El cambio radical de Trump sobre Ucrania

John Feffer, Foreign Policy in Focus, 16 julio 2025

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


John Feffer es autor de la novela distópica Splinterlands y director de Foreign Policy In Focus en el Institute for Policy Studies. Frostlands, original de Dispatch Books, es el segundo volumen de su serie Splinterlands, y la última novela de la trilogía es Songlands. Ha escrito asimismo Right Across the World: The Global Networking of the Far-Right and the Left Response.

Prometió poner fin a la guerra en 24 horas. Se mostró amable con el presidente ruso Vladimir Putin y repitió los argumentos del Kremlin. Humilló al líder ucraniano Volodymyr Zelensky delante de las cámaras en el Despacho Oval. Se negó a enviar más armas a Ucrania.

Pero ese era el antiguo Donald Trump.

El nuevo Donald Trump está enfadado porque Rusia no ha aceptado su generosa oferta de paz. El nuevo Donald Trump admite que Putin le ha engañado. «Creía que era alguien que decía lo que pensaba», confiesa Trump, haciéndose eco de la anterior credulidad de George W. Bush, que había afirmado efusivamente que podía sentir el alma de Putin. «Sabe hablar muy bien, pero luego bombardea a la gente por la noche. No nos gusta eso». Cuando el nuevo Donald Trump cambia al mayestático «nosotros», es señal de una profunda decepción.

Así que ahora Estados Unidos está preparando un nuevo paquete de apoyo militar para Ucrania que incluye armamento tanto defensivo como ofensivo. Mientras tanto, el Congreso está considerando una legislación bipartidista que autorizaría al presidente a imponer un arancel del 500% a cualquier país que siga comprando combustibles fósiles o uranio a Rusia. Trump ha reducido esa amenaza al 100% y ha impuesto un plazo de 50 días para que Rusia y Ucrania firmen un acuerdo.

¿Es todo esto una estratagema teatral para empujar a Rusia a la mesa de negociaciones y a un compromiso? ¿O se trata de una ruptura decisiva entre Trump y Putin, comparable a la reciente ruptura entre el presidente y Elon Musk?

Lo único constante, por supuesto, es esto: no confíes en el presidente de Estados Unidos. No piensa con el cerebro ni siquiera con el instinto. Se mueve por la vesícula biliar, y ahora mismo Putin es el objeto de su bilis. El problema es que Putin siente lo mismo hacia Ucrania.

La intransigencia de Putin

En abril, cuando escribí por última vez sobre la guerra, Putin tenía ante sí un acuerdo bastante bueno. El Gobierno ucraniano estaba dispuesto a considerar un compromiso territorial. Trump estaba ansioso por restablecer las relaciones económicas con Rusia. La adhesión de Ucrania a la OTAN estaba fuera de discusión y el Gobierno estadounidense no estaba suministrando nuevas armas a Kiev (y mucho menos garantías de seguridad).

Pero cuando en mayo se presentó la oportunidad de reunirse con Zelensky en Estambul, Putin no apareció. Y lo que es más preocupante, no se apartó de sus exigencias maximalistas. Ucrania tendría que renunciar al territorio que aún controlaba en las cuatro provincias que Rusia había anexionado formalmente. Para lograr una «paz integral», Ucrania también tendría que reducir su ejército, prohibir la presencia de fuerzas de terceros en su territorio y disolver los «grupos nacionalistas». Para colmo, Ucrania tendría que renunciar a cualquier reclamación de indemnización por los daños causados por Rusia.

La explicación más sencilla para la intransigencia de Putin es su convicción de que puede ganar en el campo de batalla. Las fuerzas rusas han avanzado lentamente, pero con paso firme, hacia el oeste. Las fuerzas ucranianas que se apoderaron de una parte del territorio ruso han sido expulsadas. El Kremlin parece disponer de un número ilimitado de drones y misiles con los que bombardear las ciudades y las infraestructuras ucranianas. No hace mucho, Rusia lanzó una cifra récord de 477 drones, que rápidamente superó con 550 drones. La semana pasada, 728 drones entraron en el espacio aéreo ucraniano. Para septiembre, es probable que Rusia pueda lanzar mil drones a la vez, y las víctimas civiles en Ucrania están aumentando.

Pero cualquier optimismo en el Kremlin se enfrenta a algunas realidades difíciles, incluso antes de tener en cuenta el cambio de postura de Trump y de que esos fuertes aranceles empiecen a surtir efecto.

Empecemos por las matemáticas.

Razones rusas para no estar alegres

Si las tropas rusas mantienen su modesto ritmo de conquista de territorio -y eso es un gran «si»-, completarán la ocupación de las cuatro provincias ucranianas que el Kremlin ya ha reclamado… en febrero de 2028. Ocupar toda Ucrania llevaría 89 años. La opinión pública rusa está cada vez más inquieta, y sólo una minoría apoya una guerra para derrocar a Zelensky. Sus nietos serán aún más infelices si siguen sacrificándose en nombre de una guerra eterna en Ucrania.

Esos sacrificios incluyen más de un millón de bajas rusas desde la invasión a gran escala en 2022. La tasa diaria de bajas casi se ha duplicado desde 2023 (693) hasta la primera mitad de 2025 (1.286). Eso supone casi medio millón de bajas al año. A este ritmo, Rusia sufrirá otros 1,5 millones de bajas sólo para tomar el resto de esas cuatro provincias.

Mientras tanto, la economía rusa está sufriendo, ha estado sufriendo y probablemente seguirá sufriendo después de que cesen las hostilidades. Como escribe Georgi Kantchev en el Wall Street Journal:

La actividad manufacturera está disminuyendo, los consumidores se están apretando el cinturón, la inflación sigue siendo alta y el presupuesto está bajo presión. Los funcionarios rusos advierten ya abiertamente sobre los riesgos de una recesión, y las empresas, desde los fabricantes de tractores hasta los de muebles, están reduciendo su producción. El banco central anunció el jueves que debatirá la reducción de su tipo de interés de referencia a finales de este mes, tras haberlo bajado en junio.

Cuando la guerra termine finalmente, incluso si no se plantea un paquete de compensaciones, los rusos tendrán que pagar la factura de la guerra. Y los costes de oportunidad de gastar dinero en drones y balas, en lugar de modernizar las fábricas y diversificar las exportaciones de combustibles fósiles, garantizarán que la economía rusa siga estancada en los parámetros del siglo XX.

Además, están los reveses militares que está infligiendo Ucrania. Recientemente, un ataque contra un depósito de municiones ruso en la ciudad ocupada de Donetsk tuvo resultados espectaculares, ya que eliminó gran parte de la potencia de fuego en la que Rusia confiaba para su ofensiva de verano. Tras un ataque anterior en el que murió el comandante del Octavo Ejército, las fuerzas rusas en Donetsk «se enfrentan ahora a una cruda realidad: sin proyectiles, sin misiles y sin nadie que las dirija», escribe Chuck Pfarrer en el Kiev Post. «Entre las municiones destruidas se encontraba el principal punto de almacenamiento de misiles tierra-aire de Rusia en Ucrania».

Anteriormente, con la Operación Spiderweb, los drones ucranianos se adentraron en Rusia, llegando incluso a la base aérea de Olenya, en el Ártico, a más de 1.900 km de distancia, para destruir un tercio de los bombarderos estratégicos del país. El impacto psicológico de la operación debió de ser devastador para los planificadores del Kremlin.

Pero nada se compara con la última noticia de que Trump está animando ahora a Ucrania a lanzar ataques de largo alcance en Rusia si Estados Unidos proporciona los misiles necesarios. En una conversación con Zelensky, Trump quiso saber si los ucranianos podían atacar Moscú y San Petersburgo para «hacerles sentir dolor».

Contra la pared

Cualquier cosa que no sea una victoria total hace quedar mal a Putin. Como escribe Lawrence Freedman en Foreign Affairs:

Para Putin, poner fin a la guerra sin alcanzar sus objetivos políticos fundamentales equivaldría a una derrota y provocaría el profundo enfado del bloque patriótico y ultranacionalista que ha cultivado y alimentado durante la guerra. La élite rusa más moderada podría sentirse aliviada por tal resultado, pero, con tan pocos resultados que mostrar tras un esfuerzo tan costoso, seguiría habiendo un peligroso ajuste de cuentas. Muchos empezarían a preguntarse: «¿Ha merecido la pena?», y a cuestionar la falibilidad del liderazgo ruso.

Lo que Putin ha logrado hasta ahora es difícil de presentar como una victoria. Crimea es uno de los destinos vacacionales favoritos de los rusos, pero la península es hoy como una casa de verano muy cara con enormes grietas en los cimientos y múltiples nidos en el ático que envían avispas para acosar a los propietarios de forma continua. El ejército ucraniano ha destruido suficientes buques rusos como para garantizar que el mar Negro no sea el lago ruso que Putin desea. El Donbás es un paisaje en ruinas lleno de combatientes de la resistencia ucraniana que probablemente seguirán operando incluso después del alto el fuego. Claro, hay algunos recursos valiosos bajo tierra, pero buena suerte si tratas de acceder a ellos con saboteadores por todas partes.

Estas son las razones de la intransigencia de Putin. No es que quiera una posición negociadora más fuerte en futuras conversaciones de paz. Ha vinculado efectivamente su destino político a una victoria decisiva en Ucrania porque el compromiso significaría un levantamiento de las fuerzas a su derecha (¿te suena familiar, Netanyahu?). Mientras tanto, cualquier persona de importancia política que pudiera aplaudir el fin de la guerra está en la cárcel, en el exilio o bajo tierra.

¿En qué piensa Trump?

Dado que Trump piensa con la vesícula biliar, es una tontería intentar descifrar su estrategia. Con su vulgaridad habitual, está intentando quedarse con todo.

El presidente de Estados Unidos quiere enviar armas a Ucrania, pero que los europeos las paguen (hasta ahora, Alemania, Dinamarca y los Países Bajos están dispuestos a comprar sistemas Patriot para Kiev). Quiere castigar a Putin por negarse a doblegarse ante la Casa Blanca, pero también le está dando 50 días antes de aplicar cualquier sanción secundaria. Quiere que Ucrania lance ataques que la administración Biden se mostraba reacia a apoyar, pero también quiere un acuerdo de paz que ponga fin a los combates.

No hay nada peor que un narcisista despreciado. A Trump no le importa realmente la guerra en Ucrania. Lo único que quiere es que Putin reconozca su estatus de macho alfa, vuelva a la mesa de negociaciones, acepte la generosa oferta de Trump y se trague un acuerdo que pueda durar hasta las próximas elecciones presidenciales estadounidenses. Eso será suficiente para Trump, al menos en su propia mente, para ganarse el Premio Nobel de la Paz, que se queja de que no obtendrá porque los detractores siempre han estado en su contra.

Trump se considera a sí mismo una fuerza imparable. Pero Putin es un objeto inamovible que no se dejará intimidar porque él es el matón definitivo. Trump despotrica sobre la conquista de Groenlandia, Canadá y Panamá; Putin lanza invasiones reales. Trump tiene miedo de enviar soldados a la batalla; Putin envía oleadas tras oleadas al matadero. Trump amenaza con quitarle la ciudadanía a Rosie O’Donnell; Putin ordena matar a sus enemigos.

El cambio de postura de Trump sobre Ucrania es sólo una cuestión de imagen. Trump quiere una solución que le permita salvar las apariencias para no parecer un idiota por haber prometido poner fin a la guerra en 24 horas. Putin, por su parte, quiere borrar a Ucrania del mapa. Realmente no hay comparación.

Pero Putin también debe afrontar la realidad. Trump puede ser un pusilánime, un halcón de pacotilla, un TACO. Pero en Ucrania, Putin ha encontrado su propio objeto inamovible.

Imagen de portada: Shutterstock.

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