Llámenlo Apocalíptico Donald

Tom Engelhardt, TomDispatch.com, 31 enero 2025

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Tom Engelhardt creó y dirige el sitio web TomDispatch.com. También es cofundador del American Empire Project y autor de una elogiada historia sobre el triunfalismo estadounidense en la Guerra Fría: “The End of Victory Culture”.  Es miembro del Type Media Center; su sexto y último libro es “A Nation Unmade by War”.

Reconozcámoslo: Elegir a Donald Trump fue nada más y nada menos que un acto suicida.

Y eso es algo para lo que los humanos parecemos tener una auténtica habilidad en estos días. Si no me creen, piensen en las zonas incendiadas de Los Ángeles, que han batido récords. Es cierto que ha sido la Naturaleza (con mayúsculas), pero con la ayuda de ya sabes quién. Puedes agradecérselo a las grandes petroleras, al gran carbón y al gran gas natural (y, en el futuro, añadan a esa lista al presidente Donald Trump a lo grande). Sí, las cosas se queman mucho más ferozmente en un planeta que se sobrecalienta. Y también se mojan más deprisa (aunque no en Los Ángeles cuando la lluvia era realmente necesaria). La frase ahora es «latigazo climático», y si creen que es divertido vivir bajo un látigo meteorológico, piénsenselo otra vez.

Eso sí, a pesar de lo que al menos algunos de nosotros sabemos ahora, la tripulación humana (es decir, nosotros) sigue vertiendo gases de efecto invernadero a la atmósfera de una forma claramente de récord. Y como si las cosas no fueran lo suficientemente malas cuando se trata de la destrucción final de este planeta nuestro, poco menos del 50% del público votante estadounidense eligió recientemente a Ya sabes quién de nuevo como presidente para echar una mano. En su discurso inaugural, Donald Trump prometió hacer precisamente eso. Como él mismo dijo, sin rodeos:

«Perforaremos, baby, perforaremos. Estados Unidos volverá a ser una nación manufacturera, y tenemos algo que ninguna otra nación manufacturera tendrá jamás: la mayor cantidad de petróleo y gas de cualquier país de la Tierra. Y vamos a utilizarlo. Bajaremos los precios, volveremos a llenar nuestras reservas estratégicas hasta arriba y exportaremos energía estadounidense a todo el mundo. Volveremos a ser una nación rica. Y es ese oro líquido bajo nuestros pies el que nos ayudará a conseguirlo. Con mis acciones de hoy, pondremos fin al Green New Deal y revocaremos el mandato de los vehículos eléctricos, salvando nuestra industria automovilística y cumpliendo mi sagrada promesa a nuestros grandes trabajadores automovilísticos estadounidenses».

Como él mismo resumió, «el declive de Estados Unidos ha terminado». Pero el del planeta ya está en marcha y él está a punto de echarle una mano. De hecho, su elegido para secretario de Energía, el ejecutivo petrolero Chris Wright, ha negado que el cambio climático esté siquiera relacionado con incendios mayores y más mortíferos en este planeta. Por supuesto, para poner todo esto en perspectiva, incluso antes de que Donald Trump regresara a la Casa Blanca, Estados Unidos ya estaba produciendo más petróleo y gas natural que cualquier otro país ahora o en la historia. Y eso fue bajo un presidente que realmente intentaba tomar algunas medidas para mitigar el cambio climático. Bueno, ¡hasta la próxima!

El año pasado, por primera vez en la historia, la temperatura anual del planeta alcanzó 1,5 grados centígrados por encima de la media preindustrial, y también fue el año más caluroso de la historia, superando a 2023, el anterior récord, mientras que todos los años de la última década han sido récord en comparación con cualquiera de los años de la década anterior o, para el caso, del resto de la historia de la humanidad. Y si eso no es un logro (de un tipo sombrío), no sé lo que es. Peor aún, dado el aumento de los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera de este planeta, gracias en parte a una temporada de incendios global de infierno, habrá que temer que más y muchos fenómenos sombríos estén por venir (y venir y venir y venir).

«Invertir» en devastación nuclear

Históricamente, los seres humanos hemos tenido habilidad para muchas cosas, como explorar y colonizar casi cada centímetro de este planeta, cultivar con éxito vastas cosechas para alimentar a un enorme número de nosotros e inventar un sinfín de cosas, desde la estilográfica y el teléfono hasta el coche y el ordenador. Sin embargo, entre nuestras muchas habilidades, quizá la mayor en lo que se refiere a nuestro futuro ha sido nuestra inquietante capacidad para descubrir formas de hacernos a nosotros mismos y a este planeta, parcial o totalmente, todo el daño posible.

Por supuesto, en la historia de la humanidad no han faltado formas de acabar con nosotros mismos o con otros a los que hemos llegado a detestar. Desde los palos de la Edad de Piedra, los humanos han inventado armas cada vez más devastadoras: la lanza, la espada, el rifle, la ametralladora, la artillería, los aviones con bombas… conocen la letanía tan bien como yo.

Y luego, al terminar la Segunda Guerra Mundial, llegaron las armas nucleares. No tengo que aburrirles con una descripción sustantiva de ellas, ¿verdad? Fueron, en cierto modo, un notable invento bélico y, por supuesto, se utilizaron dos veces, el 6 y el 9 de agosto de 1945, para devastar totalmente las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Casi 80 años después -y considérelo un claro logro-, sabiendo lo que ese armamento podía potencialmente hacer, nunca más se han utilizado en tiempos de guerra. Ni una sola.

Aun así, explíquese como se quiera, se calcula que ahora hay unas 12.000 (no, no es un error de imprenta) cabezas nucleares en el planeta Tierra, muchas de ellas asombrosamente más potentes que las bombas que destruyeron aquellas dos ciudades japonesas. En los 80 años transcurridos desde que Nagasaki fue casi arrasada, ocho países se han unido a Estados Unidos en el camino hacia la energía nuclear y, sin duda, con el tiempo, le seguirán más. Y esas armas -inicialmente sólo bombas- pueden desplegarse ahora en aviones, barcos o mediante misiles terrestres (también conocidos como nuestra «tríada nuclear»). Y no me sorprendería que algún día esas armas se colocaran también en el espacio. En la actualidad, la opinión generalizada es que una gran guerra nuclear en este planeta no sólo causaría niveles inimaginables de muerte y destrucción inmediatas, sino que podría crear un «invierno nuclear» que, al final, acabaría con la vida de miles de millones de personas.

En resumen, ahora hay suficientes armas nucleares en la Tierra para destruir cualquier número de planetas y, aunque no se ha utilizado ninguna en tantas décadas, no cuenten con nosotros a la hora de no utilizar, tarde o temprano, alguna de ellas para llevar a cabo un comportamiento potencialmente destructor del mundo.

Y lo que es peor, 12.000 armas de este tipo resultan no ser ni por asomo suficientes. Todo el mundo quiere siempre más, incluido mi país, que tiene previsto invertir una fortuna en la «modernización» (¡no bromeo, esa es la palabra!) del arsenal nuclear estadounidense en las próximas décadas. Esa «inversión» será del orden de 1,7 a 2 billones de dólares (no, no es un error de imprenta) para crear, entre otras cosas, nuevos misiles balísticos intercontinentales Sentinel, un nuevo bombardero furtivo y nuevos submarinos nucleares de clase Columbia.

Ah, y he aquí una noticia alegre sobre la segunda administración Trump: se espera que el tipo notablemente poco cualificado que el presidente Trump ha elegido para dirigir la Administración Nacional de Seguridad Nuclear dentro del Departamento de Energía, el excongresista de un mandato y (¡cómo no!) multimillonario Brandon Williams, reinicie las pruebas explosivas de armas nucleares estadounidenses, algo que no ha sucedido desde que el presidente Bill Clinton firmó un tratado de prohibición de pruebas nucleares (que el Congreso se negó posteriormente a ratificar). Así que el mundo podría volver a ver estallar armas nucleares, aunque sea en lugares de prueba.

Llámennos grotescos. Llámennos locos. Pero hasta dos billones de dólares «invertidos» en la futura devastación total de este planeta -y eso es sólo un país- ¿quién llama a eso sentido común? Y añádase a eso un potencial retorno a las pruebas abiertas globales de tal armamento. ¡Qué alegre! ¡Qué delicioso fin del mundo de nuestra parte!

¡Cada vez hace más calor!

Y lo que es peor, parece que los humanos no nos conformamos con una sola forma de hacer en el planeta Tierra. Sin embargo, inadvertidamente, nos las hemos arreglado, como he indicado antes, para idear una segunda forma de devastar completamente este planeta, al menos como lugar habitable para nosotros y casi cualquier otro ser vivo. Es cierto que, a diferencia de las armas nucleares, el cambio climático se producirá en el equivalente global de la cámara lenta y no tendrá la capacidad de acabar con muchos de nosotros en cuestión de horas, días, semanas o incluso meses. Pero a largo plazo, puede tener la capacidad de convertir cada vez más este planeta en un conjunto de espacios inhabitables.

Y aquí hay una extraña nota al pie de todo esto. La idea de que, tarde o temprano, quemar combustibles fósiles a una milla por minuto devastará por completo el planeta Tierra no ha faltado a la cita. De hecho, demasiados estadounidenses ya han empezado a experimentarlo de una forma cada vez más cercana y personal, como con Helene y Milton, esos dos huracanes devastadores del otoño pasado que cobraron tanta fuerza al pasar por las aguas salvajemente sobrecalentadas por el cambio climático del golfo de México. ¿Y quién no recuerda las enormes nubes de humo que cayeron sobre nosotros desde un Canadá en llamas en la primavera y principios del verano de 2023 de una forma sin precedentes en la historia?

No es ningún secreto que la quema de carbón, petróleo y gas natural está en el centro de este fenómeno. Y, sin embargo, en este país, en las elecciones de 2024, casi el 50% de los estadounidenses votaron a un hombre (¡y qué hombre!) cuya línea electoral clave fue la misma que repitió en su discurso de investidura: «perfora, baby, perfora». (Por supuesto, también podría haber sido «quema, baby, quema».) Estamos hablando de un tipo que ha calificado el cambio climático de «gran engaño» o, tras el huracán Helene, de «una de las mayores estafas de todos los tiempos».

Y, por supuesto, llega a la Casa Blanca decidido a dedicar importantes (¡sí!) energías a la producción de aún más petróleo y gas natural, al tiempo que revierte cualquiera de los esfuerzos de la administración Biden por abordar directamente el cambio climático. (Eso sí, por poner las cosas en perspectiva, aunque Joe Biden sí invirtió importantes sumas en ocuparse del clima y desarrollar fuentes alternativas de energía, en sus años en la Casa Blanca Estados Unidos también produjo más petróleo y exportó más gas natural que cualquier otro país de la Tierra). Y, como había prometido, el primer día de su segundo mandato, Donald Trump, entre otras muchas cosas, se unió solo a otros tres países -Irán, Libia y Yemen- para retirar a Estados Unidos de los acuerdos climáticos de París.

¿Donald Trump? ¿Realmente? ¿Dos veces? ¡Menuda pandilla de pirados estamos hechos!

Por hablar a nivel personal por un momento. Ni siquiera puedo imaginar pasar mis años de 80 a 84 con el presidente Bomba de Calor trabajando activamente en nuestro planeta. De hecho, en mi opinión, volver a elegir como presidente a un negacionista del clima a largo plazo podría considerarse incluso como el acto suicida definitivo.

¿Y hay aún más?

En resumen (o a largo plazo), la humanidad ha ideado hasta ahora dos formas de devastar completamente el planeta Tierra: una se mantiene en reserva y se «moderniza» periódicamente, y la otra se está llevando a cabo a una velocidad razonablemente lenta (y aún detenible). Y cuando se trata de nosotros, eso -si me permiten decirlo- no representa un pequeño logro (aunque no parezca la palabra adecuada para describirlo). Pero no nos subestimen. No se imaginen ni por un segundo que esas dos formas de destruir este planeta como lugar habitable para, sí, nosotros, representan el principio y el fin del fenómeno.

Yo no contaría con eso, ni por un segundo. Quiero decir, ¡no nos malvendan! (Y sí, estoy repitiendo esa frase, pero por una buena razón.) En verdad, hay cosas que, a mi edad, preferiría no entender. Pero no me escandalizaría que, por ejemplo, la inteligencia artificial (IA) resultara ser -no diré «la», sino «una» (porque no quiero subestimar a la humanidad)- la tercera forma definitiva en que podríamos acabar con nosotros mismos, si no con el planeta.

¿Puedo decirle cómo la IA podría hacer tal cosa? No, soy demasiado viejo para entenderlo. Así que permítanme citar al físico y científico informático Geoffrey Hinton, ganador del Premio Nobel y a veces llamado «el padrino de la IA», que dijo lo siguiente sobre el fenómeno: «Me preocupa que la consecuencia general de esto puedan ser sistemas más inteligentes que nosotros que acaben tomando el control». En otras palabras, los humanos, especialmente tras la reciente victoria electoral de Donald Trump, parecemos claramente criaturas con deseos de morir y, en algún momento futuro, la humanidad podría encontrarse realmente en una zanja.

Mientras tanto, no es poca cosa haber votado al apocalíptico Donald para que vuelva al poder, un hombre dispuesto, sobre todo, a -¡sí! – ¡perforar, baby, perforar (y quemar, baby, quemar)!

Foto de portada: Asistentes a un mitin del presidente Donald Trump durante un evento de campaña en Alro Steel, Potterville, Michigan (Alex Brandon/AP).

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