Rahaf Aldoughli, Al-Jumhuriya English, 15 abril 2025
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

La Dra. Rahaf Aldoughli es profesora en la Universidad de Lancaster, donde imparte cursos sobre política e historia de Oriente Medio. Sus áreas de investigación incluyen sectarismo, islamismo de Estado, masculinidad y nacionalismo.
Al entrar en Damasco desde Beirut, uno queda inmediatamente impresionado por los vestigios de una era caída: estatuas del derrocado Bashar al-Assad y de su padre, Hafez al-Assad, ridiculizadas y desfiguradas, erigidas como monumentos huecos a una masculinidad desmantelada. Lo que una vez fueron símbolos omnipresentes de la fuerza autoritaria se reducen ahora a imágenes descoloridas y estructuras en ruinas, marcadas con grafitis y desprecio. Estos iconos desfigurados son más que artefactos políticos; son testimonios del colapso de una imagen cuidadosamente seleccionada de la hipermasculinidad baasista, en la que el poder, el control y el patriarcado estaban entrelazados con la persona del líder.
Como alguien que ha pasado más de una década investigando el nacionalismo sirio y la masculinidad, la caída de las estatuas de Assad fue algo profundamente personal. Al regresar a Damasco tras 14 años de exilio, me sentí abrumada por una mezcla de euforia y reflexión. La ausencia de la omnipresente mirada de Assad me pareció liberadora, pero la aparición de hombres enmascarados como símbolos del poder estatal me recordó que la lucha contra las masculinidades autoritarias dista mucho de haber terminado. Este artículo trata de captar esta compleja interacción entre el derrumbe de viejos símbolos y el surgimiento de otros nuevos, ilustrada con algunas fotos de Damasco. Las imágenes de estatuas derribadas yuxtapuestas a agentes de seguridad enmascarados cuentan la historia de una nación que lidia con su pasado, navega por su presente y siente incertidumbre sobre su futuro.
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Es habitual que los países que salen de las sombras de la guerra se enfrenten a formas arraigadas de masculinidad. En Siria, el colapso del régimen de Assad ha puesto de manifiesto los frágiles cimientos de este ideal masculino, dando paso a nuevas formas de expresiones de género arraigadas tanto en la resistencia como en el control.
Inmediatamente después de la caída del régimen, surgió una nueva forma de masculinidad: una masculinidad enmascarada, literal y figuradamente. Los agentes de seguridad enmascarados bajo el nuevo liderazgo de Hay’at Tahrir al-Sham (HTS) representan un cambio de la masculinidad abierta y performativa de la era de Assad a una forma de poder masculino más sutil, pero igualmente hegemónica. Esta masculinidad enmascarada impone el control no mediante la glorificación de una figura masculina singular, sino a través del anonimato, el miedo y la intimidación psicológica.
Basándome en mi reciente trabajo de campo en Damasco y en entrevistas con personal del Ministerio de Defensa y con comandantes centrales integrados en el nuevo ministerio, sostengo que los hombres enmascarados no son sólo agentes de seguridad; son la nueva cara de la autoridad masculinista post-Assad. Sus máscaras ocultan no sólo sus identidades, sino también la fragilidad de las instituciones que representan. La ausencia de las estatuas de Assad ha creado un vacío que ahora llenan estas figuras enmascaradas, que proyectan fuerza al tiempo que ocultan las inseguridades institucionales.

Durante uno de mis encuentros, un soldado enmascarado me miró y me dijo con voz suave: «Puedes ir por aquí, hermana. Es seguro». Esta interacción breve y aparentemente mundana me impactó profundamente. Su aspecto intimidatorio -marcado por la máscara y el equipo militar- junto con su tono amable, casi protector, revelaron las contradicciones que encierra esta nueva forma de masculinidad. Bajo la máscara diseñada para infundir miedo se esconde un individuo que navega entre sus propias vulnerabilidades, atrapado entre la actuación de la autoridad y los restos de la decencia humana cotidiana. Este encuentro puso de manifiesto que la masculinidad enmascarada no sólo consiste en proyectar poder, sino también en ocultar la fragilidad de quienes la ejercen.
Dinámicas de género normalizadas: Continuidades más allá del cambio de régimen
A pesar del colapso de los símbolos baasistas y el auge de nuevas formas de autoridad masculina, muchas dinámicas de género en Siria siguen estando profundamente arraigadas, reflejando normas culturales que trascienden los cambios políticos. Estas dinámicas son visibles en los espacios cotidianos, donde los roles de género siguen reforzándose a través de prácticas sociales, imágenes en los medios de comunicación y estructuras institucionales.
Por ejemplo, los anuncios de gimnasios muestran de forma prominente físicos hipermasculinos, glorificando la fuerza masculina y el dominio físico. Este énfasis en el cuerpo masculino como símbolo de poder refleja unos ideales perdurables de masculinidad que son anteriores tanto al régimen baasista como a sus sucesores. Estas imágenes perpetúan la asociación de la masculinidad con el control, la dureza y la dominación, reforzando las expectativas tradicionales de género.

Del mismo modo, las iniciativas de crianza y las campañas de las ONG a menudo se centran en las madres, enmarcando implícitamente la crianza de los hijos como una responsabilidad exclusivamente femenina. Las vallas publicitarias de organizaciones como «Aware Motherhood» describen la crianza como un ámbito materno, dejando de lado el papel de los padres en el cuidado de los niños y reforzando una visión binaria de los roles de género. Esta fijación cultural en la maternidad como piedra angular de la vida familiar refleja una tendencia social más amplia en la que la identidad de la mujer se define principalmente a través de su papel en la esfera doméstica.
En el ámbito educativo, los anuncios de las instituciones académicas suelen mostrar a hombres en traje formal de negocios, presentando el éxito y la profesionalidad como rasgos inherentemente masculinos. Estas imágenes sugieren sutilmente que el liderazgo, la ambición y la autoridad intelectual son cualidades que encarnan mejor los hombres, perpetuando así las jerarquías de género tanto en la esfera pública como en la privada.
Sin embargo, estos ejemplos no pueden leerse de forma aislada, sino que forman parte de cartografías más amplias a través de las cuales la dominación masculina se mide por su posicionamiento en el espacio público, tanto visual como simbólicamente. Es importante señalar que esta nueva masculinidad no se produce únicamente a través de herramientas de represión política, sino que también se manifiesta y normaliza en las imágenes de la vida cotidiana: en vallas publicitarias, señalización pública y los mensajes visuales que circulan en las principales ciudades como Damasco, Alepo e Idlib. En algunos anuncios, por ejemplo, aparecen imágenes de hombres de seguridad enmascarados leyendo el Corán en felicitaciones de Eid que circulan en canales de Telegram y en X, reforzando la idea de «masculinidad piadosa» o piedad armada, donde se entrecruzan las nociones de protección y legitimidad religiosa.

Estos símbolos generalizados no sólo reflejan el discurso oficial, sino que remodelan activamente la conciencia colectiva de género e imponen concepciones específicas de la virilidad como fuerza moral y físicamente dominante. En este sentido, la esfera pública se convierte en un terreno en el que se miden las hegemonías masculinas, no sólo a través del discurso, sino de la presencia material y simbólica de los hombres, ya sea en cuerpos, imágenes o rituales colectivos.
Además, estos ejemplos ponen de relieve cómo las divisiones de género no son meros restos de la propaganda autoritaria, sino que están incrustadas en el tejido mismo de la sociedad siria. Reflejan normas culturales que se han normalizado a lo largo de generaciones y persisten a pesar de los cambios de régimen. Reconocer estas continuidades es crucial para comprender el complejo panorama del género en la Siria post-Assad, donde las transformaciones políticas coexisten con estructuras sociales profundamente arraigadas que siguen dando forma a las experiencias cotidianas de la masculinidad y la feminidad.
Continuidad y cambio en las estructuras de poder de género
Aunque los marcadores simbólicos de la masculinidad baasista -estatuas, eslóganes y los omnipresentes retratos de Assad- han desaparecido, las dinámicas de género subyacentes persisten. El monopolio estatal de la violencia sigue estando profundamente entrelazado con los ideales masculinos, aunque en formas transformadas. La transición del régimen baasista al HTS refleja tanto continuidad como cambio: los mecanismos autoritarios de control perduran, pero los símbolos y las representaciones de la masculinidad se han adaptado.
A diferencia de la masculinidad personalizada y carismática que dominó Siria a través del culto a la personalidad en torno a Hafez y Bashar al-Assad, la era post-Assad está siendo testigo del surgimiento de una nueva forma de masculinidad, enmascarada, sin rostro y deliberadamente anónima. Este cambio es evidente en los anuncios de reclutamiento que se extienden por las calles sirias, en particular los publicados por el nuevo Ministerio de Defensa, en los que se pide a los hombres que se unan a los sectores de la seguridad y la policía.
En estos anuncios, los hombres aparecen de espaldas al espectador, con el rostro oculto, creando una imagen de fuerza colectiva más que de heroísmo individual. A primera vista, podría parecer una elección de diseño involuntaria. Sin embargo, un examen más detenido del paisaje urbano, combinado con mis interacciones personales y entrevistas con personal del Ministerio de Defensa, revela una estrategia deliberada detrás de estas imágenes.

Mis encuentros con hombres de seguridad enmascarados en la calle pusieron de manifiesto un curioso contraste: a pesar de su aspecto intimidatorio, muchos de ellos mostraban humildad, incluso timidez. Cuando les pregunté por qué necesitaban ocultar sus rostros, la respuesta común fue: «Este es un nuevo liderazgo y necesitamos garantizar la seguridad de los ciudadanos sirios». Aunque esta respuesta parecía evasiva, conversaciones más profundas con mandos centrales del Ministerio de Defensa confirmaron que esta práctica se debate y negocia estratégicamente dentro de los círculos de liderazgo militar.
El razonamiento subyacente es claro: las máscaras tienen un doble propósito. A primera vista, se presentan como una medida de seguridad para proteger al personal. Sin embargo, a nivel simbólico, están diseñadas para infundir miedo e intimidación, proyectando la imagen de una autoridad omnipresente y sin rostro capaz de ejercer una violencia rápida y anónima si fuera necesario, algo de lo que se hacen eco muchos Mandos Centrales. Esta estrategia refleja una evolución desde la masculinidad hipervisible y personalizada de la era Assad hacia una masculinidad más difusa y centrada en las instituciones, en la que el poder no está encarnado en una única figura sino disperso en una red de ejecutores enmascarados.
Este cambio no sólo significa una transformación en la forma en que se representa la masculinidad, sino también en cómo se construye y mantiene la autoridad del Estado en la Siria posterior a Assad. La ausencia de líderes emblemáticos se compensa con la abrumadora presencia de figuras enmascaradas, símbolos de un Estado que pretende parecer omnipresente e inescrutable, listo para actuar sin previo aviso y sin un rostro al que rendir cuentas.

Símbolos de resistencia y poder avalados culturalmente

Más allá de las imágenes patrocinadas por el Estado, el concepto de masculinidad enmascarada también se ha arraigado y normalizado culturalmente en la sociedad siria, sobre todo a través de símbolos asociados a la lucha revolucionaria. La imagen de arriba ilustra claramente este fenómeno: mercancía adornada con la bandera revolucionaria siria junto a cintas para la cabeza con lemas y máscaras que recuerdan la iconografía militante.
Estos artículos son más que productos comerciales: representan la mercantilización de la masculinidad revolucionaria, en la que la máscara simboliza tanto el desafío como la autoridad. En este contexto, la máscara no es un mero instrumento de anonimato, sino un artefacto cultural que transmite resistencia, honor y valor militante. Refleja cómo la figura enmascarada ha trascendido su papel utilitario, convirtiéndose en un potente símbolo de identidad revolucionaria.
El contraste entre los hombres militarizados y enmascarados de las fuerzas de seguridad del Estado y estos símbolos de masculinidad enmascarada adoptados culturalmente revela una paradoja: mientras que el Estado utiliza la máscara para proyectar miedo y control, los movimientos revolucionarios la adoptan para significar resistencia y empoderamiento. Mi trabajo de campo en Damasco puso de manifiesto esta dualidad, ya que los hombres jóvenes llevaban con orgullo este tipo de prendas no sólo como expresión de su moda, sino como declaración de su postura política y su identidad masculina.
Además, este fenómeno pone de relieve que la masculinidad enmascarada ya no se limita a los espacios militares. Impregna la vida cotidiana e influye en cómo se representa y percibe la masculinidad en la Siria posterior al conflicto. Ya sea a través de anuncios callejeros, controles de seguridad o puestos de mercado, la máscara se ha convertido en un símbolo perdurable, un icono que difumina los límites entre poder y resistencia, control estatal y agencia personal.
Conmemoración de los mártires: Reescribir la historia de Siria
Los llamamientos de las familias de los desaparecidos forzosos han ido en aumento, instando a los nuevos dirigentes a colaborar con ellos para descubrir el destino de cientos de miles de sirios encarcelados y detenidos por el antiguo régimen. La liberación de presos de centros de detención tristemente célebres, como la prisión de Sednaya, no es sólo un símbolo de la caída del régimen: representa el colapso de un sistema construido sobre el miedo, la coacción y la glorificación de la muerte para Assad.
Sin embargo, mientras los sirios afrontan este nuevo capítulo, la forma en que conmemoran a sus mártires revela tanto avances como prejuicios de género persistentes. Las calles de Siria están llenas de fotos de desaparecidos, rostros de hijos, hermanos y padres desaparecidos. Aunque esta conmemoración popular no está dirigida por el Estado, sigue centrándose abrumadoramente en figuras masculinas, reforzando una narrativa en la que el heroísmo se define a través de las hazañas de los hombres.
Este recuerdo selectivo corre el riesgo de borrar el papel vital que desempeñaron las mujeres sirias, no sólo como víctimas, sino como luchadoras, activistas y líderes comunitarias que desafiaron el régimen autoritario. Las mujeres fueron torturadas, encarceladas y desaparecieron junto a los hombres. Sin embargo, su resistencia suele quedar relegada a los márgenes de la memoria pública.
Si Siria quiere reescribir realmente su historia, debe adoptar un enfoque inclusivo del recuerdo, que honre tanto a los hombres como a las mujeres que han soportado la brutalidad de la dictadura. La conmemoración no debe limitarse al martirio masculino, sino que debe reflejar el diverso espectro de la resistencia siria, desde las madres que llevaron a cabo huelgas de hambre fuera de las cárceles hasta las jóvenes que documentaron crímenes de guerra en ciudades asediadas.
La caída del régimen de Assad ofrece no sólo una transición política, sino una oportunidad para redefinir la identidad nacional. Para liberarse del legado de la masculinidad baasista, los sirios deben enfrentarse a cómo incluso los movimientos de base pueden perpetuar inconscientemente las narrativas de género. El martirio no debe ser el único indicador de heroísmo; la supervivencia, la resistencia y la búsqueda de la justicia son legados igualmente poderosos.
Al reivindicar las historias de hombres y mujeres, Siria puede ir más allá de las sombras de su pasado autoritario y elaborar una narrativa que celebre todo el espectro del valor, la resistencia y la humanidad.

