«Un grano de arena»: La responsabilidad de llorar a los niños mártires de Gaza

Corresponsal de Middle East Eye, 26 septiembre 2025

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Corresponsal de MEE, anteriormente conocido como colaborador de MEE, es una firma que suelen utilizar los periodistas que trabajan en zonas peligrosas del mundo, donde revelar su identidad podría poner en peligro su seguridad y la de otras personas.

Desde hace más de 700 días, Gaza soporta un bombardeo implacable. Más de 20.000 niños palestinos han sido asesinados en el genocidio que Israel sigue perpetrando.

Sus voces rara vez traspasan el ruido global de unos medios de comunicación competitivos y sesgados, en los que la vida de cada niño se reduce a una estadística, un grano de arena más en la marea de narrativas contrapuestas.

Para los palestinos, ante la ausencia de archivos honestos y de una cobertura mediática fiable, el arte ha asumido un papel urgente en la resistencia al olvido.

El teatro, la literatura y la poesía se han convertido en medios para amplificar las voces que el poder y la política preferirían no escuchar.

Sin embargo, el arte palestino actual opera en un estado de ruptura: obligado a lidiar no sólo con el dolor y la pérdida, sino también con la disonancia surrealista de presenciar el genocidio en tiempo real, filtrado a través de relatos contradictorios de los medios de comunicación y fragmentadas publicaciones en las redes sociales.

Fue esta tensión —entre el arte y la realidad, el silencio y el testimonio— la que determinó la decisión de Khaled Ziada, fundador y director del Festival de Cine Palestino de Londres, de inaugurar el programa de 2024 con una obra de teatro. Y por ello encargó A grain of sand (Un grano de arena), escrita y dirigida por Elias Matar, basada en los testimonios de niños de Gaza.

La producción fue representada recientemente por Good Chance, una compañía de teatro con sede en el Reino Unido conocida por su trabajo de resonancias políticas que explora las experiencias de las comunidades desplazadas y marginadas.

Su filosofía, según la cual el teatro puede cambiar mentalidades, impulsar la acción y amplificar voces que de otro modo permanecerían silenciadas, encaja con el proyecto de Matar.

Elegir una voz

Para Matar, originario de Galilea, el reto de representar un genocidio y transmitir estas voces en el escenario fue inmediato.

«Hay tantas voces», dijo. «La tarea es casi imposible: cómo elegir qué voces proyectar».

En mayo de 2024, los escritores Leila Boukarim y Asaf Luzon publicaron A Million Kites, un cuadernillo que recopila los testimonios de niños de Gaza grabados entre octubre de 2023 y marzo de 2024.

La colección, austera en su simplicidad, ofrecía una visión directa de cómo la guerra estaba moldeando y destrozando la vida de los niños.

Cuando Matar se encontró con el folleto en un puesto de libros ambulante en Londres, su reacción fue visceral. Lloró.

«Sabía que estos testimonios iban a ser la guía de la obra. Me fui a casa y empecé a escribir», declaró a Middle East Eye.

En las semanas siguientes, la vida de Matar se entrelazó con las voces y los silencios capturados en sus páginas.

«Empecé a hablar con el libro», dijo. «Lo llevaba conmigo en todo momento. Me encontraba respondiendo a esos testimonios, a esos niños. Empecé a verlos, a buscarlos en las fotografías de niños que encontraba en las noticias y en las redes sociales».

Una niña en particular llegó a ocupar tanto sus redes sociales como sus pensamientos: Renad Atallah, de 11 años, conocida en Internet como @renadfromgaza.

Inteligente y con una energía inquebrantable, Renad comenzó a publicar vídeos en Instagram al comienzo de la guerra, documentando los esfuerzos de su familia por cocinar platos típicos palestinos con los pocos ingredientes a los que tenían acceso.

Sus vídeos, que a menudo terminaban con su inquebrantable luz y sonrisa, se hicieron rápidamente virales y acumuló más de 1,5 millones de seguidores.

«Estaba en mi mente todo el tiempo», recuerda Matar.

Tapiz de testimonios

Esta Renad de la vida real se convirtió en la inspiración para la protagonista de la obra: una niña de 11 años, también llamada Renad, que afirma la interdependencia entre la obra y la realidad vivida sobre el terreno, entre la distopía y la realidad que los principales medios de comunicación están tan dispuestos a diluir o negar.

Matar eligió a la actriz palestina, activista y fundadora del Club de Cine Árabe, Sarah Agha, como única intérprete de la obra.

«Quería que una sola intérprete interpretara a Renad y encarnara a todos estos niños, para contar sus testimonios y llamar la atención sobre el gran número de voces perdidas», explicó.

La obra se desarrolla como un tapiz de testimonios y recuerdos, pero se canaliza a través de un solo cuerpo, de una sola voz.

«Si sólo hay una voz hablando, recuerda a las demás de forma más conmovedora. Hay una presencia poderosa en la ausencia», dijo Matar.

Un grano de arena se desarrolló de forma gradual y colaborativa. «Escuché a Sarah. Escuchamos a dramaturgos y artistas de Gaza sobre el terreno. Hablamos, lloramos y nos preguntamos una y otra vez: ¿cómo se representa un genocidio? ¿Cómo se representa nuestra tragedia? ¿Cómo se llora la muerte de los niños asesinados?».

En el centro hay una contradicción familiar: la sensación de futilidad, de ser pequeño e impotente, frente a la resiliencia y la esperanza que se encuentran en la colectividad.

La arena se convirtió en la metáfora de Matar para esta tensión. Un solo grano es casi invisible, pero juntos forman tierras, playas y desiertos.

El motivo recorre toda la obra. Le da título a la pieza y da forma a uno de sus pocos elementos escénicos: un foso de arena que cubre el espacio de actuación. Renad interactúa con él durante toda la obra: lo patea, se tumba en él, entierra sus pies en él.

Al final, la arena queda esparcida, despojada de coherencia. «Quería que la arena evocara también Gaza: las playas que una vez fueron hermosas, la tierra», dijo Matar.

La obra llena la sala del espíritu de Palestina. Fragmentos del árabe palestino de Gaza salpican el diálogo en inglés.

Renad explica cómo se elabora el zumaque, vuelve a contar las historias que su siti (abuela) le contaba y canta canciones de cuna. Los patrones del tatriz (bordados tradicionales) de Gaza se proyectan como telón de fondo detrás de ella.

«Palestina está en todos nuestros sentidos. Quería transmitir esto. Quería mostrar que Palestina no es sólo horror, terror, guerra y pérdida. Es nuestra patria, con una cultura rica y vibrante que se ha desarrollado en paralelo a nuestra tragedia», dijo Matar.

El Anqa

La narración oral, explicó, es fundamental en la cultura palestina. Cada región tiene su propio conjunto de cuentos folclóricos, transmitidos de generación en generación. Estas historias actúan como un contraarchivo, preservando la historia y afirmando su presencia en desafío al borrado.

En el escenario, Renad y los demás niños interpretados por Agha cuentan estas historias para consolarse.

El núcleo de la obra es la leyenda del Anqa, un mito típicamente palestino sobre un fénix que renace de sus cenizas para traer la salvación. Renad vuelve al Anqa a lo largo de la representación, invocándolo como símbolo de esperanza y supervivencia en medio de la devastación causada por los bombardeos.

«Palestina está en todos nuestros sentidos. Quería transmitir esto. Quería mostrar que Palestina no es sólo horror, terror, guerra y pérdida».

Elias Matar, director

Nos encontramos en un momento en el que la desaparición de Gaza ya no es una proyección distópica, sino un proyecto declarado, respaldado por Estados Unidos, que se está desarrollando en tiempo real.

En este clima, las voces de los niños de Gaza corren un riesgo continuo de ser silenciadas. La esperanza, que antes se sustentaba en las historias, el folclore y la cultura compartida, se está marchitando bajo el peso de la violencia implacable.

El mítico Anqa, que en su día fue símbolo del renacimiento, parece cada vez más lejano.

El 27 de agosto, Renad Atallah, la Renad real en la que se basa la obra de Matar, publicó en Instagram un críptico cuadrado negro con la palabra «Adiós».

Días más tarde, reveló que había solicitado asilo en los Países Bajos, acompañando a su hermana, una de las cinco estudiantes que obtuvieron una beca para estudiar en la Universidad de Maastricht. Compartió una foto de sí misma con un kufiya y la leyenda: «Una superviviente del genocidio».

El 1 de septiembre, publicó otra imagen, esta vez frente a un grafiti que decía «Free Gaza», en la que explicaba su situación y concluía: «Pero aun así… no siento que haya sobrevivido. No existe tal cosa como sobrevivir sola. O sobrevivimos todos, o no sobrevive nadie».

Aunque su voz sigue siendo un símbolo de esperanza —un Anqa para los habitantes de Gaza—, su huida también llama la atención sobre los miles que se quedan atrás, cuyas vidas se ven reducidas a daños colaterales en narrativas que presentan el ataque de Israel como una necesidad imperiosa para la seguridad mundial.

La actriz Sarah Agha en el papel de Renad, una niña palestina de once años.

Al final de la obra, la Renad interpretada por Sarah Agha pierde la fe en el Anqa. La historia ya no ofrece consuelo. Su magia se desvanece a medida que la desesperación se apodera de ella.

«Quiero que el público salga con la sensación de que debe hacer más», afirma Matar.

«Quiero reforzar la idea de que todos tenemos la responsabilidad de escuchar estas voces, de ir más allá de los titulares de los medios de comunicación».

Después de cada representación, el equipo ha organizado una sesión de preguntas y respuestas, creando un espacio para que el público hable sobre Palestina.

Good Chance espera ahora conseguir una temporada en Londres y una gira por el Reino Unido para llevar estos testimonios a un público más amplio.

«Quiero que la gente se sienta acogida, que sea testigo y aprenda algo diferente. Quiero que la gente mire hacia dentro y hacia fuera, que se pregunte cómo podemos salvar Gaza. ¿Cómo podemos evitar que esto le vuelva a pasar a cualquier otro niño?».

A medida que los gobiernos del Reino Unido y otros países endurecen las restricciones a las expresiones de solidaridad con Palestina, la expresión creativa sigue siendo uno de los pocos espacios que quedan para aprender, recordar y resistir.

El teatro, sugiere Matar, puede convertirse en su propia educación sustentadora de Anqa, de sumud (perseverancia) y resistencia.

El hilo conductor de la obra —las voces de los niños asesinados en Gaza— nos pide que nos enfrentemos a la desesperación del presente sin perder la esperanza en la posibilidad de una renovación.

A medida que el Anqa parece alejarse cada vez más del alcance de Gaza, nuestra responsabilidad no hace más que crecer. Llorar, dar testimonio y actuar para que Gaza pueda algún día resurgir de sus cenizas.

Foto de portada:  Los testimonios de los niños de Gaza son la inspiración de la obra (Toufik Douib).

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