El apoyo de Alemania a la alianza ultraderechista de Israel echa por tierra su fachada «desnazificada»

Esad Širbegović, Middle East Eye, 5 abril 2025

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Esad Širbegović es escritor y analista residente en Zúrich (Suiza). También es miembro del Equipo Internacional de Expertos del Instituto para la Investigación del Genocidio de Canadá. En 2022, fue director del Equipo Internacional de Expertos para Alemania, Austria y Suiza, centrado en el caso de negación del genocidio de Srebrenica en la Universidad de Viena. El trabajo de Esad está profundamente arraigado en sus experiencias personales y se centra en cuestiones críticas relativas a la islamofobia y el genocidio. Está especialmente comprometido con la exploración de las intersecciones entre estos fenómenos, extendiendo su análisis más allá del genocidio bosnio para abordar sus implicaciones más amplias a nivel mundial.

Alemania se enorgullece de ser una democracia liberal desnazificada.

Sin embargo, su apoyo incondicional a Israel no es sólo una postura política, sino el principio básico de su staatsrason, una doctrina nacional que sostiene que el apoyo a Israel es fundamental para la Alemania posterior al Holocausto y, por tanto, el fundamento mismo de la legitimidad del Estado alemán.

Esta postura es intrínsecamente contradictoria, ya que la democracia liberal, por definición, no puede conciliarse con el apoyo al genocidio llevado a cabo por un Estado fascista de apartheid, por no hablar de uno abiertamente alineado con regímenes de extrema derecha. Exige una seria revisión de la realidad.

La realidad se hizo patente cuando el comisario alemán de Asuntos Judíos, Felix Klein, se retiró de una próxima conferencia que se iba a celebrar en Jerusalén sobre la lucha contra el antisemitismo, al descubrir que entre los invitados había figuras fascistas.

«El Sr. Klein aceptó la invitación hace meses, sin saber quién más asistiría», explicó su oficina.

La retirada de Klein supone una admisión implícita por parte del Estado alemán de que Israel mantiene alianzas con supremacistas blancos, fascistas, nazis y negacionistas del Holocausto.

Esto, de hecho, revela la contradicción central de la postura alemana: la política de extrema derecha no sólo se tolera, sino que se apoya directamente, siempre que se mantenga la fachada de una Alemania liberal, democrática y desnazificada.

Viejos cimientos

Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos reintegró rápidamente a antiguos nazis en el gobierno de Alemania Occidental para contrarrestar a la Unión Soviética, a pesar de que ésta desempeñó un papel decisivo en la derrota de Hitler. El miedo al comunismo llevó a Occidente a rehabilitar a exnazis, que se reintegraron sin problemas en el nuevo Estado alemán occidental.

El canciller de Alemania Occidental Kurt Georg Kiesinger (1966-69) ejemplificó esta continuidad. La periodista Beate Klarsfeld desveló que tenía profundos vínculos con altos cargos nazis como Joachim von Ribbentrop y Joseph Goebbels, participaba activamente en la propaganda nazi y colaboraba estrechamente con las SS.

Pero Kiesinger distaba mucho de ser una anomalía: muchas de las instituciones de la Alemania Occidental de posguerra se construyeron sobre cimientos nazis.

El servicio de inteligencia del país, el Bundesnachrichtendienst (BND), estaba dirigido por Reinhard Gehlen, antiguo jefe de la inteligencia antisoviética de Hitler. Con el respaldo de la CIA, Gehlen dirigía la Organización Gehlen, una red de espionaje anticomunista compuesta por antiguos nazis, que se transformó oficialmente en el BND en 1956.

Tras la caída del régimen nazi, el número de antiguos miembros del partido en el Ministerio de Justicia de Alemania Occidental no disminuyó. Al contrario, su presencia aumentó a lo largo de la década de 1950, culminando en 1957, cuando un asombroso 77 por ciento de los altos funcionarios eran antiguos miembros del Partido Nazi.

Dada esta profunda continuidad institucional, no es de extrañar que Alemania Occidental se aliara activamente con regímenes de supremacía blanca, fascistas y vinculados al nazismo.

Más allá de la mera complicidad, Alemania desempeñó un papel directo en el apoyo a los regímenes fascistas de todo el mundo, una implicación que persiste en la actualidad.

Alemania Occidental respaldó a la Sudáfrica del apartheid, las dictaduras militares de Argentina y Chile y las brutales guerras coloniales de Portugal en África. Mantuvo estrechos vínculos con el régimen fascista de Francisco Franco en España, ofreciéndole un importante apoyo.

Además, mercenarios de Alemania Occidental lucharon junto al ejército supremacista blanco de Rodesia, afianzando aún más el papel del país en la defensa del fascismo mundial.

Alianzas estratégicas

Una Alemania unificada continuó este legado, con Angela Merkel apoyando abiertamente el régimen autoritario y fascista de Aleksandar Vucic en Serbia, a pesar del pleno conocimiento de su largo historial de negación del genocidio y glorificación de las atrocidades de la década de 1990 y de ideologías similares al apartheid, en las que estuvo directamente implicado.

Durante el genocidio de Srebrenica, el 20 de julio de 1995, Vucic -entonces diputado- se presentó en la asamblea nacional serbia y lanzó una escalofriante amenaza para disuadir la intervención internacional:

«Si bombardean, si matan a un serbio, mataremos a cien musulmanes. A ver si alguien de la comunidad internacional se atreve a atacar las posiciones serbias», dijo.

Otra figura que Serbia no sólo ha rehabilitado, sino que ha glorificado activamente, es Dragoljub Draza Mihailovic, criminal de guerra convicto y colaborador nazi responsable de la matanza masiva de decenas de miles de bosnios durante la Segunda Guerra Mundial.

Además, el país está rehabilitando a Milan Nedic, que fue primer ministro de 1941 a 1944 y supervisó un régimen que participó directamente en el Holocausto.

Bajo el gobierno de Nedic, Belgrado se convirtió en la primera ciudad de Europa declarada judenfrei, libre de judíos. En aquella época, las autoridades serbias se jactaban orgullosas de su «logro» ante los nazis, tratando de elevar su estatus.

Al final de la guerra, aproximadamente el 90% de la población judía de Serbia había sido erradicada.

El apoyo inquebrantable de Alemania tanto a Israel como a Serbia revela su arraigada complicidad en las alianzas autoritarias y racistas mundiales. Esta alianza se hizo pública cuando la policía serbia desplegó supuestamente un arma sónica -suministrada al parecer por Israel- contra manifestantes pacíficos contra la corrupción en Belgrado, en flagrante violación de la legislación serbia.

Para subrayar aún más esta alianza, las exportaciones de armas serbias a Israel se dispararon en 2024.

Invitación al fascismo

Uno de los ejemplos recientes más reveladores de estas alianzas es la invitación a Milorad Dodik para asistir una conferencia israelí patrocinada por el Estado sobre la lucha contra el antisemitismo.

Dodik, presidente de la República Srpska, es conocido sobre todo por su reiterada negación de la Obmana, el genocidio de bosnios entre 1992 y 1995.

El 14 de marzo, la fiscalía de Bosnia dictó órdenes de detención contra tres altos cargos serbobosnios, entre ellos el propio Dodik. A pesar de ello, Dodik figura como ponente en el sitio web oficial de la conferencia israelí.

El evento, de dos días de duración, que estaba previsto para los días 26 y 27 de marzo y organizado por el Ministerio de Asuntos de la Diáspora de Israel, pretendía reunir a cientos de expertos, activistas, funcionarios gubernamentales, organizaciones de la sociedad civil, representantes de la comunidad judía, investigadores y estudiantes de Israel y del extranjero para debatir sobre el antisemitismo contemporáneo.

Eli Tauber, historiador y miembro de la comunidad judía de Bosnia y Herzegovina, criticó la invitación de Dodik: «¿Qué hace allí? Los que le invitaron deberían haber sabido quién es y qué representa. Tanto si lo pasaron por alto intencionadamente como por accidente, la responsabilidad es enteramente suya».

Tauber argumentó además que la participación de Dodik sirve para impulsar narrativas islamófobas sobre Bosnia. «Dodik no tiene cabida en una conferencia sobre antisemitismo», concluyó Tauber.

La crítica de Tauber, sin embargo, pasa por alto una realidad histórica más profunda: La invitación de Israel a figuras fascistas como Dodik no es un error, sino la continuación de una estrategia política arraigada en los propios cimientos del sionismo.

El antisemitismo como arma

Theodor Herzl, la figura fundadora del sionismo político, escribió en sus diarios: «Los antisemitas se convertirán en nuestros amigos más fiables, los países antisemitas en nuestros aliados».

No se trataba de un momento de cinismo o desesperación, sino de una clara articulación de la lógica estratégica del sionismo.

Herzl comprendió que las mismas fuerzas que intentaban expulsar a los judíos de Europa podían aprovecharse para apoyar el proyecto sionista de colonización judía en Palestina.

Al alinearse con los antisemitas que querían a los judíos fuera de Europa, el sionismo se posicionó como una «solución» a la llamada «cuestión judía», no exigiendo la igualdad dentro de Europa, sino facilitando la expulsión y el reasentamiento de los judíos en otros lugares.

Arthur Balfour, el estadista británico detrás de la infame Declaración Balfour de 1917, ejemplifica esta dinámica.

Conocido antisemita, Balfour había patrocinado antes la Ley de Extranjería de 1905, la primera ley británica dirigida explícitamente a restringir la inmigración judía, en particular de los judíos de Europa del Este que huían de los pogromos en el Imperio ruso.

Al considerar que estos judíos eran una presencia desestabilizadora, Balfour trató de excluirlos de Gran Bretaña. Sin embargo, fue precisamente esta mentalidad excluyente la que le convirtió en un aliado natural del movimiento sionista.

Al respaldar una patria judía en Palestina, Balfour podía librar a Gran Bretaña de refugiados no deseados, al tiempo que aparentaba defender la autodeterminación judía.

El movimiento sionista acogió a Balfour -y al Imperio británico- no a pesar de su antisemitismo, sino a causa de él. La Declaración Balfour nunca fue un acto de humanitarismo, sino un proyecto colonial arraigado en los intereses imperiales y en la lógica antisemita.

Amigos de extrema derecha

Este patrón histórico no terminó con Herzl o Balfour. Hasta el día de hoy, el movimiento sionista y el Estado israelí se han alineado sistemáticamente con fuerzas de extrema derecha y antisemitas para promover sus objetivos geopolíticos.

Entre los «amigos» de extrema derecha de Israel se encuentra el expresidente filipino Rodrigo Duterte, tristemente célebre por sus comentarios racistas, homófobos y antisemitas, entre ellos comparaciones favorables con Hitler y burlas a las víctimas del Holocausto.

A pesar de ello, visitó Israel, participó con Netanyahu en un acto conmemorativo en Yad Vashem y firmó nuevos acuerdos petroleros y armamentísticos. El 14 de marzo compareció por primera vez ante la Corte Penal Internacional para responder de los cargos de crímenes contra la humanidad que se le imputan por su mortífera guerra contra las drogas.

En todo el mundo, los movimientos de derecha idolatran a Israel como modelo de la dominación europea sobre las poblaciones indígenas. Consideran sus políticas demográficas -desde las deportaciones y el encarcelamiento hasta los muros del apartheid- como un modelo para sus propias agendas nacionalistas.

En Europa, partidos de extrema derecha como el FPO austriaco y el AfD alemán incorporan el sionismo a sus ideologías racistas al tiempo que glorifican a los colaboradores nazis.

El FPO utiliza el sionismo como estrategia para ocultar que es «antisemita hasta la médula», pero su verdadero carácter aflora una y otra vez: desde las procesiones con antorchas y las canciones nazis hasta el líder Herbert Kickl, que resta importancia a los crímenes de las SS y se autodenomina «Volkskanzler» [canciller del pueblo] imitando a Hitler, pasando por los miembros que hacen el saludo nazi.

La AfD alemana no se queda atrás: líderes como Bjorn Hocke y Alexander Gauland se han burlado de la memoria del Holocausto, han elogiado a los soldados alemanes de ambas guerras mundiales y han calificado las atrocidades nazis de «mota de caca de pájaro» en la historia alemana.

También se descubrió a miembros del partido asistiendo a reuniones secretas con extremistas para planificar deportaciones masivas.

Figuras como el islamófobo holandés Geert Wilders y los demócratas de extrema derecha suecos defienden los asentamientos ilegales de Israel en Cisjordania como la vanguardia de la civilización judeocristiana occidental y presentan al islam como un enemigo común.

Wilders incluso ha abogado públicamente por la expulsión de los palestinos.

Ninguna anomalía

La escalofriante predicción de Herzl de que los antisemitas se convertirían en los «amigos más fiables» del sionismo no fue una anomalía.

Hoy sigue siendo una estrategia central del sionismo. De Balfour a Orban, de Duterte a Dodik, las alianzas de Israel con la extrema derecha siguen apoyando su dominación colonial sobre los palestinos, al tiempo que afirman representar la seguridad judía mundial.

En el fondo, las críticas como la de Tauber, que sugieren que tales alianzas son aberraciones o errores, no comprenden a Israel y pasan por alto la lógica deliberada que subyace a su invitación a Dodik.

Dodik encaja perfectamente en el molde de fascistas islamófobos, supremacistas blancos y revisionistas del Holocausto que el Estado israelí ha acogido abiertamente.

Su presencia en la conferencia no hace sino reforzar una verdad más profunda: Alemania no está desnazificada.

Los nunzis -los nietos nazis que afirman defender la democracia liberal al tiempo que preservan el legado ideológico de sus antepasados- se limitan a mantener la ilusión de un Estado transformado.

Al apoyar incondicionalmente a Israel, Alemania no sólo tolera sus alianzas de extrema derecha, sino que contribuye a legitimarlas en la escena mundial. Al hacerlo, abraza -lo admita o no- a las mismas fuerzas fascistas a las que una vez afirmó oponerse.

Foto de portada: La Puerta de Brandeburgo se ilumina con mensajes durante un acto conmemorativo en Berlín en febrero de 2025 por los rehenes israelíes muertos durante el atentado del 7 de octubre (John MacDougall/AFP).

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