Vijay Prashad, CounterPunch.com, 5 junio 2025
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Vijay Prashad es un historiador, editor y periodista indio. Es miembro de la redacción y corresponsal-jefe de Globetrotter. Así como editor-jefe de LeftWord Books y director del Tricontinental: Institute for Social Research. Es miembro no residente del Instituto Chongyang de Estudios Financieros de la Universidad Renmin de China. Ha escrito más de veinte libros, entre ellos The Darker Nations y The Poorer Nations. El libro más reciente de Vijay Prashad (con Noam Chomsky) es The Withdrawal: Iraq, Libya, Afghanistan and the Fragility of US Power (New Press, agosto 2022).
El 12 de mayo de 2025, Abdul Ghani al-Kikli, conocido por todos en Libia como Gheniwa al-Kikli, fue asesinado durante una reunión en las instalaciones de la milicia dirigida por la 444.ª Brigada de Combate en Trípoli. Gheniwa, como se le conocía, dirigía el Aparato de Apoyo a la Estabilidad (AAE), que había gobernado con mano de hierro partes de Trípoli y, de hecho, secciones del norte de Libia. El líder de la 444.ª Brigada, el general de división Mahmoud Hamza, felicitó a sus tropas por «derrocar el Imperio Gheniwa». Hamza, aunque arraigado en su milicia, es el director de inteligencia militar de uno de los varios gobiernos que reclaman ser el gobierno oficial de Libia. La muerte de Gheniwa desencadenó una nueva ola de violencia en Trípoli, ya que los combatientes del AAE salieron a las calles angustiados por la muerte de su líder. Cuando la desesperada AAE se disolvió, la Brigada 444 ocupó sus puestos y propiedades vacíos para reclamarlos. En ese momento, como si Libia necesitara más problemas, las Fuerzas Especiales de Disuasión RADA, lideradas por el líder islamista Abdul Raouf Kara, atacaron a la Brigada 444. Las fuerzas al-Radaa o RADA de Kara tienen sus raíces en la tradición salafista madjali, favorecida por sectores de los Hermanos Musulmanes de Libia, y aunque el nombre de su fuerza parece gubernamental, no es más que otra milicia glorificada que se dedica a perseguir a las fuerzas políticas no islámicas en Libia.
El enfrentamiento entre la 444.ª Brigada y la AAE, y luego con las Fuerzas Especiales de Disuasión RADA, provocó otra ronda de lamentaciones sobre el tribalismo y el islam en Libia. Así fue como la prensa y los think tanks occidentales informaron de lo que había ocurrido en Trípoli. Pero esto es totalmente engañoso. El general de división Hamza respondió a las críticas de que su 444.ª Brigada opera como milicia con fines sectarios en su página de Facebook: «Durante años, siempre nos hemos preocupado por la seguridad y la protección de los ciudadanos, evitando el derramamiento de sangre y deteniendo el conflicto armado. No éramos partidarios de la guerra, y nos preocupaba la santidad de la sangre de personas inocentes y la protección de vidas, propiedades y honores. Nuestra intervención en los últimos años para detener los conflictos armados es prueba de la sinceridad de nuestras intenciones». Se apresuró a reunirse con el primer ministro del Gobierno de Unidad Nacional de Libia, Abdul Rahman al-Dbeibeh, y le dijo que la Brigada 444 había asegurado las principales intersecciones de Trípoli, como las de Salahaldin y Ain Zara. Todo parecía haber vuelto a la normalidad.
Lo que creó la OTAN
Cuando la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) excedió el mandato de la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en 2011, no estableció una zona de exclusión aérea ni evitó el derramamiento de sangre en Libia, sino que destruyó las instituciones del Estado libio y proporcionó cobertura aérea a una serie de milicias. Estos grupos milicianos, financiados por diversos actores (Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí, Catar, Turquía y Estados Unidos), colaboraron contra los restos del Estado libio, pero no tenían nada que los uniera. En el momento en que asesinaron brutalmente a Muamar el Gadafi y se hicieron con Trípoli, se volvieron unos contra otros. Las apresuradas elecciones parlamentarias convocadas para 2012 provocaron un fuerte conflicto entre algunas de estas facciones: la Hermandad Musulmana se unió en gran medida en torno al Partido Justicia y Construcción (liderado por un antiguo gerente de hotel, Mohamed Sowan) y el Frente Nacional para la Salvación de Libia (liderado por un viejo exiliado, Mohamed el-Magariaf), el Partido Salafista Patria (liderado por el clérigo Ali al-Sallabi y el combatiente de Al Qaida Abdelhakim Belhadj) y, por último, los neoliberales de la Alianza de Fuerzas Nacionales (liderada por Mahmoud Jibril, respaldado por Estados Unidos). Las fuerzas pro-Gadafi estaban prohibidas. Ningún líder político obtuvo la mayoría en el Parlamento, mientras que las milicias islamistas y de otro tipo comenzaron a desgarrar el país al desaparecer el monopolio del Estado sobre las fuerzas armadas. Se sucedieron varios primeros ministros, pero ninguno tenía poder real. Toda la situación creada por la OTAN en 2011 estalló en lo que ahora se conoce como la Segunda Guerra Civil, que se prolongó desde 2014 hasta 2020.
Surgieron tres centros de poder. El Gobierno de Unidad Nacional y el Gobierno de Salvación Nacional operan en Trípoli, mientras que el Gobierno de Estabilidad Nacional se encuentra en Tobruk y Bayda. Las armas resonaron cuando el general Khalifa Haftar, antiguo agente de la CIA, intentó en varias ocasiones tomar Trípoli desde el este y proporcionar una solución militar al desorden político. Pero nadie fue capaz de imponerse. Libia se sumió en el caos, los pozos de petróleo se obstruyeron, los robos se generalizaron y las instituciones gubernamentales se deterioraron. Ninguna de las principales fuerzas políticas podía reivindicar su libianidad, por lo que nadie podía elevarse por encima de sus orígenes provincianos (líderes de tal o cual milicia de tal o cual ciudad) o de su limitada base de poder (jefe de tal o cual grupo con hombres armados capaces de defender tal o cual barrio o ciudad). En ausencia de cualquier fuerza nacional (un proyecto militar o político), Libia pasó la última década sumida en la violencia y la desesperación.
Gheniwa era un ejemplo perfecto del tipo de hombre que dominaba Libia. Nació en Bengasi, pero su familia es originaria de Kikla, una ciudad situada en las montañas occidentales de Nefusa, a unos 150 kilómetros al suroeste de Trípoli (donde su cuerpo fue devuelto para ser enterrado el 14 de mayo). Gheniwa era propietario y trabajaba en una panadería en el barrio obrero de Abu Salim, en Trípoli, en 2011, cuando Gadafi fue derrocado. Ya se había convertido en parte de la fuerza local en ese conflictivo barrio y aprovechó esa experiencia para crear una milicia que fue tomando cada vez más el control de partes de la economía y la vida de Trípoli. Fue la AAE la que gestionó muchas de las prisiones en las que se detuvo, torturó y luego vendió como esclavos a migrantes (recientemente, la Corte Penal Internacional dictó una orden de detención contra Osama Elmasry Njim, director de una de estas prisiones; en lugar de entregarlo, el Gobierno italiano, que tenía a Njim bajo custodia, lo devolvió a Libia). Aunque es tentador imaginar que su muerte forma parte de un intento de limpiar los grupos milicianos, en realidad forma parte de una lucha interna más amplia entre las milicias que caracterizó la Segunda Guerra Civil Libia. Las redes sociales muestran el movimiento de grupos milicianos desde Warsehfana y Zawiya, en el oeste de Libia, hacia Trípoli, quizás en apoyo del grupo RADA de Kara. No hay un optimismo inmediato sobre la situación tras la muerte de Gheniwa. El panadero vivió por las armas y murió por las armas. Su vida desde la guerra de la OTAN se ha caracterizado por la violencia y la corrupción, ingredientes peligrosos que caracterizan a la Libia actual.
Convulsiones peligrosas
Pocos días después de la muerte de Gheniwa, el muftí de Libia, el jeque Sadiq al-Ghariani, apareció en la televisión Tanasuh para pedir «que la gente salga a la calle por decenas de miles para pedir elecciones y el fin de las fases de transición». Al-Gharani, un predicador salafista, surgió en el caos de la guerra de la OTAN para reclamar este importante puesto y, desde allí, comenzó a emitir fatwas contra Gadafi y, más tarde, contra cualquiera que se opusiera a su visión del mundo. Sigue siendo muy poderoso y mantiene estrechos vínculos con algunas de las fuerzas islamistas del país. Mientras tanto, el general Khalifa Haftar aprovechó el aniversario de lo que se conoce como el levantamiento al-Karama (Dignidad) de 2014 para expresar su opinión de que el ejército es la institución más importante de Libia y debe ser aplaudido por su valentía y compromiso con la nación. Entre al-Ghariani y Haftar se encuentran las dos fuentes de poder dentro del país, aquellos que esgrimen el Corán y las armas con fines políticos. Sin embargo, incluso ellos están fragmentados.
Pero la verdadera fuente de poder está en otra parte. Desde 2011, las Naciones Unidas han aprobado cuarenta y cuatro veces resoluciones pidiendo estabilidad en Libia y la no injerencia exterior. El alto el fuego de 2020, enraizado en el proceso de Berlín II, creó varias plataformas para la estabilidad y la soberanía, entre ellas el Grupo de Trabajo sobre Seguridad, el Grupo de Trabajo Económico y la Comisión Militar Conjunta 5+5. Estos grupos se han convertido en vehículos para la intervención de potencias extranjeras, desde Estados Unidos hasta Turquía, que están interesadas en la futura producción de petróleo de Libia. Sencillamente, no dejan respirar a Libia porque eso significaría que podría tomar decisiones sobre el petróleo que no complacieran a las fuerzas exteriores. En cada uno de estos grupos y en los muchos otros que se han creado desde 2012, la representación libia ha sido mínima, en gran medida porque la propia Libia está fragmentada y desorientada.
Las armas vuelven a dispararse en Libia. El dinero entra a raudales desde el exterior con la esperanza de que algún día el petróleo libio permita que el dinero se mueva en dirección contraria. En las arenas movedizas del interior de Libia, la esperanza es mínima. El deseo es que no haya más conflictos, pero eso es poco probable. Hay tantos hombres armados por todo el país. Y tienen tantas balas…
Foto de portada: El comandante de la Autoridad de Apoyo a la Estabilidad (SSA), Abdel Ghani al-Kikli, también conocido como «Gheniwa», fue asesinado durante una reunión en la base de la 444.ª Brigada de Combate. Esto desencadenó enfrentamientos masivos entre las fuerzas gubernamentales y paramilitares en toda la capital. (X)
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