¿Es un Estado la «recompensa» por el genocidio perpetrado por Israel?

John Feffer, Foreign Policy in Focus, 30 julio 2025

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


John Feffer es autor de la novela distópica Splinterlands y director de Foreign Policy In Focus en el Institute for Policy Studies. Frostlands, original de Dispatch Books, es el segundo volumen de su serie Splinterlands, y la última novela de la trilogía es Songlands. Ha escrito asimismo Right Across the World: The Global Networking of the Far-Right and the Left Response.

La mayor parte de los israelíes están demasiado anclados en las atrocidades que cometió Hamás el 7 de octubre como para reconocer, y mucho menos denunciar, las atrocidades que su Gobierno está cometiendo de forma continuada en Gaza. La opinión pública israelí está desesperada por salvar a los aproximadamente veinte rehenes israelíes que quedan ocultos en algún lugar de esa sitiada Franja. A los israelíes parece preocuparles mucho menos que toda la población palestina de Gaza esté siendo retenida como rehén por el ejército israelí.

En un reciente reportaje desde Israel para The New Yorker, David Remnick describe esta respuesta israelí como «zonas de negación». El eco de La zona de interés, la novela de Martin Amis sobre la indiferencia de las familias nazis que vivían junto al genocidio de Auschwitz, es inconfundible.

Esta indiferencia ante el sufrimiento de los palestinos no es universal dentro de Israel. En medio del hambre, los asesinatos y los desplazamientos en Gaza, los israelíes están empezando por fin a pronunciar la palabra que empieza por «g». Esta semana, dos organizaciones israelíes de derechos humanos, B’Tselem y Médicos por los Derechos Humanos-Israel, llegaron finalmente a la conclusión de que el Gobierno israelí está efectivamente involucrado en un intento de exterminar sistemáticamente a la población palestina de Gaza mediante asesinatos, hambre o desplazamientos forzados.

«La destrucción sistemática del sistema sanitario, la denegación del acceso a los alimentos, el bloqueo de las evacuaciones médicas y el uso de la ayuda humanitaria para promover objetivos militares: todo ello indica un patrón de conducta claro, un patrón que revela una intención», afirma Guy Shalev, director ejecutivo de Médicos por los Derechos Humanos-Israel.

Esta es también la conclusión del historiador israelí-estadounidense Omer Bartov, especialista en estudios sobre el Holocausto en la Universidad de Brown. Ha identificado:

Un patrón de operaciones que se ajusta a las declaraciones realizadas inmediatamente después del ataque de Hamás, consistente en destruir sistemáticamente Gaza. Es decir, destruir escuelas, universidades, museos, todo; hospitales, por supuesto, plantas de agua, plantas de energía. De esa manera, hacerla inhabitable para la población y hacer imposible, si alguna vez esto termina, que ese grupo reconstituya su identidad como grupo borrando por completo todo lo que hay allí.

Un grupo de 31 figuras prominentes israelíes también ha publicado una carta en la que instan a la comunidad internacional a imponer «sanciones devastadoras» a Israel en respuesta a las políticas del Gobierno que facilitan la hambruna en Gaza. El grupo, que incluye a un ganador de un Óscar, un ex fiscal general israelí y un expresidente del Parlamento israelí, también pide un alto el fuego inmediato. Pedir al mundo que sancione a su propio país es casi tan incendiario en Israel como utilizar la palabra «g».

No esperen que el Gobierno de Estados Unidos describa la política israelí como genocida. Sin embargo, Donald Trump sí señaló esta semana que los palestinos se están muriendo de hambre en Gaza. Las pruebas fotográficas son tan claras que incluso el presidente de Estados Unidos, que se apresura a descartar muchos hechos como noticias falsas, dijo que «algunos de esos niños están realmente muriendo de hambre. Lo veo, y eso no se puede fingir». A Trump le cuesta mucho romper con su amigo Bibi, por lo que el genocidio en Gaza debe estar empezando a dañar la reputación de Trump y su autodenominado papel de pacificador. Pero Trump sólo habla de suministrar dinero para el envío de alimentos; no dará el siguiente paso de presionar a Israel para que ponga fin a la matanza.

Como era de esperar, el Gobierno israelí niega las acusaciones de que está matando de hambre deliberadamente a la población de Gaza. Culpa, por improbable que parezca, a Hamás, que se ha visto reducido a una fuerza que apenas puede mantenerse viable, y mucho menos controlar el acceso a los alimentos para dos millones de personas.

El Gobierno de Netanyahu ha respondido recientemente a la presión internacional permitiendo la entrada de más ayuda. Pero es grotescamente insuficiente. Según un informe reciente de la ONU, en Gaza se está produciendo el peor escenario posible de hambruna.

La política del hambre

No hay ejemplo más evidente de la naturaleza política del hambre que Gaza. El hambre no se debe a malas cosechas ni al mal funcionamiento del mercado. El ejército israelí ha arrasado la zona y destruido los medios para cultivar y vender alimentos. Ha impuesto un bloqueo a la entrega de ayuda humanitaria. Hay abundantes alimentos esperando justo fuera de Gaza.

Las Naciones Unidas se han negado a participar en la escasa distribución de alimentos que se lleva a cabo en Gaza. En su lugar, la Fundación Humanitaria de Gaza (GHF) ha establecido centros de distribución en cuatro zonas de evacuación —Tal al-Sultan, el barrio saudí, Jan Yunis y Wadi Gaza— y ha precipitado una lucha distópica y darwiniana por acceder a esos alimentos. Las personas hambrientas deben recorrer, en algunos casos, distancias considerables para llegar a estos centros. Y luego, si llegan allí, se enfrentan a más obstáculos.

Según la página de Facebook de la GHF, los centros permanecen abiertos tan solo ocho minutos cada vez, y en junio la media del centro saudí fue de 11 minutos. Estos factores han llevado a las ONG a acusar al sistema de ser peligroso por su diseño. El director de la UNRWA, Philippe Lazzarini, ha afirmado que «el llamado mecanismo… es una trampa mortal que cuesta más vidas de las que salva».

Hasta ahora, los soldados israelíes han asesinado a más de 1.500 palestinos que intentaban acceder a la ayuda.

Los civiles también deben lidiar con los grupos armados que saquean los convoyes de alimentos. Contrariamente a lo que afirma el Gobierno israelí, estos grupos armados no están afiliados a Hamás. De hecho, un análisis interno del Gobierno de Estados Unidos reveló que Hamás no ha participado en ningún desvío significativo de la ayuda alimentaria.

Más bien, esos grupos armados son específicamente anti-Hamás y han sido apoyados por el Gobierno israelí. De hecho, el Gobierno de Netanyahu ha adoptado abiertamente esta estrategia de «divide y vencerás».

¿Un Estado palestino?

A pesar de que la base material para un Estado se está escapando de las manos de los palestinos como la arena de un reloj de arena, los países de todo el mundo están respondiendo a la crisis actual reconociendo lo que hasta ahora no existe. El último país en reconocer un Estado palestino es Francia. El Gobierno laborista del Reino Unido se ha comprometido a seguir su ejemplo en septiembre si Israel no acepta un alto el fuego. Australia y Canadá están actualmente entre dos aguas. Incluso antes de que Francia diera el paso, diez países de la Unión Europea reconocieron a Palestina, y forman parte de los 147 de los 193 miembros de la ONU que lo han hecho.

Francia también se ha asociado con Arabia Saudí para organizar una conferencia de tres días en la ONU esta semana para debatir la condición de Estado palestino. Ni Israel ni Estados Unidos participaron en las deliberaciones.

Olvídense de la solución de dos Estados o de un solo Estado. Netanyahu apuesta por una solución sin Estado. El Gobierno israelí parece decidido a hacer Gaza inhabitable para los palestinos (aunque quizá no para los colonos israelíes o los ricos interesados en comprar villas frente al mar). Mientras tanto, a finales de mayo, el Gobierno anunció un importante aumento de los asentamientos en Cisjordania, aprobando 22 nuevos asentamientos. El ministro de Defensa, Israel Katz, fue tajante en su justificación de la medida: «Impedir el establecimiento de un Estado palestino que pondría en peligro a Israel».

Todo esto recuerda a la expulsión y el despojo de los nativos americanos durante la presidencia de Andrew Jackson y a la apropiación de tierras que los colonos blancos se apresuraron a llevar a cabo. Jackson, por supuesto, es el presidente favorito de Donald Trump.

Después del genocidio

En los viejos tiempos, los Estados fueron el resultado de genocidios. Estados Unidos, por ejemplo, se construyó sobre el genocidio cometido contra los nativos americanos. Australia y Nueva Zelanda surgieron de manera similar de las cenizas de las atrocidades cometidas contra los pueblos indígenas. Si se indaga lo suficiente, se encontrarán esqueletos similares en los armarios de muchos Estados: en Europa, Asia, América Latina, África.

En la era moderna, la ecuación se ha invertido a menudo. Las minorías apátridas han sufrido genocidios y sólo entonces se les ha concedido un Estado. Ese fue sin duda el caso de los judíos e Israel (1948). Pero también es lo que ocurrió con Bangladesh (1971), Timor Oriental (2002) y, tras un considerable retraso, Namibia (1990) y Armenia (1992). Los kurdos siguen esperando su Estado —tienen parte de un Estado en el Kurdistán iraquí— y no son la única minoría apátrida que anhela una patria reconocida internacionalmente.

Los palestinos llevan esperando su Estado desde la Nakba de 1948. No sólo Israel se ha interpuesto en su camino. Otros Estados árabes han mostrado diversos grados de indiferencia, y los Acuerdos de Abraham son la última prueba de lo fácil que es sobornar a países como los Emiratos Árabes Unidos y Marruecos para que descarten la creación de un Estado palestino. Hamás envió su fuerza expedicionaria a Israel el 7 de octubre en parte para impedir que Arabia Saudí se sumara a los Acuerdos de Abraham.

Ahora, con el sufrimiento palestino en niveles nunca vistos en varias generaciones, es imposible que muchos países aparten la mirada. Francia tiene previsto impulsar la cuestión de la creación de un Estado en la reunión de la Asamblea General de la ONU en septiembre. Las condiciones mínimas para dicho Estado serían, por supuesto, un alto el fuego creíble, el fin de la ocupación israelí de Gaza, el gobierno palestino del territorio y el fin de los nuevos asentamientos en Cisjordania.

Es muy poco probable que el actual Gobierno de Israel apoye estas condiciones. Pero la presión internacional, en la línea de las sanciones devastadoras recomendadas en la carta de los destacados críticos israelíes y apoyadas desde hace tiempo por el movimiento Boicot, Desinversión y Sanciones, podría derrocar a Netanyahu con la misma certeza con la que el movimiento mundial contra el apartheid logró forzar una transición política en Sudáfrica.

Voces de todo el mundo dicen: ahora o nunca para un Estado palestino. Es más que horrible que los palestinos tengan que sufrir un genocidio para que el mundo se tome en serio sus demandas de un Estado. Pero sería incomparablemente peor si, una vez más, no obtuvieran nada a cambio de sus sufrimientos.

Foto de portada de Shutterstock.

Voces del Mundo

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