La diplomacia, no las bombas, resolverá la crisis con Irán

Imran Khalid, Foreign Policy in Focus, 4 agosto 2025

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Imran Khalid es analista geoestratégico y columnista sobre asuntos internacionales. Sus trabajos han sido ampliamente publicados por prestigiosas organizaciones internacionales de noticias y revistas.

Oriente Medio es un polvorín, y Estados Unidos ha encendido la mecha. Los ataques aéreos estadounidenses del mes pasado contra las instalaciones nucleares iraníes de Fordo, Natanz e Isfahán han desencadenado una tormenta. El líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei, salió de su búnker para declarar que «la nación iraní no es una nación que se rinda» y prometió «consecuencias eternas» por la agresión estadounidense. El ataque con misiles de Irán en represalia contra la base estadounidense de Al-Udeid en Catar, aunque limitado, fue una señal de desafío sin una escalada a gran escala.

El presidente Donald Trump, que se regodea por su «destrucción» de las instalaciones nucleares de Irán, exige ahora «¡RENDICIÓN INCONDICIONAL!» y reflexiona sobre un cambio de régimen. Sin embargo, los líderes iraníes, maltrechos pero sin doblegarse, amenazan con cerrar el estrecho de Ormuz y desplegar a sus aliados si se les presiona más. Estados Unidos se enfrenta a una elección: escalar hacia la catástrofe o desescalar mediante la diplomacia. Esta última, aunque menos grandilocuente, es la única vía sensata.

Los líderes iraníes están acorralados, pero decididos. Jamenei, que según se informa se comunica a través de ayudantes de confianza para evitar ser blanco de Israel o Estados Unidos, ha ha echazado las negociaciones con la Administración Trump, argumentando que su objetivo es la «dominación» y no la paz. El ministro de Asuntos Exteriores, Abbas Araghchi, recién llegado de las conversaciones con el ruso Vladimir Putin, advirtió de que nuevos ataques estadounidenses desencadenarían las «capacidades reales» de Irán, insinuando ciberataques o ataques por medio de sus aliados contra bases estadounidenses. El presidente Masoud Pezeshkian, relativamente moderado, dijo al francés Emmanuel Macron que Estados Unidos «debe recibir una respuesta» por su agresión, lo que indica la presión interna para tomar represalias. El Parlamento iraní ha aprobado incluso medidas para cerrar potencialmente el estrecho de Ormuz, una medida que podría asfixiar el 20% del comercio mundial de petróleo. Esta rebeldía enmascara la vulnerabilidad: el régimen, impopular en su país, se enfrenta a protestas, pero mantiene un férreo control, sin una oposición organizada dispuesta a derrocarlo.

La escalada es una apuesta perdedora. La afirmación de Trump de que los ataques «destruyeron por completo» el programa nuclear de Irán es dudosa; la información filtrada por los servicios de inteligencia estadounidenses sugiere que los daños, aunque graves, no son totales. Solo Fordo sufrió daños graves, mientras que Natanz e Isfahán podrían volver a estar operativos en unos meses. Los conocimientos nucleares de Irán, perfeccionados durante décadas, no pueden ser destruidos con bombas. La historia lo confirma: el ataque israelí de 1981 contra Osirak, en Iraq, retrasó las ambiciones de Sadam, pero no les puso fin. El ciberataque estadounidense-israelí Stuxnet de 2010 ralentizó las centrifugadoras iraníes, pero el enriquecimiento se disparó tras la retirada de Trump del PAIC en 2018. Hoy en día, las amenazas de Irán de enriquecer uranio al 90% o de salir del Tratado de No Proliferación Nuclear señalan un giro peligroso, impulsado por la beligerancia de Estados Unidos. Cada ataque refuerza el discurso de los partidarios de la línea dura sobre la hostilidad occidental, lo que une a los iraníes en torno a un régimen que, de otro modo, podrían rechazar.

Una mayor escalada por parte de Estados Unidos, por ejemplo, atacando a Jamenei o a la infraestructura petrolera, sería catastrófica. Los líderes iraníes han advertido de un «daño irreparable» a los intereses estadounidenses, y Araghchi se jactó de que Israel «corrió a papá» (Estados Unidos) para evitar los misiles iraníes. El cierre del estrecho de Ormuz dispararía los precios del petróleo, lo que afectaría gravemente a los consumidores estadounidenses. Los aliados de Irán —Hizbolá, los hutíes, las milicias iraquíes— podrían atacar a las tropas estadounidenses en toda la región, y los hutíes han prometido atacar los barcos estadounidenses si se les provoca. El hackeo de Las Vegas Sands por parte de Irán en 2014 sugiere una capacidad de represalia digital.

Una guerra a gran escala eclipsaría las de Iraq y Afganistán, con un coste de billones de dólares y miles de vidas. Las 610 muertes de civiles iraníes registradas por los ataques estadounidenses, bien sean precisas o exageradas, alimentan ya el sentimiento antiestadounidense. El coqueteo de Trump con el cambio de régimen, al preguntar «¿por qué no habría un cambio de régimen?» en Truth Social, ignora la lección de Iraq en 2003: derrocar un régimen da lugar a menudo al caos, no a la democracia.

La diplomacia ofrece una salida. El PAIC de 2015, a pesar de todos sus defectos, limitó el enriquecimiento de Irán al 3,67% y abrió sus instalaciones a las inspecciones de la AIEA. Funcionó hasta que el ascenso de Trump desató la carrera de Irán hacia el enriquecimiento al 60% para la primavera de 2025. Un nuevo acuerdo, que ofrezca un alivio gradual de las sanciones a cambio de límites de enriquecimiento verificables —por ejemplo, el 5%— y una supervisión rigurosa de la AIEA, podría detener la marcha nuclear de Irán. El E3 (Francia, Alemania y Reino Unido) y China, que ya están instando a la moderación, podrían mediar. La economía de Irán, paralizada por las sanciones y los disturbios internos, ansía un alivio, lo que da ventaja a Estados Unidos. El moderado ataque de Irán contra Catar —19 misiles, la mayoría interceptados, con aviso previo— sugiere un deseo de evitar una guerra total. Estados Unidos puede aprovechar esto, utilizando la «máxima presión» como moneda de cambio, no como grito de guerra.

Halcones como el senador Lindsey Graham (republicano por Carolina del Sur) aplauden los ataques, argumentando que sólo la fuerza puede domar a Teherán. Pero cuatro décadas de sanciones, asesinatos y operaciones encubiertas no han detenido la búsqueda nuclear de Irán, sino que la han afianzado. La presión del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, para que se produzca un cambio de régimen, secundada por Trump, corre el riesgo de provocar una tormenta regional, con 24 muertos israelíes y cientos de iraníes ya contabilizados. La diplomacia, respaldada por la preparación militar, que funcionó con los soviéticos, puede funcionar aquí. La negativa de Jamenei a negociar bajo coacción es previsible, pero el instinto de supervivencia de su régimen no lo es. Es posible alcanzar un acuerdo que respete el orgullo de Irán y, al mismo tiempo, garantice los intereses de Estados Unidos.

La elección es clara: escalar y provocar un desastre o negociar y buscar la estabilidad. La grandilocuencia de Trump puede emocionar a sus bases, pero el futuro de Estados Unidos exige mentes más frías. La diplomacia, no las bombas, es la respuesta.

Foto de portada de Shutterstock.

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