El asesinato de la memoria por parte de Israel

Chris Hedges, The Chris Hedges Report, 22 agosto 2025

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Chris Hedges es un escritor y periodista que ganó el Premio Pulitzer en 2002. Fue corresponsal en el extranjero durante quince años para The New York Times.

Mientras Israel va tachando de su lista todas las atrocidades de estilo nazi contra los palestinos, incluida la hambruna masiva, se prepara para otra más: la demolición de la ciudad de Gaza, una de las más antiguas del mundo. Maquinaria pesada y gigantescas excavadoras blindadas están derribando cientos de edificios gravemente dañados. Camiones hormigoneros producen sin cesar hormigón para rellenar túneles. Tanques y aviones de combate israelíes bombardean barrios enteros para expulsar hacia el sur a los palestinos que permanecen entre las ruinas de la ciudad.

Se necesitarán meses para convertir la ciudad de Gaza en un aparcamiento. No me cabe duda de que Israel replicará la eficiencia del general nazi Erich von dem Bach-Zelewski, que supervisó la erradicación de Varsovia. Pasó sus últimos años en una celda. Que la historia, al menos en lo que respecta a esta nota al pie, se repita.

A medida que avanzan los tanques israelíes, los palestinos huyen, y barrios como Sabra y Tuffah quedan limpios de habitantes. Hay poca agua potable e Israel planea cortarla en el norte de Gaza. Los suministros de alimentos son escasos o tienen precios desorbitados. Una bolsa de harina cuesta 22 dólares el kilo, o tu propia vida. Un informe publicado el viernes por la Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria (IPC, por sus siglas en inglés), la principal autoridad mundial en dicha materia, ha confirmado por primera vez la hambruna en la ciudad de Gaza. Afirma que más de 500.000 personas en Gaza se enfrentan al «hambre, la indigencia y la muerte», y se prevé que las «condiciones catastróficas» se extiendan a Deir al-Balah y Jan Yunis el próximo mes. Casi 300 personas, entre ellas 112 niños, han muerto de hambre.

Los líderes europeos, junto con Joe Biden y Donald Trump, nos recuerdan la verdadera lección del Holocausto. No es «Nunca más», sino «No nos importa». Son cómplices del genocidio. Algunos se retuercen las manos y dicen que están «consternados» o «entristecidos». Algunos condenan el hambre orquestada por Israel. Unos pocos declaran que declararán un Estado palestino.

Esto es teatro kabuki, una forma de que, cuando termine el genocidio, estos líderes occidentales insistan en que se mantuvieron en el lado correcto de la historia, incluso cuando armaron y financiaron a los asesinos genocidas, mientras acosaban, silenciaban o criminalizaban a quienes condenaban la matanza.

Israel habla de ocupar la ciudad de Gaza. Pero esto es un subterfugio. Gaza no va a ser ocupada. Va a ser destruida. Borrada. Arrasada de la faz de la tierra. No quedará nada más que toneladas de escombros que serán laboriosamente retirados. El paisaje lunar, desprovisto de palestinos, por supuesto, servirá de base para nuevas colonias judías.

«Gaza será completamente destruida, los civiles serán enviados al sur, a una zona humanitaria sin Hamás ni terrorismo, y desde allí comenzarán a partir en gran número hacia terceros países», anunció el ministro de Finanzas de Israel, Bezalel Smotrich, en una conferencia sobre el aumento de los asentamientos judíos en la Cisjordania ocupada por Israel.

Todo lo que me era familiar cuando vivía en Gaza ya no existe. Mi oficina en el centro de la ciudad de Gaza. La pensión Marna en la calle Ahmed Abd el Aziz, donde después de un día de trabajo tomaba té con la anciana propietaria, una refugiada de Safad, en el norte de Galilea. Las cafeterías que frecuentaba. Los pequeños cafés de la playa. Mis amigos y colegas, con pocas excepciones, están exiliados, muertos o, en la mayoría de los casos, han desaparecido, sin duda sepultados bajo montañas de escombros. En mi última visita a Marna House, olvidé devolver la llave de la habitación. La número 12. Estaba sujeta a un gran óvalo de plástico con las palabras «Marna House Gaza». La llave está sobre mi escritorio.

La imponente fortaleza de Qasr al-Basha en la ciudad vieja de Gaza, construida por el sultán mameluco Baibars en el siglo XIII y conocida por su escultura en relieve de dos leones enfrentados, ha desaparecido. Lo mismo ocurre con el castillo de Barquq, o Qalʿat Barqūqa, una mezquita fortificada de la época mameluca construida entre 1387 y 1388, según una inscripción sobre la puerta de entrada. Su ornamentada caligrafía árabe junto a la puerta principal decía:

«En el nombre de Alá, el más misericordioso, el más compasivo. Las mezquitas de Dios establecerán oraciones regulares, practicarán la caridad regularmente y no temerán a nadie excepto a Dios».

La Gran Mezquita de Omar, en la ciudad de Gaza, el antiguo cementerio romano y el Cementerio de Guerra de la Commonwealth —donde están enterrados más de 3.000 soldados británicos y de la Commonwealth de la Primera y Segunda Guerra Mundial— han sido bombardeados y destruidos, junto con universidades, archivos, hospitales, mezquitas, iglesias, casas y bloques de apartamentos. El puerto de Anthedon, que data del año 1100 a. C. y que en su día sirvió de fondeadero para barcos babilónicos, persas, griegos, romanos, bizantinos y otomanos, yace en ruinas.

Solía dejar mis zapatos en un estante junto a la puerta principal de la Gran Mezquita de Omar, la mezquita más grande y antigua de Gaza, situada en el barrio de Daraj, en la ciudad vieja. Me lavaba las manos, la cara y los pies en los grifos comunes, llevando a cabo el ritual de purificación antes de la oración, conocido como wudhu. En el silencioso interior, con su suelo alfombrado de azul, la cacofonía, el ruido, el polvo, los humos y el ritmo frenético de Gaza se desvanecían.

La destrucción de Gaza no es sólo un crimen contra el pueblo palestino. Es un crimen contra nuestro patrimonio cultural e histórico, un ataque a la memoria. No podemos entender el presente, especialmente cuando informamos sobre palestinos e israelíes, si no entendemos el pasado.

La historia es una amenaza mortal para Israel. Pone al descubierto la imposición violenta de una colonia europea en el mundo árabe. Revela la despiadada campaña para desarabizar un país árabe. Subraya el racismo inherente hacia los árabes, su cultura y sus tradiciones. Desafía el mito de que, como dijo el ex primer ministro israelí Ehud Barak, los sionistas crearon «una villa en medio de la selva». Se burla de la mentira de que Palestina es exclusivamente una patria judía. Recuerda siglos de presencia palestina. Y pone de relieve la ajena cultura del sionismo, implantada en tierras robadas.

Cuando cubrí el genocidio en Bosnia, los serbios volaron mezquitas, se llevaron los restos y prohibieron a cualquiera hablar de las estructuras que habían arrasado. El objetivo en Gaza es el mismo: borrar el pasado y sustituirlo por un mito, para enmascarar los crímenes israelíes, incluido el genocidio.

La campaña de aniquilación destierra la investigación intelectual y obstaculiza el examen imparcial de la historia. Celebra el pensamiento mágico. Permite a los israelíes fingir que no existe la violencia inherente que subyace al proyecto sionista, que se remonta al despojo de las tierras palestinas en la década de 1920 y a las campañas más amplias de limpieza étnica de palestinos en 1948 y 1967.

El Gobierno israelí prohíbe las conmemoraciones públicas de la Nakba, o catástrofe, un día de luto para los palestinos que buscan recordar las masacres y la expulsión de 750.000 palestinos llevadas a cabo por milicias terroristas judías en 1948 por este motivo. A los palestinos se les impide incluso llevar su bandera.

Esta negación de la verdad y la identidad históricas permite a los israelíes regodearse en su eterno victimismo. Mantiene una nostalgia moralmente ciega por un pasado inventado. Si los israelíes se enfrentaran a estas mentiras, se verían amenazados por una crisis existencial. Les obligaría a replantearse quiénes son. La mayoría prefiere la comodidad de la ilusión. El deseo de creer es más poderoso que el deseo de ver.

La eliminación calcifica una sociedad. Cierra las investigaciones de académicos, periodistas, historiadores, artistas e intelectuales que buscan explorar y examinar el pasado y el presente. Las sociedades calcificadas libran una guerra constante contra la verdad. Las mentiras y el disimulo deben renovarse constantemente. La verdad es peligrosa. Una vez establecida, es indestructible.

Mientras la verdad permanezca oculta, mientras se silencie a quienes buscan la verdad, es imposible que una sociedad se regenere y se reforme. La administración Trump está en sintonía con Israel. También busca dar prioridad al mito sobre la realidad. También silencia a quienes cuestionan las mentiras del pasado y las mentiras del presente.

Las sociedades calcificadas no pueden comunicarse con nadie fuera de sus círculos incestuosos. Niegan los hechos verificables, la base sobre la que se sustenta el diálogo racional. Esta comprensión fue la base de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Sudáfrica. Quienes cometieron las atrocidades del régimen del apartheid confesaron sus crímenes a cambio de inmunidad. Al hacerlo, dieron a las víctimas y a los victimarios un lenguaje común, arraigado en la verdad histórica. Sólo entonces fue posible la sanación.

Israel no sólo está destruyendo Gaza. Se está destruyendo a sí mismo.

Imagen de portada: Belcebibi (por Mr. Fish).

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