Un perro del ejército israelí atacó a una mujer palestina embarazada provocándole la pérdida del bebé

Maha Hussaini, Middle East Eye, 6 enero 2025

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Maha Nazih Al-Hussaini es una periodista palestina, activista por los derechos humanos, directora de estrategias del Monitor Euromediterráneo de Derechos Humanos en Ginebra​ y miembro de la Red Marie Colvin de Mujeres Periodistas. Comenzó su carrera periodística cubriendo la campaña militar de Israel en la Franja de Gaza en julio de 2014. En 2020 ganó el prestigioso Premio Martin Adler por su trabajo como periodista independiente.

Tahrir Husni al-Arian, embarazada de nueve meses, pudo ver pedazos de su carne que caían al suelo cuando un perro de combate israelí le destrozó el muslo.

La madre palestina de tres hijos estaba en casa con su marido y sus hijos en Jan Yunis, en el sur de la Franja de Gaza, cuando el ejército israelí invadió al-Manara, su barrio. Sucedió el 24 de octubre de 2024.

El ataque del perro, que duró unos diez minutos, dejó a Arian con un dolor insoportable y le provocó complicaciones que durarían meses, hasta acabar provocando la pérdida de su recién nacido.

Desde entonces, la mujer de 34 años no ha podido volver a su casa, ya que sufre un profundo trauma.

En Jan Yunis, compartió su desgarrador relato con Middle East Eye.

La historia comenzó cuando su familia regresó a su casa después de numerosos desplazamientos desde que comenzó la guerra el año pasado.

La zona parecía segura, sin fuerzas israelíes a la vista, pero esa paz se rompió alrededor de las 8 de la tarde cuando comenzó el bombardeo.

«De repente empezaron a bombardear la zona con misiles y las bengalas iluminaron el cielo», dijo Arian a MEE.

Al no poder salir del edificio, Arian y su familia se refugiaron en el apartamento de su cuñado en el piso inferior. Las casas cercanas fueron destruidas en el bombardeo, incluida la casa de la familia al-Farra, y muchos vecinos perdieron la vida.

«No podíamos hacer nada. Estábamos atrapados», recuerda.

Arian, junto con su marido, sus hijos, su hermana embarazada y su cuñado, se acurrucaron juntos en el baño, manteniendo las luces apagadas por miedo a ser descubiertos o atacados.

«Teníamos miedo de encender las luces, pensábamos que los drones nos atacarían», explicó. Pero luego, oyeron pasos y voces subiendo las escaleras.

Arian le preguntó a su marido qué era ese sonido. «Es el ejército», le dijo.

“No era un perro normal”

Pero cuando la casa se iluminó de repente, se dieron cuenta de que no eran soldados, sino un perro, con una luz y una cámara en la cabeza, que entraba en cada habitación de la casa.

“Vino directamente hacia nosotros en el baño”, dijo Arian.

Cuando el perro se lanzó hacia ellos, la familia intentó cerrar rápidamente la puerta, pero el animal entró de golpe. “No era un perro normal. Era enorme, como un león, todo negro”, recordó.

El perro atravesó la puerta y atacó a su hermana de 17 años, que estaba embarazada de siete meses.

“Le desgarró el vestido de oración, pero, afortunadamente, se fue rápido”. Aunque regresó de nuevo.

“Al principio no lo vi, pero luego sentí que hundía sus dientes en mi muslo derecho, apretándome mientras me arañaba con sus garras”, continuó Arian.

«Mi marido y los demás intentaron quitármelo de encima, pero no pudieron. Me arrastró por el pasillo y pude sentir cómo se me desprendían trozos de carne cuando me mordía».

Un teléfono muestra una foto de la casa donde tuvo lugar el ataque del perro en Jan Yunis (Foto: MEE/Mohammed al-Hajjar)

Los soldados israelíes, que estaban fuera del baño, intervinieron. Hicieron falta cuatro soldados para sujetar al perro.

«No me di cuenta de lo que pasó después, pero mi marido me lo contó», dijo.

«El primer soldado intentó arrancarme de los dientes del perro, pero no pudo. El segundo y el tercero tampoco pudieron», continuó. «Finalmente, el cuarto soldado lo logró dándole palmaditas en la cabeza. Salió del baño y se sentó en el sofá de la sala de estar».

Desde el inicio de la invasión terrestre israelí de la Franja de Gaza a finales de octubre de 2023, los ataques con perros de combate contra civiles se han vuelto habituales, y el ejército israelí los despliega sistemáticamente para registrar edificios utilizando cámaras.

En diciembre, la Universidad de Tel Aviv compartió un vídeo en las redes sociales que revelaba el establecimiento de una “sala de guerra de ingeniería” en su campus para apoyar las operaciones militares israelíes.

La instalación ha estado desarrollando tecnologías para el ejército, incluido un sistema de transmisión en directo para cámaras montadas en perros utilizadas por unidades caninas vinculadas a ataques mortales contra civiles palestinos en Gaza.

El vídeo destacó la colaboración de la universidad con cientos de académicos y estudiantes que sirven como reservistas en el ejército israelí.

En julio, MEE informó de la muerte de un palestino con síndrome de Down que fue atacado por un perro de combate israelí en la ciudad de Gaza, al que los soldados israelíes abandonaron a su suerte.

“Paralizada por el miedo”

Después del ataque, los soldados convirtieron el apartamento de Arian en una base militar. Trajeron a sus vecinos, separaron a los hombres de las mujeres y los interrogaron. Algunos de los hombres, incluido el marido de Arian, fueron detenidos.

«Yo seguía tumbada en el suelo del baño, sin poder mover la pierna herida y paralizada por la conmoción y el miedo. Un soldado que hablaba árabe me vio y me dijo que me levantara», dijo Arian a MEE.

Con la ayuda de su vecina, la mujer palestina embarazada consiguió ponerse de pie y llegar al sofá de fuera.

El soldado volvió y señaló su vientre, preguntando: «¿Qué es esto?». Arian respondió: «Embarazo».

El soldado parecía confundido y preguntó: «¿Qué significa eso?». Ella respondió: «Un bebé». Él volvió a preguntar: «¿Qué bebé?». Arian entonces levantó su vestido de oración para mostrarle su vientre.

A medida que el estado de Arian empeoraba, los soldados hicieron poco por ayudarla. Uno le echó agua sobre la herida y le aplicó un vendaje compresivo, aunque creía que era sólo un intento de ocultar lo que había sucedido. Antes de irse, alrededor de las 2:30 am, los soldados les advirtieron que no le contaran a nadie lo que había sucedido.

Cuando el ejército se retiró, llegaron varias ambulancias para evacuar a los muertos y heridos, pero Arian se negó a irse.

«Estaba paralizada por el miedo, aterrorizada de salir de casa. Tenía miedo de que nos bombardearan mientras estábamos fuera», dijo. Esperó hasta que llegó la última ambulancia y se fue con ella justo antes del amanecer.

En el hospital Nasser, muy dañado, los médicos le administraron una inyección antitoxina y le cosieron la herida, que medía unos 15 centímetros de ancho. El médico le advirtió que, debido a la lesión, podría no ser capaz de dar a luz de forma natural y necesitaría una cesárea la semana siguiente.

Apenas un mes antes, durante un control prenatal de rutina, a Arian le habían dicho que su bebé sufría deformidades en las extremidades inferiores.

Los médicos lo atribuyeron al estrés extremo, el miedo y las duras condiciones que Arian había soportado debido a la guerra: huir para salvar su vida, desplazamientos repetidos y desnutrición severa durante todo su embarazo. A pesar de la terrible noticia, le dijeron que había un 70 por ciento de posibilidades de que el bebé sobreviviera, aunque tendrían que colocarlo en una incubadora y requeriría fisioterapia para caminar con normalidad.

“Perdí a mi bebé”

Cerca de una semana después del incidente, Arian dio a luz a un niño alrededor de las 7:30 p.m. Lo llamaron Ibrahim y lo colocaron en una incubadora.

«Los médicos me dijeron que la cirugía había sido extremadamente difícil y que la condición de mi hijo era crítica», dijo.

«Nos dijeron que la posibilidad de que sobreviviera era mínima debido a la infección y a la herida en mi muslo».

Una de las enfermeras compartió que, durante la cirugía, un olor penetrante emanó del muslo de Arian debido a la infección. Después de completar la cesárea, esperaron unas horas antes de practicarle otra cirugía en la pierna.

«Podía sentir cómo volvían a abrir la herida y la limpiaban. El olor de la herida y de los dispositivos eléctricos que usaban era insoportable. Sentí que me estaba asfixiando, así que le pedí a la enfermera que abriera la ventana», dijo.

Después de dos cirugías, ambas realizadas mientras escuchaba el sonido distante de los bombardeos israelíes, Arian pudo descansar.

«Estaba agotada y tenía un dolor inimaginable, pero extrañamente, me alegré de quedarme en el hospital. Deseaba poder quedarme allí y no volver nunca a Gaza.

«No quería ir a ningún lado de Gaza, solo quería irme, escapar al extranjero. Me consumía el miedo de que pudieran regresar».

Por la mañana, las enfermeras le dieron la devastadora noticia: su bebé había fallecido en la incubadora.

«Había una posibilidad de que pudiera vivir, pero el ataque del perro la destruyó. Perdí a mi bebé y eso fue todo. Pero lo que no termina nunca es mi miedo: que los militares me hayan marcado y vengan a por mí», dijo.

«Solo hace poco encontré el coraje para hablar de esto. Durante dos meses, cada vez que los miembros de mi familia me preguntaban qué había pasado, les decía: “No habléis de ello, no saquéis el tema, por favor, estoy aterrorizada”.

Hasta el día de hoy, Arian todavía no puede caminar bien. Los médicos han dicho que su herida tardará unos ocho meses en sanar por completo.

“Todavía siento un dolor intenso y apenas puedo caminar”, explicó. “Los médicos dijeron que la herida es muy profunda. Aunque parezca que se está curando en la superficie, los tejidos del interior tardarán meses en recuperarse”.

Arian lucha mentalmente con el trauma. Todavía pide a sus familiares que la acompañen al baño. Duerme con las luces encendidas.

Su familia la tranquiliza, le dice que están con ella. Pero ella les dice: «Estaban conmigo cuando el perro me atacó y no pudieron contenerlo».

«No consigo confiar ya en nadie».

Foto de portada: Tahrir Husni al-Arian, de 34 años, relató su historia a Middle East Eye desde la casa de su familia en Jan Yunis, en la Franja de Gaza (MEE/Mohammed al-Hajjar).

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