Eliza Griswold, The New Yorker, 26 enero 2025
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Eliza Griswold, escritora colaboradora de The New Yorker, ganó el Premio Pulitzer 2019 de no ficción general, por «Amity and Prosperity: One Family and the Fracturing of America.” Su libro«Circle of Hope: A Reckoning with Love, Power, and Justice in an American Church» salió a la venta en agosto de 2024.
La Rev. Mariann Budde, obispa episcopal de Washington, D.C., tiene un historial de practicar lo que se llama «la tradición profética»: nombrar los males del mundo y a quienes los perpetran. En 2020, después de que el presidente Donald Trump ordenara la dispersión de los manifestantes de Black Lives Matter de Lafayette Square y luego posara allí para las fotografías, de pie ante la iglesia de St. John y sosteniendo una Biblia, expresó su indignación. «El Sr. Trump utilizó símbolos sagrados para cubrirse con el manto de la autoridad espiritual, mientras defendía posturas contrarias a la Biblia que sostenía en sus manos», escribió Budde en un artículo de opinión. Cuando Trump se presentó a la reelección en 2020, ella dijo que había «renunciado a hablar con el presidente Trump».
Sin embargo, a principios de esta semana, desde el púlpito de la Catedral Nacional de Washington, Budde se dirigió directa y personalmente al presidente Trump. Su sermón de casi quince minutos se centró en lo que describió como tres elementos necesarios para la unidad nacional: dignidad, honestidad y humildad. Luego, hacia el final de su sermón, añadió un cuarto, pidiendo a Trump que «tenga piedad» de aquellos en Estados Unidos, en particular los inmigrantes y los miembros de la comunidad L.G.B.T.Q., que actualmente tienen miedo. Los dos minutos finales de su sermón se hicieron virales, provocando la ira de los partidarios de Trump, que han comentado que debería ser colocada en «la lista de deportación», y que Budde es «el ejemplo definitivo de por qué las mujeres no deben ser pastores, sacerdotes u obispos.» Trump publicó en Truth Social que Budde era una «supuesta obispa». «¡No es muy buena en su trabajo!», añadió. «¡Ella y su iglesia le deben al público una disculpa!».
Budde, autora de «How We Learn to Be Brave» (Cómo aprendemos a ser valientes), de 2023, no se ha disculpado con Trump, ni con nadie, por sus comentarios. El jueves por la mañana, habló conmigo por teléfono desde su casa en Washington D.C. En una conversación de cuarenta minutos, que ha sido editada para mayor extensión y claridad, Budde reflexionó sobre lo que pretendía decir en el sermón, el papel de la oración en su vida y la responsabilidad de los líderes religiosos de abordar las realidades sociales y políticas de su tiempo.
Eliza Griswold (EG): Ha mencionado que su decisión de hablar sobre la misericordia surgió después de oír a Trump hablar de la voluntad de Dios e invocar el derecho divino de los reyes en su discurso de investidura. ¿Puede explicarnos cómo tomó la decisión de hablar y el papel que desempeñó la oración en ello?
Mariann Budde (MB): Empezaba a sentirme incompleta, insegura, respecto a los tres pilares de la unidad: me faltaba algo. Así que, antes del lunes por la mañana, me esforzé en hablar con la gente con la que compartía mis ideas y pensamientos.
En algún momento del lunes -y no recuerdo cuándo, pero fue en el contexto de las descripciones generalizadas de franjas enteras de personas de nuestra sociedad de un modo tan duro e incoherente con lo que yo sabía que era cierto, con lo que la mayoría de nosotros sabemos que es cierto-, la palabra «misericordia» y «empatía» me venían a la cabeza. Decidí quedarme con misericordia, en parte porque sabía que, en ese contexto y en ese momento, tenía que honrar el cargo del presidente y el hecho de que millones de personas, como he dicho, depositaban su confianza en él y contaban con él para dirigir el país. Él mismo se sintió providencialmente salvado para hacer de Estados Unidos grande de nuevo, como dijo, pero también para liderar, ¿no?
Intentaba encontrar la forma de centrar la atención en quienes no formaban parte de la visión de unidad que describió en su discurso inaugural y, de hecho, en la forma en que ha estado hablando de nuestro país durante toda la campaña. Y, por supuesto, estuve rezando. Conversaba con diferentes personas en mi diálogo interior. Así que opté por pedir misericordia, y también traté de humanizar a las personas a las que me refería, que necesitan misericordia: las personas que tienen miedo.
Calculé que probablemente habría mil personas esa mañana en la catedral. Y suponía que en la sala había padres de niños gays y lesbianas, o tal vez incluso transexuales, o que ellos mismos eran gays o lesbianas, por lo que conocerían algo de la lucha. Intentaba humanizar, hacernos entrar en ese mismo espíritu de que, cuando nos conocemos, somos más parecidos que diferentes. Y también, al hablar de la población inmigrante -y en particular de los que llegan a este país y se encargan de las tareas que mantienen en pie nuestra sociedad, a menudo entre bastidores o en horas bajas, y realizando un trabajo realmente agotador-, decir que se trata de personas que muchos de nosotros conocemos. Quería que estuvieran presentes, ayudar a evocar las imágenes de personas reales, en lugar de amplias categorías o caracterizaciones.
Para mí, escribir -y tú eres escritora, así que creo que lo entiendes- es una forma de rezar. Lo abarca todo, ¿verdad? Cada aspecto de mi ser, todo mi ego, mis inseguridades, mis fortalezas. ¿Sabes esos raros momentos en los que sientes que realmente tienes energía para escribir, y otras veces en las que sientes que te vas a quedar dormida delante de la pantalla? Todo es oración, y eso también formó parte de ello.
EG: Usted ha hablado en el pasado de la inutilidad de hablar con Trump, de que había terminado de hablar con Trump. Pero, mientras la escuchaba, pensé que sí, que se había dirigido a él, pero ¿se había dirigido a Trump?
MB: Eso es muy interesante. Supongo que cuando dije en el pasado que ya no hablaba con Trump, en realidad quería decir que había renunciado a cualquier ilusión de que mis palabras tuvieran alguna influencia sobre él. Él no me consideraba una voz creíble a la que escuchar. Y me atrevo a decir que sigue siendo así. Sin embargo, en ese momento decidí dirigirme a él personalmente. Podría haberlo hecho en tercera persona del plural, como hice con los otros tres [principios de unidad], ¿no? Necesitamos estas tres cosas. Todos los necesitamos. Pero pensé que, en ese momento, debía honrar su cargo.
Los especialistas en sistemas familiares suelen decirnos que, como técnica de comunicación, si realmente quieres que alguien de tu círculo te escuche, deja que te oiga hablar con otra persona. Por ejemplo, si mis hijos, mis hijos adultos, hablan con otra persona sobre sus vidas y yo estoy escuchando a escondidas -estoy sentada en la cocina, cortando verduras, ya me entiendes- y ellos hablan con un amigo de la universidad, con un amigo de la familia o con un tío, hablan de otra manera y yo escucho de otra manera.
En realidad, contaba con que la gente me oyera hablar con Trump de una forma que me comunicara con ellos. Así que ahí estaba eso. La otra parte era que era muy consciente de que no estaba simplemente hablando a los reunidos en el santuario de la catedral, sino que en realidad formábamos parte de un discurso público que había tenido lugar durante toda la temporada política. Como ya he dicho, hay una cierta cantidad de retórica que tomamos como normal ahora, y especialmente en épocas políticas, y es una forma realmente peligrosa de gobernar un país. Si nos hablamos así todo el tiempo, vamos por el camino de la autodestrucción como nación.
EG: Acaba de hablar de sus hijos y, como hija de pastor, tengo cierta experiencia de cómo lo político puede influir en lo personal. Imagino que sus hijos están muy orgullosos de usted. ¿Cómo están? ¿Cómo lleva su familia todo esto?
MB: Tengo dos hijos adultos, y ambos me han apoyado mucho. Y, por supuesto, tienen amigos, comunidades y colegas, y esto ha sido como un torbellino para ellos. Están orgullosos, agradecidos, pero también son ellos mismos, ¿sabes? Son cosas por las que se esfuerzan por vivir cada día. Así que, en cierto sentido, quería honrarlos.
Ahora tengo más de sesenta años, así que paso la mayor parte del tiempo pensando en cómo puedo vivir de modo que ayude a los que vienen detrás de mí en los años que me quedan, ciertamente como obispa, y en el tiempo que Dios me conceda en esta tierra. Esa es mi labor más importante ahora: animar a las nuevas generaciones -a todos nosotros, en realidad, pero especialmente a los que vivirán más allá de mi vida- a vivir con esperanza. Aferrarse a las cosas que construyen comunidad. A trabajar por las cosas que importan. A confiar en Dios. A creer que hay una fuerza espiritual más allá de nosotros que es digna de confianza y fuente de fuerza y valor. Y estas cosas realmente importan.
EG: La gente sólo habla de una parte de lo que ha dicho. Así que quiero preguntar, ¿hay otras cosas en su sermón sobre las que le gustaría llamar la atención?
MB: Creo que todo el comienzo, que era la idea de: ¿Qué significa la unidad en un país tan diverso y diferente? ¿Puede este país ser realmente Estados Unidos? Esa es una pregunta antigua en Estados Unidos, que tiene que ver con cómo hemos vivido nuestras aspiraciones y nuestros fracasos a la hora de estar a la altura de esas aspiraciones, y con las personas que nos llaman a estar a la altura de ellas, y con las formas en que cambiamos.
Esa es nuestra historia, o parte de nuestra historia, pero luego tenemos esta otra superposición, que estaba tratando de describir. Creo que la primera vez que oí esta frase fue a Tim Shriver: la cultura del desprecio. Vivimos en una época en la que se nos socializa para responder a quienes no están de acuerdo en algo con nosotros como si fuera lo peor que alguien pudiera pensar o sentir.
Y en esa cultura del desprecio, la palabra «odio» se nos cae fácilmente de los labios. Y yo soy culpable de ello: con qué facilidad encuentro divertidas las bromas a costa de otras personas, sobre todo si no estoy de acuerdo con ellas. Esto se ha normalizado mucho. Hay un poco de eso que es simplemente humano, pero cuando se amplifica por las redes sociales se convierte en parte del complejo industrial de la indignación: «Dejadme decir algo que seguro que va a ofender y luego veréis cómo explota todo el mundo». ¿Cómo podemos ser conscientes de ello? ¿Cómo podemos trascenderlo?
Pero, también, puedo entender que el sermón habría aterrizado de manera muy diferente si hubiera omitido la última parte. Y, de hecho, alguien me dijo: «Deberías considerar no decirlo, dado cómo será recibido». Alguien a quien admiro mucho, que trabaja en el ámbito público -alguien que trata a diario de defender nuestros valores en el gobierno federal- me dijo: «Mira, Mariann, no tienes que ir allí si no quieres». Y me lo pensé un momento, y pensé: «Bien, ¿y si no quiero?
Ella me sugirió que, si iba a hacerlo, «un tema, haz un tema». Y entonces me centré en la inmigración, y lo compartí con otra persona. Pero les dije: «¿Qué pasa con lo que se está diciendo, en particular sobre los niños trans y el L.G.B.T.Q. y lo que supone para ellos?». Y entonces otra persona me escribió y me dijo: «Sabes, si hubiera una cosa que te pediría que incluyeras…». Así que ahí estaba otra vez.
Intento no seguir haciendo esto de forma aislada, porque necesito más ojos y oídos que me ayuden a reflexionar. Así que estaba con el director de comunicaciones de la catedral, un querido amigo, Kevin Eckstrom. Y le dije: «¿Qué piensas?» Él dijo: «Sí, sí, ponlo ahí». Y él mismo es gay. Y pensé, vale, no estaba hablando en abstracto. No son figuras de palo en mi cabeza, son personas reales, los hijos de mis amigos. Así que sabía lo que iba a pasar, pero si hubiera empezado con «Sr. presidente, me encantaría hablar con usted sobre sus posturas en materia de inmigración», no habría sido apropiado.
«Si realmente quieres que alguien de tu círculo te escuche, deja que te oiga hablar con otra persona», dice Budde.
EG: Escuchándola, pienso en la famosa sentencia de Karl Barth, sobre «predicar con la Biblia en una mano y el periódico en la otra».
MB: A mí me enseñó alguien a quien enseñó Karl Barth, y a él le gustaba mucho esa expresión. Creo que incluso dijo: «El New York Times en una mano». Creo que hay dos formas de pensar al respecto, una muy pastoral y otra más orientada al público. Un profesor me dijo una vez -y lo creo de todo corazón- que si sabes en qué piensa la gente cuando entra en la iglesia el domingo por la mañana, es muy importante reconocerlo. Así que, si algo ha ocurrido en tu entorno inmediato, en el país o en el mundo y está en la mente de la gente, dijo, sólo tienes que reconocerlo. Eso no significa que pueda ser el tema de tu sermón, pero en algún lugar hay que dejar espacio para ello.
Lo creo, y lo cumplo lo mejor que puedo. Y, claro, creo que es importante para nosotros. Puede que no sea el periódico siempre, puede que sean otras fuentes de noticias. Pero confiar en que Jesús vino para el mundo. Jesús vino para el mundo. Es el mundo por el que murió. Y por eso no estar atentos a lo que ocurre en lugares más allá de nuestra esfera inmediata es una negación del mundo que Dios ama. Estoy totalmente de acuerdo.
EG: Usted habló en contra de Trump cuando estaba en campaña y durante el movimiento Black Lives Matter. Y me pregunto si la respuesta que ha tenido ahora es mayor que cualquiera que haya tenido antes. ¿Es este un momento nuevo para usted?
MB: La única comparación es con la respuesta tras la protesta Black Lives Matter y el desalojo de Lafayette Square. La gente había empezado a reunirse en St. John’s, y estábamos trabajando para hacer de la plaza una especie de lugar de descanso, un santuario donde la gente pudiera conseguir comida y desinfectante y mascarillas, y donde se pudiera rezar una oración con ellos, para solidarizarse con quienes protestaban pacíficamente. Todo eso se estaba llevando a cabo cuando ocurrió lo del desalojo. Así que toda esa oleada de respuestas, tanto positiva como negativa, duró unos cuatro o cinco días en esta misma especie de torbellino. La única diferencia fue que había un gran número de clérigos en el área de D.C. que querían unirse a mí para hacer una declaración. Hubo una afluencia de gente que dijo: «Queremos volver a la plaza. Queremos rezar contigo allí». Y así había otra cosa que manejar, que se salió de control. Y luego, como la mayoría de estas cosas, el ciclo de noticias continuó, y todo simplemente desapareció.
Este es el tercer día de este ciclo en particular. Así que no puedo decirte si es mejor o peor.
EG: Ha recibido un número abrumador de respuestas, tanto positivas como negativas. En las respuestas negativas, ¿hay una nueva sensación de riesgo que estés sintiendo?
MB: Para mantener mi propia cordura, no paso mucho tiempo leyendo los comentarios. Pero los que los han estado vigilando están preocupados por el nivel de discurso violento que hay en ellos. Pero, honestamente, no puedo decir si es peor. Tampoco los leí en 2020. De hecho, mi asistente de entonces me dijo: «Sí, no los vas a leer. No vas a leer estos. Sólo puedes leer estos». Ella sólo me dio los que eran de apoyo. Pero le dije: «Muy bien, ¿cuál es la proporción?» Y ella dijo: «Oh, es alrededor de cincuenta por ciento.»
No sé si ahora es el cincuenta por ciento. Pero la gente a mi alrededor está casi universalmente preocupada. No puedo decir si eso es exacto, o es sólo que hay un estado de miedo en el aire sobre los niveles de violencia en nuestra sociedad. Creo que hay razones para afirmar que nos hemos vuelto más violentos en nuestra retórica, y que se da mayor licencia al discurso irreflexivo.
EG: Usted ha hablado de forma radical y clara sobre las raíces de la fe, sobre lo que era el cristianismo y el mensaje de Jesús. ¿Se considera parte de la tradición profética? ¿Qué significa para usted dar un testimonio radical y formar parte de la izquierda religiosa?
MB: Creo que se puede argumentar de dos maneras. Me gustaría decir que estaba siendo bastante normal. Siendo sincera, no creo que dijera nada que fuera radical. Creo que era bastante básico. Tratar a la gente con dignidad, ser honesto, ser humilde. Cuida de tu prójimo, no sólo de tu prójimo, sino también del forastero. Es decir, es una práctica espiritual bastante básica.
¿Es fácil? No, no es fácil. Pero no hace falta ser cristiano o creyente para abrazar esos valores universales. Pero vivimos en una época y ahora estamos dirigidos por un presidente que es, por su propia definición, un perturbador. Está realmente decidido a perturbar el funcionamiento de nuestra sociedad. Siente un tremendo mandato para hacerlo. Tiene mucha influencia. Y, al menos en sus primeros días como presidente, está dirigiendo el país de la manera que prometió en la campaña, que es dura e incendiaria en sus suposiciones sobre franjas enteras de seres humanos, y también sobre lo que significa este país. Así que yo diría, como estadounidense y como cristiana, que estoy más o menos en el centro. Si resulta radical, eso dice algo de los tiempos que corren.
EG: De los muchos insultos que le dirigió Trump, la idea de que su servicio era «muy aburrido» me hizo gracia. Pensé, bueno, ¿a cuántos servicios episcopales ha asistido ese hombre? Porque eso es bastante típico.
MB: A mí también me hace reír. Para ser honesta, encuentro muchos de nuestros servicios aburridos. Y trato de animarlos un poco, ¿no? Quiero decir, siempre podemos hacerlo mejor. Y ciertamente tiene derecho a opinar. ¿Continúan esos servicios? Sí. Hay mucha música. Hay un montón de diferentes invocaciones de oración. Teníamos que incluir a mucha gente en el servicio, así que puedo entender que se sintiera un poco inquieto. No creo que prefiera esos servicios..
EG: Me he sentado en esa misma catedral durante varias horas seguidas.
MB: Sí, pueden ser largas, nos encantan nuestras palabras.
EG: No dejaba de pensar en lo que no tenía que decir, que era una mujer en ese púlpito frente a una nueva forma de cristianismo resurgente en Estados Unidos, tanto si hablamos de evangélicos conservadores como si hablamos de esta nueva oposición católica a las mujeres en el sacerdocio. Usted fue ordenada sacerdote en 1989. ¿Es eso cierto?
MB: Sí, así es.
EG: La Iglesia Episcopal ordenó mujeres por primera vez en 1974. Para usted, ser mujer, sacerdote y ahora obispa, ¿ha supuesto una oposición?
MB: Una oposición leve; nada comparado con lo que sufrieron las primeras mujeres. Yo llegué después de que se hubieran producido las luchas y resistencias más duras. Cuando fui elegida obispa, ya había habido varias mujeres obispas. Así que diría que tuve la bendición de estar entre las que se beneficiaron de las que habían venido antes que yo, y he intentado recordarlas y honrarlas y abrir puertas a otras personas, porque a mí se me abrieron puertas.
EG: Me parece que uno de los aspectos de tu sermón que se ha pasado por alto es lo pastoral que fue. Fue un mensaje de atención, pronunciado con ternura y humildad. Como pastora, ¿tiene algún consejo para la gente que la escucha sobre cómo cuidarse y seguir adelante en estos momentos? ¿Cómo se cuida? ¿Cómo sigue adelante?
MB: Creo que es una buena pregunta. Cuando escribí «Cómo aprendemos a ser valientes», sentí que había una especie de… bueno, ya sabes, lo que Howard Thurman llamaba «el sonido de lo genuino». Aquí no estamos solos. No estamos aislados unos de otros. Y hay una fuerza en el universo que, en última instancia, es para bien, que podemos aprovechar y que nos puede dar poder. Para las personas de fe, damos a eso nombres muy particulares. Pero incluso para los que no lo son hay formas de describir esa sensación de poder que es mayor que nosotros y que puede actuar a través de nosotros de formas que nos asombran. No podemos controlarlo. No podemos evocarlo, pero es real, podemos contar con él y nos permite a todos hacer cosas extraordinarias. Cuando lo hacemos juntos, podemos mover montañas que antes parecían inamovibles. Y yo sí creo eso, y sí creo que esa es la vida de fe, pero también no hace falta ser una persona de fe para confiar en esa capacidad humana innata de canalizar el amor, la bondad y la fuerza real en nuestras propias vidas y en el mundo.
Foto de portada: La obispa Budde en su casa, en Washington, D.C., el 23 de enero (Jared Soares para The New Yorker).