Carta abierta al hijo recién nacido de Mahmud Khalil y Nur Abdala

Nyle Fort, Common Dreams, 12 mayo 2025

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Nyle Fort es profesor adjunto de Estudios Afroamericanos y de la Diáspora Africana en la Universidad de Columbia.

Querido Pequeño:

No conozco tu nombre legal. Pero sé cómo quiere llamarte mi gobierno. Criminal. Terrorista. Problema. Una amenaza para la seguridad nacional. Mejor muerto. Todo lo que están llamando a tu padre: Mahmud Khalil. Todo excepto el precioso hijo de Dios que eres tú.

Cuando me enteré de que dos agentes de paisano del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas habían secuestrado a tu padre por protestar contra el genocidio en Gaza, temblé. Cuando supe que lo habían capturado en la Universidad de Columbia, donde enseño, justo delante de tu madre, Nur, que te había llevado en su vientre durante ocho turbulentos meses, se me hundió el pecho en el estómago.

Desde entonces no he dejado de pensar en ti. Tu corazón ha estado latiendo en la puerta de mi conciencia.

Me avergüenza admitir que me sorprendió que se llevaran a tu padre. Soy hijo de perseguidos que fueron secuestrados, encadenados y arrancados de sus familias por los fundadores de este país. Sé que Estados Unidos se convirtió en la nación más poderosa de la Tierra apoderándose del trabajo de los negros y de las tierras de los indígenas. También sé que Columbia, donde tu padre ayudó a liderar las protestas estudiantiles, nunca ha sido una institución que valore la libertad, ni académica ni de ningún otro tipo. Es un guardián del imperio estadounidense y el mayor propietario inmobiliario de Nueva York.

Por eso no voy a insistir en lo que las circunstancias de tu nacimiento ya demuestran. El fascismo está aquí. Es peligroso ser consciente de ello. Decir la verdad puede hacer que te denuncien, te encierren o te echen del país. Nadie está a salvo.

Ojalá no fuera así. Ojalá pudiera escribirte sobre la belleza de la Tierra sin la brutalidad de sus habitantes. Ojalá pudiera mostrarte la majestuosidad del Amazonas, la mayor selva tropical del planeta, sin los codiciosos directores ejecutivos que la han convertido en una mercancía. Desearía poder describir el sonido y el olor de Baltimore, Miami y San Luis sin el ¡pop! de la pistola de un policía o el hedor de una mujer sin hogar que languidece en la calle.

Ojalá pudiera pintarte un cuadro de tu pueblo, el pueblo palestino, sin olivos estériles, innumerables puestos de control, centros comerciales construidos sobre tumbas y una prisión al aire libre de 40 kilómetros de largo donde más de 50.000 palestinos, entre ellos casi 16.000 niños, han sido masacrados por el ejército israelí. Ojalá pudiera leerte una historia sin los llantos de una madre y su bebé sepultados bajo los escombros.

Pero me temo que la escritura está en el muro, pequeño. Y el muro, ya sea el que serpentea por Palestina o el que encierra las fronteras y prisiones de Estados Unidos, está manchado de sangre y envuelto en alambre de espino.

No pretendo asustarte. Sólo compartir contigo lo que necesitas saber para sobrevivir. No sólo para proteger tus pequeñas extremidades y tus ojos entrañables, sino tu precioso corazón. Porque aquellos que creen odiarte atacarán tu vida interior. No seas cómplice. Sólo podemos perder si entregamos la espada de la verdad y el escudo del amor propio. Así que protege tu corazón. Rechaza la amargura y el odio. Tener roto el corazón es mejor que no tener corazón.

La verdad es esta: Que son ellos mismos los que no aman. Y esto no es más que un síntoma de la enfermedad que padecemos hoy. La decadencia de la vida moral, la muerte del espíritu humano.

Pero no todo está perdido. El milagro de este momento es que ni siquiera el genocidio puede exterminar nuestra voluntad de vivir, ni el amor que perdura a través del dolor. Esto es lo que te hace profundamente peligroso para los poderes fácticos, aunque aún no hayas dado tu primer paso ni murmurado tu primera palabra. Porque eres la prueba de una vida irreprimible.

Un nuevo mundo no está esperando a nacer. ¡Ya está aquí!

Pude vislumbrar su belleza en el campamento de Columbia. Esparcidos entre sacos de dormir había una biblioteca improvisada, una clínica médica, puestos de comida, murales de arte, círculos de música y carteles que decían «Basta de financiar el genocidio» y «Judíos por una Palestina libre». Los estudiantes musulmanes celebraron la  jummah, mientras que los judíos observaron el séder y los cristianos organizaron el servicio dominical. Profesores y organizadores impartieron clases sobre política mundial y la historia del activismo estudiantil, mientras los niños volaban cometas y helicópteros de la policía sobrevolaban la zona.

No había que pagar para aprender, compartir el pan o recibir asistencia médica. La única deuda que acumulamos es el amor y el cuidado que nos debemos los unos a los otros. El campamento fue educación (¡y vida!) en su máxima expresión. No porque fuera perfecto. No lo fue. Sino porque fue un modelo de lo que significa para una comunidad multirracial y multiconfesional aprender a convivir y apoyarse mutuamente.

Algunos intentarán convencerte de que los que se oponen al genocidio son campeones del odio. No te dejes engañar por sus mentiras. Sus esfuerzos por difamar a tu padre y a todos los que actúan con valentía moral revelan quiénes son ellos, no tú.

James Baldwin, que creció no muy lejos del lugar donde secuestraron a tu padre, lo sabía mejor que ningún otro escritor que yo haya leído. En 1963, sólo unos meses antes de que cuatro miembros del Klu Klux Klan bombardearan la iglesia baptista de la calle 16 de Birmingham, Alabama, asesinando brutalmente a cuatro niñas negras durante la escuela dominical, escribió una carta a su sobrino adolescente, James. «Dije que la intención era que perecieras en el gueto, que perecieras sin que se te permitiera nunca ir más allá de las definiciones del hombre blanco, sin que se te permitiera nunca deletrear tu nombre propio».

Pequeño, debes saber esto. El mundo intentará definirte por tu código postal, color de piel, tradición religiosa y lengua materna. Y algunos intentarán hacerte sentir pequeño y sin valor. Pero la identidad es un derecho de nacimiento, no una marca de nacimiento. Tu derecho, y tu responsabilidad, es decidir quién serás cuando te hagas mayor.

Rezo para que crezcas fuerte y hermoso. Rezo para que crezcas siendo curioso y comprometido con algo más grande que tú mismo. Rezo para que aprecies la vida, incluso cuando duele. Rezo para que tú y tu padre riais juntos a la sombra de los olivos. Rezo para que tú y tu madre bailéis hasta que brillen las estrellas. Rezo para que recojas los frutos de su trabajo, y de todos los que sembramos semillas de libertad en esta desdichada Tierra. Rezo para que luches para que, algún día, ningún niño se convierta en mártir. Rezo para que siempre creas que otro mundo es posible. Y que -incluso bajo la sombra de la muerte- hay belleza en la lucha.

Cuando supe que habías nacido, sentí una mezcla de furia, alivio y alegría. Odio que tu padre esté atrapado en una jaula en Luisiana, a más de 2.000 kilómetros de distancia, mientras tu madre te trajo a este mundo en Nueva York. Odio que este gobierno le impidiera cogerle la mano y oír tu primer llanto. Lloro ante la idea de que llores sin su tierno contacto y sus ojos maravillados.

Y, sin embargo, doy gracias a Dios por haber entrado en las puertas de la Historia en un momento como éste. Sé que puede sonar extraño, incluso cruel. Si no cambiamos de rumbo, para cuando seas capaz de leer esta carta, Miami podría ahogarse; el Amazonas podría no existir más; y otra generación de niños palestinos habrá crecido bajo cielos devastados por la guerra. Este no es el mundo que ningún niño debería heredar, ni ningún adulto debería tener que soportar.

Pero, ay, aquí estás. Y estoy aquí para decirte, pequeño, que el mundo es tuyo. Todo él. No porque tengas derecho a poseer la Tierra, sino porque tienes la responsabilidad de administrar su supervivencia y su esplendor.

El atardecer es tuyo para atesorarlo. El árbol de hoja perenne es tuyo para cuidarlo y explorarlo. Los niños son tuyos para criarlos, enseñarles y protegerlos. Los ancianos son tuyos para aprender de ellos y cuidarlos. Los muros son tuyos para derribarlos. Las guerras son tuyas para terminarlas. Los secretos son tuyos para guardarlos. Los antepasados son tuyos para llorarlos, honrarlos y vengarlos. Tus padres son tuyos para amarlos. Y tú, ¡tú eres nuestro para que te cuidemos! Nos pertenecemos los unos a los otros.

Por favor, debes saber que eres amado. Y que, con amor, lucharemos por tu vida, y por la vida de tu padre, y por todas y cada una de las vidas, hasta la muerte.

Sumud y Salām,

Nyle

Foto de portada: Manifestantes se reúnen en Times Square en solidaridad y para exigir la liberación del estudiante de posgrado de la Universidad de Columbia Mahmud Khalil, el 12 de abril de 2025 en Nueva York. (Foto: David Dee Delgado/Getty Images)

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