Mientras los sirios van retornando a casa, las municiones de la guerra de Asad siguen matando niños

Omar Hamed Beato, Drop Site News, 20 marzo 2025

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Omar Hamed Beato es un periodista visual español afincado en Oriente Medio centrado en temas sociales, conflictos y medio ambiente.

Introducción de Murtaza Hussain:

La guerra civil siria, uno de los conflictos más brutales del siglo XXI, terminó el pasado diciembre con la caída del régimen de Asad. La violencia sectaria extrema sigue asolando partes del país, pero también es probable que un peligro oculto siga acechando a los sirios durante años: el enorme número de minas terrestres y bombas sin explotar que han quedado tras los combates. Cientos de sirios ya han muerto o han resultado heridos por estos artefactos sin estallar, incluidos niños, que a menudo los confunden con juguetes.

El mortífero legado del conflicto sirio ofrece un posible anticipo del futuro de la Franja de Gaza, donde se calcula que hasta el diez por ciento de las municiones israelíes disparadas contra el territorio no han detonado. Mientras Israel ha reanudado sus bombardeos aéreos masivos, muchos palestinos también han muerto o resultado heridos por artefactos explosivos sin detonar, lo que ha aumentado el peligro de la retirada de escombros y el ya vasto proyecto de reconstrucción del territorio destruido. Ofrecido por un reportero en Siria, el siguiente informe es una ventana a cómo los peligros medioambientales a largo plazo de la guerra pueden seguir cobrándose vidas mucho después de que el fuego haya cesado.

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Tras cinco años viviendo en una tienda de campaña cerca de la frontera turca, Abdo Ahmad Saleh pudo por fin regresar al hogar de su infancia en la campiña de Alepo cuando una ofensiva militar rebelde hizo retroceder a las fuerzas leales al expresidente sirio Bashar al-Asad a finales del año pasado. Como muchos desplazados internos sirios y refugiados que habían huido del régimen, Saleh estaba encantado con la perspectiva de volver a casa.

Sin embargo, poco después de regresar, el hijo de Abdo, Mohammed Omar Saleh, de ocho años, se aventuró en un campo cercano con un grupo de primos. Mientras exploraban, los niños encontraron un objeto desconocido que les pareció un juguete. El artefacto que habían encontrado era, en realidad, una mina terrestre.

«Cuando estaban jugando, oímos una gran explosión sobre las nueve de la mañana. Salimos corriendo y encontramos trozos de carne por todas partes», dijo Omar Saleh Al-Ahmad, tío de Mohammed.

El artefacto detonó, hiriendo gravemente a Mohammed y a siete de sus jóvenes familiares. Mohammed sufrió las heridas más graves, con fragmentos de metal incrustados en el brazo y la cabeza. A pesar de los esfuerzos de los médicos por salvarle la vida, murió tres días después en el hospital.

«Mohammed tenía metralla en el cerebro y los médicos querían amputarle el brazo», cuenta Abdo junto a la tumba de su hijo tras el funeral. «Sólo tenemos a Dios. Bashar escapó del país. Ojalá lo ahorcaran; él es la razón de toda esta destrucción. La gente está recogiendo los restos de sus seres queridos en bolsas de plástico. Deberían haberlo ejecutado».

Wardeh, el hijo de siete años de Omar Saleh Al-Ahmad, estaba con Mohammed durante la explosión. Sufrió heridas graves en las que la metralla le desgarró las extremidades. Los daños fueron tan serios que tuvieron que amputarle algunos dedos.

«Nuestro pueblo está lleno de minas -continuó Omar, de pie junto a la cama donde Wardeh yacía inmóvil-. Pedimos ayuda para retirarlas, pero hasta ahora no ha venido ningún equipo a limpiar la zona. Tenemos miedo de salir. Todo está explotando, la tierra está llena de minas».

Wardeh, junto con su hermana Fátima, recuperándose en casa tras recibir el alta hospitalaria (Foto del autor).

Desde el comienzo de la guerra civil siria en 2011, las fuerzas que luchaban a favor de Asad plantaron minas terrestres para fortificar sus territorios y contener la provincia de Idlib, antiguo bastión rebelde, controlada desde hace años por Hay’at Tahrir al-Sham (HTS), el grupo militante que ahora encabeza el nuevo gobierno. Los militantes opuestos al gobierno también han desplegado minas terrestres y disparado proyectiles que no explotaron en su conflicto con las fuerzas del régimen. Estas operaciones han dejado un rastro de minas terrestres antipersona y municiones sin explotar esparcidas por los antiguos frentes del conflicto. Los explosivos se concentran principalmente cerca del río Éufrates, en las afueras de la capital, Damasco, y en la campiña de Alepo.

La ONU calcula que casi 260.000 sirios han regresado a sus hogares desde la caída de Asad, y se espera que 600.000 más vuelvan a Siria en los próximos seis meses. Esta oleada de retornos ha provocado un aumento de las lesiones relacionadas con las minas terrestres en Siria, mientras el país se esfuerza por hacer balance de la devastación física y los peligros que han dejado tras de sí catorce años de guerra. Mine Action Review calcula que un tercio de las comunidades sirias están afectadas por algún tipo de contaminación explosiva, aunque en última instancia se desconoce el número total de minas y artefactos explosivos sin detonar esparcidos por Siria.

En la actualidad se considera que Siria es uno de los países más minados del mundo, junto con Ucrania, Myanmar y Yemen. Según ha informado Landmine and Cluster Munitions Monitor, una red de ONG de la sociedad civil, ha habido un total de 1.379 víctimas civiles por artefactos explosivos sin detonar desde la invasión rusa de Ucrania en 2022. Solo entre diciembre de 2024 y febrero de 2025, la ONU ha documentado 42 víctimas civiles por minas y restos explosivos en Ucrania. Por el contrario, en Siria, 640 adultos y niños han muerto o resultado heridos en un lapso de sólo tres meses desde la caída del régimen de Asad, según Halo Trust, una ONG que desmina paisajes en Siria y en todo el mundo. Esto supone casi quince veces más víctimas relacionadas con las minas que en Ucrania durante el mismo periodo de tiempo.

«Nunca había visto nada igual», afirmó Damian O’Brien, director de programas de Halo Trust en Siria. En un comunicado de prensa de diciembre del año pasado, O’Brien resumía la situación: «Decenas de miles de personas atraviesan a diario zonas fuertemente minadas, provocando accidentes mortales innecesarios. Las fuerzas combatientes se han alejado de las líneas del frente, dejando vastas zonas sembradas de explosivos. Limpiar los escombros de la guerra es fundamental para que el país se recupere».

Para agravar el peligro, se han esparcido indiscriminadamente minas terrestres y municiones sin detonar por campos, pueblos y ciudades. En una pequeña aldea de la ciudad de Alepo, sus habitantes dijeron a Drop Site que habían encontrado munición sin estallar dentro de sus casas. El 16 de marzo, artefactos ocultos explotaron en un edificio residencial de la ciudad portuaria de Latakia, dejando veinticinco muertos, entre ellos mujeres y niños, y catorce heridos.

En un hospital subterráneo de la provincia de Idlib, los médicos que trataron a Mohammed y a sus familiares dijeron que el flujo continuo de casos de traumatismos, que antes se debían a ataques aéreos del régimen de Asad y de Rusia, ha sido sustituido ahora por personas con heridas causadas por minas y artefactos explosivos sin detonar. Los niños son especialmente vulnerables. «En general, vemos heridas grandes», dijo Mahmoud Al-Sayyah, cirujano del Hospital Atareb. «Una fractura de dos centímetros en mi cráneo está bien, pero dos centímetros en un niño es la mitad del grosor de su hueso. Un niño no puede resistir lesiones como un adulto».

 

Tras resultar herido por una mina terrestre, un niño es operado de urgencia en el hospital de Atareb (Foto del autor).

A pesar de la gravedad del problema, el gobierno central de Damasco, dirigido por el presidente interino Ahmed Al-Shara, no ha anunciado ningún plan nacional para limpiar Siria de minas y otros artefactos explosivos sin detonar. Para retirar estos explosivos de los campos, el gobierno depende de la ayuda de organizaciones como Halo Trust y los Cascos Blancos, otra ONG financiada por gobiernos extranjeros y organizaciones internacionales. Sin embargo, la falta de financiación significa que estas organizaciones carecen gravemente de personal, y sus esfuerzos se ven aún más comprometidos por los recortes de ayuda exterior de la administración Trump y el gobierno británico. Dada la lentitud de la retirada, la eliminación adecuada de las minas y artefactos explosivos sin detonar en toda Siria podría llevar décadas.

La reciente congelación de la financiación de USAID por parte del presidente estadounidense, Donald Trump, podría agravar especialmente la situación del país, crónicamente infrafinanciado. La agencia estadounidense proporciona actualmente alrededor de una cuarta parte de toda la ayuda internacional a Siria. Durante una aparición en vídeo en la Novena Conferencia Anual de Bruselas sobre Siria organizada por la UE el 17 de marzo, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, imploró a los Estados que «actúen con urgencia para invertir en el futuro de Siria ampliando la ayuda humanitaria y reconsiderando cualquier recorte de la financiación en este momento crítico». Sin una acción internacional urgente, las prolongadas consecuencias de la guerra de Asad seguirán dejándose sentir sobre el terreno.

En un pueblo de la campiña de Idlib, Mohammed Abd Al-Karim Talfah, un jefe de equipo de 34 años que trabaja para los Cascos Blancos y cubre Idlib y la provincia de Alepo, se quejó de que su equipo no tiene ni las herramientas ni la mano de obra necesarias para hacer su trabajo adecuadamente. Su equipo encontró un proyectil de artillería sin detonar en medio de la carretera y un dron kamikaze, que podrían ser mortales para los ocupantes de los coches que pasan, así como para los niños que se cruzan con ellos. «Actualmente, necesitamos otro equipo totalmente equipado. Es urgente. Estamos trabajando por encima de nuestras posibilidades», declaró Talfah a Drop Site News durante su descanso. «Necesitamos más equipos logísticos, equipos más modernos, como vehículos todoterreno para acceder a estas zonas de montaña, y más miembros del equipo que trabajen con nosotros».

Talfah afirma que la gente sigue apresurándose a regresar a sus antiguos hogares, a menudo haciendo caso omiso de las advertencias sobre los peligros que entrañan las minas y las municiones sin estallar. «Es una lucha», afirma. «No nos escuchan. La gente tiene un vínculo sentimental con sus hogares después de haber tenido que huir durante más de catorce años. Se apresuran a volver a sus casas incluso con el peligro de perder un miembro o incluso la vida». 

Mohammed Abd Al-Karim Talfah, un jefe de equipo de 34 años que trabaja para los Cascos Blancos, dice a los residentes que se queden en casa mientras señalan los artefactos sin detonar.

Foto de portada del autor: Abdo Ahmad Saleh visita la tumba de su hijo Mohammed, recientemente fallecido, que murió a causa de un artefacto sin estallar, una de las muchas municiones ocultas esparcidas por el paisaje sirio.

Voces del Mundo

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