¿Se está hundiendo el orden mundial?

John Feffer, Hankyoreh, 21 julio 2025

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


John Feffer es autor de la novela distópica Splinterlands y director de Foreign Policy In Focus en el Institute for Policy Studies. Frostlands, original de Dispatch Books, es el segundo volumen de su serie Splinterlands, y la última novela de la trilogía es Songlands. Ha escrito asimismo Right Across the World: The Global Networking of the Far-Right and the Left Response.

A veces, cuando se produce un apagón en una ciudad, todo el mundo colabora para mantener el orden, ayudar a los residentes más vulnerables y encontrar formas de hacer frente a la interrupción temporal. Sin embargo, de vez en cuando, un apagón conduce a la anarquía: saqueos, violencia y todos contra todos.

Para muchos observadores, el mundo está experimentando actualmente un apagón con poca cooperación. Países fuertes como Rusia e Israel están invadiendo a sus vecinos más débiles. Los Estados Unidos de Donald Trump han iniciado una guerra comercial que está paralizando la economía mundial. La emergencia climática es cada vez más grave y las instituciones internacionales como la ONU parecen incapaces de abordarla.

Las normas mundiales que rigen los derechos humanos, la protección de los recursos naturales e incluso la soberanía se están erosionando. ¿Ha superado el mundo un punto de inflexión en el que las violaciones se han vuelto tan numerosas que el cumplimiento se ha convertido en cosa del pasado?

¿Es la anarquía el futuro del mundo?

La crisis actual que afecta al orden mundial se reduce a una cuestión de percepción. Los asuntos internacionales parecen hoy mucho menos predecibles que, por ejemplo, durante el período de la Guerra Fría. El orden bipolar ofrecía una apariencia de estabilidad, de una época en la que la Comunidad Europea pudo unirse, los países del este asiático como Corea del Sur y Japón pudieron desarrollarse rápidamente y los países del Tercer Mundo pudieron enfrentar a las dos superpotencias entre sí.

Pero el orden de la Guerra Fría sólo era estable en apariencia. Se caracterizaba por dos normas de conducta distintas para el mundo capitalista y el comunista, y estos mundos chocaban con regularidad. La guerra en Corea y Vietnam, el genocidio en Camboya, la hambruna en Biafra y Bangladesh, los golpes militares en América Latina, África y Asia: sólo el Norte Global disfrutó de una estabilidad y prosperidad sin precedentes durante este periodo.

Las décadas posteriores a la caída del Muro de Berlín en 1989 se caracterizaron por la consolidación de una comunidad internacional basada en el Estado de derecho y la protección de los derechos humanos. Pero este nuevo orden mundial era muy frágil y sus normas a menudo sólo se respetaban cuando se infringían.

Este orden posterior a la Guerra Fría, en el que Estados Unidos actuaba de forma más unilateral, era aún más impredecible que el anterior. Aunque la Unión Europea se expandió, las relaciones entre Estados Unidos y Rusia experimentaron una breve distensión y China inició su rápido crecimiento económico, continuaron produciéndose violaciones horribles: los genocidios en Bosnia y Ruanda, la primera Guerra del Golfo, los atentados del 11 de septiembre seguidos de las guerras en Afganistán e Iraq, los campos de exterminio en Sudán y las devastadoras crisis económicas en Asia en 1997 y a nivel mundial en 2008.

Cuando se sitúan los acontecimientos actuales en este contexto más amplio, la trayectoria actual no parece sustancialmente más anárquica. La mayoría de los países siguen adhiriéndose a las normas mundiales. Siguen sometiendo casos a arbitraje en la Organización Mundial del Comercio y en la Corte Internacional de Justicia. La Corte Penal Internacional sigue emitiendo órdenes de detención y, en el reciente caso de Rodrigo Duterte, deteniendo a figuras conocidas. Existe un cauto optimismo en cuanto a que Brasil pueda reactivar las negociaciones sobre el clima este año, incluso sin la participación de Estados Unidos.

A pesar de las continuas atrocidades cometidas por Rusia e Israel, otros países no se apresuran a apoderarse del territorio vecino. India y Pakistán se alejaron del abismo tras un enfrentamiento por Cachemira. China no ha invadido Taiwán. Venezuela sigue avanzando en sus reclamaciones contra Guyana, pero no ha intervenido militarmente. Trump no ha cumplido sus amenazas contra Groenlandia, Panamá y Canadá.

El temor a la anarquía global se centra más en el futuro que en el presente. ¿Qué pasaría si gran parte del mundo se inclinara hacia la extrema derecha, como en los años previos a la Segunda Guerra Mundial? Es cierto que los nacionalistas de derecha gobiernan en Estados Unidos, Rusia, Hungría, India y El Salvador. Los extremistas amenazan con tomar el poder en Alemania y Francia, alejando así a la Unión Europea del internacionalismo liberal. La ola rosa en América Latina, que ha dado lugar a gobiernos de izquierda en Chile, Colombia, Brasil y México, parece que podría, tras las victorias de Javier Milei en Argentina y Daniel Noboa en Ecuador, adquirir un desagradable tono marrón.

Pero hasta ahora todo apunta a que Trump no está haciendo ningún favor a sus homólogos de derecha en otros países. Gracias al temor a que un Trump autóctono tomara el poder, las elecciones en Canadá y Australia devolvieron al poder al centroizquierda. Los ataques de Trump a Lula en Brasil sólo han aumentado la popularidad del líder izquierdista. La izquierda está ahora al mando en Corea del Sur, el Reino Unido, España y Sri Lanka.

Se especula que Trump está empujando al mundo hacia una forma clásica de orden mundial, es decir, el tipo de esferas de influencia que prevalecieron durante gran parte de la era imperial del siglo XIX. En esta versión actualizada, Estados Unidos se centra en América, China mantiene su influencia principal sobre el este y el sudeste asiático, y Rusia controla el espacio postsoviético, mientras que la influencia europea se limita a su propia porción de Eurasia y partes de África.

Estas teorías parecen plausibles sobre el papel, pero la realidad es bastante más compleja. Estados Unidos, bajo el mandato de Trump, sigue actuando en todo el mundo: bombardeando Irán, suministrando un nuevo paquete de armas a Ucrania y gastando enormes sumas de dinero en el ejército para hacer frente a China. China, por su parte, sigue comprometida con su iniciativa «Un cinturón, una ruta», que implica invertir en proyectos de desarrollo de infraestructuras y minería en todo el mundo. La Unión Europea sigue presionando para ampliar su membresía al espacio postsoviético, incluyendo tanto a Ucrania como a Moldavia.

Luego está la idea de que los BRICS representan un nuevo tipo de fuerza global que está haciendo frente al imperialismo occidental. Aunque Rusia es uno de los principales impulsores de la coalición BRICS, no ha logrado convertir la organización en una entidad antioccidental. Los demás miembros, especialmente China e India, quieren un orden económico abierto. La organización en su conjunto se siente cómoda trabajando dentro del sistema del FMI y el Banco Mundial.

En resumen, el período actual no es más caótico que los anteriores. Estados Unidos, bajo el mandato de Trump, ha abandonado una serie de acuerdos e instituciones internacionales, como el acuerdo climático de París y el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, pero no ha habido una estampida para seguir a Trump. Un futuro en el que los acólitos de Trump gobiernen en todo el mundo no es inevitable ni siquiera probable. No se han materializado órdenes mundiales rivales en forma de esferas de influencia o el surgimiento de un bloque antioccidental. En su mayor parte, las normas mundiales siguen vigentes y no se ha «desatado la anarquía en el mundo», como describió Yeats el período inmediatamente posterior a la Primera Guerra Mundial.

¿Significa eso que el orden mundial continuará tal cual, con ocasionales perturbaciones e incumplimientos?

Siempre es un error dar por sentado que el presente no cambiará, ya que el cambio es una constante en la historia mundial. La crisis climática es la mayor variable. Es una oportunidad para que algunos líderes promuevan la política del miedo, de una guerra de todos contra todos. Sin duda, esa es una de las opciones que ofrece un apagón inminente.

Pero, como ha argumentado de forma convincente la escritora Rebecca Solnit, la respuesta pública más probable ante los desastres actuales y futuros —el huracán Katrina en Nueva Orleans, la pandemia de COVID, la subida del nivel del mar— ha sido cooperar y encontrar soluciones novedosas, incluso liberadoras. Pronto su teoría se pondrá a prueba a nivel mundial. Esperemos que los Trump de este mundo se equivoquen y ella tenga razón.

Imagen de portada de Shutterstock.

Voces del Mundo

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