William deBuys, TomDispatch.com, 14 agosto 2025
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

William deBuys, colaborador habitual de TomDispatch, es autor de diez libros, entre los que se incluyen A Great Aridness y The Last Unicorn, que componen una trilogía que culmina con The Trail to Kanjiroba: Rediscovering Earth in an Age of Loss.
El manual totalitario que parece seguir Donald Trump carece de un capítulo. Por muy ávido de poder que sea el presidente, no comprende el poder blando. Las mentes militares y diplomáticas sabias lo entienden bien. George C. Marshall, el general más importante del país durante la Segunda Guerra Mundial y posteriormente secretario de Estado y secretario de Defensa, prestó su nombre y sus energías al mayor ejercicio de poder blando de la historia de Estados Unidos, el Plan Marshall. Tal era su prestigio que, con la ayuda del presidente Harry Truman y el senador Arthur Vandenberg, convenció al Congreso aislacionista de la posguerra para que aprobara el costoso programa y así protegió a Europa occidental del control político soviético, al tiempo que definió la línea de batalla preeminente de la Guerra Fría.
Más de seis décadas después, Jim Mattis, un general retirado de cuatro estrellas del Cuerpo de Marines que ocupó el cargo de secretario de Defensa en la primera administración Trump (cuando la experiencia y la profesionalidad se tenían en cuenta a veces en el Despacho Oval), defendió el poder blando como lo había hecho Marshall. En su testimonio ante el Congreso en 2013, dijo: «Si no se financia plenamente al Departamento de Estado, entonces tendré que comprar más municiones». De este modo, respaldaba el poder blando de la diplomacia, al que podría haber añadido el poder blando de la ayuda no militar y la influencia moral y cultural. El poder blando es la capacidad de «obtener los resultados deseados mediante la atracción y la persuasión, en lugar de la coacción y el pago», es decir, por medios distintos a las balas, la intimidación y el soborno.
La Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés) era descendiente directa del Plan Marshall y encarnación del poder blando. Su abandono y destrucción definitiva por parte de la segunda administración Trump marca un punto de inflexión en la proyección de la influencia estadounidense a nivel mundial. Junto a su lápida en el cementerio de las instituciones, también se podría colocar una placa conmemorativa de la era que el editor Henry Luce denominó en su día «el siglo estadounidense». Al igual que una pareja casada, la agencia y su siglo merecen ser enterrados juntos, ya que sus vidas han estado entrelazadas y sus fechas son casi idénticas.
El asesinato no fue premeditado
Elon Musk, posiblemente bajo los efectos de la ketamina, blandiendo una motosierra en la Conferencia de Acción Política Conservadora en febrero, resultó ser una imagen muy adecuada para la demolición trumpista de las instituciones gubernamentales este año. El horriblemente mal llamado Departamento de Eficiencia Gubernamental, entonces dirigido por Musk, no realizó ningún análisis significativo sobre qué funciones gubernamentales eran esenciales para preservar, y mucho menos sobre qué funcionarios públicos tenían la experiencia y los conocimientos necesarios para hacer viables dichas funciones. Los empleados fueron simplemente despedidos en masa en lo que equivalía a una amputación burocrática con un cuchillo de carnicero (sin bisturís ni anestesia de por medio).
Inicialmente, no había ningún plan para demoler la USAID, sólo se pensaba en reducirla. Sin embargo, lo que comenzó como despidos y el nombramiento de personas no cualificadas para puestos de autoridad provocó la resistencia de los empleados leales a su agencia y a su misión. Eso, a su vez, provocó nuevos ciclos de despidos y demolición. Cuando finalmente se disipó la niebla roja de la lucha, no quedaba mucho de la agencia. Sus restos fueron barridos al Departamento de Estado, acompañados de solemnes garantías de que los programas humanitarios vitales no se habían visto comprometidos ni se verían comprometidos, garantías tan reales como una invitación a comprar el puente de Brooklyn.
Sí, USAID tenía problemas. ¿Qué organización que maneja 30.000 millones de dólares al año no los tiene? Algunos de sus defensores más veteranos denunciaban sus defectos con tanta vehemencia como cualquier partidario de MAGA. En palabras de un socio veterano de la agencia: «La burocracia… era enorme, tremendamente frustrante. Para donar o gastar un dólar, había que gastar tres, sólo para asegurarse de que no se estuviera estafando al Tesoro».
Es fundamental comprender que los procedimientos escleróticos y la lentitud glacial en la toma de decisiones de la agencia no eran el resultado del despilfarro, el fraude y el abuso desenfrenados que alegaban los trumpistas, sino que tenían como objetivo evitar esos males. Como me dijo un alto ejecutivo de uno de los mayores contratistas de USAID: «Los auditores externos nunca dejaban de estar en nuestras oficinas». Todos los gastos se examinaban, se comprobaban con el contrato y el programa de trabajo, ambos muy detallados, y se verificaban.
En los casos en que era necesario actuar con rapidez o en los que los acuerdos en alguna provincia remota eran demasiado frágiles, USAID eludía su laberíntico proceso de contratación y concedía subvenciones directas a organizaciones no gubernamentales, u ONG, con sede y personal locales siempre que era posible. Es cierto que, en esos casos, los controles financieros eran más laxos, normalmente porque la escasa infraestructura y las incertidumbres operativas hacían imposible llevar una contabilidad minuciosa. A veces, para desarrollar capacidades o salvar vidas, una organización de ayuda humanitaria simplemente tiene que improvisar. Es difícil conseguir ambas cosas.
¡Condones para Hamás!
Los diligentes investigadores de la administración Trump no perdieron tiempo en desenterrar los ejemplos más flagrantes de abuso. En su primera rueda de prensa en la Casa Blanca, la secretaria de prensa Karoline Leavitt se jactó de que la administración había bloqueado un plan lunático para comprar condones por valor de 50 millones de dólares para los palestinos de Gaza. Una victoria para el sentido común, ¿verdad?
¡No! La Gaza en cuestión era una provincia de Mozambique, con una superficie de 29.000 millas cuadradas y una población de aproximadamente 1,4 millones de habitantes. La subvención de USAID habría financiado los servicios de planificación familiar en esa región azotada por la pobreza. Sin duda, la confusión se debió a una búsqueda de palabras DOGE, similar a la que provocó que se marcaran para su eliminación de los sitios web del Departamento de Defensa las fotos del B-29 que lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima porque, bueno, el nombre del avión era Enola Gay, que a los genios de Elon Musk les sonaba a DEI. (En realidad, el avión recibió el nombre de la madre del piloto).
Incluso después de que se informara del error a la Casa Blanca, Trump lo repitió (con más detalle): «Identificamos y detuvimos el envío de 50 millones de dólares a Gaza para comprar condones para Hamás… Los han utilizado como método para fabricar bombas».
Es posible que su personal no tuviera el valor de decirle que esa afirmación no era cierta. Es posible que pensara que era una frase demasiado buena como para no utilizarla.
VIH, malaria, desnutrición
Las consecuencias humanitarias de la destrucción de USAID no han pasado desapercibidas. Han surgido sitios web específicos para calcular el coste en dinero y vidas. El New York Times, el Washington Post y otros medios de comunicación importantes han publicado despachos desde las zonas afectadas que documentan el daño causado. Revistas de prestigio como The Lancet y Science han publicado informes de estudios de campo en curso que predicen resultados nefastos. Cuando he llamado la atención de miembros aparentemente inteligentes de los fieles a MAGA sobre estas fuentes, me han dicho que las pérdidas estimadas no se pueden modelar, o que ChatGPT dice que los modelos son defectuosos, o que las necesidades humanitarias nacionales deben tener prioridad sobre las extranjeras. ¿Les suena familiar? Es la negación del cambio climático con un nuevo disfraz.
Estas tácticas de debate concuerdan con el análisis de Dietrich Bonhoeffer sobre la estupidez. Según él, la estupidez «no es un defecto intelectual, sino humano». Bonhoeffer consideraba que la estupidez era «más peligrosa» que el mal porque, a diferencia de este, no se puede combatir directamente. Bonhoeffer, un antifascista alemán que murió por su heroísmo en 1945, describió las características de la estupidez de esta manera: «Las razones caen en oídos sordos; los hechos que contradicen los prejuicios de uno simplemente no tienen por qué creerse… y cuando los hechos son irrefutables, se descartan como irrelevantes».
Zambia ofrece algunos datos relevantes: la ayuda de USAID a Zambia alcanzó su máximo en 2024 con 409 millones de dólares. La ayuda bajo el régimen de Trump para 2025 se ha desplomado hasta los 61,6 millones de dólares, lo que supone una disminución del 85%. Más de la mitad de esos fondos (34 millones de dólares) se destinan a la lucha contra el VIH/SIDA, lo que suena tranquilizador. Lo esencial seguirá haciéndose, ¿verdad? Vaya, lo siento, la media de los últimos 10 años del programa de USAID contra el VIH/SIDA en Zambia fue de 147,7 millones de dólares (y esos años incluían tanto la primera administración Trump como el caos de los años de la pandemia de Covid).
Cuando se recorta un programa en un 85%, ¿qué pasa con las madres y los niños que dependen de él para recibir terapias que les salvan la vida? Aunque se sigan comprando algunos de los medicamentos, hay que entregarlos a pacientes muy dispersos en países con una infraestructura de transporte limitada. Así pues, si se ha despedido a los administradores, almacenistas, camioneros y médicos que hacen funcionar el sistema, y si se han rescindido los contratos de alquiler de los almacenes y las oficinas, y ahora los camiones sin combustible y sin reparar permanecen inutilizados, tal vez los medicamentos acaben en el vertedero o en el mercado negro, pero seguro que no llegarán a su destino original ni a donde más se necesitan.
Algo similar ocurrió con 500 toneladas métricas de barritas energéticas almacenadas en Dubái, en los Emiratos Árabes Unidos, y destinadas a madres y niños que padecían malnutrición. Los funcionarios de Trump, con su habitual falta de responsabilidad, culparon a la administración Biden de haber comprado demasiado, creando un excedente innecesario. Ahora que ha expirado el periodo de uso de las barritas, serán quemadas, tiradas o convertidas en pienso para animales. Evidentemente, la administración Trump no encontró a nadie que necesitara alimentación. Uno se pregunta si buscaron en Sudán del Sur. O en Gaza. No, ¡esa Gaza no! La otra.
Aplicar una bola de demolición a múltiples éxitos
USAID no era la única agencia estadounidense que luchaba contra el VIH/SIDA en Zambia, ni Estados Unidos era la única nación en la lucha, pero Estados Unidos proporcionó alrededor del 44% de la financiación total del programa. Esto es lo que nosotros y nuestros socios globales, incluida la propia Zambia, logramos: «A pesar del aumento de la población, las muertes relacionadas con el sida en Zambia se redujeron de 120.000 en 2001 a 19.000 en 2022», lo que supone una disminución del 84%. Elizabeth Burleigh, experta en salud internacional con casi tres décadas de experiencia en USAID en América Latina y África, me proporcionó esas cifras. Según ella, «esto se debió a los esfuerzos mundiales en materia de prevención, en particular al uso de preservativos y a la reducción de las relaciones sexuales con múltiples parejas simultáneas, así como al mayor acceso a la terapia antirretroviral». La casi erradicación del VIH/SIDA en Zambia es una gran historia, y no es la única.
En África, la malaria mata a muchas más personas que el sida, pero la lucha contra esa terrible enfermedad también ha tenido un gran éxito. Su incidencia en Zambia se ha reducido en dos tercios desde 1996, cuando Estados Unidos comenzó a financiar el control de la malaria. Los niños menores de cinco años y las mujeres embarazadas, ambos grupos especialmente vulnerables, han visto cómo sus tasas de infección se reducían a la mitad en esos años. Actualmente, Estados Unidos proporciona alrededor de un tercio de la financiación para la lucha contra la malaria en ese país. Sin embargo, la actual propuesta presupuestaria del presidente Trump para el año fiscal 2026 reduciría esa contribución a la mitad.
La historia de la tuberculosis, señala el Dr. Burleigh, es otra crónica de la reducción de las tasas de infección y de vidas salvadas. Pero aquí está el problema: si se quiere controlar seriamente las enfermedades infecciosas, como solía hacer Estados Unidos, hay que comprometerse a largo plazo. No se puede activar y desactivar la financiación como si fuera un grifo. Si se desactiva, como ha hecho la administración Trump, hay que esperar que enfermen muchas más personas y que muchas de ellas mueran, mientras que los avances logrados con tanto esfuerzo para revertir la propagación de enfermedades debilitantes y a menudo mortales se revertirán. El resultado de los recortes de financiación para el VIH/SIDA, la malaria y la tuberculosis se puede visualizar en un gráfico de dos líneas: la financiación a largo plazo aumenta gradualmente durante décadas hasta 2025, cuando de repente se desploma, mientras que la tendencia a largo plazo de disminución de las muertes, inversamente proporcional a la financiación, deja de descender y comienza a dispararse.
Al menos los trumpistas no están siendo menos crueles con los ciudadanos estadounidenses
Se podría intentar reformar y mejorar la USAID o, si su cierre fuera imprescindible, al menos diseñar una estrategia reflexiva y compasiva para que los países, los pacientes y otros beneficiarios dejen de depender de sus programas. Sin embargo, lo que destaca entre la carnicería provocada por los trumpistas es su pura mezquindad. En el mundo de la mafia, «ganarse los galones» es una forma abreviada de establecer tu buena fe. Parte de la mitología del mundo del hampa es que un matón novato se gana los galones asesinando a alguien. La cultura bro contemporánea presenta un análogo a esto. Un verdadero bro cultiva un machismo duro e indiferente. No es un blandengue y no teme ser cruel. Es Joe Rogan. Es Stephen Miller. Es Pete Hegseth. Es Russell Vought, director de la Oficina de Gestión y Presupuesto de Trump y arquitecto del Proyecto 2025. Vought ha dicho públicamente sobre los empleados federales: «Queremos traumatizarlos». Dentro de la cultura de los «bros», ahora en auge en el Despacho Oval, la compasión se ha convertido en una forma de remilgo, y las personas a las que solía servir USAID están pagando el precio.
¿Deberíamos preocuparnos por las muertes causadas por el incumplimiento de nuestros compromisos? ¿Debería quitarnos el sueño el abandono de posiblemente cientos de miles de seres humanos en medio de un tratamiento? Bueno, para ponerlo en perspectiva, quizá valga la pena saber que el equipo de Trump está haciendo lo mismo con miles de ciudadanos estadounidenses aún sin contabilizar, gracias a los recortes drásticos en el presupuesto de los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés), la mayor fuente de financiación de la investigación biomédica del planeta. Los NIH se han visto obligados a poner fin a la financiación de la investigación, lo que afecta al menos a 113 ensayos clínicos en todo el país en los que participan miles de pacientes. Algunos de esos participantes se mantenían con vida gracias a las terapias que proporcionaban los ensayos. Algunos tienen dispositivos implantados en sus cuerpos, incluidos implantes cerebrales experimentales, que ya no recibirán mantenimiento ni supervisión. Buena suerte para ellos.
Y ni hablemos del impacto en los sujetos no humanos de los programas de investigación médica cancelados. Nadie quiere pensar en los millones de roedores de laboratorio y los miles de macacos y otros primates que serán sacrificados porque el Gobierno ha renegado de su apoyo. En algunos casos, los animales representan cepas genéticas que se han desarrollado a lo largo de muchos años y su pérdida comprometerá las perspectivas de investigación futura durante muchos años. La administración Trump sigue ganando puntos.
Lo que solía haber para nosotros
Hablemos, por un momento, del interés propio. ¿Qué beneficios aportó USAID a este país? Para empezar, creó mercados para nuestros productos, especialmente los excedentes agrícolas, que USAID seguía comprando por valor de varios miles de millones de dólares al año antes de la llegada de las recientes motosierras. La lista de compras se fue alargando con el tiempo y últimamente incluía miles de millones de dólares en medicamentos, kits de pruebas, anticonceptivos, equipos médicos, equipos de protección personal, ordenadores (para ayudar a frenar todo ese despilfarro, fraude y abuso), equipos de construcción y quién sabe qué más: todo el catálogo de cosas que necesitan las personas, las instituciones y los países en desarrollo. ¡Compre productos estadounidenses!
A esto hay que añadir los amigos (o, en algunos casos, los no enemigos que hicimos): los millones de refugiados en campamentos de todo el mundo que vieron el sello «USDA» (Departamento de Agricultura de los Estados Unidos) en las bolsas de harina y frijoles que les mantuvieron con vida; los pacientes y el personal de las clínicas y los programas médicos que financiamos; los empleados locales no solo de USAID y sus contratistas, sino también de las ONG que llevaron a cabo gran parte del trabajo programático de la agencia; los funcionarios gubernamentales cuyas agendas impulsamos (y también moldeamos con nuestro dinero); y nuestros socios globales, tanto otras naciones como alianzas multinacionales, con quienes hicimos lo que parecían ser compromisos solemnes y plurianuales. ¿Se puede culpar a alguno de ellos por sentirse ahora traicionado?
La lista de beneficios también incluía la inteligencia, no la recopilada por espías, sino por algo mejor: tener ojos y oídos en lugares de difícil acceso, contar con una red de atención y reciprocidad que abarcaba todo el mundo, crear un sistema de «alerta temprana a distancia» para todo, desde epidemias hasta el descontento popular. Y sí, había otras ganancias no cuantificables para la seguridad nacional, porque donde disminuyen la miseria y la inestabilidad, puede crecer la paz. Eso es bueno para Estados Unidos y bueno para las empresas estadounidenses.
Y luego está la cuestión de la influencia, si no de la hegemonía. En las capitales y en los rincones más recónditos del mundo en desarrollo, ¿a qué superpotencia favorecerán los pueblos y sus gobiernos cuando tengan que tomar una decisión? Ahora que las numerosas naciones y poblaciones que USAID cultivó, abasteció y cuidó en su día se sienten traicionadas por el régimen de Trump, ¿quién se beneficiará más? (Xi Jinping, ¿es eso una sonrisa en su rostro?)
Donald J. Trump y sus secuaces creen que tienen razón al poner a Estados Unidos primero. Lo que no entienden es que, definido en su sentido más estricto, «Estados Unidos primero» es Estados Unidos solo y aislado. En un mundo interconectado, los que están solos, por usar una palabra favorita del presidente, son perdedores.
Foto de portada: USAID Haití (Flickr).