Ameer Al-Auqaili, Foreign Policy in Focus, 24 julio 2025
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Ameer Al-Auqaili es un doctorando en Ciencias Políticas en la Universidad de Wayne, en Michigan.
A principios de 2025, con una inflación que superaba el 11 % y manifestaciones masivas que paralizaban las principales ciudades, el gobierno de la Liga Awami de Sheikh Hasina se derrumbó sin fanfarria. Sin embargo, en lugar de permitir que las fuerzas democráticas reclamaran el poder, el aparato militar del país y las élites arraigadas desplegaron una solución de crisis muy manida: la instalación de un tecnócrata ampliamente respetado. Ese tecnócrata era Muhammad Yunus, economista ganador del Premio Nobel de la Paz, famoso por ser pionero en el microcrédito, no por gobernar naciones.
Su selección no tenía por objeto provocar una transformación democrática. Se le asignó la tarea de estabilizar la situación sin alterar los acuerdos fundamentales de poder. El mandato no podía ser más explícito: pacificar las calles, satisfacer a los donantes internacionales, organizar elecciones para 2026 y luego apartarse. Las capitales occidentales celebraron el nombramiento. El FMI suavizó su postura. Las páginas editoriales lo proclamaron como una valiosa oportunidad para la renovación democrática.
Sin embargo, esto no es en absoluto una transición democrática. Es un intermedio estratégico de la élite. Sin reconocer esta realidad, el mandato de Yunus corre el riesgo de convertirse en otro aterrizaje suave para las fuerzas autoritarias, que ya se están posicionando para volver al poder.
¿Por qué Yunus, por qué ahora?
Durante más de diez años en el poder, la Liga Awami de Sheikh Hasina mantuvo un control férreo sobre Bangladesh. El triunfo electoral del partido en 2018, que le aseguró 257 de los 300 escaños parlamentarios, provocó una condena generalizada por parte de los observadores internacionales, y Human Rights Watch declaró que las elecciones «no fueron ni libres ni justas». Las figuras de la oposición acabaron entre rejas, el poder judicial cayó bajo la influencia política y la libertad de prensa se marchitó. Lo que quedaba de las instituciones democráticas servía principalmente para legitimar el régimen autoritario.
Este sistema comenzó a desmoronarse a finales de 2024. Las presiones económicas se intensificaron cuando la inflación subió al 11,38% en noviembre, manteniéndose en niveles de dos dígitos durante los primeros meses de 2025. Miles de manifestaciones estallaron en Daca, lanzando a decenas de miles de personas a las calles. Sin embargo, la oposición política, debilitada por años de marginación y divisiones internas, no fue capaz de reclamar el liderazgo. El ejército, que durante mucho tiempo había actuado como garante tácito de la estabilidad, decidió intervenir.
En lugar de llevar a cabo un golpe de Estado, los líderes militares respaldaron una estrategia de transición tecnocrática. Muhammad Yunus, respetado internacionalmente, sin afiliaciones partidistas y percibido como una persona íntegra, fue nombrado líder interino en enero de 2025.
Reformas sin poder
El Gobierno de Yunus ha presentado un ambicioso programa de reformas, anunciando nuevas medidas para la transparencia electoral y la supervisión de la financiación de las campañas, planes para reestructurar tanto el poder judicial como la comisión electoral, compromisos para liberar a los presos políticos y reabrir los canales de comunicación con los grupos de la oposición, e investigaciones sobre los megacontratos adjudicados por la administración anterior. Además, su equipo está elaborando un «paquete de reformas de gobernanza» integral diseñado para reequilibrar el funcionamiento de la función pública, modernizar la regulación de los medios de comunicación y reforzar la independencia judicial.
Estas iniciativas se ajustan perfectamente a las expectativas diplomáticas. Sin embargo, bajo la superficie, la dinámica fundamental permanece inalterada. Los burócratas de carrera siguen siendo leales a la Liga Awami. El poder judicial actúa con extrema cautela. Mientras tanto, el ejército, aunque apoya públicamente la transición, mantiene su capacidad para detener todo el proceso si las reformas invaden sus intereses fundamentales.
Yunus puede ocupar el cargo más alto, pero actúa dentro de marcos institucionales diseñados para repeler cualquier cambio significativo.
Razones por las que fracasará
Los estudiosos de la democratización han examinado exhaustivamente estos escenarios durante las últimas décadas. Estas «transiciones controladas» rara vez culminan en una auténtica gobernanza democrática.
El campo de la transitología demuestra que las contiendas electorales y los cambios de liderazgo sólo representan cambios superficiales. La verdadera transformación democrática se produce exclusivamente cuando los detentadores del poder arraigados se comprometen a operar bajo marcos políticos fundamentalmente nuevos, un principio central en la influyente obra de Juan Linz y Alfred Stepan sobre la consolidación democrática.
La distinción fundamental radica en si las transiciones surgen de una presión popular genuina o del cálculo de las élites. Las transiciones gestionadas suelen servir para preservar las estructuras de poder existentes, al tiempo que crean una apariencia de progreso democrático. Sin un compromiso auténtico de todas las partes interesadas para aceptar la incertidumbre de los resultados políticos, estos procesos tienden a revertir a los patrones familiares de autoridad concentrada.
La Liga Awami está fuera del poder, pero no fuera del sistema. La oposición sigue siendo demasiado débil. El ejército continúa siendo el árbitro definitivo. Y Yunus, a pesar de su condición de premio Nobel, carece de una base política, un movimiento de masas y el poder coercitivo para implementar un cambio real.
Su legitimidad proviene de donantes occidentales, embajadas extranjeras y las instituciones que se supone que debe reformar. Esto crea una vulnerabilidad fundamental: la legitimidad derivada de fuentes externas, en lugar del apoyo popular interno, puede retirarse tan fácilmente como se concedió. A la hora de la verdad, Yunus debe someterse en última instancia a las mismas fuerzas que lo colocaron en el poder. La propia agenda de reformas se convierte en rehén de la tolerancia de quienes se benefician del statu quo.
Como advirtió Guillermo O’Donnell, sin instituciones arraigadas y protegidas, las transiciones fracasan, no necesariamente en una dictadura, sino en algo más engañoso: una ilusión de democracia en la que las élites reorganizan el poder mientras mantienen intacto el sistema.
Eso es lo que hace que el momento de Bangladesh sea tan frágil. Y tan familiar.
Un patrón global
Bangladesh sigue un patrón bien establecido. Este mismo guion se ha repetido en Egipto y Túnez, donde las aperturas democráticas iniciales dieron paso a restauraciones controladas del control autoritario. El tema constante sigue siendo el mismo: sustituir la cara pública mientras se preserva la estructura de poder subyacente.
Lo que está en juego va mucho más allá de las fronteras de Bangladesh. Como octava nación más poblada del mundo, centro crucial de fabricación de prendas de vestir y puente estratégico entre la India y China, Bangladesh ocupa una posición crítica en los asuntos mundiales. El país ya se enfrenta a graves retos climáticos, con el aumento del nivel del mar, devastadoras olas de calor y desplazamientos rurales masivos que amenazan a millones de sus ciudadanos. La agitación política amplifica exponencialmente estas vulnerabilidades existentes.
Si esta transición fracasa, las consecuencias se extenderán por todas las regiones, lo que provocará una mayor inestabilidad, la interrupción de las cadenas de suministro mundiales, la aceleración de la migración por motivos climáticos y políticos y otro ejemplo más de retórica democrática que oculta la preservación de la élite. El entusiasmo de la comunidad internacional por celebrar un éxito prematuro refleja un peligroso patrón de ilusiones vanas. Estos mismos actores han confundido repetidamente las transiciones controladas con una democratización genuina, para luego expresar su sorpresa cuando las fuerzas autoritarias reafirman su control. Bangladesh representa otra prueba para ver si los observadores externos pueden distinguir entre el progreso democrático real y el teatro político cuidadosamente coreografiado.
Preparando la salida de Yunus
Muhammad Yunus no tiene ninguna responsabilidad en la ruptura de las instituciones democráticas de Bangladés. Sin embargo, ha heredado la compleja tarea de supervisar su deterioro.
En una reciente sesión de la Cumbre Mundial de Gobiernos, Yunus articuló su misión: «Mi papel no es liderar un nuevo partido, sino ayudar a restablecer las instituciones que fueron capturadas».
Aunque sus motivaciones parecen genuinas, las buenas intenciones no pueden por sí solas desmantelar un sistema arraigado en el dominio de las élites y la corrupción institucional. Sin transformar las medidas temporales en marcos legales permanentes, cualquier progreso que logre corre el riesgo de revertirse inmediatamente tras su marcha. El reto fundamental no radica en el liderazgo individual, sino en una transformación estructural que perdure más allá de cualquier administrador concreto. La historia demuestra que los interludios tecnocráticos, por muy bienintencionados que sean, suelen servir de respiro para que los intereses arraigados se reagrupen y se adapten. Las mismas redes de élites que hicieron necesaria esta intervención permanecen en gran medida intactas, a la espera del momento adecuado para reafirmar su influencia. Lo que se está desarrollando en Bangladesh no representa una transformación democrática, sino más bien un interludio político calculado, un aplazamiento disfrazado de las reformas significativas.
Como advirtieron O’Donnell, Linz y Stepan, sin un consenso genuino de las élites y unos cimientos institucionales sólidos, las transiciones no concluyen con la democracia, sino con la restauración autoritaria.
La trayectoria de Bangladesh no apunta hacia la transformación, sino más bien hacia la repetición.
Foto de portada: Mohammed Yunnus (Shutterstock