George Capaccio, Common Dreams, 19 julio 2025
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

George Capaccio es un escritor, intérprete y activista de la zona de Boston que actualmente reside en Durham, Carolina del Norte. Sus ensayos y poemas políticos han aparecido en revistas y en diversos sitios web de noticias alternativas, entre ellos ZNet, Counterpunch, Countercurrents y Common Dreams. Puede contactarse con él en: Capaccio.G@gmail.com.
¿Vieron a la anciana encorvada, avanzando con ambas manos apoyadas en el suelo a través del páramo que es Gaza? Nadie acudió en su ayuda. No tuvo más remedio que abandonar el refugio que había encontrado antes de que se dieran las órdenes, y la gente volvió a recoger sus cosas y huyó. Antes de que llegaran los aviones, como siempre lo hacen por la noche, cuando las familias se apiñan en escuelas, en los terrenos de los hospitales, en tiendas de campaña tan resistentes y a prueba de balas como telarañas y cardos.
¿Pueden siquiera imaginar lo retorcida que debe estar la humanidad de una persona para atacar deliberadamente a familias palestinas que duermen en los campos y prados de sus sueños, tal vez recordando días de paz y placeres sencillos mientras acampan sobre piedras áridas y los restos aún humeantes de lo que una vez fueron hogares, tiendas, hospitales, escuelas, mezquitas y universidades? Y, sin embargo, esos valientes «guerreros» israelíes que lanzan las bombas y manejan los drones deben creer que están haciendo la obra de Dios, tal y como lo ordenan las Escrituras y los ministros psicóticos y sedientos de sangre que ahora están en el poder en Israel.
Yo doy testimonio, pero eso no es suficiente. Envío cartas a mis representantes. Alzo la voz cuando se presenta la oportunidad, pero eso tampoco es suficiente. Escribo sobre Gaza, y algunos de mis escritos han sido publicados. La mayoría no. No importa, en realidad. Quienquiera que haya dicho que la pluma es más poderosa que la espada nunca ha sido testigo de un genocidio, ni siquiera desde la comodidad de su propia casa, a miles de kilómetros de la matanza, del hambre deliberada, de la retención sádica no sólo de alimentos, sino de todo lo que la gente necesita para sobrevivir. La locura de lo que está ocurriendo en Gaza y se está extendiendo a Cisjordania me hace preguntarme a qué realidad he sido transportado. Una realidad en la que los códigos básicos del comportamiento humano han sido estrujados y arrojados a un infierno furioso. En la que los principios morales transmitidos desde tiempos inmemoriales ya no sirven como guía para nuestro trato mutuo. Aunque no es cierto que haya habido alguna vez una época en la que el reino de la justicia y la compasión por nuestros semejantes hubiera sido la norma.
Pero ¿no es cierto que la compasión y la justicia han ocupado un lugar especial entre las virtudes de cualquier sociedad civilizada? Criado en la tradición católica romana, me enseñaron a creer que el Sermón de la Montaña (del Evangelio de Mateo) representaba una de las mejores expresiones de la solidaridad humana y las virtudes más elevadas a las que una persona puede aspirar. En otra parte de los Evangelios, Jesús instruyó a sus discípulos para que dejaran que los niños se acercaran a él y les recordó que nadie entrará en el Reino de Dios si no lo recibe como un niño pequeño. Una cosa que creo bastante segura es que aquellos que atacan deliberadamente a los niños pequeños en Palestina nunca llegarán a ese reino trascendente (o inmanente). Ni los soldados que han disparado a quemarropa a la cabeza de los niños. Ni los miembros del Gobierno israelí que han ordenado cerrar las fronteras e impiden que cualquier tipo de ayuda llegue a una población sitiada y hambrienta. Ni los ciudadanos de Israel que apoyan y aplauden lo que su Gobierno está haciendo en su nombre y con su aprobación. Ni los funcionarios de la Administración Trump ni los apparatchiks de ambos partidos políticos que no mueven un dedo ni alzan la voz para detener el genocidio. Si existe un Dios (y sinceramente dudo que lo haya, al menos en el sentido tradicional de un ser sobrenatural que interviene en los asuntos humanos), rezo para que aquellos que han llevado a cabo el genocidio o no han hecho nada para detenerlo paguen por su criminalidad o su silencio, aunque sólo sea siendo atormentados, en retrospectiva, con visiones del dolor y el sufrimiento que sus acciones o inacciones han provocado.
Pensándolo bien, me inclino más por La Divina Comedia y la receta de Dante Alighieri para castigar a los condenados en el infierno: castigándolos a sufrir los mismos pecados que cometieron en vida. Los pilotos israelíes que llevan a cabo ataques masivos contra objetivos civiles en Gaza podrían pagar por sus pecados, en una vida después de la muerte ficticia, viendo cómo sus cuerpos son constantemente desmembrados, al igual que sus municiones causaron la mutilación y el desmembramiento de innumerables mujeres y niños palestinos. En cuanto a aquellos que piensan que privar a personas inocentes de comida y agua es una forma segura de doblegar a los palestinos y acelerar su tan ansiada salida de Tierra Santa, que experimenten una sed insaciable y un hambre perpetua una vez que mueran y desaparezcan, con montañas de deliciosos alimentos y cisternas de agua fría y cristalina fuera de su alcance. Los altos funcionarios del Gobierno israelí que no tienen ni una pizca de piedad por el pueblo de Gaza y se sienten muy cómodos destruyendo todo el sistema sanitario, podrían encontrarse eternamente atados a una camilla empapada de sangre o abandonados en el suelo de un hospital, gritando de dolor por la metralla incrustada en su carne, balas alojadas en sus cerebros, quemaduras de primer grado por la explosión de una bomba de mil kilos (cortesía de los Estados Unidos) lanzada sobre su barrio, y una o más de sus extremidades que requieren amputación sin anestesia y con solo bisturís romos para el corte. Tales condiciones son las que lleva soportando el pueblo de Gaza desde hace casi dos años. Sin duda, los autores del genocidio no merecen menos, en igualdad de condiciones.
Por supuesto, lo anterior es puramente producto de mi propia imaginación y nunca sucederá, ni en esta vida ni en la próxima, suponiendo, en pro del argumento, que «la muerte no es el final». Sin embargo, no es imposible que los extremistas que dirigen el espectáculo en Israel se vean algún día detenidos y finalmente llevados ante la justicia. Dejando a un lado la espeluznante descripción del infierno de Dante, ¿podría llegar a producirse un equivalente en el siglo XXI de los juicios de Nuremberg? Estos se celebraron en Nuremberg (Alemania) entre 1945 y 1949 para los altos dirigentes de la Alemania nazi acusados de crímenes de guerra, crímenes contra la paz y crímenes contra la humanidad. Durante los juicios, en primera fila, se sentaron Hermann Göring, Rudolf Hess, Alfred Rosenberg, Hans Frank, Wilhelm Frick, Julius Streicher, Walther Funk, Hjalmar Schacht y otros.
Sólo que esta vez, los acusados serán los líderes del Estado sionista de Israel y sus principales patrocinadores y facilitadores en Estados Unidos, Reino Unido y Alemania. La primera fila del banquillo del tribunal estará reservada para el presidente israelí Isaac Herzog, el primer ministro Benjamin Netanyahu, el exministro de Defensa Yoav Gallant, el ministro de Finanzas Bezalel Smotrich, el ministro de Seguridad Nacional Itamar Ben-Gvir, el general de división Ghassan Alian (que llamó «animales humanos» a los palestinos de Gaza), la embajadora en el Reino Unido Tzipi Hotovely y otros altos cargos partidarios del genocidio y la limpieza étnica en el Gobierno de extrema derecha israelí, entre ellos Giora Eiland, general de división retirado y principal artífice del llamado «Plan de los Generales», un proyecto para llevar a cabo la limpieza étnica del norte de Gaza, impedir la entrada de toda ayuda humanitaria y matar de hambre a quienes allí permanezcan.
Los asientos honoríficos de la última fila estarán ocupados por personajes como el sucedáneo de presidente Donald Trump; el vicepresidente JD Vance; el secretario de Defensa Pete Hegseth; el secretario de Estado Marco Rubio; el expresidente de Estados Unidos Joe Biden; la exvicepresidenta Kamala Harris; el exsecretario de Estado Anthony Blinken; el exsecretario de Defensa Lloyd Austin; el actual primer ministro del Reino Unido Keir Starmer y su ministro de Asuntos Exteriores, David Lammy; y el presidente alemán Frank-Walter Steinmeier y los principales partidarios de Israel en el Gobierno alemán, entre ellos el canciller Friedrich Merz y el ministro de Asuntos Exteriores Johann Wadephuls.
Sí, nuestro mundo está plagado de conflictos, con la plaga del extremismo de extrema derecha que se está convirtiendo en un fascismo en toda regla; la creciente brecha entre ricos y pobres; el saqueo de nuestro planeta por los voraces magnates de hoy en día; el hambre a escala mundial, sobre todo en Sudán; guerras civiles devastadoras; crisis tras crisis; y sin salvación a la vista. Y luego está Gaza, una franja de tierra costera de unos 40 kilómetros de largo y entre 6 y 13 kilómetros de ancho, donde los habitantes están siendo exterminados sistemáticamente por la fuerza militar, la denegación de ayuda humanitaria, la destrucción de plantas desalinizadoras que de otro modo proporcionarían agua potable, la militarización de los alimentos; en otras palabras, la creación de «condiciones de vida calculadas para provocar [la] destrucción física total o parcial» del pueblo palestino. En otras palabras, genocidio. Recordemos lo que dijo el mencionado general de división israelí Ghassan Alian sobre cómo respondería su país al ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023:
Secuestrar, maltratar y asesinar a niños, mujeres y ancianos no es humano. No hay justificación para eso… Los animales humanos deben ser tratados como tales. No habrá electricidad ni agua [en Gaza], sólo habrá destrucción. Querían el infierno, tendrán el infierno.
A mediados de mayo, el legendario artista Bruce Springsteen (el «Boss») inauguró su gira «Land of Hope and Dreams Tour» en Manchester, Inglaterra, con un golpe directo y sin tapujos dirigido a Donald Trump y a la subversión de los más altos ideales y tradiciones democráticas de nuestro país por parte de su administración. ¡Muy bien, Bruce! Sólo faltó una pequeña cosa en la introducción de su concierto, por lo demás inspiradora y sin precedentes (para una estrella del rock): cualquier mención al genocidio que se está produciendo en Gaza y al apoyo «sin límites» de nuestro Gobierno a Israel. Ni una palabra del Boss. Ni siquiera un gesto que reconociera la difícil situación del pueblo palestino y la complicidad de Estados Unidos. Imagínense qué noche habría sido si no sólo hubiera puesto el foco en el genocidio, sino que también hubiera pedido el fin de los envíos de armas a Israel y el levantamiento del bloqueo. ¿Se habría derrumbado el cielo si Bruce y su «poderosa» E Street Band hubieran invocado el «poder justo» de su música en nombre de las víctimas del genocidio?
La vida sigue, como debe ser. Como tiene que ser. Parafraseando las palabras del gobernador de California, Gavin Newsom, en su discurso televisado del 10 de junio, tenemos que mantenernos firmes y resistir las tácticas intimidatorias de Donald Trump y la violenta represión que amenaza con desatar sobre el país. Pero cuando pienso en Gaza y en las ramificaciones del genocidio de Israel respaldado por Estados Unidos, veo a la humanidad temblando al borde de un gigantesco socavón del que quizá no haya fácil retorno.
¿Cómo es posible vivir en un mundo en el que se llevan a cabo asesinatos en masa mientras gran parte de la humanidad sigue con sus quehaceres como si fuera lo más natural del mundo que un ejército supremamente armado y generosamente subvencionado librara una guerra de aniquilación contra un pueblo empobrecido e indefenso? Una guerra justificada sobre la base de antiguas y evidentemente absurdas reivindicaciones bíblicas sobre la tierra de Palestina. Una guerra librada como represalia por los asesinatos perpetrados por la resistencia palestina el 7 de octubre de 2023. No apoyo esos asesinatos. Tampoco creo que Hamás tuviera el derecho moral de ejecutar a ciudadanos israelíes o tomar a decenas de ellos como rehenes. Lo que sí creo es que la respuesta israelí es sólo la fase más dramática y letal de lo que Israel ha estado tratando de hacer desde su fundación: expulsar o eliminar a la población indígena y crear una nación próspera y en expansión «desde el río hasta el mar», una nación que abarque las antiguas tierras árabes y acabe con el «problema» palestino de una vez por todas.
¿Cómo puedo olvidar lo que he visto durante dos años de genocidio? Es cierto, no estoy en Gaza. No fui allí para ofrecer mis servicios como enfermero o médico de un país del primer mundo. No soy un civil palestino que ha sido testigo de masacre tras masacre, que ha sufrido desplazamiento tras desplazamiento y que ahora se enfrenta a la amenaza inminente de una hambruna masiva. No he llevado a mi hijo o hija heridos a una sala de urgencias lamentablemente falta de personal y con recursos mínimos para tratar a los heridos por las armas israelíes. No he visto a mi esposa, a mis familiares, a mis vecinos, a mis amigos llorar la pérdida de sus seres queridos envueltos en sábanas blancas con su nombre escrito tras otro ataque aéreo israelí contra otra supuesta fortificación secreta de Hamás hábilmente oculta en un hospital, una escuela o un campamento de tiendas de campaña. No me he despertado cada mañana con la tarea de encontrar comida y agua para mis hijos. Ni siquiera una bolsa de harina. Una bolsa de lentejas. Una bolsa de arroz. Sólo para volver con las manos vacías o con unas pocas latas de frijoles, algo de comida desechada de un montón de basura o un puñado de harina recogida del suelo.
Últimamente, bajo los auspicios benignos de los soldados israelíes y los mercenarios estadounidenses, la población de Gaza, en su desesperado intento por recibir un pequeño paquete de comida cortesía de la «Fundación Humanitaria de Gaza» (GHF, por sus siglas en inglés), se ha convertido en blanco de los israelíes, que les disparan en la cabeza o en el pecho, lo que constituye una prueba más, si es que hace falta, de la justa campaña de Israel contra Hamás y no contra las mujeres y los niños que casualmente son los que acaban siendo masacrados, siempre por error, en la guerra de «autodefensa» de Israel, por lo demás justificada. Y el mundo sigue sin hacer nada. No hace más que celebrar reuniones, debatir los pros y los contras de responsabilizar a Israel por sus numerosos crímenes contra la humanidad, o considerar si sería apropiado en los círculos diplomáticos forzar al tan denostado perpetrador del genocidio a que al menos abra sus fronteras y continúe su guerra de «autodefensa» con mayor preocupación por los civiles.
El 2 de marzo, Israel puso fin al alto el fuego temporal que había estado en vigor desde mediados de enero y cerró sus fronteras con Gaza. No se permitió la entrada de alimentos, combustible ni medicamentos. Antes del bloqueo, miles de camiones cargados con toneladas de alimentos, según la UNRWA (Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina) y otras fuentes, estaban listos para proporcionar comidas equilibradas a cientos de miles de palestinos. En la actualidad, algunos de los suministros alimentarios, apilados en un gran almacén en Jordania que Israel impide que se entreguen, están empezando a deteriorarse. Otros suministros alimentarios, como 200.000 toneladas métricas de harina, caducarán en julio, mientras que se prevé que aumenten las tasas de malnutrición entre los niños de Gaza.
En Iraq, durante los años de sanciones económicas generales (1990-2003) impuestas por Estados Unidos y el Reino Unido, visité hospitales públicos de todo el país como activista contra las sanciones. En las salas de pediatría, sin excepción, vi niños gravemente desnutridos con madres que también lo estaban, no porque Iraq fuera incapaz de satisfacer las necesidades nutricionales de su población, sino porque el embargo había paralizado los sistemas de producción y distribución de alimentos y el sistema médico, había diezmado la economía y había agravado la pobreza que ya existía. Los niños que vi tenían un peso peligrosamente bajo y eran susceptibles a enfermedades que su sistema inmunológico debilitado no podía combatir. Cientos de miles de niños y niñas iraquíes murieron como consecuencia de las sanciones, que el coordinador humanitario de la ONU para Iraq, Dennis Halliday, y su sucesor, Hans von Sponeck, no dudaron en calificar de genocidio. (Ambos dimitieron de sus cargos en Bagdad antes que convertirse en instrumentos de una política genocida).
Me temo que el mundo ha olvidado en gran medida el genocidio orquestado por Estados Unidos contra el pueblo iraquí, en particular contra los niños, los ancianos y los pobres. Y ahora, décadas después, algo que pensé que nunca volvería a presenciar está ocurriendo en Gaza.
Esos Estados Unidos tan queridos por Bruce Springsteen, ese «faro de esperanza y libertad durante 250 años», en sus propias palabras, respaldan plenamente las políticas y acciones de un gobierno sin escrúpulos que no aporta más que enfermedad y muerte al pueblo palestino.
¿Hay esperanza? Si la hay, ¿dónde podemos encontrarla? ¿En el Consejo de Seguridad de la ONU? No estoy tan seguro, dado el historial de Estados Unidos de vetar cualquier resolución que pida un alto el fuego o que responsabilice a Israel por sus violaciones de las leyes internacionales.
Siempre hay acciones simbólicas, como, por ejemplo, la valiente misión emprendida por doce activistas para romper el bloqueo de Gaza por parte de Israel y entregar una cantidad simbólica de ayuda. El Madleen fue apresado ilegalmente en aguas internacionales por comandos israelíes que secuestraron a los activistas a bordo, todos los cuales probablemente serán deportados a sus países de origen.
Entonces, ¿qué nos queda? ¿El poder del pueblo? Absolutamente esencial e históricamente un poderoso baluarte contra la injusticia en todas sus múltiples formas. El destacado historiador Howard Zinn dijo lo siguiente sobre el poder del pueblo: «Cuando nos organizamos entre nosotros, cuando nos involucramos, cuando nos levantamos y alzamos la voz juntos, podemos crear un poder que ningún gobierno puede suprimir». (De A Power Governments Cannot Suppress, publicado en 2006 por City Lights).
Desgraciadamente, los movimientos por la justicia social no siempre dejan a su paso un cambio positivo y que afirme la vida. En febrero de 2003, millones de personas en todo el mundo salieron a las calles para protestar contra la amenaza de invasión de Iraq por parte de Estados Unidos. A pesar de esta oposición masiva y global a la guerra de agresión de George Bush Jr., Estados Unidos lanzó la invasión el 20 de marzo de 2003. La Operación Libertad Iraquí, como se la denominó, provocó la muerte de cientos de miles de personas, algunos dicen que más de un millón de iraquíes, además de una brutal violencia sectaria y el surgimiento de redes terroristas que aún hoy siguen activas en algunas partes de Oriente Medio.
Chris Hedges, periodista, autor, ministro ordenado y excorresponsal de guerra en Centroamérica, prevé el inminente fin del genocidio en Gaza. En su comentario del 10 de junio en Consortium News, escribe: «Pronto se acabará. En unas semanas. Como mucho».
Los palestinos, atraídos por la promesa de comida, se agolpan en el sur de Gaza. Hedges predice que, desde allí, familias hambrientas y desesperadas acabarán cruzando la frontera con Egipto y buscando refugio en el Sinaí egipcio, donde podrán ser deportadas. A principios de este año, el primer ministro israelí Netanyahu abrazó el plan desmesurado e inequívocamente ilegal de Trump de «trasladar» (en otras palabras, deportar) a dos millones de palestinos a Libia y otros países de la región. Y si eso ocurre, se supone que Estados Unidos «tomará el control de la Franja de Gaza». Me aterra pensar en lo que podría convertirse esta antigua y venerada tierra si prevaleciera la visión de Trump: una «Costa Dorada» kitsch de casinos, hoteles, edificios de oficinas ostentosos, puestas de sol doradas, bulevares bordeados de limoneros en homenaje a los antiguos habitantes y quién sabe qué otras construcciones ostentosas levantadas sobre tierras robadas, después de que se hayan retirado los escombros, se hayan retirado los cuerpos aplastados, se hayan blanqueado las manchas de sangre y los gritos y las plegarias enterrados de un pueblo perseguido se hayan reducido a un lamento omnipresente y apenas audible que nada podrá eliminar ni silenciar.
No sé si Chris Hedges tiene razón. Lo que sí sé es que las personas con conciencia siguen movilizándose y exigiendo el fin del genocidio y el bloqueo que Israel ha impuesto. En París, hace sólo unos días (hoy es 13 de junio), decenas de miles de personas se reunieron en apoyo a los palestinos y su llamamiento a la libertad y al fin de la ocupación. A finales de mayo, activistas propalestinos vertieron tinte rojo en la Fuente de los Inocentes de París para simbolizar la matanza que Israel está llevando a cabo en Gaza. También en junio se han celebrado grandes manifestaciones en apoyo a Palestina en Turquía, Grecia, Brasil y los Países Bajos. Se calcula que 150.000 manifestantes propalestinos salieron a las calles de La Haya, en los Países Bajos, para exigir a su Gobierno que imponga sanciones a Israel. Esta fue la segunda vez en un mes que grandes multitudes se reunieron en La Haya y marcharon hacia la Corte Internacional de Justicia, donde Sudáfrica, a finales de diciembre de 2023, presentó su caso acusando a Israel de violar los términos de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio. Los organizadores de la marcha en La Haya, entre ellos Amnistía Internacional y Oxfam, explicaron que su objetivo era crear una «línea roja simbólica», algo que, según ellos, el Gobierno no ha hecho a la hora de detener el genocidio.
Francesca Albanese, relatora especial de la ONU para los territorios palestinos ocupados, se ha convertido en una destacada defensora de los derechos humanos del pueblo palestino y en una crítica abierta del Gobierno israelí, al que acusa del delito de genocidio. A pesar de haber sido difamada como «antisemita» y de haber recibido amenazas de muerte por su postura de principios, Albanese no cejará en su llamamiento a un «alto el fuego inmediato e incondicional, y a la movilización de todas las formas de presión global sobre el Estado israelí».
Su valentía y fortaleza, al igual que las de innumerables personas normales y corrientes que defienden al pueblo de Gaza, me dan esperanza. También me da esperanza el movimiento mundial del año pasado de estudiantes que instalaron campamentos en las instalaciones de las universidades para concienciar sobre el genocidio y expresar su solidaridad con el pueblo palestino. Y actualmente hay dos proyectos de ley muy importantes en el Congreso para poner fin a la complicidad de Estados Unidos en el asesinato genocida de palestinos. El 5 de junio, casi dos docenas de representantes liderados por Delia C. Ramírez (demócrata por Illinois), Sara Jacobs (demócrata por California), Pramila Jayapal (demócrata por Washington) y Mark Pocan (demócrata por Wisconsin) presentaron la «Ley para bloquear las bombas». La legislación suspendería la transferencia de armas ofensivas a Israel y exigiría el cumplimiento por parte de Israel de la legislación estadounidense e internacional. La Ley para bloquear las bombas es una «medida urgente para hacer valer la autoridad supervisora del Congreso con el fin de proteger a los civiles del hambre, el desplazamiento y la muerte».
El 4 de junio, otro grupo del Congreso presentó una resolución separada destinada a abordar la crisis provocada por el hombre en Gaza. La Resolución 473 de la Cámara de Representantes, presentada por los representantes estadounidenses Pramila Jayapal, Jamie Raskin (demócrata por Maryland), Bill Keating (demócrata por Massachusetts), Valerie Foushee (demócrata por Carolina del Norte) y Becca Balint (demócrata por Vermont), pide el envío inmediato de alimentos y ayuda humanitaria a Gaza y el fin de la «prolongada crisis humanitaria de los palestinos que viven allí».
Estos legisladores de Washington D.C. se suman ahora a Amnistía Internacional, Oxfam, Jewish Voice for Peace, Human Rights Watch, Médicos Sin Fronteras (Médecins Sans Frontières) y muchas otras organizaciones no gubernamentales que trabajan por la paz y el fin del genocidio, junto con innumerables personas y grupos de ciudadanos que reconocen la ilegalidad y la inmoralidad de las acciones de Israel y están haciendo todo lo que está en su mano para concienciar y detener la matanza.
En última instancia, no se trata de si yo o cualquier otra persona tenemos esperanza. Lo que importa es que los palestinos conserven el derecho a poseer y ocupar su propia tierra, sean reconocidos como una nación independiente dentro de fronteras seguras, recuperen su dignidad frente a la deshumanización que sufren desde hace mucho tiempo y, quizás lo más importante, reconstruyan y restauren lo que ha sido destruido, que nunca debe perderse ni abandonarse.
Foto de portada: Una mujer palestina llora ante la tumba de un familiar en Jan Yunis, al sur de la Franja de Gaza, el 16 de junio de 2025. (AFP vía Getty Images)