Tropas estadounidenses como migrantes o cómo iniciar una guerra contra los propios Estados Unidos

Andrea Mazzarino, TomDispatch.com, 19 enero 2025

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Andrea Mazzarino, colaboradora habitual de TomDispatch, es cofundadora del proyecto Costs of War de la Universidad de Brown. Ha ocupado varios puestos clínicos, de investigación y de defensa, entre otros en una clínica para pacientes externos con TEPT (trastorno de estrés postraumático) de Asuntos de Veteranos, en Human Rights Watch y en una agencia comunitaria de salud mental. Es coeditora de “War and Health: The Medical Consequences of the Wars in Iraq and Afghanistan”.

Este país, antaño refugio inmigrantes, está ahora a punto de convertirse en una pesadilla de primera clase para ellos. El presidente Donald Trump habla a menudo de su plan para deportar a unos 11,7 millones de inmigrantes indocumentados de Estados Unidos como «la mayor operación de deportación interna de la historia estadounidense.» Dependiendo de cuán estrechamente siga el plan de política del Proyecto 2025 de sus aliados, su administración también podría comenzar a deportar a los familiares de los migrantes y solicitantes de asilo en grandes cantidades.

Entre las posibles formas en que esta planificación puede no funcionar, hay algo que Donald Trump y el resto de la multitud MAGA no reconocen: las tropas en las que planean confiar para llevar a cabo las deportaciones de potencialmente millones de personas son, a su manera, también migrantes. Después de todo, en promedio, se mueven de un lugar a otro cada dos años y medio; más si se cuentan los rápidos despliegues posteriores al 11 de septiembre y la Guerra Global contra el Terror que siguió, a menudo separando a las familias varias veces durante el período de servicio de cada soldado.

Los soldados, marineros y aviadores saben lo que significa estar fuera de lugar en una nueva comunidad o en un país que no es el suyo. El presidente Trump y su tropa cuentan con que nuestras fuerzas armadas puedan vivir con sacar a la fuerza a la gente de sus hogares y separar a las familias aquí mismo, en Estados Unidos, una experiencia con la que muchos de ellos están demasiado familiarizados. Como cónyuge de un militar, me pregunto hasta qué punto estarán dispuestos a aceptar el tipo de órdenes que muchos estadounidenses ya ven venir.

Un futuro incierto

Los objetivos de Donald Trump se han esbozado en innumerables discursos de campaña, mítines y conferencias de prensa, así como en el Proyecto 2025. Según Tara Watson y Jonathon Zars, de la Brookings Institution, su administración podría, de hecho, hacer varias cosas diferentes en lo que respecta a los inmigrantes. Una posibilidad sería poner en marcha una serie de deportaciones masivas de alto perfil en las que el ejército colaboraría con las fuerzas del orden federales, estatales y locales, en lugar de dejar esas tareas en manos de la Patrulla de Aduanas y Fronteras (CBP) y del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, los organismos habitualmente encargados de gestionar la inmigración. Para ello, el gobierno federal tendría que ampliar sus competencias sobre las jurisdicciones locales y estatales, entre otras cosas imponiendo duras sanciones a las ciudades-santuario, en las que se ha ordenado a los funcionarios locales que no pregunten por la situación migratoria de las personas ni apliquen las órdenes federales de deportación.

Watson y Zars suponen que las políticas de la segunda administración Trump también afectarán a otros grupos vulnerables. Por ejemplo, alrededor de cuatro a cinco millones de personas con estatus de libertad condicional temporal (TPS, por sus siglas en inglés) o un aviso de comparecencia ante el tribunal de inmigración están buscando asilo, después de haber huido de la persecución política o los desastres humanitarios en sus países de origen. Millones de ellos tendrían (al menos teóricamente) que regresar a las situaciones de las que huyeron porque la nueva administración podría no concederles sus peticiones. Incluso podría intentar derogar el TPS para las aproximadamente 850.000 personas que ya lo tienen.

También podría reinstaurar la política de «permanecer en México» que se aplicó por última vez en 2019 y que obligaba a los centroamericanos y sudamericanos que solicitaban asilo a esperar en el lado mexicano de nuestra frontera sur, una medida que la administración Biden derogó debido a importantes problemas de seguridad. También estaría en riesgo el período de gracia de dos años concedido a aproximadamente medio millón de personas de países devastados por la guerra o políticamente inestables como Haití, Ucrania y Venezuela, mientras que probablemente ya no se admitiría a nuevas personas bajo ese programa y se podría denegar el asilo a aquellos atrapados en los tribunales de inmigración con trabajo atrasado de este país.

Además, el presidente Trump podría intentar de nuevo poner fin a la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, o DACA (por sus siglas en inglés), un estatus de protección que ahora cubre a más de medio millón de jóvenes que llegaron a este país cuando eran niños. Sin duda, su administración también ralentizaría indudablemente las vías legales de inmigración, como la concesión de visados de estudiante y trabajo a personas procedentes de China, y podría instituir políticas que dificultarían cada vez más el acceso de los inmigrantes a servicios como Medicaid y la educación pública. Su divisiva retórica en torno a los inmigrantes, llamándolos «alimañas» que están «envenenando la sangre de este país», ya ha creado un clima de miedo para muchos inmigrantes.

Fusión de poderes

A principios de la década de 2000, la guerra antiterrorista de Estados Unidos tras el 11 de septiembre, cuyos restos siguen presentes en decenas de países de todo el mundo, impulsó a Estados Unidos a consolidar sus fuerzas armadas, de inteligencia y policiales en un nuevo y gigantesco Departamento de Seguridad Nacional, la mayor reorganización del gobierno desde la Segunda Guerra Mundial. Como parte de esa reorganización, la Patrulla de Aduanas y Fronteras (PAF) se ha implicado cada vez más en funciones no relacionadas con las fronteras, como la aplicación de la ley local, al tiempo que se beneficia de unas relaciones más estrechas de intercambio de recursos e información con organismos federales como el Pentágono.

Los agentes de la PAF utilizan ahora material y formación militares y colaboran estrechamente con los servicios de inteligencia del Pentágono. Por poner sólo un ejemplo destacado, considérese la heroica intervención en mayo de 2022 de agentes federales de la Patrulla Fronteriza, tanto en servicio como fuera de él, incluidos varios de una unidad táctica especial de búsqueda y rescate, durante el mortal tiroteo en una escuela primaria de Uvalde (Texas). Aunque se ha hablado mucho (y con razón) del heroísmo de las personas que irrumpieron en el edificio, se ha dicho relativamente poco sobre el hecho de que los agentes de la PAF, estatales y locales estaban todos en el lugar en cuestión de minutos y que la presencia de cientos de agentes de la Patrulla Fronteriza puede haber contribuido realmente a la confusión y al largo período de inacción de ese día.

Y lo que es más importante, pocos se preguntaron por qué los agentes de la Patrulla Fronteriza estaban mejor preparados para entrar en una escuela primaria que un cuerpo de policía local, o por qué les pareció algo tan obvio.

Teniendo en cuenta todo esto, considere esto una clara ironía: la otra cara de la rapidez de la PAF en llegar a Uvalde es la regularidad con la que no ha realizado una serie de funciones que se supone que debe llevar a cabo en la propia frontera de manera oportuna (o en absoluto), especialmente cuando tales funciones no son de naturaleza combativa. Por ejemplo, a principios de 2024 se produjo un enfrentamiento en Shelby Park (Texas), una franja fronteriza de 3,2 km a lo largo del río Grande que lleva el nombre de un general confederado. Allí, el gobernador de Texas, Greg Abbott, desplegó a miembros de la Guardia Nacional del estado para impedir que la PAF procesara realmente a los inmigrantes que llegaban, quejándose de que «lo único que no estamos haciendo es no disparar a la gente que cruza la frontera». El enfrentamiento planeado por Abbott supuso la primera vez que un gobernador desplegaba una guardia nacional estatal contra las órdenes federales desde 1957, cuando el gobernador Orval Faubus desplegó la Guardia Nacional de Arkansas para impedir que niños negros asistieran a una escuela primaria bajo órdenes federales.

Los extraños compañeros de cama que cumplirían los deseos de Trump

Las tropas militares que sin duda tendrían que intervenir para aplicar planes de deportación de inmigrantes tan masivos como los de Trump ocuparían una posición igualmente complicada, como forasteros en la escena local y como encargados (al menos nominalmente) de proteger vidas inocentes. Más extraño aún, una pequeña pero significativa porción de las tropas a las que se les pida que participen en tales deportaciones serían ellas mismas inmigrantes. El 5%, es decir, uno de cada 20 militares, no ha nacido aquí. Y eso no es nada nuevo. Desde la Guerra Civil, cientos de miles de no ciudadanos han servido en las guerras de Estados Unidos. En tiempos de hostilidad, que (oficialmente hablando) incluyen todos los años desde que comenzó la Guerra contra el Terror en 2001, el gobierno federal aceleró el camino legal de esas tropas inmigrantes hacia la ciudadanía. Sigue sin estar claro cómo responderá un ejército que durante mucho tiempo ha respondido de forma diersa a las órdenes de maltratar a personas, algunas de las cuales pueden proceder de sus propias comunidades.

Como cónyuge de militar y psicoterapeuta privada que trata a tropas estadounidenses, refugiados y migrantes de nuestras guerras posteriores al 11 de septiembre, también puedo decir que nuestros militares -todos ellos- son migrantes de un tipo muy real. A nivel cultural, nuestras tropas comprenden tanto la migración como el multiculturalismo porque tienen que adaptarse una y otra vez a nuevos pueblos o ciudades donde los residentes no los ven como miembros reales de sus comunidades, donde es difícil encontrar médicos y guarderías dentro de la anémica infraestructura militar, y aún más difícil encontrar estos servicios en comunidades sobre las que carecen de conocimientos y conexiones. En los casos más difíciles, los militares y sus familias acaban en países donde no hablan el idioma ni conocen a nadie, y donde pueden encontrar una hostilidad justificada hacia su presencia.

Las experiencias de los innumerables grupos que veo en mi práctica y que conozco en mi amplia comunidad militar se solapan de maneras a menudo profundas que me traen a la mente imágenes de inmigrantes. Muchos de estos grupos entienden perfectamente lo que significa ser objeto de la atención, la curiosidad e incluso la hostilidad de la población local cuando se aventuran a salir cada día. Saben lo que significa traducir constantemente su propia lengua y su mundo al de la población local (o vivir sin conocer en absoluto la lengua nativa). También saben lo que es disponer de muy pocos recursos para hacer frente a una emergencia médica o a un acontecimiento como la enfermedad o incluso la muerte de un ser querido en el que ni los militares ni los recursos locales pueden ayudar.

Conozco a una familia de militares cuyos miembros pasaron apuros durante dos años en un puesto en el extranjero porque uno de sus hijos tenía una discapacidad física que ni el ejército ni el sistema educativo local podían atender, lo que obligó al cónyuge militar a educar a sus hijos en casa. Cuando el cónyuge contrajo un caso grave de Covid-19 durante la pandemia, buscaron durante mucho tiempo un médico adecuado que le proporcionara atención ambulatoria para que no tuviera que dejar a sus hijos pequeños.

Sus experiencias reflejan las de muchas personas de comunidades inmigrantes de color aquí en Estados Unidos, que se quedan cortas cuando buscan servicios educativos y sanitarios para niños con necesidades especiales, y que sufrieron más gravemente durante la pandemia de Covid-19 debido a la saturación de los hospitales, así como al aislamiento social y a la falta de contactos suficientes para cuidar a los miembros más jóvenes de la familia cuando uno enferma. No es de extrañar que dos de los grupos entre nosotros con algunas de las tasas más altas de ansiedad, depresión y suicidio sean las familias de militares y los inmigrantes de países pobres.

La violencia nos afecta a todos

A grandes rasgos, lo que tienen en común estos dos grupos distintivos es que, en este siglo, han sentido la mayor presión a la hora de hacer frente a los deseos imperiales globales de este país, ya sea luchando en nuestras guerras post 11-S, notablemente desastrosas, o viéndose obligados a recoger y empezar de nuevo en medio de la destrucción interminable de esas mismas guerras. Para poner fin a ese ciclo de migración como combate y combate como migración, un mundo mejor no soñaría con echar a los migrantes de este país. Por el contrario, se esforzaría por traer de vuelta a las tropas de todos los lugares en los que actualmente siguen comprometidas, en lugar de preparar conflictos que sólo contribuirán a crear más migrantes.

Estados Unidos debería dejar de organizar «ejercicios» militares en lugares como Arabia Saudí y Somalia; dejar de entrenar tropas en países como Nigeria, Tanzania y Uzbekistán; y cesar los ataques aéreos y con drones en Siria e Iraq, entre otros ejemplos de nuestra implicación militar en el extranjero. Deberíamos largarnos. Y deberíamos empezar a canalizar algunos de los cientos de miles de millones de dólares que hemos canalizado anualmente hacia la producción de armas hacia nuestro sistema educativo, la sanidad y las infraestructuras verdes aquí en casa, para que haya espacio para que todos, inmigrantes incluidos, estén seguros y cuidados en las comunidades en las que viven.

De lo contrario, si el presidente Trump logra realizar incluso una modesta parte de los objetivos de deportación de inmigrantes que él y sus aliados políticos han esbozado, la mayor parte del trabajo de expulsión será realizado por aquellos para quienes puede ser moralmente más devastador. Sospecho que muchos más soldados de los que él pueda imaginar se sentirán desconcertados por lo que tienen en común con las personas a las que se les encarga deportar de su patria adoptiva.

Sí, puede que sea una ilusión por mi parte, pero creo que, con Donald Trump o sin él, es probable que al final triunfe nuestra humanidad común. Tras años de estudiar las guerras de Estados Unidos tras el 11-S desde distintos puntos de vista (y de escuchar a personas profundamente perturbadas por sus experiencias en la Guerra contra el Terror), el mayor punto en común que encuentro entre nuestras tropas no es el deseo de empuñar las armas o luchar contra terroristas en tierras lejanas, ni siquiera la experiencia de haber sido personalmente víctimas: cazados, tiroteados, torturados o mutilados. Es más bien el trauma de herir a otro ser humano. Se produce al mirar a los ojos a un soldado talibán en un puesto de control en Kabul y darse cuenta de que es humano como uno mismo, o al separar a un presunto combatiente de la oposición de su cónyuge y sus hijos durante una detención. Es el grito de un niño a cuyo padre has disparado durante una redada para evitar un ataque contra ti.

En gran parte, el estrés de esas experiencias también proviene de tener que dejar a tus propios hijos durante meses, sabiendo que el más pequeño puede que ni siquiera te recuerde cuando vuelvas, o de decirle a tu hija adolescente que tiene que abandonar todo lo que conoce -novio, colegio, equipos deportivos- para irse a una nueva ciudad militar donde nadie sabrá siquiera su nombre. Muchos de los implicados en las guerras estadounidenses posteriores al 11 de septiembre han sido testigos del sufrimiento ajeno de forma cercana y personal, y la pesadilla a la que se enfrentan actualmente es la posibilidad de hacer daño a más personas en nombre de todos nosotros.

Gracias a Donald Trump, al menos algunas de esas tropas se enfrentarán sin duda a la disyuntiva de tener que hacerlo todo de nuevo, esta vez en nuestro propio suelo. A menos que se paren a recordar cómo puede ser eso, los estadounidenses podrían encontrarse en una tierra irreconocible. Será una pesadilla si, en su segunda vez en la Casa Blanca, Donald Trump lanza una guerra interna contra los migrantes, porque eso sería una guerra contra los propios Estados Unidos.

Foto de portada: Vuelos de migrantes deportados desde Estados Unidos bajo el Título 42 (EFE/Esteban Biba).

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