año con poderes especiales para desmantelar organismos federales y vender una docena de empresas públicas. Para que la Ley de Bases sea aprobada por el Congreso, Milei ha pospuesto sus planes de adoptar el dólar como medio de cambio nacional y «volar» el Banco Central, como él dice, invocando deliberadamente una imagen asociada a la destrucción por los jemeres rojos del Banco Central de Camboya cuando llegaron al poder a finales de la década de 1970.

Como era de prever, las medidas de austeridad están provocando la contracción de la economía, y el Fondo Monetario Internacional, que ha manifestado su aprobación a las políticas de Milei, prevé un descenso del PIB del 2,8% en 2024.  Aun así, según algunas encuestas, su índice de aprobación supera el 50%. «Esto demuestra que, a pesar de sufrir a corto plazo, la gente está dispuesta a conceder al presidente el beneficio de la duda», afirmó el embajador argentino que me ofreció una inesperada sesión informativa de 45 minutos cuando reclamé mi visado de cortesía para visitar el país. Otros, como el locutor Fernando Borroni, afirman que los índices de popularidad del presidente no reflejan tanto su aprobación como su rechazo a las políticas y personalidades fracasadas del pasado.

Milei es quizá la personalidad más pintoresca y controvertida que ha llegado al poder en América Latina en los últimos años. Aunque nominalmente es miembro de un partido de derechas, no tiene una base política organizada, pero adquirió influencia nacional gracias a su amplia exposición en televisión, donde vertió su vitriolo contra sus oponentes ideológicos, de hecho, contra cualquiera que propusiera cualquier tipo de intervención gubernamental en la economía. Es un descarado amante de los animales, que se asegura de rendir homenaje en sus discursos a lo que él llama «mis hijitos de cuatro patas». No hay nada malo en ello, pero la gente le mira con recelo cuando afirma que habla con su perro muerto, Conan -llamado así por el personaje de cómic «Conan, el Bárbaro»- a través de un médium.

Tiene asesores profesionales, pero la persona que controla el acceso a él y de la que se dice que es el poder detrás del trono es su hermana menor, Karina Elizabeth Milei, que ha sido criticada por carecer de experiencia previa en el gobierno y tener una formación en negocios que consiste principalmente en vender pasteles en Instagram. Aun así, ha despertado admiración por su microgestión de la exitosa campaña electoral de su hermano, lo que ha llevado a algunos a compararla con Evita Perón y Cristina Kirchner, esposa y sucesora del difunto presidente Néstor Kirchner.

Mileinomics

Milei es una persona peculiar y, según algunos, también lo es su economía. Su héroe intelectual es el economista libertario radical Murray Rothbard. La lectura de un ensayo de Rothbard titulado «Monopolios y competencia» fue para Milei una experiencia similar a la conversión de Pablo en el camino de Damasco.  «El artículo tenía 140 páginas», escribe Milei. «Fui a casa a comer y empecé a leerlo. No podía dejar de leerlo, y después de leerlo durante tres horas, me dije a mí mismo que todo lo que había estado enseñando durante los últimos 23, 24 años estaba equivocado». Además de Rothbard, en el panteón de héroes intelectuales de Milei figuran los dechados del pensamiento neoliberal, entre ellos Friedrich Hayek, Leopold Van Mises, Milton Friedman y Robert Lucas, de la Universidad de Chicago.  (Milei ha honrado a Lucas, Rothbard y Friedman poniendo sus nombres a sus perros, clonados con células del difunto Conan).

No es sorprendente que Milei condene a socialistas, comunistas, keynesianos y «neokeynesianos» como Paul Krugman. Tampoco sorprende que, al igual que Friedrich Hayek, considere la búsqueda de la justicia social como un gran error que es injusto y perturba el funcionamiento eficiente del mercado y conduce finalmente al «camino a la servidumbre» por parte de un Estado regulador todopoderoso.

Lo inusual es que incluya a varios economistas que trabajan en la tradición neoclásica en su amplia condena de las «malas influencias». Antiguo profesor de economía, culpa a la modelización económica promovida por la matematización de la economía de haber llevado a algunos analistas a la ilusión de que el mercado puede conducir a resultados imperfectos.

Un principio fundamental de la economía neoclásica que despierta su ira es la «optimalidad de Pareto», según la cual pueden lograrse resultados económicos que mejoren la situación de las personas sin empeorar la de nadie. Según Milei, la búsqueda de la optimalidad de Pareto por los economistas neoclásicos les ha llevado a la ilusión de que la acción gubernamental puede mejorar la competencia en el mercado o compensar los «fallos del mercado».

La optimalidad de Pareto, en su opinión, es la cuña que ha llevado a la formulación y legitimación de otros conceptos como competencia imperfecta, información asimétrica, bienes públicos y externalidades, cuya solución o provisión requeriría la intervención del gobierno. El error fundamental de los economistas que han generado estas ideas es que están tan enamorados de sus modelos que «cuando su modelo no refleja la realidad, atribuyen el problema al mercado en lugar de cambiar las premisas de su modelo».

Interferir en el funcionamiento del mercado siempre tiene consecuencias peligrosas. En efecto, romper los monopolios para instaurar un estado de competencia perfecta es erróneo, ya que los monopolios, en lugar de ser aberraciones, son, en realidad, positivos. «De hecho, en un marco de libre intercambio, si un productor es capaz de acaparar todo el mercado, lo habrá hecho satisfaciendo las necesidades de los consumidores al ofrecerles un producto de mayor calidad… La existencia de monopolios en un contexto de libre entrada y salida es una fuente de progreso, y la constante obsesión de los políticos por controlarlos sólo acabará perjudicando a los individuos a los que pretenden ayudar». En resumen, el mercado no puede equivocarse, y tratar de rectificar sus supuestos errores sólo conducirá a un resultado peor para todos.

Otro economista clásico al que Milei ha colocado en compañía de Marx, Pareto y Keynes como malvado ideológico es Malthus, que sostenía que la ley de los rendimientos decrecientes crearía una situación en la que el rápido crecimiento de la población no sería soportado por el crecimiento económico, lo que conduciría finalmente al empobrecimiento general. Milei afirma que la ley de Malthus ha quedado refutada por el tremendo crecimiento económico registrado desde el siglo XIX gracias a los avances tecnológicos que el mercado ha hecho posibles, y que la única utilidad de Malthus en la actualidad es proporcionar apoyo intelectual al movimiento provida, cuya defensa del aborto y la planificación familiar desprecia.

La oposición

No es sorprendente que la hostilidad de Milei haya sido correspondida por el movimiento feminista, que teme que su exitoso esfuerzo por legalizar el aborto en 2020 sea revertido por el presidente.

Otro sector de la sociedad que se siente amenazado por el nuevo gobierno es el movimiento por los derechos humanos. Milei no es tanto el objeto de la hostilidad de los defensores de los derechos humanos como su vicepresidenta, Victoria Villaruel, que ha defendido la llamada guerra sucia emprendida por la dictadura militar del general Jorge Videla a finales de los setenta y principios de los ochenta, que se cobró más de 30.000 vidas. Villaruel, cuyo padre y tío fueron militares durante la dictadura, se ha opuesto a los juicios de los procesados por crímenes de lesa humanidad y ha amenazado con iniciar la investigación y el procesamiento de los miembros de los Montoneros y del Ejército Revolucionario del Pueblo acusados de «delitos terroristas». En las concentraciones de las dos agrupaciones que representan a las Madres de la Plaza de Mayo que tienen lugar todos los jueves por la tarde en la dicha plaza, se advierte a los participantes de que Milei podría permitir que Villaruel prosiga su vendetta contra la memoria de los desaparecidos.

La oposición más fuerte a Milei es el movimiento peronista, que fue la base de los gobiernos de Néstor Kirchner, Cristina Kirchner y Alberto Fernández, que han gobernado Argentina durante la mayor parte de los últimos 24 años. Sigue contando con el apoyo de alrededor del 30% del electorado. El problema es que ni el peronismo ni el resto de la oposición tienen una contraargumentación a la de Milei, admite Martín Guzmán, exministro de Economía en el gobierno peronista de Alberto Fernández y actualmente profesor de Economía en la Escuela de Asuntos Internacionales y Públicos (SIPA, por sus siglas en inglés) de la Universidad de Columbia.

Dos obstáculos se interponen en el camino de la formulación de tal contranarrativa. Uno es que, aunque el peronismo es un movimiento populista de masas, sus líderes han aplicado políticas conservadoras cuando han estado en el poder, lo que ha llevado a la desmoralización de las bases. El segundo obstáculo, y más significativo, es que «el lenguaje y las políticas que animaron a la base obrera del peronismo a mediados del siglo XX ya no conectan con los jóvenes trabajadores de hoy en día que se dedican a la economía de changas perpetuada por el capitalismo salvaje», según Borroni, el periodista radiofónico.

Milei y el voto joven

Cabe destacar que los que más apoyan a Milei son los votantes varones de entre 16 y 30 años, el 68% de los cuales dijo que votaría a Milei en una encuesta realizada antes de las elecciones de noviembre de 2023. Los argentinos que han crecido en los últimos 30 años lo han hecho en un país que ha estado constantemente en crisis, asediado por la inflación, la recesión y la pobreza, que ahora envuelve a un asombroso 55% de la población, unos 25 millones de personas. Para ellos, tanto los gobiernos de centroizquierda de Kirchner y Fernández como el régimen de centroderecha de Mauricio Macri fueron fracasos abyectos a la hora de enderezar la economía, lo que los hace vulnerables a la retórica incendiaria de Milei durante las elecciones de 2023.

Argentina es un país orgulloso, pero para muchos jóvenes argentinos no hay mucho de lo que enorgullecerse hoy en día, excepto quizás de Lionel Messi y de la selección nacional de fútbol (e incluso ellos se han visto empañados por un reciente incidente en el que algunos jugadores fueron grabados en vídeo cantando una canción racialmente ofensiva sobre los orígenes africanos de muchos de los integrantes de la selección francesa que se enfrentó a Argentina en la fase final del Mundial de 2022).

¿Abocado al fracaso?

Milei ha prometido devolver a Argentina su estatus decimonónico como uno de los países más ricos del mundo. Pero es difícil imaginar cómo va a sacar Milei a los argentinos de su atolladero económico y les devolverá la moral como país. Su visión es la de una Argentina del futuro purgada a sangre y fuego por la austeridad radical y despojada de la «casta política y el ejército de parásitos cuyo único objetivo es perpetuarse en el poder chupando la sangre del sector privado». Sin embargo, es probable que las medidas que está tomando sigan el camino trillado de programas similares en el Sur Global y en Grecia y Europa del Este tras la crisis financiera de 2008, es decir, la contracción económica continuada o el estancamiento prolongado. Lo sorprendente es que, a pesar del historial de fracasos incesantes de los programas neoliberales a la hora de generar un crecimiento sostenido durante el último cuarto de siglo, todavía haya líderes intelectuales y políticos como Milei que sigan abrazándolos. Milei es, de hecho, vulnerable al mismo error que acusa de cometer a los antagonistas neoclásicos: que cuando la teoría y la realidad divergen, es la realidad la que constituye el problema.

En algún momento, un programa de enérgica acción gubernamental para desencadenar el crecimiento, redistribuir la renta y reducir la pobreza puede quizá volver a ser atractivo y los votantes pueden volverse en contra del proyecto económico contrarrevolucionario de Milei. «No tengo ninguna duda de que el peronismo volverá al poder», afirma Borroni. «La cuestión es si llegará al poder como un auténtico movimiento popular o bajo la apariencia de un movimiento popular dirigido por la derecha».  Pero la pregunta más importante es: ¿podrá esa nueva y mejorada versión del peronismo acabar con la venenosa inflación galopante de Argentina y, al mismo tiempo, promover el crecimiento y reducir la desigualdad?

«Otros países han sido capaces de controlar la inflación. ¿Por qué nosotros no?», preguntaba frustrado un argentino al que entrevisté. Esa misma pregunta está en boca de todos, pero, por el momento, la gente parece haber suspendido su escepticismo para darle un respiro al voluble Milei.

Foto de portada de Shutterstock.

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