Un mundo al revés: El cambio climático y el complejo industrial fronterizo en la era Trump

Todd Miller, TomDispatch.com, 1 junio 2029

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Todd Miller, colaborador habitual de TomDispatch, ha escrito sobre temas fronterizos y de inmigración para el New York Times, Al Jazeera America y el NACLA Report on the Americas. Escribe una entrada semanal para Border Chronicle. Su último libro es Build Bridges, Not Walls: A Journey to a World Without Borders (Construir puentes, no muros: un viaje hacia un mundo sin fronteras). X: @memomiller y en toddmillerwriter.com.

Aunque parezca increíble, tuve una experiencia trascendental en la Border Security Expo de este año, el evento anual que reúne a la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) y al Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) con la industria privada. Sin embargo, dudo en describirlo así, porque me encontraba en la sala de exposiciones y de repente me vi en el corazón mismo del complejo industrial fronterizo de Estados Unidos. Fue a principios de abril y estaba rodeado de los últimos equipos de vigilancia —sistemas de cámaras, drones, perros robot— de unas 225 empresas (una cifra récord para un evento de este tipo) que exhibían sus productos en el Centro de Convenciones de Phoenix. Muchas de las personas allí presentes parecían muy emocionadas por el hecho de que Donald Trump volviera a ser presidente.

Quizás se pregunten cómo es posible tener una experiencia mística mientras se visita la mayor feria anual de vigilancia fronteriza del país, y yo estaría de acuerdo, sobre todo porque mi momento llegó justo después de que la secretaria del Departamento de Seguridad Nacional, Kristi Noem, pronunciara el discurso de apertura ante un salón de baile repleto del centro de convenciones. Quizá no le sorprenda saber que Noem, que había lucido un reloj Rolex de 50.000 dólares en una sesión fotográfica en una prisión salvadoreña por «terrorismo» apenas unas semanas antes, recibió una ovación tras otra cuando afirmó que la administración Trump había casi logrado el «control operativo» de la frontera entre Estados Unidos y México. (¡Solo queda un poco más, insistió!) El mismo argumento había sido esgrimido por el «zar de la frontera», Thomas Homan, ese mismo día. Ambos pidieron al público que ovacionara a todos los agentes de la ley fronteriza presentes en la sala por, como dijo Noem, soportar el «desastre y el mal liderazgo de Joe Biden al frente de este país». Y, al igual que sus predecesores, utilizó abundantemente palabras como «invasión», sugiriendo que unos Estados Unidos demasiado frágiles estaban luchando contra un asedio de proporciones desconocidas.

El difunto escritor uruguayo Eduardo Galeano tenía un nombre para esa experiencia: la llamaba «el mundo al revés». En un mundo así, no se nos presentan los hechos, sino todo lo contrario. Sin embargo, para el complejo industrial fronterizo, es precisamente ese mundo invertido el que vende su producto.

Entonces sucedió. Caminaba por un pasillo repleto de empresas de drones, entre ellas una de la India llamada ideaForge, cuyo dron de tamaño medio estaba «construido como un pájaro» y «probado como un tanque». También había sofisticados sistemas de cámaras con inteligencia artificial montados en mástiles sobre drones terrestres blindados, lo que podría considerarse la combinación perfecta de la tecnología fronteriza moderna actual. También estaba la empresa Fat Truck, cuyos vehículos tenían neumáticos más altos que mi coche. Me rodeaban sistemas de rayos X y biométricos, junto con agentes de la Patrulla Fronteriza vestidos con uniformes verdes, sheriffs de los condados fronterizos y agentes del ICE que revisaban el equipo. Como siempre, se podía oler el dinero en el aire. De mis trece años cubriendo la Border Security Expo, esta fue claramente la más grande y entusiasta de todas.

Caminaba por ella sobre una de esas alfombras azules desgastadas que se encuentran en los centros de convenciones y, de repente, ya no estaba caminando allí. En cambio, me encontraba en la Sierra Tarahumara, en el estado de Chihuahua, México, con un hombre rarámuri llamado Mario Quiroz. Había estado allí con él la semana anterior, así que se trataba de un recuerdo, pero tan vívido que prácticamente me abrumó. Podía oler el bosque cerca del Cañón del Cobre, uno de los lugares más bellos del planeta. Podía ver a Quiroz mostrándome los árboles amarillentos y secos que se agrietaban por todas partes en medio de una megasequía de proporciones asombrosas. Incluso pude vislumbrar el fracturado Río Conchos, el río mexicano que, en la frontera, se convertiría en el Río Grande. Se estaba secando y los árboles a lo largo de él estaban muriendo, mientras que muchos lugareños se veían obligados a emigrar a otros lugares para poder sobrevivir.

Tuve que sentarme. Cuando lo hice, de repente me encontré de vuelta en la exposición, en ese ambiente viciado y climatizado que solo promete más torres de vigilancia y drones en esa misma frontera. Entonces me di cuenta de algo que me hizo reflexionar: aunque el devastado terreno de la Sierra Tarahumara y la Exposición de Seguridad Fronteriza no podrían ser más diferentes, en realidad también están íntimamente conectados. Después de todo, la Sierra Tarahumara representa la realidad demasiado palpable y devastadora del cambio climático y la forma en que ya está empezando a desplazar a las personas, mientras que la Expo representaba la respuesta más destacada de mi país a ese desplazamiento (y del Norte Global en general). Para Estados Unidos, cada vez más en la era de Donald Trump, la única respuesta a la crisis climática y al desplazamiento masivo de personas es aún más control fronterizo.

«Inmigrantes indeseados y hambrientos»

Consideremos el informe encargado por el Pentágono en 2003 titulado «Un escenario de cambio climático abrupto y sus implicaciones para la seguridad nacional de Estados Unidos». En él se afirmaba: «Es probable que Estados Unidos y Australia construyan fortalezas defensivas alrededor de sus países, ya que cuentan con los recursos y las reservas necesarios para alcanzar la autosuficiencia». También predecía que «se reforzarán las fronteras alrededor del país para frenar a los inmigrantes indeseados y hambrientos procedentes de las islas del Caribe (un problema especialmente grave), México y Sudamérica». Veintidós años después, esa profecía —si la Border Security Expo es indicativa de algo— se está haciendo realidad.

En 2007, Leon Fuerth, exasesor de seguridad nacional del vicepresidente Al Gore, escribió que los «problemas fronterizos» desbordarán las capacidades estadounidenses «más allá de la posibilidad de control, salvo con medidas drásticas, y tal vez ni siquiera así». Sus reflexiones fueron una respuesta a una solicitud de la Cámara de Representantes para que científicos y militares ofrecieran proyecciones serias que relacionaran el cambio climático y la seguridad nacional. El resultado sería el libro Climatic Cataclysm: The Foreign Policy and National Security Implications of Climate Change (Cataclismo climático: Las implicaciones del cambio climático para la política exterior y la seguridad nacional). Dado que, según su editor, Kurt Campbell, se necesitarían 30 años para que una plataforma militar importante pasara de la «mesa de diseño al campo de batalla», ese volumen era, de hecho, un libro de preparación para un futuro fronterizo que sólo ahora está empezando a envolvernos de verdad.

En marzo, me encontraba en una colina en la localidad de Sisoguichi, en Chihuahua (México), con el sacerdote local, Héctor Fernando Martínez, quien me dijo que la gente de allí no plantaría maíz, frijoles ni calabazas en absoluto este año debido a la sequía. Temían que nunca más volviera a llover. Y era cierto que la sequía en Chihuahua era la peor que había visto nunca, afectando no sólo a las montañas, sino también a los valles, donde los lagos y embalses secos habían dejado a los agricultores sin agua para el ciclo agrícola de 2025.

«¿Qué hace la gente entonces?», le pregunté al sacerdote. «Emigrar», me respondió. Muchas personas ya emigran durante medio año para complementar sus ingresos, recogiendo manzanas cerca de Cuauhtémoc o chiles cerca de Camargo. Otros terminan en la ciudad de Ciudad Juárez, trabajando en maquiladoras (fábricas) para producir bienes para Walmart, Target y fabricantes de aviones de combate, entre otros lugares. Algunos, por supuesto, también intentan cruzar a Estados Unidos, solo para encontrarse con la misma tecnología y armamento que vi ese día en la Border Security Expo.

Esos desplazamientos, previstos en evaluaciones de principios de la década de 2000, ya se están produciendo de una manera cada vez más inquietante. El Centro de Seguimiento de Desplazados Internos informa de que cada año unos 22,4 millones de personas se ven desplazadas a la fuerza debido a «riesgos relacionados con el clima». Y las previsiones sobre la migración futura son alarmantes. El Banco Mundial estima que, para 2050, 216 millones de personas podrían estar desplazadas en todo el mundo, mientras que otro informe especula que la cifra podría llegar incluso a los 1.200 millones. Por supuesto, son múltiples los factores que influyen en la decisión de las personas de emigrar, pero el cambio climático se está convirtiendo rápidamente en uno de los más importantes (si no el más importante).

A pesar de los esfuerzos de la administración Trump por eliminar el cambio climático de todos los documentos y discursos gubernamentales y, literalmente, borrarlo como tema de interés, la Evaluación de Amenazas Internas 2025 del DHS describe muy bien lo que está sucediendo en Chihuahua y en otros lugares: «Los desastres naturales o los fenómenos meteorológicos extremos en el extranjero que perturban las economías locales o provocan inseguridad alimentaria pueden exacerbar los flujos migratorios hacia Estados Unidos». El Plan de Acción Climática del DHS de 2021 afirmaba que el departamento «llevaría a cabo operaciones integradas, en escala progresiva, ágiles y sincronizadas en estado estable… para asegurar la frontera sur y sus accesos». Resulta que el «control operativo» que Kristi Noem mencionó en la Border Security Expo incluye preparativos para una posible migración masiva provocada por el clima. Ese mundo distópico infernal (imaginado en películas como Mad Max) llega directamente desde el Departamento de Seguridad Nacional de Trump a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México.

El complejo industrial fronterizo en acción

Mientras continuaba por la sala de exposiciones, recordé haber caminado por la Chihuahua azotada por la sequía, y pensé en lo que está sucediendo ahora en nuestra frontera para hacer frente a la pesadilla humana del cambio climático de una manera demasiado militar. De manera bastante ominosa, la empresa Akima, que gestiona el centro de detención del ICE en la bahía de Guantánamo, en Cuba, era uno de los principales patrocinadores de la exposición y vi su nombre destacado en un lugar prominente. Su sitio web indica que «ahora está contratando personal para apoyar los esfuerzos del ICE», lo que enmarca eficazmente las deportaciones masivas prometidas por Trump como una buena oportunidad para los voluntarios.

En un stand de la empresa QinteQ se exhibía un robot terrestre que se asemejaba a un insecto de múltiples patas. Me pregunté cómo podría ayudar esto con la sequía de Chihuahua. Un vendedor me dijo que podía utilizarse para la desactivación de bombas. Cuando le miré con incredulidad, mencionó que había oído hablar de un par de casos de bombas encontradas en la frontera. En otra empresa, UI Path, un entusiasta vendedor afirmó que su software se centraba en la «eficiencia» administrativa y me aseguró que estaba bien «alineado con DOGE» (el Departamento de Eficiencia Gubernamental de Elon Musk), lo que permitía a los agentes de la Patrulla Fronteriza no tener que ocuparse de las «tareas tediosas» para poder «salir al campo». Entonces le pregunté por su éxito con la Patrulla Fronteriza y me respondió: «Ya tienen nuestro programa. Ya lo están utilizando».

Cuando me acerqué al stand de Matthews Environmental Solutions, los vendedores no estaban allí. Pero detrás de una solitaria silla verde, un gran cartel indicaba que la empresa era uno de los «líderes mundiales en incineración de residuos», con más de 5.000 instalaciones en todo el mundo. Una foto de un gran incinerador de residuos metálicos me llamó la atención, de forma un tanto morbosa, porque la página web también decía que la empresa ofrecía «sistemas de cremación». Aunque no vendían ese servicio en la Border Security Expo, sin duda había un simbolismo macabro en una exposición de este tipo, en la que las cenizas humanas podían convertirse en beneficios y el sufrimiento en ingresos.

Los analistas de la consultora global IMARC Group prevén con optimismo un mercado de seguridad nacional aún más sólido en el futuro. «El creciente número y gravedad de los desastres naturales y las emergencias de salud pública», escriben, «ofrece unas perspectivas favorables para el mercado de la seguridad nacional». Según los cálculos de IMARC, el sector crecerá de 635.900 millones de dólares este año a 997.820 millones en 2033, lo que supone una tasa de crecimiento de casi el 5 %. Sin embargo, la empresa Market and Markets prevé un ascenso mucho más rápido y estima que el mercado alcanzará los 905.000 millones de dólares el año que viene. En resumen, la opinión general es que, en la era del cambio climático, la seguridad nacional pronto estará a punto de convertirse en una industria de un billón de dólares. ¡Imagínense cómo serán entonces las futuras exposiciones sobre seguridad fronteriza!

Sin duda, la administración Trump, deseosa de descartar cualquier cosa relacionada con la financiación del cambio climático y, al mismo tiempo, trabajando duro para aumentar la producción de combustibles fósiles, tiene planes ambiciosos para contribuir a esa misma realidad. Desde enero, la CBP y el ICE ya han destinado alrededor de 2.500 millones de dólares en contratos. Aún es pronto, pero esa cifra es en realidad inferior al ritmo de Joe Biden hace un año; su gasto alcanzó los 9.000 millones de dólares al final del año fiscal 2024. A pesar de las constantes acusaciones de Trump y otros de que Joe Biden mantenía «fronteras abiertas», terminó su mandato como el presidente que más contrató en materia de control fronterizo e inmigración, lo que supuso un listón muy alto para Trump.

En 2025, Trump cuenta con un presupuesto de 29.400 millones de dólares para la CBP y el ICE, ligeramente inferior al de Biden en 2024, pero históricamente alto (aproximadamente 10.000 millones de dólares más que cuando comenzó su primer mandato como presidente en 2017). Sin embargo, el cambio se producirá el año que viene, ya que la administración solicita 175.000 millones de dólares para el Departamento de Seguridad Nacional, lo que supone un aumento de 43.800 millones de dólares «para aplicar plenamente la campaña de expulsión masiva del presidente, terminar la construcción del muro fronterizo en la frontera suroeste, adquirir tecnología avanzada de seguridad fronteriza, modernizar la flota y las instalaciones de la Guardia Costera y mejorar las operaciones de protección del Servicio Secreto».

Además, el 22 de mayo, la Cámara de Representantes aprobó la Ley One Big Beautiful Bill, que, entre otras cosas, inyectaría 160.000 millones de dólares más en los presupuestos de la CBP y el ICE durante los próximos cuatro años y medio. Como afirmó Adam Isaacson, de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos, «nunca hemos visto nada que se acerque al nivel de endurecimiento de las fronteras y a los recursos masivos para la deportación previstos en este proyecto de ley», que ahora se someterá a votación en el Senado. Esto puede explicar el optimismo del sector, que intuye una posible bonanza.

A pesar del profundo deseo de Trump de borrar el calentamiento global de la agenda, el desplazamiento climático y la protección de las fronteras —dos dinámicas con una clara tendencia al alza— están en curso de colisión. Estados Unidos, el mayor emisor histórico de carbono del mundo, ya gastaba 11 veces más en la aplicación de la ley en materia de fronteras e inmigración que en la financiación de la lucha contra el cambio climático y, bajo la presidencia de Trump, esas proporciones se van a volver aún más abismales. La política climática de Estados Unidos se limita ahora a esto: reducir la extracción y el consumo de combustibles fósiles es mucho menos importante (si es que lo es) que la creación de un aparato fronterizo y migratorio rentable. De hecho, la distopía de la Border Security Expo que vi ese día es la respuesta de Estados Unidos a la sequía en Chihuahua y a muchas otras cosas relacionadas con el calentamiento global. Y, sin embargo, en lo que respecta a este país, independientemente de lo que Donald Trump quiera creer, ningún muro fronterizo puede detener el cambio climático en sí.

Mientras escuchaba a Kristi Noem y Thomas Homan hablar de lo que consideraban un país asediado, pensé en el provocativo análisis de Galeano sobre ese mundo invertido en el que el opresor se convierte en oprimido y el oprimido en opresor. Ese mundo incluye ahora incendios, inundaciones, tormentas cada vez más devastadoras y mares que invaden la tierra, todo ello combatido con cámaras de alta tecnología, biometría, perros robóticos y muros formidables.

Aún no puedo quitarme de la cabeza la imagen de esos tonos amarillentos en los árboles moribundos de la Sierra Tarahumara. Caminé con Quiroz por ese cañón hasta el río Conchos y salí a su lecho de piedras secas que crujían como huesos bajo mis pies. Quiroz me contó que de niño iba todos los días a ese río, que entonces fluía, para cuidar las cabras de su familia. Le pregunté qué sentía ahora que parecía un montón de charcos inconexos que se extendían ante nosotros hasta el horizonte. «Tristeza», me dijo.

Al recorrer los pasillos de la exposición, sentí el peso de esa palabra: tristeza. Tristeza, sin duda, en este mundo fronterizo nuestro, completamente patas arriba.

Imagen de portada: Naco, de Naco, por Kevin Dooley, con licencia CC BY 2.0 / Flickr

Voces del Mundo

Deja un comentario