Siria, Israel y la política de coerción: Una mirada crítica a la normalización

Dalia Ismail, Al-Jumhuriya English, 22 mayo 2025

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Dalia Ismail es una periodista y activista italo-palestina independiente.

El conflicto sirio ha sido durante mucho tiempo un campo de batalla tanto de narrativas como de ejércitos. A lo largo de los años, acontecimientos, imágenes y símbolos aislados han sido sacados de su contexto, amplificados desproporcionadamente y puestos al servicio de fines ideológicos más amplios. Uno de los ejemplos más recientes es la imagen de un cartel en el que se lee «Gracias Netanyahu» (شكراً نتنياهو) supuestamente sostenido por niños en Idlib tras el asesinato por Israel de Hasan Nasralá en Beirut, un momento que, a pesar de ser un episodio marginal y aislado, fue ampliamente difundido como prueba de que los sirios anti-Asad estaban alineados con Israel, y traicionaban a Palestina y el Líbano, que siguen sufriendo bajo la maquinaria genocida de Israel.

Las mismas voces que amplificaron esta imagen -a menudo dentro de segmentos de la izquierda antiimperialista- permanecieron en silencio cuando, tanto antes de la caída del régimen de Asad en zonas controladas por la oposición como Idlib, como en todo el país tras su colapso, se produjeron manifestaciones propalestinas en solidaridad con Gaza. Estas movilizaciones -especialmente las de Idlib y otros territorios controlados por los rebeldes antes de la caída de Asad- reflejan una solidaridad que era imposible bajo el régimen, donde todas las protestas independientes, incluso las nominalmente alineadas con las posiciones declaradas del régimen, eran estrictamente controladas o reprimidas.

La amplificación selectiva de imágenes aisladas, ideológicamente convenientes -al tiempo que se ignoran dinámicas más amplias y realistas- no sirve a la búsqueda de la verdad. Al contrario, refuerza las narrativas ideológicas preexistentes a expensas de la realidad.

En Siria, el poder nunca ha actuado siguiendo líneas ideológicas claras. Todos los actores externos han actuado en función de cálculos estratégicos, no de principios coherentes. Rusia se coordinaba con Israel mientras respaldaba a las fuerzas iraníes; Turquía apoyaba a las facciones armadas de la oposición mientras mantenía lazos económicos con Moscú; y el régimen de Asad toleraba los ataques aéreos israelíes contra Hizbolá y las milicias iraníes siempre que no amenazaran su propia estabilidad.

Entender cómo esta representación ha moldeado las percepciones del actual gobierno sirio es esencial para explicar por qué narrativas como la de los «rebeldes sionistas» ganaron tanta tracción; a pesar de la ausencia de cualquier alineación formal o política con Israel hasta el momento.

Hoy, con el Gobierno de transición sirio señalando oficialmente su apertura a la normalización con Israel, muchos de los mismos actores que definen a la antigua oposición siria como «sionista» ven confirmadas sus opiniones. Pero esta interpretación pasa por alto una vez más la compleja dinámica que ha llevado a Siria a este punto: la implacable campaña militar israelí, el colapso de la infraestructura de defensa nacional del país, la fragmentación del territorio y el impacto a largo plazo de las sanciones económicas.

Por supuesto, la perspectiva de una normalización con Israel es preocupante para todos en la región, y está claramente determinada por la influencia de las potencias del Golfo, Turquía y los países occidentales, cuyas condiciones para levantar las sanciones se consideran esenciales para permitir que surja y se construya una nueva Siria.

Pero debemos analizar la evolución de la situación siria, las alianzas y los lazos diplomáticos teniendo en cuenta el efecto acumulativo de años de destrucción, el contexto geopolítico más amplio y el estado psicológico del pueblo sirio después de todo lo que ha soportado, y debemos examinar de cerca lo que Israel está haciendo realmente en Siria. Sólo examinando la escala y la intención de la campaña militar de Israel -a menudo ignorada o minimizada- es posible una comprensión más completa y fundamentada de la trayectoria actual de Siria.

La estrategia de Israel: Terror preventivo y sanciones occidentales

La estrategia militar de Israel en toda la región se basa en el terrorismo sistemático: el uso de una violencia abrumadora y desproporcionada para destruir no sólo la capacidad militar del adversario, sino también su voluntad psicológica de resistir. Esta lógica se manifiesta de manera diferente según el contexto: en Yemen, las operaciones respaldadas por Israel reflejan una campaña destinada a castigar colectivamente al país por sus acciones en solidaridad con Palestina; en Siria, la estrategia ha sido explícitamente preventiva, diseñada para neutralizar cualquier amenaza futura antes de que pueda materializarse.

Este doble enfoque tiene sus raíces en lo que se ha denominado «Doctrina Dahiya», una estrategia militar israelí aplicada por primera vez en el Líbano y Palestina, que aboga por la destrucción masiva, con el objetivo declarado de disuadir futuras hostilidades imponiendo costes insoportables a las infraestructuras civiles y militares. En Siria, esta doctrina se aplicó inmediatamente después de la caída de Asad, cuando el país experimentaba un vacío de poder: cientos de ataques aéreos dirigidos contra bases aéreas, depósitos de misiles, puertos y centros de mando -muchos de ellos lejos de cualquier línea de frente activa- con el objetivo de garantizar que Siria nunca recuperara el funcionamiento estratégico o la autonomía.

La lógica es coherente: disuasión a través de la devastación. Como advirtió el ministro de Defensa israelí, Israel Katz, en abril de 2025: «Advierto al líder sirio, Abu Mohamad al-Yolani: Si permites que fuerzas hostiles entren en Siria y pongan en peligro los intereses de seguridad de Israel, pagarás un alto precio».

En su estado degradado, el camino de Siria hacia la normalización con Israel y el bloque regional más amplio alineado con Estados Unidos tiene menos que ver con la ideología y más con esta condición de terror y debilidad. Es probable que la reciente decisión de Estados Unidos de levantar las sanciones venga acompañada de condiciones estrictas, como un retroceso de la influencia iraní, la normalización con Israel y la alineación de Siria con un orden regional remodelado definido por la cooperación saudí-estadounidense-israelí y los intereses estratégicos occidentales más amplios.

Esta transición no puede entenderse plenamente sin tener en cuenta el peso combinado de la campaña militar israelí y el efecto aplastante de las sanciones occidentales. Los ataques aéreos israelíes no sólo han desmantelado los sistemas de defensa y las infraestructuras militares estratégicas de Siria, sino que han eliminado su capacidad de ejercer un control soberano sobre su propio territorio. Al mismo tiempo, las sanciones de Estados Unidos y la UE han estrangulado la economía, bloqueando la reconstrucción, interrumpiendo las importaciones esenciales y aislando al país de los sistemas financieros internacionales.

Juntas, estas dos fuerzas -la degradación militar desde arriba y la asfixia económica desde el exterior- han dejado a Siria estructuralmente incapacitada. El Estado se ha vaciado, incapaz de reconstruirse, defenderse o negociar en sus propios términos. En este contexto, la normalización con las potencias alineadas con Occidente y el Golfo no es producto de una alineación ideológica, sino el resultado de una coacción prolongada. El cambio no es brusco, sino el resultado de una erosión lenta y metódica de otras posibilidades. En la actualidad, Siria no se enfrenta al mundo desde una posición de elección, sino desde una posición de agotamiento: vulnerable, dependiente y acorralada políticamente.

Uno de los principales objetivos regionales de Occidente y del Golfo ha sido aislar a Irán y desmantelar el llamado Eje de la Resistencia en pós de sus propios intereses estratégicos y los de Israel. Para lograrlo, han perseguido el estrangulamiento sistemático y el chantaje político de Siria, presionándola hasta la sumisión.

Normalización sin soberanía: Lecciones desde Cisjordania

Aunque a menudo se presenta externamente como un logro diplomático histórico, la normalización no ofrece ninguna perspectiva realista de mejora significativa para Siria. Al contrario, corre el riesgo de consolidar la pérdida de agencia política del país y de despojarlo de la poca soberanía que le queda. Más que una señal de renovación, este proceso marca la formalización del control externo sobre el futuro de Siria.

La Cisjordania ocupada ofrece el precedente más emblemático. A pesar de los mecanismos formales de normalización entre Israel y la Autoridad Palestina -incluida la llamada «coordinación de seguridad»- las realidades materiales sobre el terreno no han hecho más que empeorar. La ocupación militar israelí persiste. Los asentamientos ilegales siguen expandiéndose por tierras palestinas, tras el desplazamiento forzoso de sus residentes. Las detenciones masivas, las redadas violentas en los campos de refugiados y el acoso diario en los puestos de control se han convertido en algo sistemático, mientras que la libertad de circulación está ahora más restringida que nunca. Desde el punto de vista económico, la Cisjordania ocupada se ha vuelto más dependiente de los permisos, las infraestructuras y los mercados laborales israelíes, lo que limita cualquier forma de autonomía real. La normalización no ha acabado con la represión, sino que la ha racionalizado e institucionalizado.

Este paralelismo es instructivo para entender la trayectoria actual de Siria. Israel no tiene motivos para retirarse de los territorios que ocupa -los Altos del Golán, zonas del sur de Quneitra, la sección siria del monte Hermón y Daraa- simplemente porque Siria ya no suponga una amenaza. De hecho, la normalización sólo facilita que Israel afiance su presencia, sin afrontar ningún coste político ni resistencia militar. Al igual que en la Cisjordania ocupada, los acuerdos formales coexisten con la ocupación, el desplazamiento y la dependencia.

Este proceso sirve principalmente a los intereses israelíes y occidentales. Neutraliza a Siria como actor regional. Para Siria, la normalización en estas condiciones no representa la paz ni la reintegración, sino el fin total de la autonomía política. Sin embargo, este resultado no se elige libremente, sino que surge de una encrucijada imposible: o aceptar la normalización, con Israel continuando ocupando territorio sirio, o enfrentarse a la amenaza continua de ataques aéreos, inestabilidad y posibles invasiones futuras. En este contexto, lo que parece diplomacia es en realidad la formalización de la coerción.

Los sirios siguen teniendo poder de decisión

Analizar y comprender el alineamiento gradual de Siria con Israel y el eje Golfo-Occidente no es justificarlo. Más bien se trata de cuestionar las narrativas simplistas que pintan cualquier desviación del «Eje de Resistencia» como «traición», ignorando el entorno coercitivo en el que se producen estos cambios.

Volver a introducir matices en la conversación significa reconocer que la normalización puede imponerse y tener un coste significativo, y que analizar sus causas no significa aprobar sus consecuencias. También requiere reconocer que existe una agencia política siria, y que sobrevivir políticamente bajo presión no hace que una decisión consecuente sea correcta o justificable.

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