Chris Hedges, The Chris Hedges Report, 30 diciembre 2024
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Chris Hedges es un escritor y periodista ganador del Premio Pulitzer. Fue corresponsal en el extranjero durante quince años para The New York Times.
Jimmy Carter, una vez fuera del poder, tuvo el valor de denunciar la «abominable opresión y persecución» y la «estricta segregación» de los palestinos en Cisjordania y Gaza en su libro de 2006 «Palestina: Paz, no apartheid». Él mismo se dedicó a supervisar elecciones, incluida su polémica defensa de la elección de Hugo Chávez en Venezuela en 2006, y defendió los derechos humanos en todo el mundo. Arremetió contra el proceso político estadounidense por considerarlo una «oligarquía» en la que el «soborno político ilimitado» creaba «una subversión total de nuestro sistema político como pago a los grandes contribuyentes».
Pero los años de Carter como expresidente no deben ocultar su tenaz servicio al imperio, su afición a fomentar desastrosas guerras por delegación, su traición a los palestinos, su adopción de políticas neoliberales punitivas y su servilismo a las grandes empresas cuando ocupaba el cargo.
Carter desempeñó un papel importante en el desmantelamiento de la legislación del New Deal con la desregulación de las principales industrias, incluidas las líneas aéreas, la banca, el transporte por carretera, las telecomunicaciones, el gas natural y los ferrocarriles. Nombró a Paul Volcker para la Reserva Federal, quien, en un esfuerzo por combatir la inflación, elevó los tipos de interés y empujó a Estados Unidos a la recesión más profunda desde la Gran Depresión, una medida que supuso el inicio de estrictos recortes de austeridad. Carter es el padrino del expolio conocido como neoliberalismo, un expolio que su colega demócrata Bill Clinton dirigiría con turbo.
Carter cayó bajo la desastrosa influencia de su asesor de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski, un exiliado polaco, que rechazó la confianza de Nixon-Kissinger en la distensión con la Unión Soviética. La misión vital de Brzezinski, que significaba que veía el mundo en blanco y negro, era enfrentarse y destruir a la Unión Soviética junto con cualquier gobierno o movimiento que considerara bajo influencia comunista o simpatizante de ésta.
Carter, bajo la influencia de Brzezinski, abandonó el tratado de Conversaciones sobre Limitación de Armas Estratégicas (SALT II) con la Unión Soviética, que pretendía frenar el despliegue de armas nucleares. Aumentó el gasto militar. Envió ayuda militar al gobierno indonesio del Nuevo Orden durante la invasión y ocupación indonesia de Timor Oriental, que muchos han calificado de genocidio. Apoyó, junto con el Estado sudafricano del apartheid, al sanguinario grupo contrarrevolucionario Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA), dirigido por Jonas Savimbi. Proporcionó ayuda al brutal dictador zairiano Mobutu Sese Seko. Apoyó a los Jemeres Rojos.
Dio instrucciones a la Agencia Central de Inteligencia para que respaldara a los grupos y partidos políticos de la oposición con el fin de derrocar al gobierno sandinista de Nicaragua una vez que tomó el poder en 1979, lo que condujo, bajo la administración Reagan, a la formación de los Contras y a una insurgencia sangrienta y sin sentido respaldada por Estados Unidos. Proporcionó ayuda militar a la dictadura de El Salvador, haciendo caso omiso del llamamiento del arzobispo Óscar Romero -más tarde asesinado- para que cesaran los envíos de armas estadounidenses.
Envenenó las relaciones de Estados Unidos con Irán al respaldar hasta el último momento al régimen represivo del sah Mohammad Reza Pahlavi y permitiendo después que el depuesto sah recibiera tratamiento médico en Nueva York, lo que desencadenó la ocupación de la embajada estadounidense en Teherán y una crisis de 444 días con rehenes. La beligerancia de Carter -congeló los activos iraníes, dejó de importar petróleo de Irán y expulsó a 183 diplomáticos iraníes de Estados Unidos- contribuyó a la demonización de Estados Unidos por parte del ayatolá Jomeini y a sus llamamientos a un gobierno islámico. Acabó con la credibilidad de la oposición laica iraní.
Carter dio al presidente filipino Ferdinand Marcos, aunque gobernaba bajo la ley marcial, miles de millones en ayuda militar. Armó a los muyahidines en Afganistán tras la intervención soviética en 1979, una decisión que le costó a Estados Unidos 3.000 millones de dólares, provocó la muerte de 1,5 millones de afganos y condujo a la creación de los talibanes y Al Qaida. Las consecuencias de esta política de Carter son catastróficas.
En 1980 apoyó al ejército surcoreano cuando sitió la ciudad de Gwangju, donde los manifestantes habían formado una milicia, lo que condujo a la masacre de unas 2.000 personas.
Por último, vendió a los palestinos cuando negoció un acuerdo de paz independiente, conocido como los Acuerdos de Camp David, en 1979, entre el presidente egipcio Anwar Sadat y el primer ministro israelí Menachem Begin. El acuerdo excluía de las conversaciones a la Organización para la Liberación de Palestina. Israel nunca, como prometió a Carter, intentó resolver la cuestión palestina con la participación de Jordania y Egipto. Nunca permitió el autogobierno palestino en Cisjordania y Gaza en un plazo de cinco años. No puso fin a los asentamientos israelíes, una negativa que llevó a Carter a afirmar más tarde que Begin le había mentido. Pero como el acuerdo no incluía ningún mecanismo para su aplicación, y como Carter no estaba dispuesto a desafiar al lobby israelí para imponer sanciones a Israel, los palestinos se encontraron, una vez más, impotentes y abandonados.
En su haber, Carter nombró a la activista por los derechos civiles Patricia Derian como su Subsecretaria de Estado para los Derechos Humanos y Asuntos Humanitarios, lo que llevó al bloqueo de préstamos y a la reducción de la ayuda militar a la junta militar en Argentina durante la Guerra Sucia, restricciones que la administración Reagan eliminó. El compromiso de Derian con los derechos humanos era genuino. Apoyó al líder filipino Benigno S. Aquino Jr. y al disidente y expresidente surcoreano Kim Dae-jung. Carter le permitió enfadar a algunos de nuestros aliados más represivos. Pero su política de derechos humanos estaba destinada principalmente a respaldar a los disidentes democráticos y a los movimientos obreros de Europa Central y Oriental, especialmente Polonia, en un esfuerzo por debilitar a la Unión Soviética.
Carter tenía una decencia de la que carecen la mayoría de los políticos, pero sus cruzadas morales, que llegaron una vez fuera del poder, parecen una forma de penitencia. Su historial como presidente es sangriento y funesto, aunque no tanto como el de los presidentes que le siguieron. Eso es lo mejor que podemos decir de él.
Imagen de portada: ¿Qué Carter? ¿Este, aquel o el otro? (por Mr. Fish).