Shaimaa Eid, The Palestine Chronicle, 19 junio 2025
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Shaimaa Eid es una escritora que intenta sobrevivir en Gaza.
En Gaza, la guerra no se limita al sonido de las explosiones, la visión de la sangre o los escombros dejados por los tanques y los ataques aéreos.
Se extiende profundamente a los detalles íntimos de la vida cotidiana, donde incluso las necesidades más básicas se convierten en una agotadora batalla por la dignidad y la supervivencia.
Para muchas mujeres y niñas, la llegada de su ciclo menstrual ya no es una preocupación privada, sino una pesadilla recurrente amplificada por el desplazamiento, la pobreza y la guerra.
Las compresas higiénicas, que se dan por sentadas en gran parte del mundo, se han convertido en un lujo inasequible en los campos de desplazados de Gaza. La grave escasez, combinada con el aumento vertiginoso de los precios, impide a miles de mujeres acceder a productos de higiene menstrual.
Con la guerra en curso y la mayoría de las familias sin medios de subsistencia, una gran parte de la población de Gaza vive ahora por debajo del umbral de la pobreza, lo que hace que incluso la higiene más básica sea inalcanzable.
Obligadas por las circunstancias, las mujeres están recurriendo a métodos primitivos e inseguros para gestionar sus períodos, como reutilizar retales de tela, a menudo sin acceso a agua limpia, papel higiénico o productos de higiene personal.
Estas condiciones han provocado complicaciones de salud cada vez mayores, muchas de las cuales son imposibles de tratar bajo el actual asedio y el colapso del sistema sanitario de Gaza.
Pero la cuestión no es solo el acceso a las compresas. Tiene que ver con la dignidad.
Privacidad «inexistente»
La privacidad es prácticamente inexistente en los abarrotados campos de desplazados. En muchos casos, cientos de personas comparten un solo baño. Las niñas y las mujeres deben pasar junto a filas de personas para acceder a él, tratando de ocultar lo que llevan en las manos. La humillación y la ansiedad asociadas a estos momentos son sólo una parte de una crisis mucho más amplia.
Dentro de uno de los abarrotados refugios gestionados por la ONU en Jan Yunis, Rawan, de 25 años, estaba sentada en silencio junto a su madre, tratando de ocultar su incomodidad.
Habló en voz baja: «Me siento avergonzada y asustada cada vez que tengo la menstruación. No hay ningún lugar privado para ducharse, ni compresas higiénicas. A veces me veo obligada a usar trapos viejos o pañuelos de papel. Me preocupa constantemente que alguien pueda darse cuenta u oler algo. Lo que se supone que es una parte natural de la vida de cualquier chica se ha convertido en una pesadilla para nosotras».
Rawan no está sola.
Cientos de mujeres jóvenes desplazadas luchan contra la ansiedad y la falta total de privacidad en refugios que carecen incluso de los estándares más básicos de higiene y cuidado personal. Esto convierte un proceso biológico normal en una fuente de profundo sufrimiento psicológico y físico.
Anticipación y temor
Los analgésicos, que se utilizan habitualmente para aliviar los dolores menstruales, también han desaparecido de las farmacias debido al devastador bloqueo israelí que ha paralizado el suministro de medicamentos en Gaza desde que se intensificó la guerra el 7 de octubre de 2023.
Para muchas mujeres desplazadas, la anticipación de su próximo período está llena de temor, que se suma a la ya larga lista de miedos cotidianos: el zumbido constante de los drones, el olor a muerte en las calles, la escasez de alimentos y agua, y las agotadoras tareas de supervivencia desde el amanecer hasta el anochecer.
Imaginen soportar el dolor físico y la agitación emocional en condiciones inhumanas, sin privacidad, sin atención médica y sin siquiera la seguridad psicológica necesaria para procesar lo que está sucediendo.
En un intento desesperado por suprimir por completo sus períodos, algunas mujeres y niñas han recurrido al uso de píldoras anticonceptivas para retrasar la menstruación. Aunque esto pueda parecer una solución temporal, el uso prolongado y sin supervisión de estos medicamentos plantea graves riesgos para la salud.
Aun así, la mayoría responde a estos riesgos con una frase amarga: «Elegir el menor de dos males».
Privadas de un derecho fundamental
No se trata simplemente de una historia sobre la falta de compresas higiénicas. Se trata de una lucha más profunda por la dignidad de las mujeres y su derecho a cuidar de sus cuerpos de una manera que respete su humanidad.
A todas las mujeres desplazadas de Gaza se les niega un derecho fundamental que debería estar garantizado a todas las mujeres, independientemente de su ubicación geográfica o circunstancias. Y en una sociedad conservadora en la que estos temas suelen estar envueltos en silencio, muchas sufren en silencio, incapaces de expresar sus necesidades o buscar ayuda.
Las mujeres desplazadas en Gaza también se enfrentan a una enorme carga psicológica.
Han perdido sus hogares, sus ingresos y, a menudo, a sus seres queridos. Muchas informan de un empeoramiento de la ansiedad y la depresión, síntomas que afectan directamente a su salud general y a su capacidad de resistencia.
Se necesitan urgentemente sistemas de apoyo integrales, tanto psicológicos como físicos. Esto incluye hacer que los productos de higiene menstrual sean accesibles y asequibles como una necesidad básica, no como un lujo.
El peso de las responsabilidades
En innumerables familias, las mujeres se han convertido en las únicas proveedoras tras la muerte o desaparición de sus padres, maridos y hermanos.
Estas mujeres cargan con el peso de todo el hogar sobre sus hombros. Trabajan dentro y fuera de las tiendas de campaña, recogen agua en pesadas jarras, hacen largas colas para conseguir pan o ayuda alimentaria, todo ello mientras protegen a sus hijos del insoportable dolor del hambre, el miedo y el dolor.
En un edificio parcialmente destruido en Deir al-Balah, se podía ver a Um Mahmud, de 39 años, colocando mantas raídas alrededor de sus cinco hijos.
Su voz sonaba cansada mientras hablaba: «Sufro de quistes ováricos y el dolor menstrual es insoportable».
«Antes de la guerra, solía tomar medicamentos y analgésicos con regularidad. Ahora no tengo nada. A veces uso analgésicos para niños o simplemente aguanto el dolor en silencio. No hay agua caliente, ni un baño limpio, y me aterra contraer una infección», añadió.
Con un suspiro, Um Mahmud continuó: «Nosotras, las mujeres de Gaza, soportamos un doble dolor: no sólo por la guerra y la destrucción, sino por cosas que nadie ve y de las que nadie habla».
Un grito por la dignidad
Las mujeres desplazadas en Gaza sufren una doble agonía, física y psicológica, mientras lo soportan todo en silencio.
Sin embargo, este silencio no es una rendición, sino un grito por la dignidad, una reivindicación de los derechos que ninguna fuerza ocupante tiene autoridad para arrebatarles.
Las voces de las mujeres y niñas de Gaza deben amplificarse.
No se trata de una cuestión marginal, sino de una crisis humanitaria fundamental. El acceso a la atención sanitaria de las mujeres no es algo opcional, es una cuestión fundamental.
Cada vez que no se proporciona, se añade otra violación a la larga lista de abusos infligidos a la población de Gaza. Y en el centro de este sufrimiento, son las mujeres las que soportan la carga más pesada.
Foto de portada: La mayoría de los palestinos asesinados por Israel en Gaza son mujeres y niños. (Foto: Mahmoud Ajjour, The Palestine Chronicle)