La legitimidad de Israel se construyó sobre el Holocausto. Su propio genocidio la está destruyendo ahora.

Joseph Massad, Middle East Eye, 10 octubre 2024

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Joseph Massad es profesor de Política Árabe Moderna e Historia Intelectual en la Universidad de Columbia, Nueva York. Es autor de numerosos libros y artículos académicos y periodísticos. Entre sus libros figuran Colonial Effects: The Making of National Identity in Jordan; Desiring Arabs; The Persistence of the Palestinian Question: Essays on Zionism and the Palestinians, y más recientemente Islam in Liberalism. Sus libros y artículos se han traducido a una docena de idiomas.

Uno de los aspectos más notables de la historia del sionismo es que la mayoría de los judíos europeos rechazaron el movimiento desde sus inicios a principios del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial.

Lo que había comenzado como un proyecto británico protestante para convertir a los judíos europeos al cristianismo protestante y enviarlos a Palestina se transformó en las dos últimas décadas del siglo XIX en un proyecto judío europeo.

Aun así, el movimiento no consiguió calar entre los judíos europeos, en contraste con su popularidad entonces entre los protestantes europeos y estadounidenses y, especialmente, entre los líderes imperialistas europeos. 

No fue hasta el genocidio nazi de los judíos europeos cuando la mayoría de los judíos europeos y estadounidenses se dejaron influir y empezaron a apoyar este movimiento de colonización que instaba a los judíos a autoexpulsarse y colonizar Palestina. 

De hecho, el Holocausto fue decisivo para convencer a estas comunidades de que apoyaran el establecimiento de un Estado judío en Palestina, aunque sólo fuera para proporcionar refugio a los supervivientes judíos de la catástrofe genocida en Europa.

Sin embargo, el cambio de actitud de estos judíos no fue inmediato ni espontáneo. El movimiento sionista trabajó con asiduidad y finalmente con éxito para convencerlos de que apoyaran su programa de colonización.

La coacción sionista

Después de la guerra, los sionistas utilizaron la presión y la coerción para llevar a Palestina a los judíos europeos supervivientes. Estos judíos supervivientes seguían viviendo en los campos de desplazados y deseaban trasladarse a Estados Unidos, cuyas fronteras permanecían cerradas para ellos.

De hecho, era un cierre que el movimiento sionista, incluidos los sionistas estadounidenses, apoyaban firmemente.

Los sionistas estadounidenses incluso se negaron a considerar la posibilidad de ofrecer a los supervivientes del Holocausto «una opción» en lugar de Palestina. El asesor del entonces presidente Franklin D. Roosevelt, el destacado abogado judío defensor de los derechos civiles Morris L. Ernst, propuso que se ofreciera esa opción, ya que «liberaría [a los estadounidenses] de la hipocresía de cerrar [sus] propias puertas mientras hacen santurronas exigencias a los árabes».

Para Ernst, «parecía que el hecho de que los principales grupos judíos no apoyaran con celo este programa de inmigración podía haber sido la causa de que el presidente no lo impulsara en aquel momento». Ernst «se sintió insultado cuando los líderes judíos en activo lo denostaron, se mofaron y luego lo atacaron como… traidor» por sugerir que se diera esa opción a los supervivientes del Holocausto en Europa.

Cabe destacar que la firme oposición del movimiento sionista a la emigración judía a Estados Unidos persistió hasta finales de la década de 1980, cuando un gran número de judíos comenzó a abandonar la Unión Soviética. Aunque la mayoría quería ir a Estados Unidos, el lobby israelí presionó con éxito a la administración del presidente George HW Bush para que impusiera severos límites a su número, de modo que la mayoría se viera obligada a ir a Israel.

Y, sin embargo, esos mismos judíos estadounidenses y europeos que apoyaron el movimiento sionista y más tarde el Estado israelí no se convirtieron ellos mismos en sionistas, si sionismo significa autoexpulsión y convertirse en colonos coloniales en Palestina y más tarde en Israel.

A pesar del genocidio nazi, continuó la lucha entre los dirigentes del judaísmo estadounidense y europeo, por un lado, y la pretensión de Israel de representar a los judíos de todo el mundo, por otro.

En 1950, el presidente del Comité Judío Estadounidense, Jacob Blaustein, firmó un acuerdo con el primer ministro de Israel, David Ben-Gurion, para aclarar la naturaleza de la relación entre Israel y los judíos estadounidenses.

En el acuerdo, Ben-Gurion declaraba que los judíos estadounidenses eran ciudadanos de pleno derecho de EE. UU. y sólo debían ser leales a él: «No deben ninguna lealtad política a Israel».

Por su parte, Blaustein declaró que EE. UU. no era un «exilio» sino una «diáspora» e insistió en que el Estado de Israel no representaba formalmente a los judíos de la diáspora ante el resto del mundo. Curiosamente, Blaustein añadió que Israel nunca podría ser un refugio para los judíos estadounidenses.

Subrayó que incluso si Estados Unidos dejara de ser democrático y los judíos estadounidenses «vivieran en un mundo en el que fuera posible ser expulsado por persecución de Estados Unidos», ese mundo, insistió, en contra de las afirmaciones israelíes, «tampoco sería un mundo seguro para Israel».

Dejando a un lado estas reservas, el apoyo a Israel tras el genocidio de los judíos europeos no aumentaría considerablemente hasta la década de 1960, con el auge de lo que el historiador Peter Novick ha denominado «conciencia del Holocausto».

Este fue el resultado de la instrumentalización del genocidio por parte de Israel y Estados Unidos para defender el régimen racista de Israel y sus continuos crímenes contra el pueblo palestino y como parte de una campaña de la Guerra Fría para difamar a la URSS como «antisemita».

El juicio de Eichmann en 1961 y las múltiples invasiones de Israel de tres países árabes en 1967, que presentó como una guerra existencial para evitar otro Holocausto contra los judíos, elevaron el nivel de apoyo occidental judío y cristiano a Israel hasta extremos de fanatismo. 

El genocidio como arma

Pero si los argumentos israelíes y sionistas insistían en que la existencia de Israel es la única garantía contra otro holocausto dirigido contra la judería mundial en cualquier parte del mundo, también insistían en que el propio Israel podría ser víctima en cualquier momento de otro holocausto cometido por los palestinos y los Estados árabes.

El principal ideólogo de la «industria del Holocausto», Elie Wiesel, un insulso racista antipalestino que justificó los crímenes israelíes en nombre del Holocausto hasta el final de su vida, insistió en que quienes no apoyaron las múltiples invasiones de Israel en 1967 de países árabes, o quienes se resistieron a Israel y lucharon contra él para restaurar sus derechos, son enemigos del pueblo judío en su totalidad: «Los judíos estadounidenses», afirmó, “comprenden ahora que la guerra de [el presidente egipcio] Nasser no está dirigida únicamente contra el Estado judío, sino contra el pueblo judío”.

En 1973, cuando Egipto y Siria invadieron sus propios territorios para liberarlos de la ocupación israelí, Wiesel escribió que por primera vez en su vida adulta «temía que la pesadilla volviera a empezar». Para los judíos, dijo, «el mundo ha permanecido inmutable… indiferente a nuestro destino».

El rabino estadounidense Irving Greenberg, que más tarde fue director de la Comisión Presidencial sobre el Holocausto, creía que Dios mismo apoyó a Israel en la guerra de 1967 por su amor al pueblo judío y para compensar por qué no defendió a los judíos contra Hitler. Greenberg afirmó: «En Europa [Dios] había fracasado en su tarea… el fracaso en junio [1967] habría sido una destrucción aún más decisiva del pacto».

Mientras que el genocidio de Hitler ayudó a transformar a la mayoría de los judíos del mundo de antisionistas a prosionistas, la constante invocación del Holocausto por parte de Israel como lo que les espera a los judíos si no apoyan al sionismo y a Israel garantizó el continuo apoyo judío a éste. Pero de lo que Israel no se dio cuenta es de que la militarización del genocidio podría volverse en su contra algún día.

Esta posibilidad comenzó a hacerse evidente durante la invasión masiva del Líbano por parte de Israel en 1982, durante la cual varios países le acusaron de cometer genocidio contra los pueblos palestino y libanés.

Además, tras las masacres de Sabra y Shatila en septiembre de 1982, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó una resolución condenando las masacres como «un acto de genocidio», con una abrumadora mayoría de 123 países votando a favor de la resolución, 22 abstenciones y ninguno en contra.

En aquel momento, la Unión Soviética y otros países europeos y latinoamericanos declararon: «La palabra para lo que Israel está haciendo en suelo libanés es genocidio. Su propósito es destruir a los palestinos como nación».

Ante semejante salvajada, muchos judíos estadounidenses y europeos empezaron a distanciarse de Israel y de su ideología sionista. La ironía de apoyar el genocidio israelí de un pueblo que había sido objeto de genocidio era demasiado pesada.

A medida que el apartheid israelí y el colonialismo de asentamientos se intensificaban en las cuatro décadas siguientes, también lo hizo la oposición judía estadounidense y europea a Israel, que percibía lo que Israel estaba haciendo como un «genocidio».

Una encuesta realizada por el Jewish Electorate Institute en junio y julio de 2021 reveló que el 22% de los judíos estadounidenses creía que Israel estaba «cometiendo genocidio contra los palestinos», el 25% estaba de acuerdo en que «Israel es un Estado de apartheid» y el 34% creía que «el trato de Israel a los palestinos es similar al racismo en Estados Unidos».

De los menores de 40 años, el 33% creía que Israel está cometiendo un genocidio contra los palestinos. Estas cifras se cotejaron dos años antes de que comenzara el actual genocidio.

Esta actitud antisionista, que ha aumentado en número e intensidad desde entonces, también ha sido adoptada por muchos judíos británicos, franceses y alemanes.

El hecho de que el Tribunal Internacional de Justicia haya respaldado la acusación a Israel de perpetrar un genocidio eliminó cualquier duda que pudiera quedar a los ojos de muchos. Es precisamente la cuestión del genocidio lo que ha movilizado a estos judíos para oponerse a Israel.

Otro Holocausto

Dada la actual instrumentalización del Holocausto por parte de Israel como justificación para cometer genocidio contra el pueblo palestino, no fue arbitrario ni sorprendente que los israelíes y sus aliados occidentales proclamaran que la operación de resistencia palestina del 7 de octubre había matado al mayor número de judíos desde el Holocausto, como si los palestinos atacaran a los judíos israelíes por ser judíos y no por ser colonizadores y ocupantes de tierras palestinas y opresores del pueblo palestino. 

Es este argumento clave el que siguen repitiendo Israel y sus aliados en defensa del genocidio israelí en curso.

Israel entiende muy bien que fue el genocidio de los judíos europeos lo que legitimó su establecimiento en la tierra de los palestinos, y sólo el miedo a otro genocidio semejante justificaría y legitimaría su genocidio actual de palestinos.

De hecho, la propaganda israelí insiste en que es la resistencia palestina y árabe, con el apoyo de Irán, la que quiere cometer un genocidio contra los judíos israelíes.

Afirma además que el objetivo de la Operación Inundación de Al Aqsa no era que los palestinos, encarcelados desde 2005 en el campo de concentración de Gaza, escaparan de su prisión atacando a sus carceleros, sino lanzar una guerra que aniquilara al pueblo judío.

Es sobre la base de estas invenciones israelíes que Israel insiste en que los llamamientos de sus dirigentes y medios de comunicación a perpetrar genocidio contra el pueblo palestino son en realidad en defensa propia para impedir otro genocidio de los judíos.

Según esta lógica, resulta entonces que Israel está cometiendo un genocidio contra los palestinos para evitar otro genocidio contra los judíos. Cometer un genocidio es, por tanto, la única manera de salvar a Israel.

Estos argumentos, a pesar de su interminable repetición por parte de los líderes y la prensa occidentales, no han convencido a todos los judíos de la necesidad de apoyar a Israel en esta guerra. 

Genocidio colonial

Nacido del genocidio, Israel y sus propagandistas creen que la militarización del Holocausto debe seguir siendo el principio rector para justificar todos los crímenes de Israel.

Esto comienza con su derecho a colonizar la tierra de los palestinos, expulsar a la mayoría del pueblo palestino y someter a los que están bajo su yugo a las formas más sádicas de opresión, incluyendo el apartheid y el genocidio, al tiempo que se alía con los genocidas alemanes que cometieron el mismo judeocidio que, ante todo, justifica la existencia de Israel a los ojos de muchos de los partidarios de Israel.

Pero esa lógica ha llegado a utilizarse ahora contra el propio Israel, amenazando con deshacer la colonia judía. El temor legítimo que experimentan ahora los partidarios de Israel es que el genocidio haya resultado ser una espada que corta en ambos sentidos. Del mismo modo que su militarización ha ayudado a establecer Israel y a proteger sus crímenes en Occidente de cualquier condena, ahora podría provocar el fin de su bárbaro régimen.

Lo que esto significa es que cometer un genocidio real para evitar un genocidio imaginario no es un argumento que se venda fácilmente, excepto entre Estados genocidas como Estados Unidos, Alemania, Francia y Gran Bretaña.

Son estos países cuyos propios genocidios siempre se han justificado como necesarios para evitar el genocidio de sus propios colonos. No hace falta remontarse a la matanza de nativos norteamericanos por parte de los colonos blancos estadounidenses para ilustrarlo.

De hecho, un breve viaje histórico a la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos cometió un genocidio nuclear contra Japón, lo demuestra muy claramente. Los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, que mataron a más de 215.000 personas, se justificaron entonces y se siguen defendiendo hoy como necesarios para evitar entre medio millón y decenas de millones de bajas estadounidenses.

El genocidio de la Alemania nazi también se cometió en nombre de la protección del pueblo alemán contra la aniquilación y el sometimiento por parte de una imaginaria «conspiración judía» antisemita. El genocidio de los nativos australianos también se consideró necesario para proteger a los colonos británicos blancos, al igual que el genocidio francés en Argelia fue necesario para defender a Francia y a sus pieds noirs colonos.

Los dirigentes israelíes no están reinventando la rueda con estos argumentos, sino que forman parte de una larga cadena de colonias de asentamientos y madres patrias coloniales que siempre los han utilizado para justificar sus genocidios.

La diferencia es que Israel ha convertido en arma el Holocausto nazi de los judíos hasta tal punto a escala mundial, y ha reivindicado su existencia como reparación por ello, que sólo puede ser juzgado en función de su relación con el genocidio.

El hecho de que el proyecto sionista sólo fuera capaz de recabar el apoyo de la mayoría de los judíos en la época del genocidio atestigua esta relación orgánica entre Israel y el genocidio en opinión de la mayoría de los partidarios y detractores del país.

Los continuos llamamientos de los dirigentes israelíes y sus medios de comunicación a la aniquilación genocida del pueblo palestino durante el pasado año han cambiado la naturaleza de esta relación. Para muchos de los fieles sionistas, Israel ha pasado a ser visto finalmente como un perpetrador de genocidio y no como su víctima.

Además, el razonamiento de Israel de que tiene derecho a cometer genocidio, expandir su territorio y rehacer el mundo árabe a su alrededor en un «Nuevo Oriente Medio», como afirmó recientemente el primer ministro Benjamín Netanyahu en las Naciones Unidas, recuerda a muchos en Occidente -judíos y gentiles por igual- los regímenes genocidas del pasado a los que siempre hubo que oponerse y resistir.

Foto de portada: Un hombre con un niño pasa junto a un edificio destruido por los bombardeos israelíes en el campo de refugiados palestinos de Bureij, en el centro de la Franja de Gaza, el 9 de octubre de 2024 (Iyad Baba/AFP).

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